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Introducción

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La primera vez que vi morir a una persona, fue cuando acompañé a mi abuelo en su lecho de muerte. Yo no sabía lo que era morir y, en esos momentos, no me daba cuenta cabal de lo que estaba sucediendo. Me sentía expectante, como presintiendo el final y, al mismo tiempo, todo me parecía muy natural. No había miedo. No había dolor. Me encontraba como hipnotizado y fascinado con lo que estaba aconteciendo ante mí. En ese entonces, yo era un adolescente y no sabía todo lo que sé ahora. Mi abuelo no era yogui, ni un lama, ni sabía nada sobre la reencarnación. O al menos nunca lo dijo. Sin embargo, ahora me doy cuenta de que él era todo un maestro y sin saberlo, en esos momentos, me estaba iniciando en el arte de morir. Era la prueba evidente de que muchas personas tienen, en su interior, un conocimiento ancestral que les dice de qué manera se debe morir.

Mi abuelo mantuvo su lucidez hasta el último momento y llevó a cabo una muerte consciente, tal como lo enseñan los lamas tibetanos. Imagino que debió de haber visto a su madre, esperándolo del otro lado, porque en determinado momento exclamó en idisch: “¡Mamá! ¡Ayúdame! ¡Espérame en el umbral!”. Luego, consciente de que ya le quedaba poco tiempo, reunió a la familia a su alrededor y, a cada uno, nos dejó un mensaje en particular. Hecho esto, de improviso, sacando fuerzas de no sé dónde, se incorporó en su lecho y, abriendo sus brazos, exclamó: “¡Basta! ¡Abran puertas y ventanas! ¡Que entre la luz!”. Tras lo cual, se echó hacia atrás y su respiración se hizo entrecortada y superficial. Sus ojos se volvieron vidriosos y su mirada quedó fija en algún punto del infinito, mirando quién sabe qué cosa. Casi con el último aliento, pronunció en forma apenas audible, la plegaria en hebreo Shemá. Un par de respiraciones más, hasta que, finalmente, efectuó una larga exhalación, como un soplido, y se fue.

Recién ahora, transcurridos ya casi treinta años, puedo ver y comprender en toda su magnitud, la enseñanza de mi abuelo. Hoy, puedo ver su muerte como una iniciación al arte de morir. Hizo lo que enseñan los maestros tibetanos: Morir en forma consciente. Su última frase, el Shemá, no es otra cosa que la pronunciación de un mantra, una plegaria breve, con una vibración particular, que lo ayudó a conectarse con la luz.

Desde entonces, como médico y cirujano, muchas veces presencié la muerte de cerca. Pero con una limitación. Yo no podía ver, ni sabía lo que sucedía más allá. No sabía cómo era, exactamente, el proceso intrínseco de la muerte. En esos días, mi función se reducía, o bien a intentar maniobras de resucitación, o bien a constatar que el deceso se había producido. Pero asistir, acompañar el proceso de la muerte, eso es algo que aprendí cuando comencé a trabajar con la Terapia de Vidas Pasadas (TVP).

A partir de mi trabajo con la TVP, la muerte se convirtió en algo cotidiano y natural para mí. Todos los días, varias veces al día, al conducir a una persona en su regresión al pasado, invariablemente la acompaño en el acto de morir en sus existencias anteriores. Pero además, ahora puedo seguirla más allá en su viaje al espacio sin tiempo. Y con un detalle adicional y muy precioso. Con la regresión, es posible experimentar en uno mismo, todo el ciclo vida-muerte-renacimiento, sin solución de continuidad, y no una vez, sino varias veces. Así, la muerte se nos aparece en su verdadera dimensión, como un eslabón fundamental, ineludible y necesario, para que se cumpla todo el ciclo vital.

Este libro no es una investigación sobre la muerte. No se trata de experiencias de sujetos de laboratorio. Se trata de personas que revivieron algunas de sus vidas pasadas, con el fin de resolver sus problemas emocionales. De estas regresiones terapéuticas, he extractado específicamente la experiencia de la muerte, tal como la vivenciaron los protagonistas. Algunas historias se presentan en forma completa, ya que permiten comprender el proceso de aprendizaje y ponen de manifiesto la continuidad de la conciencia independientemente del cuerpo desechado. Siempre mantuve y mantengo, como premisa básica, cumplir con el objetivo terapéutico en primer lugar. Es en este contexto primario, que se desarrollan las vivencias de los pacientes. Sin embargo, he reducido en lo posible, las referencias terapéuticas, para darle mayor agilidad al texto y concentrar la atención en la experiencia de la muerte.

Chögyam Trungpa cuenta que desde los ocho años de edad fue guiado por sus preceptores en la práctica con agonizantes. De allí en adelante, visitó a moribundos o difuntos unas cuatro veces por semana. Al igual que la mayoría de los occidentales, yo no he tenido tal preparación. Sin embargo, a través del trabajo con la TVP, siento que esta preparación también es posible para nosotros.

Si bien es cierto que no es lo mismo acompañar una muerte en vida pasada, que asistir a un moribundo, ahora tenemos la ventaja de contar con información de primera mano proveniente de aquellos que atravesaron por la experiencia. Como decía Sócrates:

Tal vez, lo que más conviene al que está a punto de viajar al más allá, es examinar y también, referir mitos acerca de esa visita al más allá, acerca de cómo creemos que es. (Platón, Fedón: III-61 e)

Es mi deseo que las experiencias condensadas en este libro puedan guiar a otras personas a morir sin miedo, conscientemente, y a valorar más profundamente, la importancia de esta vida y el aprendizaje que todos estamos realizando. Si mi abuelo pudo hacerlo, todos podemos hacerlo.

José Luis Cabouli

Viernes Santo, 1996

El viaje del alma

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