Читать книгу La fe en tiempo de crisis - José Maria Castillo - Страница 6

La fe de los «ateos», según los evangelios

Оглавление

Una de las mayores sorpresas que uno se lleva cuando lee con atención los evangelios sinópticos es que, en ellos, el tema de la fe y de la falta de fe se presenta de tal forma que todo el asunto de las creencias se nos descoloca. Y se nos descoloca hasta el extremo de que, según Jesús, resulta que tienen fe aquellos de quienes un teólogo de ahora jamás diría que son creyentes, mientras que, por el contrario, no tienen fe (o apenas la tienen) los hombres de los que los mejores consejeros teológicos del Vaticano nos dirían que son el «cimiento» sobre el que se edifica la comunidad de los creyentes (Ef 2,20).

Empezando por los que tienen fe, los evangelios aseguran que el hombre con más fe que encontró Jesús fue el comandante pagano de una centuria que estaba al servicio de Herodes (Mt 8,5 par). Flavio Josefo informa que Herodes contaba con este tipo de militares (Ant., 18, 113 s). Hombres que tenían al Emperador por un verdadero Dios, ipse deus, como dicen las Églogas de Calpurnio Sícolo (1, 42-47; 63, 84-85). Pues bien, de un militar, que estaba obligado a tomar en serio estas creencias (cf. P. Grimal, La civilización romana, Barcelona, Paidós, 2007, p. 88), Jesús dijo: «Os aseguro que en ningún israelita he encontrado tanta fe» (Mt 8,10). Jesús califica como fe, no las ideas o las prácticas religiosas, sino «el comportamiento de una persona» (Ulrich Luz). Y pondera esa fe hasta la admiración. ¿Por qué? Sencillamente, porque aquel hombre era tan buena persona que no soportaba el sufrimiento de un niño. Y se fiaba plenamente de Jesús. Eso es todo.

Esta situación se repite en el caso de la mujer fenicia de Siria, que era pagana (Mc 7,26). Esta mujer le pide a Jesús la curación de su hija. Y lo hace con extrema paciencia y humildad (Mt 15,21-27). La respuesta de Jesús fue inmediata: «¡Qué grande es tu fe, mujer!» (Mt 15,28). De nuevo, Jesús califica de «fe grande», no las creencias, sino la conducta tan profundamente humana de aquella mujer. Lo mismo que, en otras circunstancias, se repite en el caso de la curación del leproso samaritano, que fue purificado de la lepra junto a nueve judíos (Lc 17,11-19). Los judíos eran los que creían y practicaban la religión «verdadera». Por eso acuden a los sacerdotes para cumplir con las normas religiosas y con eso se ven como los religiosos observantes cabales. El samaritano, por el contrario, como no creía ni en la sedicente religión verdadera, ni se sentía obligado a observar las normas establecidas, vio que lo único que tenía que hacer era portarse bien con quien lo había curado y expresarle el debido agradecimiento (Lc 17,15-16). La respuesta de Jesús fue elocuente: «Tu fe te ha salvado» (Lc 17,19). Lo que no cuadra con las teorías teológicas «oficiales» sobre la fe. Porque, como es sabido, los samaritanos del tiempo de Jesús eran tenidos como herejes impuros (Lc 9,52; Jn 4,9; 8,48; cf. X. Léon-Dufour). Y es que, en los evangelios, cuando Jesús habla de la «salvación» que es fruto de la fe, utiliza la fórmula: «Tu fe te ha salvado» (Mc 5,34; Mt 9,22; Lc 8,48; cf. Mc 10,52; Mt 8,10.13; 9,30; 15,28; Lc 7,9; 17,19; 18,42). Se trata de la salvación de situaciones humanas de sufrimiento. Lo cual quiere decir que, para Jesús, la fe no está vinculada a unas verdades que se creen o a unas prácticas religiosas que se observan. La fe, para los evangelios, se relaciona directamente con una forma de vivir, que puede no tener relación directa con la religión, sino con la ejemplaridad de la persona.

Esto exactamente es lo que dicen los tres sinópticos cuando presentan el enfrentamiento final de Jesús con los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo (Mt 21,23; Mc 11,27; Lc 20,1). En este enfrentamiento se afirma que los supremos dirigentes religiosos «no creyeron» (oùk episteúsate) (Mt 21,25b par), mientras que el «pueblo» (óchlos) es el que aceptó la forma de vida que representaba Juan Bautista (Mt 21,26 par). Y a reglón seguido, el evangelio de Mateo lleva hasta el extremo de la provocación todo este asunto, al decir que fueron los hombres de la religión los que «no creyeron» al Bautista, en contraste escandaloso con los publicanos y las prostitutas, que fueron los que le «creyeron» (Mt 21,32).

La fe en tiempo de crisis

Подняться наверх