Читать книгу Tipos trashumantes: cróquis á pluma - José María de Pereda - Страница 4

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Los pueblos, como los hombres, tienen dos fisonomías, por lo menos (algunos hombres tienen muchas): la que les es propia por carácter o naturaleza, o, como si dijéramos, la de todos los días, y la de las circunstancias; es decir, la de los días de fiesta.

La que en este concepto corresponde a la perínclita capital de la Montaña, la forma esa muchedumbre que la invade, en cada año, durante los meses del estío, para buscar en ella quién la salud, quién la frescura y el sosiego, ora en las salobres aguas del Cantábrico, ora contemplando y recorriendo el vario paisaje que envuelve a la ciudad, mientras la raza indígena la abandona y se larga por esos valles de Dios ansiando la soledad de la aldea y la sombra de sus castañeras y cajigales.

Para los que solo se fijan en la variedad de matices y en la movilidad de los pormenores, esta fisonomía es híbrida, abigarrada, indefinible e inclasificable.

Para un ojo ducho en el oficio, es todo lo contrario. Hay en ese movimiento vertiginoso, en ese trasiego incesante de gentes exóticas que van y vienen, que suben y bajan, que entran y salen, rasgos, colores y perfiles que sobrenadan siempre, y se reproducen de verano en verano, como el aire de familia en una larga serie de generaciones. ¿No es todo esto una fisonomía como otra cualquiera?

Por tal la juzgo, y muy digna la creo, por ende, de ser registrada en el libro de apuntes de quien se precie de pintor escrupuloso de costumbres montañesas.

Y como quiera que yo, si no tengo mucho de pintor, téngolo de escrupuloso, abro mi librejo, y apunto..., pero, entiéndase bien, sin otro fin que refrescar la memoria del que leyere, y con la formal declaración de que «cuando pinto, no retrato.»

Tipos trashumantes: cróquis á pluma

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