Читать книгу Las Travesuras de Naricita - José Monteiro Lobato - Страница 11

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V. La costurera de las hadas

Después de la cena, el príncipe llevó a Naricita a la casa de la mejor costurera del reino. Era una araña de París que sabía hacer unos vestidos lindos, lindos a más no poder. Ella misma tejía la tela, y ella misma inventaba las modas.

–Doña Araña –dijo el Príncipe– quiero que haga el vestido más bello del mundo para esta ilustre dama. Voy a dar una gran fiesta en su honor y quiero verla deslumbrar a la corte.

Y al decir eso se retiró. Doña Araña tomó la huincha de medir y, con la ayuda de seis arañitas muy hábiles, empezó a tomar las medidas. Después tejió, deprisa, deprisa, una tela de color rosa con estrellitas doradas, la cosa más linda que se pueda imaginar. Tejió también unas piezas de cintas y piezas de encaje y piezas de sesgo… hasta fabricó carreteles de hilo de seda.

–¡Qué belleza! –exclamaba la niña cada vez más admirada con los prodigios de la costurera–. Conozco muchas arañas en la casa de mi abuela, pero ellas solo saben tejer telas para atrapar moscas. Ninguna es capaz de hacer ni un pañito de delantal…

–Es que yo tengo mil años de edad –explicó Doña Araña–, y soy la costurera más vieja del mundo. Aprendí a hacer todas las cosas. Trabajé durante mucho tiempo en el reino de las hadas. Fui quien le hizo el vestido de baile a Cenicienta y casi todos los vestidos de boda de casi todas las chicas que se casaron con príncipes encantados.

–¿Y también cosió para Blancanieves?

–¡Claro! Fue justamente cuando estaba tejiendo el velo de novia de Blancanieves que quedé incapacitada. Unas tijeras me cayeron sobre el pie izquierdo, y el hueso en ese lugar se rompió. Fui tratada por el doctor Caracol, quien es un muy buen doctor. Sané, pero quedé manca para el resto de la vida.

–¿Usted cree que ese doctor Caracol sea capaz de curar a una muñeca que nació muda? –preguntó la niña.

–Sí, la cura. Él tiene unas píldoras que curan todos los males, excepto cuando el enfermo se muere.

Mientras conversaban, Doña Araña seguía trabajando en el vestido.

–Está listo –dijo al final–. Vamos a probarlo.

Naricita se puso el vestido y fue a mirarse al espejo.

–¡Qué belleza! –exclamó aplaudiendo–. ¡Estoy como un cielo despejado!…

Y estaba así de linda. Linda, tan linda en su vestido de tela color rosado con estrellitas de oro, que hasta al espejo se le salieron los ojos de asombro.


Trayendo en seguida su cofre de joyas, Doña Araña puso sobre la cabeza de la niña una diadema de rocío y brazaletes de rubíes del mar en los brazos, y anillos de brillantes del mar en sus dedos, y hebillas de esmeraldas del mar en los zapatos, y una gran rosa del mar en el pecho.

Naricita quedó aún más linda, tanto más linda que el espejo abrió un poco más los ojos y comenzó a abrir la boca.

–¿Listo? –preguntó la niña, deslumbrada.

–Espere –respondió Doña Araña Costurera–. Faltan los polvos de mariposa.

Y ordenó a sus seis hijitas que trajesen las cajas con polvo de mariposa. Eligió el más adecuado, que era el famoso polvo tornasol. Tanto era lo que brillaba que parecía polvo de cielo sin nubes mezclado con polvo de sol que acaba de nacer. ¡Empolvada quedó la niña como un sueño dorado! Linda, tan linda, pero tanto más, más, más linda, que el espejo abrió los ojos aún más, más, más, hasta que… ¡crack!… se trizó de arriba a abajo en seis fragmentos.

En vez de enojarse por eso, como Naricita temía, doña Araña se puso a bailar de alegría.

–¡Gracias al cielo! –exclamó con un suspiro de alivio–. Por fin llegó el día de mi libertad. Cuando nací, un hada rezongona, que detestaba a mi pobre madre, me convirtió en araña, y me condenó a vivir de las costuras mi vida entera. Entonces, en ese mismo instante, un hada buena apareció, y me dio ese espejo con estas palabras: “En el día en que hagas el vestido más lindo del mundo, dejarás de ser una araña y serás lo que quieras.”

–¡Qué bien! –celebró Naricita–. ¿Y en qué se va a transformar?

–No lo sé todavía –respondió la araña. –Tengo que consultarle al Príncipe.

–Sí, pero no se convierta en nada antes de hacer con estos retazos un vestido para Emília. La pobrecita no puede ir al baile así, desvestida como está ahora.

–Ya es tarde, pequeña. El encantamiento se rompió; ya no soy costurera. Pero mis hijas le podrán hacer un vestido a la muñeca. No será gran cosa, porque no tienen mi experiencia, pero servirá ¿Dónde está la señora Emília?

Naricita no sabía. Después de que le robó los anteojos a la vieja y salió corriendo, nadie más vio a la muñeca.

Doña Araña se dirigió a sus seis arañitas.

–Mis hijas –les dijo– el encanto se ha quebrado y pronto me transformaré en lo que quiera. Por lo tanto, voy a abandonar esta vida de costurera y les voy a dejar en mi lugar. El encantamiento continúa en ustedes. Cada una debe conservar un trozo del espejo y pasar la vida cosiendo hasta que consiga hacer un vestido tan bonito que lo quiebre de admiración, como ocurrió con el espejo grande.

En esto, apareció el Príncipe. Naricita le contó toda la historia, incluyendo la confusión de la araña sobre la decisión de lo que habría de ser.

El Príncipe indicó que a su reino le faltaban sirenas, y que sería muy de su agrado que se transformase en una.

–¡Nunca! –protestó Naricita, que era de muy buenos sentimientos–. Las sirenas son unas criaturas malvadas, cuyo mayor placer es hundir navíos. Antes mejor transfórmese en princesa.

Hubo una gran discusión, sin que nada fuese decidido. Al final la araña optó por no transformarse en nada.

–Creo que es mejor quedarme como soy. Así, manca de una pierna, si me convierto en princesa seré la Princesa Manca, si me convierto en sirena, seré la Sirena Manca, y todos se burlarán de mí. Además, como ya he sido araña por mil años, estoy acostumbradísima.

Y siguió siendo araña.

Las Travesuras de Naricita

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