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Capítulo 4
La experiencia de la muerte

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Muerte en una riña

En una existencia anterior, Luisa, a quien ya conocieron en Terapia de Vidas Pasadas, era un esclavo negro que trabajaba en una plantación. Durante su juventud, soñaba con rebelarse y ayudar a sus hermanos a liberarse de las injusticias de la esclavitud. Mas, con el tiempo, fue nombrado capataz y, a partir de allí, se olvidó de sus promesas y se tornó duro y autoritario con sus hermanos de sangre. La muerte lo sorprendió en una pelea.

Luisa:Me voy a pelear con uno que me insulta. ¡Uhhh! ¡Hay un lío bárbaro acá!

Terapeuta: ¿Qué está pasando?

L: Me duele el estómago. Tengo ganas de vomitar.

T: ¿Qué pasó que te duele el estómago?

L: ¡Ay! ¡Tengo un cuchillo clavado en el estómago! Me siento mal.

T: Eso es, sigue avanzando, ¿qué más?

L: Ahora veo una luz.

T: ¿Dónde está esa luz?

L: Está delante de mí. Se me fueron las ganas de vomitar y ya me siento mejor.

T: ¿Dónde te encuentras?

L: Mi cuerpo está tirado en el piso; tieso, duro, y yo estoy al lado de mi cuerpo. ¿Y ahora? ¿Qué voy a hacer? ¡Uh! ¡Qué lío! ¡Yo estoy al lado del negro que está muerto! ¡Pero está muerto! ¡Ah! ¿Sabés qué?

T: ¿Qué cosa?

L: Ahora vino una señora. Me quiere llevar con ella.

T: ¿Cómo es la señora?

L: Es blanca y rubia y me quiere llevar con ella. ¿Pero adónde quiere que vaya?

T: Sigue adelante.

L: Me da la mano y me lleva.

T: ¿Adónde te lleva?

L: Me sube. Me dice que aquella vida terminó.

T: Eso es, ¿qué más?

L: Me explica que ya no más negro.

T: ¿Cómo es eso?

L: Dice que hay que esperar. Dice que yo voy a ver con claridad lo que hice y, si quiero volver a empezar otra cosa mejor, voy a poder elegir. Pero tengo que arreglar lo que hice mal y me deja tiempo para que piense qué es lo que voy a hacer. Dice que yo solo voy a saber qué voy a hacer. Yo sólo puedo elegir. ¡Qué cosa! Nunca me hubiera imaginado que aquello podía terminar y ser otro. Nadie me lo dijo nunca.

T: ¿Y qué fue lo que hiciste mal?

L: ¡Cómo cambié en esa vida! Primero, prometí que iba a salvar a los demás y después, el odio y el rencor me nublaron la mente y viví para odiar y para vengarme. Sufrí por lo que me hicieron y sufrí más por lo que hice. Voy a tener que pagar todo eso.

T: ¿Y de qué manera?

L: Eso, yo no lo sé. Habrá quién me lo diga. Me dicen que me lo van a decir, pero que el único que va a decidir si lo va a hacer, soy yo.

Fíjense ustedes que esta breve experiencia podría ser considerada como una experiencia tipo, aunque yo no creo que haya una cosa así. Pero aquí están presentes los hechos y sensaciones más comunes de la muerte.

En primer lugar, la celeridad del acto en sí y la simultaneidad de sensaciones. Todo ocurre en un segundo. La pelea, el cuchillo, el dolor de estómago, la luz y el alivio inmediato. Luego, la sorpresa de verse al lado del cuerpo y darse cuenta de que el cuerpo está muerto. Enseguida, la aparición de un ser desconocido que viene a buscarlo y ahí mismo, sin dilación, la toma de conciencia de que hay algo que arreglar y que hay que volver a empezar. Y sin más trámite, el reconocimiento de los errores cometidos y la certeza de que habrá que pagar por el sufrimiento ocasionado a los otros. Todo esto, prácticamente tuvo lugar en un abrir y cerrar de ojos. No había terminado de darse cuenta de que estaba muerto, que ya sabía que tenía que volver. Así de fácil y así de rápido. Así es la muerte.

***

Muerte como niña y como anciana

Laura tiene cincuenta y cinco años, y revive una muerte como niña, al caerse de un columpio.

Laura: Me está hamacando un muchacho. Me empuja y yo quiero más y más.

Terapeuta: Siga, ¿qué más?

L: De pronto, me voy al suelo y me golpeo la cabeza.

T: ¿Qué experimenta en ese momento?

L: Estoy paralizada, no me puedo mover. Siento horror, miedo. Todo se acaba… era tan joven…

T: Continúe, ¿qué más?

L: Veo la criatura tirada… no se mueve. No me doy cuenta de que soy yo.

T: Siga avanzando, ¿qué está sucediendo?

L: Me elevo, es un día tan lindo…

T: ¿Qué piensa en esos momentos?

L: No sé, estoy desconcertada.

T: Avance un día más y vea qué está pasando.

L: Veo gente de negro. Están cortando el árbol. Pienso que no deberían cortarlo. Quiero volver a casa, pero no puedo.

T: ¿Y a qué se debe que no puede?

L: Soy como una nubecita de color gris. Quiero golpear la ventana, quiero entrar, pero no la abren. Hay gente reunida, pero yo estoy fuera de la casa. No entiendo.

T: ¿Qué es lo que no entiende?

L: Yo quiero estar allí, pero no tengo forma de estar.

T: Siga un poco más.

L: Ahora tengo forma de nube blanca y ya me quiero ir de esa casa. Siento que ya no tengo nada que hacer allí.

T: Siga un poco más.

L: Ahora tengo ganas de elevarme, de irme. Veo luz, luz. Es lindo... me voy.

Como para completar esta experiencia, dos semanas después, Laura revivió una vida en la que murió a edad avanzada.

Laura: Soy viejita, una viejita linda. Estoy vestida con encaje. Están mis nietos. Esos chiquitos me quieren.

Terapeuta: Experimente esa muerte.

L: Muero en la cama. Es una muerte muy plácida. Es como un sueño. Cierro los ojos.

T: ¿Qué está sintiendo en esos momentos?

L: No los quería abandonar. Había logrado cosas muy lindas.

T: Siga, ¿qué más?

L: Todo es muy tranquilo. Estoy en la habitación y yo me abandono

totalmente.

T: Siga un poco más.

L: Hay uno de los chiquitos que llora mucho. Es una nenita. Los apartan. No entiendo muy bien lo que pasa.

T: ¿Qué es lo que está pasando?

L: Quisiera decirles que ya nos vamos a encontrar. Tengo la carita de esa nena.

T: Siga un poco más.

L: Siento una luz que me lleva.

T: ¿Cómo es esa luz?

L: Es muy linda y luminosa. Es como si fuera un rayo de sol, pero no es caliente. Me voy por esa luz.

En la primera experiencia, Laura, al igual que Luisa, en el primer momento se sorprende con lo que ha pasado. Se trata de una muerte imprevista, instantánea, y en el primer momento no se da cuenta de que es ella la que está muerta. Hay desconcierto. Poco después, sabe que ya no tiene nada que hacer allí. Lo interesante, es que esto ocurre cuando se transforma de nube gris en nube blanca.

La segunda muerte es diferente. Es una anciana y ya está preparada para ese momento. Laura la define como un sueño y al mismo tiempo tiene conciencia de que se volverá a encontrar con esos nietos.

***

Los tres cuerpos

Seguidamente, veremos dos experiencias, en las cuales los protagonistas, un hombre y una mujer, coinciden en ver más de un cuerpo luego de la muerte. Cabe señalar que ambas personas nunca se conocieron y que, entre una y otra experiencia, media un lapso de tres años. La primera, corresponde a Penélope, con quien nos volveremos a encontrar más adelante.

Penélope: Me duelen mucho los oídos, pero ya es un dolor insoportable.

Terapeuta: ¿Cómo es ese dolor?

P: Es como que me estallan los tímpanos. Es una cosa rara.

T: ¿Qué es lo raro?

P: Yo no volví a tocar el piano (en esa vida, su padre le aplastó las manos con la tapa del piano, en un arranque de celos), pero siempre escuchaba música. La tenía en la cabeza. Como una música que me enloquecía al escucharla. Me agarraba la cabeza porque no quería escucharla. Siento como que me estallaran los tímpanos. Siento un dolor muy fuerte en la cabeza.

T: ¿Dónde siente el dolor?

P: Acá —tomándose la frente.

T: Eso es. Sienta ese dolor y siga avanzando.

P: De repente llegó un punto en que no lo aguantaba más. Me chorrean los oídos. Algo sale por los oídos y es como que el dolor de cabeza comienza a aflojar. No sé si habrá sido un ataque de presión y me voy sintiendo rara en todo el cuerpo.

T: ¿Qué es lo que está sintiendo?

P: Siento un frío distinto.

T: ¿Cómo es este frío?

P: Siento que debe de ser el frío de la muerte. Es un frío como de otro mundo. Es un frío que penetra.

T: Siga un poco más.

P: Es como que me voy quedando sin fuerzas. Tengo una sensación rara que me va bajando por el cuerpo y pienso que cuando termine de bajar, voy a estar muerta.

T: Siga un poco más.

P: Siento mucho frío en las piernas y en los pies. Ahora, en los pies, tengo mucho, mucho, mucho frío. Siento que me voy a dormir y me duermo y ya no siento nada.

T: Avance un poco más.

P: Veo como dos cuerpos.

T: ¿Cómo es eso?

P: Veo como uno flotando arriba de otro, pero como que ya no van a volver a juntarse.

T: Siga un poco más.

P: Y ahora es como si viera tres cuerpos. Como si se hubiera desprendido otro y éste último es como si fuera el más etéreo, el más liviano.

T: Siga un poco más.

P: Como que no veo nada más. No veo nada más.

Ahora es el turno de Héctor, un hombre de cincuenta y dos años, cuya vivencia es muy valiosa, dado que en el momento de consultarme, él no sabía de qué manera trabajaba yo ni tenía la menor idea del mundo espiritual y, menos aún, acerca de la reencarnación. Héctor experimenta una muerte a la edad de seis años como consecuencia de una parálisis que le impide respirar. Antes de morir, describe lo que parece ser una traqueotomía.

Héctor: Me falta el aire… me ahogo. Me cargan en una carreta y me llevan al pueblito.

Terapeuta: Eso es, siga adelante.

H: Me atienden dos médicos. Siento que me abren la garganta y que algo caliente me corre por el cuello…

T: Siga un poco más.

H: …Me colocan un tubo…

T: Siga.

H: Al principio puedo respirar mejor… pero después, no puedo respirar más.

T: Siga avanzando, ¿qué está experimentando?

H: Siento que me libero con muchas luces alrededor de mí.

T: ¿Cómo son esas luces?

H: Blancas… amarillas.

T: Siga un poco más.

H: Siento como que se forma una aureola. Veo que mi madre llora.

T: Eso es, siga avanzando.

H: Veo que el alma se desprende de mí y empieza a girar a mi alrededor. El espíritu gira arriba del alma.

T: ¿Cómo es esto?

H: El espíritu está más arriba del alma. El alma es como algo que tengo, que se forma en el cuerpo y eso se desprende, y el espíritu, que estaba dentro de mí, es algo que me guía y se va arriba del alma. (¡Qué explicación! Hecha por alguien que no tenía ningún conocimiento previo.)

T: Siga, ¿qué más está experimentando?

H: Siento como si fuera una liberación.

T: Siga un poco más.

H: Ahora, el espíritu y el alma se separan.

T: ¿Cómo es que se separan?

H: El alma desaparece y el espíritu sigue rondando alrededor del cuerpo. Como si me cuidara. Estuvo conmigo hasta el otro día.

T: Siga un poco más.

H: No les entregaron el cuerpo a mis padres.

T: ¿Y el espíritu?

H: El espíritu está como si me cuidara. Siento una sensación de bienestar.

T: Avance un poco más.

H: Siento que el espíritu se aleja y siento que se pone todo oscuro, hasta que no recuerdo más.

Vean qué notable. Penélope habla de tres cuerpos que flotan uno arriba del otro y que ya no van a volver a juntarse, y agrega que el último en desprenderse, es el más etéreo y liviano. Por su parte, Héctor, que no tenía la menor idea de todo esto, es más claro todavía, y habla del alma y del espíritu, que también están uno arriba del otro y que asimismo se separan. Y aún más. Precisa que cuando el espíritu se aleja, siente que se pone todo oscuro.

Es interesante señalar que los antiguos egipcios consideraban al hombre formado por tres elementos materiales, la forma, la sombra y el nombre, y por tres elementos espirituales. Éstos eran: el ankh o aliento de vida, el ba o espíritu y el ka o doble. Éste último, el ka, es el ser invisible, el doble de nosotros mismos, aquel cuya esencia es incorruptible e inmortal y a quien estaban dirigidos todos los rituales.

También la Cabalá nos explica que tras la muerte, hay tres elementos que se desprenden, cada uno a su tiempo, y que originan a su vez los distintos rituales que se observan en la religión judía. En el momento de morir, el primer nivel de energía que se va, es la Neshamá (alma). A los treinta días, se va el Rúaj o espíritu y, al año, se retira el Nefesh, que es el nivel inferior de la energía, espíritu crudo o energía animal.

La secuencia que refiere Héctor, primero la aparición de las luces y luego la fase de inconsciencia, cuando todo se pone oscuro, es la misma que se explica en el Libro Tibetano de los Muertos.

Héctor hace una diferencia entre el alma y el espíritu. Y esto es correcto, por cuanto el alma es el vehículo mediante el cual el espíritu actúa en la atmósfera terrestre. Así como el alma se desprende del cuerpo en el momento de la muerte, así el espíritu se desprende del alma al ascender a los planos superiores.

Una cosa más. Héctor dijo que se le formaba una aureola. Recuerden que Jackson Davis observó que, en el momento de morir, la cabeza de la mujer fue rodeada por una atmósfera brillante.

***

Muerte de un sanador

Roberto (56), en una vida pasada, fue sanador y terminó sus días, plácidamente y ya anciano, en el seno de una tribu primitiva.

Roberto: Me duermo plácidamente y veo que mi cuerpo astral sale de mí. Me he muerto muy plácidamente.

Terapeuta: Eso es, sigue adelante.

R: Los negros lloran. Veo que mi cuerpo se aleja y que la tribu se hace cada vez más pequeña. Me alejo y me alejo cada vez más.

T: ¿Qué sientes en esos momentos?

R: Estoy feliz.

T: Sigue adelante, ¿qué más estás experimentando?

R: Hay una luz blanca, muy grande. Me meto ahí y me hace muy bien.

T: ¿Cómo llegas allí?

R: No sé cómo llego. Sólo veo esa luz blanca. Hay otra gente también.

T: ¿Cómo es esa gente?

R: Son energías.

T: Sigue un poco más.

R: Hay un núcleo dorado, inmenso. No me puedo acercar.

T: Sigue un poco más.

R: De allí se emite la luz blanca. Ahora, la luz me está envolviendo.

T: ¿Qué sientes o experimentas cuando te envuelve la luz?

R: Siento un gran amor y paz.

T: Sigue un poco más.

R: Siento que una voz, muy dulce e imperativa a la vez, me dice: “Tendrás que volver otra vez en el tiempo”. ¿Cuándo?, pregunto yo. “En el tiempo.” Y no habla más.

T: ¿Qué más?

R: Aparecen destellos violáceos y desaparece ese disco dorado. Como si el sol se pusiera dentro de una nube violeta.

***

Muerte de un salvaje

Mirta, 47 años, médica; revive, en una sesión, dos muertes como salvaje.

Mirta: Estoy peleando con un hombre. Peleamos por comida.

Terapeuta: ¿Cómo eres allí?

M: Soy un negro y el otro también. No tenemos nada puesto.

T: ¿Dónde te encuentras?

M: Estamos como en una selva. Somos grandotes, jóvenes, fuertes. Estamos peleando con unos palos. Nos peleamos por un animal y…

T: ¿Sí?

M: …¡Lo mato!

T: ¿Cómo lo haces?

M: Le rompo la cabeza y es como si él se achicara.

T: ¿Qué sientes en esos momentos?

M: ¡Estoy furioso! Es una furia explosiva. Me llevo todo por delante. ¡Era mi comida!

T: ¿Cómo era tu comida?

M: Es como un felino, como un tigrecito. Me lo llevo a mi choza. Hay una mujer y dos chicos y les llevo el tigrecito.

T: Muy bien. Ahora, ve al momento de tu muerte en esa vida.

M: Es como una pelea, una batalla.

T: ¿Y qué está pasando?

M: Me clavan un palo. No es una lanza. Me clavan un palo en el costado izquierdo.

T: Continúa.

M: Eso me enfurece. Me lo arranco y me abalanzo sobre la persona que me lo clavó y grito enojado. Pero pierdo mucha sangre y me caigo.

T: Sigue un poco más.

M: Caigo de rodillas y me quedo boca abajo y miro al cielo.

T: Sigue, ¿qué más?

M: Estoy ahí, tirado, pero todavía no estoy muerto.

T: Sigue, ¿qué más?

M: Veo el atardecer. Veo cómo se oscurece el día. Tengo sueño.

T: ¿Y qué sientes en esos momentos?

M: No siento nada.

T: ¿Qué piensas?

M: No pienso. Estoy, nada más. Y me muero y me quedo ahí. El cuerpo queda ahí.

T: Y tú, ¿dónde te encuentras?

M: Yo lo veo, pero me voy por los árboles.

T: ¿Y qué experimentas en esos momentos?

M: Estoy contento. Por arriba de los árboles está lindo. Hace calor, hay sonidos, siento el viento y el aire. (Observen que todo el tiempo habla como si fuera hombre.)

T: ¿Y qué piensas de esa vida?

M: Era muy ignorante. No sabía pensar. Era como un animal. Por eso me enojaba.

T: ¿Hay algo de esa vida, que estés arrastrando todavía?

M: La furia, lo irracional, lo instintivo.

T: Muy bien, ahora cuento hasta tres y ve a otra existencia relacionada con estas mismas sensaciones. Uno… dos… tres.

M: …Veo unas montañas. Hace mucho frío. Soy un hombre grande, con barba y mucho pelo. Estoy abrigado con cueros y estoy muy sucio.

T: ¿Estás solo o estás acompañado?

M: Estoy solo. Soy muy torpe. (A partir de aquí, su voz se hace más gruesa, cortante, y se expresa con dificultad.)

T: Continúa.

M: Tengo hambre. Me enoja tener hambre. No tengo comida. No hay nada. Todo piedra. Busco. No hay nada. Veo algunas plantas. Las arranco. Como. No me calma.

T: Sigue.

M: Estoy furioso (otra vez). Gruño. Protesto. Golpeo las piedras.

T: Sigue, ¿qué más?

M: Nada más.

T: Muy bien, ahora, ve al momento de tu muerte en esa existencia.

M: Camino por las montañas y me caigo en un hueco. Caigo sobre las rocas y me mato. Pero no grité cuando caí. No sentí nada. Fue de golpe.

T: Retrocede un instante antes de caer y fíjate qué sucede.

M: Estoy arriba y me resbalo.

T: ¿Qué sientes en ese momento?

M: Me asusté, me sorprende caerme. No me daba cuenta, después, nada.

T: Avanza entonces al momento en que dejas ese cuerpo.

M: Miro. Me rasco la cabeza, pero no tengo cabeza. Me voy como caminando.

T: ¿Y tu cuerpo?

M: No sé, lo dejo. (“Elemental, Watson” —diría Sherlock Holmes.)

T: Sigue un poco más.

M: Adonde voy, es como un agujero. Como un agujero negro.

T: Sigue, ¿qué más?

M: Voy por ahí. Ahora gira todo como un remolino. Eso me asusta.

T: Sigue un poco más.

M: Estoy como flotando, como si volara como un pájaro. Soy un pájaro blanco, grande, que vuela. Ahora parece que estoy en una mano.

T: ¿En una mano? ¿Cómo es eso?

M: Es como un huevo en una mano. No sé qué es eso. Ahora, veo una ciudad. El huevo es una ciudad.

T: ¿Cómo es esa ciudad?

M: Hay edificios altos. Se parece a Moscú. Es como una ciudad de hielo o de cristal. No sé más.

T: ¿Y cómo evalúas esa vida?

M: Fue una vida muy dura, mucho sufrimiento.

T: ¿Qué aprendiste con esa experiencia?

M: Aprendí a luchar.

T: ¿Hay algo de esa vida, que todavía estés arrastrando?

M: La tozudez. Pero también la constancia, la fuerza, el coraje.

A mí me gustó mucho la experiencia de Mirta. Muy sencilla y muy real. Hasta se me ocurre decir naïve. Estamos hablando de una profesional, muy intelectual, quien, de pronto, durante la regresión, se expresa en forma gutural y con mucha dificultad. Y nos habla de cosas sencillas y esenciales. La lucha por la sobrevivencia y el trabajo con pasiones primitivas que aún hoy se hacen sentir. La furia, lo irracional, lo instintivo, la tozudez y, al mismo tiempo, el desarrollo de la constancia, la fuerza y el empuje. Y lo sencillo de su muerte. Mira el cuerpo y lo deja sin más trámite.

Una vez más, un recuerdo para los sabios egipcios, que representaban el alma como un pájaro saliendo de la cabeza del difunto.

***

Muerte en el circo romano

María, 35 años, trabajando su miedo a enfrentarse con el mundo.

María: Hay mucha gente… estamos huyendo de algo. Nos persiguen.

Terapeuta: ¿Qué más?

M: Hay fuego… carros… ruidos de metales… lanzas. Una persona cae a mi lado. Tiene una lanza clavada en el pecho.

T: Avanza un poco más.

M: Nos meten en un lugar de piedra. Hay como una rueda. Es como el circo romano.

T: ¿Qué estás sintiendo cuando estás allí?

M: Hace frío… tenemos sed. ¡Ay! ¡Yo no quiero salir ahí!

T: ¿Adónde no quieres salir?

M: Nos van a sacar ahí. Hay como un patio. ¡Ay! ¡Nos van a matar!

T: Sigue, ¿qué más?

M: ¡No quiero salir! ¡Nos van a matar!

T: Continúa.

M: Se abre la puerta.

T: ¿Cómo se abre la puerta?

M: Se levanta y, ahí afuera, es donde está la luz. ¡No quiero salir! ¿Por qué nos van a matar?

T: Sigue un poco más.

M: Toda la gente está gritando.

T: Sigue.

M: Yo me entrego. Se puso todo oscuro.

T: Cuento hasta tres, y retrocede un poco antes de que se ponga oscuro. Uno… dos… tres.

M: …Estoy en el medio de ese patio grande.

T: Eso es. ¿Qué es ese patio?

M: No sé qué es. Toda la gente está alrededor, en la tribuna.

T: ¿Quién más está contigo?

M: Estoy sola. Mis compañeros no están.

T: Sigue un poco más.

M: Quiero saber qué pasa. ¿Por qué estoy ahí?

T: ¿Y si supieras?

M: Porque quiero hacer el bien. Quiero ayudar a la gente. Quiero vivir tranquila.

T: Sigue, ¿qué más?

M: Estoy atada a un palo —colocando las manos detrás de la espalda— y me taparon la boca. ¡No puedo hablar!

T: Sigue un poco más.

M: Me van a matar, pero no importa.

T: Sigue.

M: Ya me dejo ir. Me voy. Ya estoy arriba. Veo todo desde arriba.

T: ¿Y qué fue lo que pasó?

M: Me tiraron una lanza, pero yo me veía arriba antes de que llegara la lanza. Yo veo todo desde arriba.

T: ¿Y qué pasa con la lanza?

M: Me la clavan en el corazón, pero yo ya no estaba ahí. Lo veo desde arriba.

T: Muy bien, esto es muy importante para ti. Retrocede un instante antes de que te claven la lanza para agotar todas esas emociones.

M: Todos gritan. Se me viene encima un guerrero. ¿Pero por qué?

T: ¿Qué sientes en esos momentos?

M: No tengo miedo. No miro. Cierro los ojos. Ya me entregué.

T: ¿Qué piensas en esos momentos?

M: Estoy atada. No puedo luchar.

T: Ahora, ve al momento del impacto de la lanza y procura sentir el impacto.

M: Es como que lo siento —estremeciéndose—, pero no me duele. Ya no sentía. Ya no estaba ahí. Estaba fuera del cuerpo.

T: ¿Hubo algo más antes de la lanza?

M: …Es como si me hubiera desnucado antes. Fue algo instantáneo —tomándose la garganta—. Sentí algo en el cuello. Tal vez algo que no me permite sentir.

T: ¿Qué cosa?

M: Tal vez esa lanza. Tal vez el miedo al dolor. El miedo al dolor de la lanza.

T: Y esto, ¿cómo está influyendo en tu vida actual?

M: Me protejo metiéndome dentro de mí.

Aquí, María experimenta algo que es bastante frecuente. La salida del cuerpo, o mejor dicho, la huida del alma, antes del impacto mortal. Noten que María, claramente, dice que ella ya se encontraba arriba, antes de recibir el impacto de la lanza. Y al repetir la vivencia para agotar las emociones, nuevamente insiste en que estaba fuera del cuerpo y que no siente dolor. Esto es algo que muchas personas experimentan en situaciones similares. Parece que frente a circunstancias extremadamente insoportables, tenemos el recurso de salirnos del cuerpo, para no sentir dolor. Elisabeth Kübler-Ross observó que sobre todo a los niños, les resulta muy fácil salirse del cuerpo en situaciones muy traumáticas. Por ejemplo, relata el caso de una adolescente que fue violada y apuñalada, y que luego fue hallada inconsciente, al borde de la muerte. Más tarde, la joven relataría que vivió todo el hecho desde fuera del cuerpo sin experimentar dolor.

***

Muerte de una mujer vanidosa

Experiencia de Lorena, 28 años.

Lorena: Estoy en la escalera de un castillo. Yo soy la más linda, la más hermosa. Soy muy vanidosa. Tengo muchos pretendientes, pero yo los desprecio a todos.

Terapeuta: Continúa.

L: Hay un baile. Hay un hombre joven que está ahí. Quiere hablar conmigo, pero esta persona no es de mí categoría. Él quiere estar conmigo, pero yo no.

T: Sigue adelante, ¿qué más?

L: Yo bajo y tengo que bailar, no le presto atención. Siempre tengo otras personas para bailar. Bailo con uno y con otro, y me burlo de uno y del otro. Soy una maldita. Sólo quiero mi belleza y no me enamoro de nadie.

T: Muy bien. Avanza ahora al momento de tu muerte.

L: Estoy en una cama antigua. Tiene palos arriba.

T: ¿Estás sola, o acompañada?

L: Estoy sola, con una sirvienta.

T: ¿Qué sientes en esos momentos?

L: Tristeza porque estoy sola.

T: ¿Qué más?

L: Me acuerdo de lo linda que era. Me quedé sola por lo vanidosa que fui.

T: Sigue avanzando, ¿qué más?

L: Siento como una agonía, pero yo no me quiero morir.

T: Avanza al momento de tu muerte.

L: Tal vez tarde en morir. Le tengo miedo a la muerte.

T: Sigue un poco más. ¿Qué está pasando?

L: Hay algo que sale del cuerpo.

T: ¿Qué es lo que sale del cuerpo?

L: Es el alma.

T: ¿Cómo sale?

L: Sale como elevada, como la forma del cuerpo. (Recuerden la observación de Davis.)

T: Continúa, ¿qué más?

L: Veo que sale el alma y me veo muerta en la cama. Lo digo con cierta resignación. No me quiero ver muerta.

T: ¿Y qué piensas de esa vida?

L: Fue una vida vacía. La belleza no me sirvió de nada. Fui muy vanidosa y me quedé sola.

Sin comentarios.

***

Muerte en un bombardeo

Salvador, de 36 años, en una regresión se vio como un soldado alemán en la Segunda Guerra. Fue hecho prisionero y más tarde canjeado por un oficial del bando contrario. Así revive el momento de su muerte.

Salvador: Parece que muero en un bombardeo.

Terapeuta: ¿Qué está pasando?

S: Pasó un avión y mató a toda la gente, y ahora me queman.

T: ¿Cómo es que te queman?

S: Meten los cuerpos como en un horno de panadería y queman mi cuerpo.

T: ¿Y qué sucede en ese momento?

S: Con el fuego rojo, subo a la luz.

T: Continúa.

S: Hay cualquier cantidad de gente que muere y…

T: Sigue, no te detengas.

S: …Hay cualquier cantidad de luces que suben y no se sabe cuál es tu luz y cuál es tu camino.

T: Sigue.

S: Acá matan a mucha gente por hora. Hay cualquier cantidad de luces. Hay millones de luces.

T: Y entonces, ¿qué haces?

S: Estoy por subir, pero…

T: Pero, ¿qué?

S: …Hay que ver si Dios me va a perdonar con todo lo que hice.

T: Sigue adelante.

S: Hay una casita chiquita. Me tengo que quedar acá.

T: ¿Qué es esa casita?

S: Me tengo que quedar acá por un tiempo… Parece que a mi alma, primero la van a purificar acá.

T: ¿Hay alguien más allí?

S: Hay como unos enanitos. Como si fueran duendecitos.

T: ¿Qué hacen allí?

S: Me hacen pasar por una especie de arco iris. Sí, me metieron en una especie de arco iris.

T: Continúa, ¿qué más?

S: Ahora me dejan en un río o un mar. Parece que tengo que pasar por varios lados.

T: ¿Y qué te dicen cuando estás allí?

S: Nadie me dice nada.

T: Avanza un poco más.

S: Ahora sí. Hay dos o tres seres que me preguntan si quiero volver.

T: ¿Y tú qué dices?

S: Digo que sí. Quiero volver a vivir, pero les digo que quiero vivir de una manera diferente.

T: ¿De qué manera quieres vivir?

S: Les digo que quiero tener una familia bien constituida.

T: ¿Qué más?

S: No me viene nada más.

En el caso de Salvador, hay un par de cosas para comentar. En primer lugar, la confusión que debe de reinar entre las almas desprendidas en una muerte masiva e imprevista como en un bombardeo. Salvador dice que hay millones de luces y no se sabe cuál es la propia luz y el camino a seguir.

Luego, está la conciencia de Salvador de haber actuado mal y la incertidumbre de si Dios lo va a perdonar por todo lo que hizo. Y a renglón seguido, la certeza de que antes de continuar, necesita ser purificado. Y observen que el concepto de la purificación está presente en casi todas las tradiciones. Tanto entre los egipcios, como entre los mayas o la religión cristiana.

Finalmente, y sólo después de haber sido purificado, Salvador está en condiciones de volver a empezar.

Sigamos con las muertes en combate.

***

Muerte en un submarino

Pablo vivía a la defensiva, siempre en guardia, con temor a ser atacado y con tendencia a reaccionar con violencia. Además, tenía serios conflictos en su trabajo. Trabajando este problema, Pablo revivió varias muertes traumáticas que originaron esta pauta de conducta. Aquí van dos de ellas.

Pablo: Estoy… es un submarino.

Terapeuta: ¿Dónde te encuentras en ese submarino?

P: En la torreta. El mar está muy tormentoso y el cielo está oscuro. Hay nubes, pero es como que no quiero.

T: ¿Qué es lo que no quieres?

P: Es como si no quisiera recordarlo.

T: ¿A qué se debe que no quieres recordarlo?

P: Hay algo terrible. Hay…

T: ¿Qué es lo terrible?

P: Nos atacaron bajo el agua. Estamos muriendo ahogados.

T: Sigue adelante. Yo estoy aquí, a tu lado, acompañándote en esta experiencia. Ahora, ve al principio de esta escena. ¿Qué está pasando?

P: Un submarino de guerra.

T: ¿Qué clase de submarino es?

P: No estoy seguro de qué bando.

T: Eso no importa. Sigue adelante con la experiencia. ¿Qué está pasando?

P: Tenemos que sumergirnos porque nos atacan.

T: Eso es. Sigue adelante.

P: Hay que permanecer en silencio mientras nos tiran bombas.

T: Eso es, continúa.

P: Las bombas estallan por todos lados. Lo único que podemos hacer, es permanecer en silencio, oyendo cómo explotan y esperando que ninguna nos dé cerca.

T: Sigue avanzando.

P: Ahora se partió el casco. El agua entra. Morimos todos.

T: Atraviesa por esa experiencia. ¿Qué está pasando?

P: El agua entra con una velocidad enorme. Me cubre antes de que tenga tiempo de hacer nada. Me ahogo.

T: Ahora fíjate. ¿Cuál fue el momento más traumático de esta experiencia?

P: Sentirme cubierto por el agua y estar esperando durante el ataque.

T: ¿Y cuáles son tus reacciones físicas en ese momento?

P: Hay que estar constantemente en tensión, mientras caen las bombas. (Allí está el origen de sus reacciones actuales.)

T: ¿Cuáles son tus reacciones emocionales?

P: Temor, miedo de que nos acierten.

T: ¿Y cuáles son tus pensamientos en esos momentos?

P: Siempre me gustó el submarino, pero no hay nada más indefenso que un submarino atacado.

T: Y eso, ¿cómo te está afectando en tu vida como Pablo?

P: Sentirme indefenso cuando me atacan.

T: Muy bien. Ahora, quiero que veas el momento en que dejas ese cuerpo. ¿Qué está pasando?

P: Me parece que me voy hacia arriba.

T: ¿Qué más?

P: Nada más.

***

Muerte de un guerrero

Pablo se ve como un guerrero antiguo, de barba negra, similar a las figuras asirias.

Pablo: Hay varios vestidos como yo. Somos soldados. Hay alguien que manda; está a caballo. Yo estoy a pie; estamos a pie. Somos muchos.

Terapeuta: Sigue, ¿qué está pasando?

P: No entiendo por qué vamos a la guerra.

T: ¿Y qué sientes con eso?

P: No me importa porque es como ir al trabajo. (Recuerden que Pablo tiene conflictos en el trabajo.)

T: Sigue, ¿qué más?

P: No sé nada más hasta que en otro momento me veo solo.

T: ¿Qué está pasando que te encuentras solo?

P: No sé; hay muertos.

T: ¿Quiénes son los muertos?

P: Parece que fueran de los míos. Están detrás de mí, muertos, tirados en el piso.

T: ¿Qué sientes en esos momentos?

P: Miedo. Yo voy a ser el próximo.

T: Sigue un poco más.

P: Me van a matar, pero antes, yo voy a matar a varios de ellos.

T: Sigue.

P: Tengo mucha furia y miedo, porque sé que no voy a salir con vida.

T: ¿Quiénes son ellos?

P: Parecen una muchedumbre. No tienen armadura como yo. No tienen escudos… están semidesnudos, con taparrabos, pero son muchos.

T: Sigue adelante, un poco más.

P: Los estoy esperando.

T: ¿Qué piensas en esos momentos?

P: No voy a volver a mi casa. No voy a ver mi casa, ni voy a tomar vino con mi esposa. Dentro de un rato, voy a estar muerto.

T: Sigue, ¿qué más?

P: Me gustaría estar a la sombra, en mi casa, en vez de estar acá. Hay mucho sol, mucho calor.

T: ¿Qué sientes en esos momentos?

P: Me siento furioso por tener que morir de esta manera. Pienso que si los ataco, todo se terminaría más rápido. Pero yo quiero estirar esto para no morir tan pronto.

T: Y entonces, ¿qué pasa?

P: Se me caen las armas de la mano. Todo parece inútil. Se me vienen encima y quisiera correr.

T: ¿Qué sientes en esos momentos?

P: Una rabia sorda. No vale la pena pelear por eso.

T: Sigue, ¿qué más?

P: Tiro las armas. Los espero. Tengo miedo. Gritan.

T: ¿Qué gritan?

P: No entiendo lo que dicen. Parecen primitivos. Las lanzas tienen puntas de piedra. Cuando me atacan… arrojan sus lanzas…

T: Sigue.

P: …Caigo… me duele la garganta… tengo sangre en la boca… me ahogo…

T: Sigue, ¿qué más?

P: Me ahogo, nada más. Estoy ahí, tirado.

T: ¿Dónde estás ahora?

P: No sé.

T: ¿Estás dentro o fuera del cuerpo?

P: Arriba.

T: ¿Qué sientes cuando estás allí?

P: Estoy tranquilo.

T: ¿Qué piensas?

P: Me da un poco de pena.

T: Muy bien. Ahora, retrocede un poco, y fíjate. ¿Cómo sales del cuerpo?

P: Es como si saliera de la cabeza.

T: ¿De qué parte de la cabeza?

P: De la parte superior.

T: ¿Y qué sientes cuando vas saliendo del cuerpo?

P: Estoy enojado por haber muerto de una manera tan estúpida.

T: Ahora fíjate si, en esos momentos, tomaste alguna decisión que pueda estar afectando tu vida actual.

P: No quiero dejarme conducir. No quisiera dejarme conducir de nuevo. Me parece patético, ahora, ver el cadáver tirado ahí, solo. (Vuelve a surgir su conflicto con el trabajo y esencialmente con la autoridad.)

T: ¿Y cuál fue el momento más traumático, más difícil, de esta experiencia?

P: El saber que no iba a volver a casa.

T: ¿Cuáles son tus sensaciones y pensamientos en esos momentos?

P: No entiendo por qué. Fui a una guerra de conquista. Era un pueblo inferior, menos civilizado. Fuimos a conquistarlos… Nos ganaron.

T: Y todo esto, ¿cómo se relaciona con tus dificultades con el trabajo?

P: Odio que me manden.

Observen que Pablo revive dos muertes en combate y, en la primera, a pesar de ser más cercana en el tiempo, nos brinda menos detalles que en la segunda, que teóricamente es más lejana. Para el alma, no hay tiempo. Todo está allí, y la vivencia depende más de la intensidad del momento y de las emociones experimentadas que de la cercanía en el tiempo lineal.

Ambas experiencias están directamente relacionadas con la problemática actual de Pablo: sus reacciones violentas cuando se siente atacado y el odio a que lo manden, origen de sus conflictos laborales. Para Pablo, ir a la guerra era como ir al trabajo, y uno puede imaginar que, en la actualidad, esto debe de funcionar a la inversa.

Observen, también, cómo varía el momento más difícil para cada persona. Para María, lo difícil era enfrentarse a la gente. Pablo se enfrenta a una muchedumbre que lo ataca con lanzas y, sin embargo, lo más difícil para él, fue saber que no volvería a ver su casa, ni tomar vino con su esposa.

En la segunda muerte, Pablo nos dice que sale del cuerpo por la cabeza. Se puede salir por varios lugares. Los tibetanos dicen que lo ideal es hacerlo por la cabeza, como lo hizo Pablo, porque esto asegura la entrada en los mundos superiores.

Finalmente, Pablo nos señala la paradoja de ir de conquista y ser derrotado por un pueblo inferior.

***

Muerte de un guerrero romano

La siguiente es una experiencia insólita por el personaje involucrado y valiosa porque Ángel, el protagonista, al igual que Héctor, no tenía idea acerca de mi trabajo, ni conocimiento de la vida espiritual. Ángel vino a verme por sus trastornos de conducta y, de entrada, se vio envuelto en una experiencia que lo sobrepasó por completo. Por momentos, se resistía a seguir, extrañado por sentirse en dos lugares, cuerpos y tiempos diferentes, al mismo tiempo. Pero las sensaciones físicas eran fuertísimas y no podía sustraerse a ellas. Finalmente, completó la regresión y se fue muy contento y aliviado. Lo que veremos ahora, es el final de esa regresión, cuando le pido que reviva una vez más, el momento de su muerte.

Terapeuta: Retrocede un poco antes de tu muerte.

Ángel: Estoy en una carpa grande, como de circo y… estoy yo… sentado…

T: ¿Qué estás haciendo allí?

A: Estoy planeando todo… planeando un ataque. Hay… subordinados alrededor de mí —agitándose.

T: Sigue.

A: ¡Nadie los vio llegar! ¡Manga de idiotas! ¡Cayeron encima!… ¡En plena luz del sol! ¡Los per…sas!

T: Sigue adelante.

A: ¡Mi propio hermano es un traidor! No puedo más.

T: Sigue un poco más.

A: ¿Cómo llegaron a mí? ¡Tanta gente muerta para llegar a mí!… ¡Mis soldados!… ¡No! ¿Por qué voy a escapar? ¡Cobardes! ¡Voy a luchar!…

T: Eso es. Sigue un poco más.

A: No puedo. Estoy acá y estoy allá.

T: Eso es. Exactamente así. Al mismo tiempo. No hay tiempo. Todo está en tu alma. Sigue adelante.

A: Te escucho a vos.

T: Eso es, yo estoy ahí, con vos, acompañándote.

A: Sí, pero no lo ves.

T: No importa. Mi voz te acompaña. Vamos, sigue adelante. Esto es muy importante para vos. Yo estoy a tu lado. Por duro o difícil que sea esto, atraviesa por esta experiencia para terminar con todo esto para siempre. Sigue adelante. ¿Qué está pasando?

A: ¡Se me vienen encima! ¡Lucho! ¡Los puedo! Son tan petisos… pero no puedo. Me agoto. Me agoto tanto… mis brazos… mis heridas…

T: ¿Quiénes son los que te atacan?

A: Los persas, los persas… pero… no, no, es otra tribu.

T: Sigue adelante.

A: Mato y mato y mato, pero no me dan más los brazos… Me van a despachar…

T: Sigue un poco más.

A: Grito… grito… me gritan… ¡Mialorco! Me doy vuelta… ¿Por qué recuerdo mi nombre?

T: ¿Qué nombre es ese?

A: ¡Mialorco! —estremeciéndose—. ¿Por qué me dicen Mialorco?

T: Sigue adelante.

A: Somos pocos. Somos mil hombres, nada más. Son unas hordas… ¡Odio a los oficiales! ¡Los odio! Hasta el fin de los tiempos, serán cobardes los oficiales. ¡Malditos! Sabían que íbamos a morir todos. ¡H… de p…! ¡Traidores!

T: Sigue un poco más.

A: Mis decuriones me decían…

T: ¿Sí?

A: …¡Pompeyo, hijo de puta! ¡Pompeyooooo! ¡Hijo de puta! —gritando violentamente y retorciéndose de rabia—. ¡Traidor!!!

T: Eso es. Sigue adelante.

A: ¡Estoy muerto y estoy acá! —sorprendido y azorado.

T: Retrocede un momento antes de tu muerte. Al momento exacto en que te clavan la espada.

A: ¡Ahhh!

T: Eso es. Siente el impacto. ¿Qué estás sintiendo?

A: ¡Frío! ¡Frío! Miro mi espada… Miro esa espada oxidada. Miro a mi alrededor… caigo… Agarro mi espada. ¡No puedo! ¡Mi espada! No… pue… do… mo… verme —con la voz entrecortada—. No tengo fuerza.

T: Eso es, sigue un poco más.

A: Mi cuerpo cae… me empujan más la espada. Siento que llega hasta el piso.

T: Eso es. Sigue hasta desprenderte del cuerpo.

A: ¡Ahhh! No puedo, estoy acá.

T: No importa. Sigue hasta donde puedas.

A: No siento nada. Parece… que comienzo a elevarme… como si algo me absorbiera.

T: Eso es, sigue un poco más.

A: ¡No tengo forma! —totalmente sorprendido—. ¡Me miro y no tengo forma! (Vean qué notable. Es una experiencia totalmente virgen, sin conocimiento previo y está descubriendo que no tiene forma. ¡Está volviendo a ser esencia!)

T: Eso es. ¿Dónde está tu cuerpo?

A: Lo estoy mirando, abajo. Se va alejando. Lo siguen ensartando con lanzas y no siento nada, y me río.

T: Eso es, un poco más.

A: Lo quiero agarrar y no puedo. Quiero desquitarme de mi asesino y no puedo.

T: Eso es, muy bien. Sigue adelante.

A: Pero siento que muero en buena ley. Si yo maté, ¿por qué no me van a matar a mí? Mirá vos, che.

T: Eso es, sigue adelante.

A: Ya no veo nada más. Todo es blanco, todo es energía.

T: Eso es, sigue un poco más.

A: Parece que soy el dueño del universo. No hay trabas, no hay nada, no hay barreras. Voy para cualquier lado, pero no veo nada.

T: Y fíjate. ¿Hay alguien allí, que te reproche algo? ¿Hay alguien allí que te señale con el dedo?

A: ¡No! Me dan a entender que… Parecen dioses… son… masas energéticas… ni los veo. Parecen masas energéticas.

T: ¿Y qué te dan a entender?

A: Felicidad. Son evoluciones. Son caminos… Pero no tengo nombre… No soy nada… No tengo forma… Me miro… y no me veo.

T: ¿Qué eres?

A: Nada

T: Fíjate bien, ¿qué eres?

A: Energía… energía... —silencio prolongado.

T: ¿Qué está pasando?

A: Estoy siendo absorbido por un túnel negro. Se terminó la paz… Veo mi casa… Veo mi madre… mi padre… Soy chiquito… Ya estoy acá… en este mundo.

T: Sigue un poco más.

A: Ya estoy acá —con tono de desilusión y como resignado.

T: ¿Y para qué vienes esta vez?

A: Tengo que seguir evolucionando… son pruebas…

T: ¿Y cuál es la prueba esta vez?

A: Dios dirá… ¡Qué extraño, che!

T: ¿Hay algo más que quieras decir?

A: No, no se me ocurre nada más.

Apenas abrió los ojos, Ángel dijo:

—¡Qué bárbaro! Siento como si me hubiera sacado una mochila de basura.

¿Es necesario que diga algo sobre esta experiencia? Puedo asegurarles que fue tremendamente vívida y real. Ángel ni siquiera llegó a extenderse sobre la alfombra. Sentado sobre el piso, recostado contra el sofá, apenas cerró los ojos su cuerpo comenzó a sacudirse con convulsiones espasmódicas. Como si una energía violenta se hubiera apoderado de él. Tal vez la misma que le ocasionaba sus problemas de conducta. Tal vez fuese la bronca y la rabia no agotadas de su personaje anterior. Tomen nota de que en reiteradas ocasiones, a lo largo de la sesión, Ángel exclamaba sorprendido que estaba allá y aquí al mismo tiempo. Veía su cuerpo muerto y al mismo tiempo estaba aquí. Y esto es fundamental para el tema que estamos tratando. Ángel estaba vivenciando su muerte como Mialorco y al mismo tiempo tenía conciencia de ser Ángel. Él mismo se preguntaba azorado: “¿Por qué recuerdo mi nombre?”. ¡Por favor, registren este hecho! Porque ésta es la experiencia absoluta, que nos da la certeza interior de la continuidad de nuestra conciencia. La certidumbre de que nuestra esencia no se pierde. La seguridad de que seguimos siendo más allá del cuerpo. ¡No importa la muerte del cuerpo! La muerte es una ilusión. Mejor dicho, es el fin de la ilusión. Es volver a ser lo que se es. Repasen todo lo que va experimentando y descubriendo Ángel, paso a paso. ¡Ésta es su primera experiencia! Aquí no hay preconceptos de ninguna especie. Y Ángel nos dice: “No tengo forma, no tengo nombre, me miro y no me veo, no soy nada, soy energía, soy el dueño del universo”. Ni siquiera hay imágenes preconcebidas. La forma y el nombre pertenecen al mundo material. Ángel experimenta lo que decía Apolonio: el pasaje de la sustancia a la esencia. ¡Vive la experiencia de ser esencia! Y también comprueba lo que explican los maestros tibetanos. Allí, en el espacio, hay una oportunidad para liberarse de la necesidad de volver al cuerpo. Pero cuando aparece la imagen de los futuros padres, ya no hay posibilidad de evitar la entrada en la matriz. Y Ángel lo experimenta exactamente así, cuando dice resignado: “Se terminó la paz, ya estoy acá, en este mundo”.

Les propongo que se tomen un respiro y que mediten sobre esta experiencia, antes de seguir adelante.

***

Muerte por decapitación

Experiencia de Rubén, 40 años, contador.

Rubén: Veo luces, como si fueran antorchas.

Terapeuta: ¿Dónde te encuentras?

R: Estoy encerrado en una caverna. Hay mucha gente allí dentro. Me hablan, me piden que los ayude.

T: ¿Cómo eres allí?

R: Soy grande, canoso, con barba. Tengo puesta una túnica antigua, sandalias… nos van a matar.

T: ¿Quiénes los van a matar?

R: Los romanos. Por ser católicos nos van a matar.

T: Sigue.

R: Me voy yendo para arriba. Está desapareciendo la imagen.

T: Retrocede un poco. Cuento hasta tres y retrocede un poco antes de irte para arriba. Uno… dos… tres.

R: La gente llora. Estamos todos encadenados. Hay una antorcha encendida. Sé que me llamo José. Sé que soy el más viejo.

T: Eso es, sigue adelante.

R: Los tengo que ayudar. Pero, ¿cómo? Si estamos encerrados… Nos van a matar.

T: Sigue, ¿qué más?

R: Me siento en el piso. No puedo hacer nada. Me duele la sien…

T: Sigue.

R: Otra vez me voy para arriba. ¡Cómo me voy!

T: Retrocede un instante antes de irte para arriba.

R: Tengo miedo. Sé que me van a matar. No sé qué hacer.

T: ¿Qué sientes o piensas en esos momentos?

R: Desesperación. Las cadenas no me dejan mover. Siento gritos que me llaman. Me duele la cabeza.

T: Sigue, ¿qué más?

R: Van a abrir la puerta. Se abre… nos llevan… Nos van a cortar la cabeza. A mí primero. Estoy seguro, porque soy el más viejo.

T: Sigue, no importa lo que sea.

R: Los que nos llevan se ríen. Son soldados romanos.

T: Sigue.

R: Yo me caigo en el camino. Me pegan.

T: Sigue un poco más.

R: Me está esperando uno con un sable enorme. No es un hacha.

T: Sigue un poco más. Yo estoy acá, a tu lado.

R: Hay como cuerpos alrededor de la piedra.

T: Sigue.

R: Apoyé la cabeza.

T: Sigue.

R: Me van a matar... ¡Pffffffff!

T: ¿Qué pasó?

R: Me cortó la cabeza. Ahí me estoy yendo.

T: Sigue un poco más.

R: Veo muchas luces blancas. Miles de lamparitas. Me voy para arriba. (Igual que Salvador en el bombardeo.)

T: ¿Qué más?

R: No sé.

T: Muy bien. Ahora fíjate, ¿cuál fue el momento más difícil de esta experiencia?

R: Cuando me llevaban a cortarme la cabeza.

T: Y fíjate, en esos momentos, ¿qué estás experimentando?

R: No tengo fuerzas ni para levantarme.

T: Eso es, ¿qué más?

R: Desesperación, miedo, terror, pánico. Siento que no tengo solución.

T: Eso es. ¿Y qué estás pensando en esos momentos?

R: ¿Qué pasará después? ¿Qué va a pasar después?

T: Y ahora fíjate, ¿qué sientes en el momento en que te cortan la cabeza? Experimenta ese momento, ¿qué estás sintiendo?

R: Frío, mucho frío.

T: Ahora, continúa hasta desprenderte de ese cuerpo.

R: Estoy viendo mi cuerpo caído a un costado. Me voy.

T: Sigue, ¿qué más?

R: No veo nada más. No encuentro nada más.

Rubén nos muestra una constante que se repite en las muertes por decapitación, ya sea por hacha, espada o guillotina. No hay dolor. La sensación invariable es muy simple: frío. Lo mismo experimentó Ángel, cuando le clavaron la espada.

Lo terrible, lo traumático, es la espera previa. Allí están el pánico, la impotencia, la bronca, la rabia y la incertidumbre de lo que sucederá después. Rubén lo expresa claramente. ¿Qué pasará después? Mas en el momento del impacto, sólo sintió frío y, casi simultáneamente, se fue para arriba.

El viaje del alma

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