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Agradecimientos

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Desde el primer momento, Cristina Muñiz Fernández, mi mujer, mi compañera y mi amiga, recibió la idea del viaje de Enrique como una aventura literaria digna de llevar a cabo. Enseguida pasó a papel los primeros folios para poder visualizarlos en cualquier lugar y ocasión. Esta acción la repitió una y mil veces hasta el final. Así me fue más fácil corregir los errores ortotipográficos, cambiar las expresiones, hacer anotaciones al margen mientras tomaba un café en un jardín, en el salón de casa o en la azotea. Ella, como Licenciada en Periodismo, hizo las primeras correcciones, y en su imaginación, viajó con Enrique hasta los confines del mundo.

Agradezco especialmente a J. Julio Ruiz Benavides la atención que me prestaba cada vez que acudía a él para contarle y consultarle algunos aspectos de la obra. Durante el tiempo que empleé en escribir esta historia, Julio me puso muchos mensajes de WhatsApp. La mayoría de las veces era para preguntar: ¿por dónde va Enrique? Le agradezco también el ánimo que me infundió cuando me dijo: “habrá muchas personas que se sentirán identificadas con el protagonista, porque casi nunca se habla de las personas ocultas, que no resplandecen, los que trabajando en silencio aportan la contribución necesaria para la consecución de los objetivos, aquellos que nunca o casi nunca se mencionan, los que trabajan en las sombras de los laureados”.

Comencé a escribir la historia de Enrique en Sevilla, la continué mientras navegaba por el mar Balear, mi espacio de trabajo en los últimos años. La parte que se desarrolla en Portugal, la escribí mientras recorría los espacios físicos que se supone que había pisado el protagonista. Desde Sagres hasta Sabrosa, traté de recrear en mi mente, los modos en que pudieron desarrollarse los acontecimientos. Había muchos escenarios compartidos, muchos elementos perpetuos hasta la fecha. Ellos me ayudaron a viajar al pasado.

En Sabrosa, la tierra de Magallanes, tuve una acogida familiar y cariñosa, en una casa palaciega llamada Casa Dos Barros. Allí, entre espadas de la época, candelabros, cuadros antiguos de personajes cortesanos, clérigos y soldados de la corte portuguesa, pude escribir parte de la historia de Enrique a solo unos metros de la casa de Fernando de Magallanes. Agradezco a Teresa Canavarro y a su familia, el trato recibido. Ella hizo posible el encuentro en su casa con José Manuel de Carvalho Marques, Alcalde de la Ciudad de Sabrosa. Al día siguiente vino de nuevo, me invitó a acompañarlo a Oporto y juntos, visitamos las tierras de Tras os Montes, por donde discurre el Douro. De todos ellos, recibí el ánimo y la admiración por emprender la singular aventura de contar la historia desde la perspectiva de un esclavo.

Debo hacer mención a la memoria de Joaquín Garrido, mi Maestre en la Nao Victoria. Durante los años 2004 y 2005 me dio la oportunidad de trabajar en la reconstrucción de la nave, y navegar con ella desde Sevilla hasta el Japón. La experiencia de navegar por el Océano Atlántico, el Océano Pacífico, Micronesia, Polinesia, el mar del Japón y el mar de Filipinas, me ha permitido acercarme de facto a valores muy aproximados de lo que pudo ser la vida a bordo de esos buques y la convivencia de Enrique y su señor don Fernando de Magallanes, en tan reducido espacio.

A Inmaculada Pavía Sánchez, porque me ayudó a sortear los elementos adversos que existen en el mundo de la edición.

Al Archivo General de Indias por su continuada y excelente labor en la conservación de los documentos relativos a los descubrimientos, a los que he podido acceder desde 1984, cuando me concedieron la tarjeta de investigador.

Por último, mi agradecimiento a Aisha Rubió, estudiante en Londres, su interés por las novelas históricas, su preciosa juventud y su especial insistencia en conocer la historia de Enrique, me hizo recordar en varias ocasiones que estaba escribiendo para todas las edades.

El viaje de Enrique

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