Читать книгу El diablo - Jorge Manzano Vargas SJ (†) - Страница 24
II
ОглавлениеMi experiencia en Copenhague. Un jesuita danés me invitó a participar en una sesión de carismáticos en la que se oraría por la curación de un joven enfermo. Seríamos unas 25 personas, entre católicos y protestantes. Todos nos colocamos en torno al joven, con los brazos extendidos hacia él, pues estaba en el centro, como si le impusiéramos las manos. Dirigía la sesión un laico, doctor en teología. Apenas colocados en rueda, comenzó este doctor a pronunciar frases ininteligibles, como si hablara un idioma desconocido, sin puntos ni comas, todo seguido y con rapidez. Me sentí molesto, era un abracadabra. Sabía que los carismáticos esperan el don de lenguas, pero el doctor había funcionado como autómata. Además, hasta donde yo sabía, el don de lenguas consistía no en hablar un idioma extraño e ininteligible, sino que el día de Pentecostés los apóstoles hablaron su propio idioma, pero fueron entendidos por los árabes como si hablaran árabe, por los cretenses como si hablaran cretense, etc. También pensé que entre los carismáticos podría darse una tentativa reductora —tan humana—, de intentar mantener al Espíritu Santo en una rutina: si dio tales dones en tal fecha, tendría que darlos en cualquier fecha, como si el Espíritu Santo no tuviera fantasía, como si el Espíritu Santo gustara de la rutina, siendo así que Él transforma y renueva sin cesar el universo. Pensé igualmente que san Pablo recomienda anhelar más el amor que el don de lenguas. Detuve mis murmuraciones interiores, ¿por qué estar pensando mal de los asistentes? Lo mejor será —decidí— hacer esto a lo que he venido (“a lo que te truje, Chencha”), y me puse a orar. El ininterrumpido abracadabra del director me distraía y, entonces, decidí usar la técnica de que he hablado y hacer mi oración en trance. Me concentré rápido, tuve la sensación clarísima en el plexo solar. En ese momento preciso oí que el director —estaba cerca de mí— decía en secreto a su otro vecino: “Ahora se siente muy fuerte”. Fue suficiente para mí. Salí de mi trance, y decidí poner mi mente y mi corazón en blanco. Ya después haría mi oración por ese joven.
Terminada la sesión dije al director que tal vez muchos de los fenómenos que se dan entre los carismáticos podrían atribuirse a fuerzas naturales; que en México había yo hecho ejercicios de concentración, y que... No pude continuar. Él se molestó y me dijo que yo no debía hacer esos ejercicios, pues eran cosa diabólica. Le respondí que no eran cosa diabólica, y que de mi parte repetiría los ejercicios cuando yo quisiera. Con voz tronante replicó: “¡Te prohíbo que lo hagas!” Por supuesto que yo no veía con qué autoridad pudiera él prohibirme nada, pero lo llamaron por teléfono. Mi amigo me aconsejó no discutir más, pues el doctor era muy obstinado.