Читать книгу Principios de una psicoterapia de la psicosis - José María Álvarez - Страница 10
Psicoterapia: las palabras y la transferencia
ОглавлениеEl antiguo término psicoterapia quiere decir tratamiento anímico o terapéutica psíquica. Según recuerda el estudioso Pedro Laín Entralgo, Platón fue el «inventor de la psicoterapia verbal». En Cármides, le dio forma paulatinamente mediante el empleo del vigoroso y sutil empeño racionalizador. La antigua epôdê (encantación recitada o cantada) racionalizadora adquiere en el texto platónico una nueva consistencia, el llamado lógos kalós (bello discurso), a partir del cual la terapéutica anímica incorpora ciertos rudimentos técnicos1.
Los historiadores del mundo antiguo suelen considerar a Antifonte, contemporáneo de Sócrates, el primer psicoterapeuta profesional. Según recoge Pseudo-Plutarco, fue este filósofo ateniense quien creó un arte para curar los pesares del alma, una especie de terapia equivalente a la que prescriben los médicos a los enfermos del cuerpo. En Corinto,
[…] donde tenía dispuesta una consulta junto al ágora, anunció que podía curar mediante palabras a los deprimidos (yous lypouménous) y, tras indagar las causas, consolaba a los enfermos2.
Este tipo de terapias anímicas alcanzó su máximo esplendor durante el periodo helenístico, sobre todo gracias a los epicúreos y los estoicos, y en menor medida también a los escépticos. Pese a sus llamativos contrastes, a buen seguro que todos ellos podrían haber suscrito la conocida máxima de Epicuro según la cual:
Vana es la palabra del filósofo que no remedia ningún sufrimiento del hombre. Porque así como no es útil la medicina si no suprime las enfermedades del cuerpo, así tampoco la filosofía si no suprime las enfermedades del alma3.
Y una de las formas principales de aliviar al afligido mediante la palabra confortadora fue la consolatio, género literario en el que destacó sobre todo Séneca:
[El lenguaje sencillo] Penetra y arraiga con más facilidad [en el alma], ya que no precisa de palabras copiosas, sino eficaces4.
Palabras hermosas, enfáticas, prohibitorias, paradójicas, admonitorias o de otro tipo, pero palabras, en definitiva, con las que el filósofo moral trataba de aliviar a los afligidos. De forma general, todas las escuelas clásicas atribuyeron un papel esencial a la palabra en la sanación de las enfermedades anímicas. Sin embargo, conviene destacar que los ideólogos de estas corrientes o sectas, además de a la palabra, asignaron a la relación entre el doliente y el filósofo terapeuta una función decisiva. Sin la relación con el afligido, las palabras y otras influencias se deprecian y las expectativas de cambio se tornan quimeras. Está claro que el filósofo terapeuta debe ocupar el papel de mediador. Y desde esa posición, el sufriente puede dar el paso de la stultitia a la sapientia:
Proclama [el filósofo] —observó Michel Foucault— que es el único capaz de lograr que el individuo pueda quererse a sí mismo y finalmente alcanzarse, ejercer su soberanía sobre sí y encontrar en esa relación la plenitud de su felicidad. Ese operador que se presenta es, por supuesto, el filósofo. [...] Y ésta es una idea que encontramos en todas las corrientes filosóficas, sean cuales fueren5.
Más de veinte siglos después, esos dos elementos, la palabra y la transferencia, se convertirían con Freud en los dos grandes pilares del tratamiento psíquico.
Con el título de «Sobre psicoterapia», en 1905 Freud publicó un breve texto que le había servido como guía para la conferencia pronunciada en el Colegio de Médicos de Viena un año antes. En él señalaba que la psicoterapia aporta diversos procedimientos y que cualquiera de ellos que conduzca al fin propuesto, a la curación del enfermo, puede considerarse bueno. Es verdad que Freud no buscaba la curación a cualquier precio ni hacía de ella el objetivo primero del psicoanálisis, como dejó dicho en numerosos comentarios. Ahora bien, del mismo modo que se mostraba receloso de curar de cualquier forma, también esperaba —como destaca en el último párrafo de este artículo— que el psicoanálisis contribuyera con resultados positivos al tratamiento de casos graves de psiconeurosis. En cambio, con la psicosis se mostraba apocado, al menos de momento. Creía que había que reservar las fuerzas para aquellos pacientes en los que el psicoanálisis pueda desplegarse en todo su poderío:
Las psicosis, los estados de confusión y de desazón profunda (diría: tóxica), son, pues, inapropiados para el psicoanálisis, al menos tal como hoy lo practicamos. No descarto totalmente que una modificación apropiada del procedimiento nos permita superar esa contraindicación y abordar así una psicoterapia de las psicosis6.
Algunos años después, cuando el psicoanálisis alcanzó ciertas resonancias sociales, Freud consideró que su práctica no podía limitarse a los consultorios privados y centrarse en los grandes burgueses. Es cierto que para traspasar ese perímetro, según advirtió, era necesaria una modificación del método. Conforme a este parecer, en 1918 señaló que cuando el Estado favorezca la creación de instituciones, sanatorios o lugares de consulta con psicoanalistas, se nos planteará la tarea de adecuar nuestra técnica a las nuevas condiciones, cosa que obligará a expresar de forma más simple e intuitiva las doctrinas teóricas. Y añadió:
Es posible que en muchos casos sólo consigamos resultados positivos si podemos aunar la terapia anímica con un apoyo material, al modo del emperador José. Y también es muy probable que en la aplicación de nuestra terapia a las masas nos veamos precisados a alear el oro puro del análisis con el cobre de la sugestión directa, y quizás el influjo hipnótico vuelva a hallar cabida, como ha ocurrido en el tratamiento de los neuróticos de guerra. Pero cualquiera que sea la forma futura de esta psicoterapia para el pueblo, y no importa qué elementos la constituyan finalmente, no cabe ninguna duda de que sus ingredientes más eficaces e importantes seguirán siendo los que ella tome del psicoanálisis riguroso, ajeno a todo partidismo7.
Inventado inicialmente para el tratamiento de pacientes adultos neuróticos de la burguesía en el marco del consultorio privado, el psicoanálisis fue gradualmente prolongando su espectro a la locura, la infancia y la gente de a pie. Esta ampliación de miras se acompañó de importantes variaciones del método clásico. Y tocante a la locura, el oro puro del análisis habría de mezclarse necesariamente con otros elementos, como detallaré más adelante.
Sea en el ámbito de la infancia, de la locura o cualquier otro, después de Freud cualquier psicoterapia que se muestre respetuosa con el sujeto y favorezca el entendimiento de sus desdichas cuenta con dos aliados principales: las palabras y la transferencia. Ahora bien, es evidente que sin la transferencia esas palabras o píldoras de la medicina del alma, en el mejor de los casos, se las puede llevar el viento; y, en el peor, esas mismas palabras pierden sus propiedades farmacológicas beneficiosas y se degradan en venenos. En el caso de la locura, el principal poderío de la psicoterapia reside sobre todo en la transferencia. Esta es la tesis que intentaré demostrar aquí mediante múltiples argumentos.