Читать книгу Sobre Víctimas y Victimarios - Jorge Enrique Altieri - Страница 21

¡Qué jarana!
nos reímos de buena gana
y muy mucho,
de ver que hasta les da chucho;
y entonces lo desatamos
y soltamos;
y lo sabemos parar
para verlo refalar
¡en la sangre!
hasta que le da un calambre
Y se cai a patalear,
y a temblar
muy fiero, hasta que se estira
el salvaje; y, lo que espira,
le sacamos
una lonja que apreciamos
el sobarla,
y de manea gastarla.
De ahí se le cortan orejas,
barba, patilla y cejas;
y pelao
lo dejamos arrumbao,
para que engorde algún chancho,
o carancho. X Conque ya ves, Salvajón;
nadita te ha de pasar
después de hacerte gritar:
¡Viva la Federación!

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“La “Refalosa”, era considerada como un valsecito siniestro ó “un baile para los que sobran” y esa categoría, normalmente, era la que adquirían los prisioneros al ser aprehendidos ó vencidos.

También se acostumbraba a mutilar a los prisioneros, tal como se relata en el poema arriba transcripto, “… De ahí se le cortan orejas, barba, patilla y cejas …”. así el infortunado era “pelado” después de ser ejecutado, como un escarnio adicional y como diversión de sus victimarios.

Si bien una cabeza decapitada del enemigo constituía el máximo trofeo que podía ser entregado al jefe del bando rival, no siempre era posible obtenerlas y menos aún en buen estado por tal motivo se buscaban otras ofrendas como alternativa pero éstas eran de una categoría inferior. No obstante, solían ser bien apreciadas por ser parte de la cabeza de ese enemigo tan aborrecido ; las orejas eran sin duda alguna como la última credencial del difunto y algunos se permitían secarlas y perforarlas para que formaran parte de un trágico collar alrededor de una argolla de metal ó de cuero.

Pero una manea era un obsequio singular porque es un elemento infaltable en el equipo del jinete criollo y sirve para inmovilizar a un animal, especialmente si es “chúcaro”.

Sobre Víctimas y Victimarios

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