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I. Naricita

En una casita blanca, allá en la Parcela del Pájaro Carpintero Amarillo, vive una viejita de más de sesenta años. Se llama Doña Benta. Quien pasa por el camino rural y la ve en la terraza, con el canastito de costura en el regazo y los anteojos de oro en la punta de su nariz, sigue su camino pensando:

–Qué tristeza vivir así tan sola en este desierto…

Pero se engaña. Doña Benta es la más feliz de las abuelas, porque vive en compañía de la más encantadora de las nietas: Lucía, la niña de la naricita respingada, o Naricita, como todos le dicen. Naricita tiene siete años, es morena como una pomarrosa, le gustan mucho las cabritas y ya sabe hacer unas bolitas de yuca bien sabrosas.

En la casa viven además dos personas: la Tía Nastácia, una señora negra muy querida por la familia que se hizo cargo de Lucía cuando era pequeña, y Emília, una muñeca de trapo con el cuerpo bastante desastrado. Emília fue hecha por la Tía Nastácia, con ojos de carrete de hilo negro y las cejas tan arriba que hacen que parezca una bruja. A pesar de esto, Naricita la quiere mucho; no almuerza ni cena sin tenerla a su lado, ni se acuesta sin primero acomodarla en una hamaquita colgada entre las dos patas de una silla.

Además de la muñeca, el otro encanto de la niña es el arroyo que pasa por la parte trasera del pomar. Sus aguas, muy rapiditas y chismosas, corren por entre las negras piedras de limo.

Todas las tardes, Lucía toma la muñeca y se va a pasear a la orilla del agua, donde se sienta en la raíz de un viejo árbol pacay para dar migas de pan a los pececitos lambaris.

No hay pez en el río que no la conozca, por lo que, cuando aparece, todos acuden muy hambrosos. Los más pequeños se ponen más cerquita, los más grandotes parecen desconfiar de la muñeca, por lo que se quedan recelosos, mirando de reojo desde lejos. Esta entretención le toma horas a la pequeña, hasta que aparece la Tía Nastácia en la cerca del pomar y grita con su voz sosegada:

–¡Naricita, la abuela te está llamando…!


Las Travesuras de Naricita

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