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Capítulo 2
Todos hemos vuelto de la muerte

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En los últimos veinte años, nos hemos maravillado con las sorprendentes experiencias de miles de personas que volvieron de la muerte. Personas que estuvieron clínicamente muertas por unos instantes y que, al volver a la vida, luego de las maniobras de resucitación, relataron las experiencias vividas durante ese lapso. Esto es lo que se conoce como experiencias cercanas a la muerte (ECM), experiencias de cuasi-muerte o muerte inminente.

Ahora bien. Resulta que, absorbidos como estamos por las preocupaciones del mundo material en el que vivimos, no nos damos cuenta de que hay algo todavía más sorprendente y maravilloso. Y esto es, que todos, absolutamente todos, hemos vuelto de la muerte. La diferencia radica en que, cuando una persona tiene una ECM y retorna a la vida, lo hace con su mismo cuerpo. Cuando morimos efectivamente y dejamos este mundo, al regresar a la vida física, lo hacemos con otro cuerpo, con otro ropaje y entonces, nuestros amigos, nuestros familiares, ya no nos reconocen y, lo que es peor, no nos reconocemos a nosotros mismos. Al renacer en una nueva existencia, perdemos la conciencia de nuestra identidad anterior.

No nos acordamos, pero lo cierto es que todos hemos regresado de la muerte. Y lo más increíble de todo, es que hemos muerto tantas veces, que se supone que ya deberíamos saber hacerlo bien. Sin embargo, parece que todavía no lo hemos aprendido, o lo hemos olvidado por el camino, y es por ese motivo que seguimos sufriendo y miramos a la muerte con temor.

Pero, ¿qué es la muerte? ¿Qué es eso que llamamos muerte?

En primer lugar, la muerte no es lo que nos han enseñado, o lo que creemos habitualmente. La muerte, como muerte, no existe. No existe tal cosa que llamamos muerte. La muerte es una ilusión, porque pertenece al mundo de la ilusión. La Cabalá nos explica que en el Ein Sof, el Mundo Sin Fin, el Mundo del Infinito, donde las almas mantienen una completa armonía con el Creador, la muerte no existe. La muerte es una creación del hombre. Las almas, nunca mueren.

Dos mil años atrás, Apolonio de Tiana decía:

Nada nace, nada muere en realidad. Ninguna persona muere, sino en apariencia. Ninguna persona nace, sino en apariencia. El pasaje de la esencia a la sustancia, es lo que se llama nacer y, por el contrario, lo que se llama morir, es el pasaje de la sustancia a la esencia.

Somos esencia. Somos energía, puesto que no somos otra cosa que un conjunto de átomos que vibran en una frecuencia determinada, animados por un principio consciente e inteligente que los mantiene en cohesión. Cuando este principio se retira, cuando nosotros nos retiramos, el cuerpo comienza lentamente a desorganizarse. La muerte no es otra cosa que la retirada del principio consciente, que regresa a su estado natural, al mundo de la esencia. La muerte es un pasaje. Como decía Apolonio, es el pasaje de la sustancia a la esencia. Es volver a ser energía. La muerte es el pasaje a otra dimensión, a otro estado de manifestación de la conciencia. Es el proceso mediante el cual el alma encarnada se separa y se desprende definitivamente del cuerpo físico que estaba habitando.

Podremos comprender todo esto más claramente, tomando como ejemplo el agua. En su estado más bajo de vibración, el elemento que conocemos como agua, se manifiesta bajo la apariencia del hielo. El hielo es el estado denso, aparentemente sólido, del agua. La acción del calor sobre el hielo aumenta la frecuencia vibratoria de sus átomos y provoca un cambio de estado en su manifestación física. Ahora se presenta a nuestros ojos, como agua. Si la acción del calor se mantiene, las moléculas del agua seguirán aumentando su tenor vibratorio, hasta que, finalmente, el agua se evapora. El agua deja de ser agua, para convertirse en vapor, y ya no es más visible en nuestro mundo. ¿Qué ha pasado? ¿Se murió el agua? ¿O simplemente cambió de estado? La energía intrínseca del agua sigue existiendo, sólo que ahora lo hace en un nivel superior: el nivel de la esencia.

Al igual que nosotros, el agua también regresa. Al condensarse el vapor, vuelve a su estado más denso y vuelve a manifestarse como agua. A nadie se le ocurriría decir que el agua se murió. Simplemente se evaporó; cambió su forma de manifestación en el mundo físico. Y lo mismo hacemos nosotros. La muerte no es otra cosa que un cambio de estado. Un cambio en la manifestación física. Un pasaje. Y un pasaje muy sencillo.

Casi todas las personas que atraviesan por la experiencia de la muerte en una regresión a vidas pasadas coinciden en lo mismo. La muerte es muy sencilla. Es un paso. Un instante, estoy aquí y, al siguiente, estoy del otro lado. Lo que hace terrible a la muerte no es la muerte en sí, sino el miedo cultural y las circunstancias que llevan a ella. Lo más doloroso suelen ser estas circunstancias. Obviamente, el dolor más profundo lo experimentan los que se quedan. Y es natural que sea así. Mas dentro del dolor, no debemos confundirnos, porque la muerte no es una tragedia. No es un castigo. Es un hecho natural y necesario, y lo que sufrimos es el dolor de la separación. Es el dolor de no contar más con la presencia, con el contacto físico de la persona que amábamos o necesitábamos.

Pero la muerte en sí misma, el pasaje de la conciencia de un estado a otro, es muy simple. Más aún. Todas las personas que vivenciaron en regresión tanto la muerte como el nacimiento, coinciden en afirmar que es mucho más traumático y difícil nacer, que morir. Morir es terminar con la experiencia en este mundo denso, con este cuerpo que nos ocasiona dolores. Morir es liberarse. Nacer es comenzar la tarea, es descender a un mundo difícil donde se experimenta el dolor y donde además, tenemos que asumir toda una serie de responsabilidades y obligaciones que, tal vez, no estemos muy deseosos de realizar. En el momento del nacimiento, muchas personas se dan cuenta de que no quieren nacer y los nacimientos complicados muchas veces ocurren, precisamente, porque el feto no quiere nacer.

En mi experiencia con la TVP, llevando a los pacientes a experimentar sus muertes anteriores, he observado similitudes y también diferencias, con la ECM. Tal vez, la diferencia más evidente, sea el hecho de que la mayoría de las personas que reviven una muerte en vida pasada, no tienen la sensación del efecto túnel, aunque algunas lo han experimentado. Se me ocurre que esto podría deberse al hecho de que, en la ECM, la persona todavía permanece unida al plano físico, mientras que en la experiencia de muerte definitiva hay un desprendimiento completo.

Por el contrario, muchas personas refieren que, en el proceso de encarnación, es decir, cuando pasan del estado de la esencia al de la sustancia, experimentan la sensación de caer en un embudo o en una especie de túnel donde se sienten atraídas por una energía irresistible que las lleva hacia el vientre de quien será su madre.

Con respecto al túnel, debemos decir que no se trata de un túnel en realidad, sino de un efecto. El efecto túnel se debe a la percepción de fuerzas y energías que actúan sobre la persona o, más propiamente, sobre su cuerpo astral o energético. La persona se siente chupada por una fuerza y esta succión produce la sensación de atravesar un túnel. De modo que el efecto túnel probablemente se deba a la sensación que se percibe al atravesar los distintos planos de energía.

Hay características comunes que se reiteran en las distintas experiencias de la muerte, aunque no hay dos vivencias iguales. En primer lugar, todos coinciden en lo sencillo que resulta morir. Generalmente, la persona se ve flotando por encima de su cuerpo. Mejor dicho, de su ex-cuerpo. En ocasiones, pueden ver el cuerpo, pero no se ven a sí mismas. Simplemente, tienen conciencia de estar allí, flotando.

Cuando hay dificultad en la muerte, no es por la muerte en sí, sino porque no queremos desprendernos del cuerpo como en el caso de Alelí, o porque tal vez, alguna emoción nos está dominando en ese momento, impidiendo o retardando el desprendimiento. La muerte puede ser difícil cuando hay rencor, ira, resentimiento, deseo de venganza, culpa o preocupación por los seres queridos. Allí sí, se hace difícil morir. Por eso es tan importante la asistencia espiritual en esos momentos, como la práctica de la extremaunción. Al recibir la absolución de sus faltas, el alma puede partir en paz.

Son más difíciles las muertes en que la agonía es más prolongada, porque hay mayor sufrimiento y dolor. Las muertes instantáneas, como puede ser en el caso de homicidio, infarto fulminante o accidente, son más fáciles, porque todo ocurre muy rápido. Es la bala o el cuchillo; un instante estoy aquí y, al momento siguiente, estoy del otro lado. El inconveniente aquí no es la muerte, sino lo que puede ocurrir después. Suele suceder que, al principio, la persona (o su conciencia) se sorprende y no comprende muy bien lo que está aconteciendo. Esto puede retardar su despertar espiritual y llevarla a vagar durante un tiempo como si fuera un fantasma. En estos casos son imprescindibles las plegarias sinceras para ayudar al alma a tomar conciencia de su nueva situación e impulsarla a ascender hacia la luz.

El proceso que lleva a la muerte puede ser doloroso, como pueden serlo una tortura o ciertas enfermedades degenerativas o un infarto, en el cual se experimenta un dolor tremendo. Sin embargo, en el instante en que la persona deja su cuerpo, se experimenta un alivio inmediato. Desaparecen los dolores en forma instantánea y se siente un profundo bienestar.

Otra característica que suelen vivenciar las personas que atraviesan por la experiencia de la muerte, es la de sentirse succionadas o atraídas por una luz. Algunos ven seres que vienen a buscarlos, ya sean conocidos o desconocidos. Otros, no ven a nadie y tan sólo ven la luz. En ocasiones, luego de la luz, se hace la oscuridad, cuando sobreviene la obnubilación de la conciencia. Cuando despiertan nuevamente, están en lo que llamamos espacio entre vidas o bardo del devenir de los tibetanos. A veces, despiertan directamente dentro del vientre de una mujer.

Algunas personas, en el instante en que dejan el cuerpo, hacen una rápida evaluación de la vida que acaba de finalizar y extraen un aprendizaje de esa experiencia. Otras, descubren que las emociones y pensamientos de esos momentos están condicionando su forma de vida actual.

Hagamos ahora una síntesis de las características más comunes y frecuentes, experimentadas en el momento de la muerte.

 Sensación de flotar por encima del cuerpo y visión directa de éste desde arriba.

 Atracción por una luz y sensación de ser succionado por esa luz.

 Alivio inmediato de los dolores y sufrimientos experimentados en los momentos previos. Si el dolor persiste, es porque el principio consciente se aferra a la ilusión de la personalidad y se resiste a desprenderse del cuerpo.

 Visión de luces o seres que vienen a buscar a la persona que acaba de desencarnar.

 Las emociones no resueltas impiden que el alma ascienda a los planos superiores y determinan las condiciones del próximo renacimiento.

 Evaluación rápida de la vida que acaba de finalizar.

 Toma de conciencia del aprendizaje realizado.

 Sensación de extrañeza e indiferencia al ver el cuerpo muerto. Como algo con lo cual ya no se tiene nada que ver. (Excepto en aquellos que se aferran al cuerpo.)

 Coincidencia mayoritaria de lo fácil y sencillo que resulta morir.

A continuación, veremos una descripción muy precisa de la forma en que el alma se desprende del cuerpo, para luego entrar de lleno en las experiencias de los protagonistas.

El viaje del alma

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