Читать книгу Las Travesuras de Naricita - José Monteiro Lobato - Страница 9

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III. En el palacio

El Príncipe consultó su reloj.

–Es la hora de la audiencia –murmuró–. Vamos de prisa, que tengo muchos casos que atender.

Y se fueron. Entraron directamente a la sala del trono, en el cual la niña se sentó a su lado, como si fuese una princesa. ¡Linda sala! Toda de un coral color leche, con flequillos como musgo y pendientes de perla colgaditos que temblaban al menor soplo. El piso, de nácar tornasolado, era tan liso que Emília se resbaló tres veces.

El Príncipe dio la señal de audiencia golpeando con una gran perla negra una concha sonora. El mayordomo presentó a los primeros demandantes. Se trataba de una pandilla de moluscos desnudos que tiritaban de frío. Venían a quejarse de dos Bernardos Ermitaños.

–¿Quiénes son esos Bernardos? –preguntó la niña.

–Son unos cangrejos que tienen la mala costumbre de apropiarse de las conchas de estos pobres moluscos, dejándolos en carne viva en el mar. Son los peores ladrones que tenemos acá.

El Príncipe resolvió el caso ordenando que se le otorgara una concha nueva a cada molusco.

Después apareció una ostra para quejarse de un cangrejo que le había robado una perla.

–¡Era una perla todavía jovencita y tan galante! –dijo la ostra, secándose las lágrimas–. Él la robó por pura maldad, porque los cangrejos no se alimentan de perlas, ni las usan como joyas. Seguramente, ya la dejó por ahí en las arenas…

El Príncipe resolvió el caso ordenando que le dieran a la ostra una nueva perla del mismo tamaño.

En ese momento, apareció en la sala, muy apurada y afligida, una cucarachita de mantilla, que se fue abriendo camino por entre medio de los bichos hasta llegar al Príncipe.

–¿La señora por aquí? –exclamó este, sorprendido–. ¿Qué desea?

–Ando en busca de Pulgarcito –respondió la viejita–. Hace dos semanas que huyó del libro donde vive y no lo encuentro por ninguna parte. Ya recorrí todos los reinos encantados sin encontrar la menor señal de él.

–¿Quién es esta viejita? –le preguntó la niña en el oído al Príncipe–. Parece que la conozco…

–Seguramente, pues no hay niña que no conozca a la célebre Doña Cucarachina de los cuentos, la cucarachita más famosa del mundo.

Y se giró hacia la viejita:


–Ignoro si Pulgarcito anda por aquí en mi reino. No lo he visto, ni tengo noticias de él, pero la señora lo puede buscar. Siéntase a gusto.

–¿Por qué huyó? –preguntó la niña.

–No lo sé –respondió Doña Cucarachina– pero he notado que muchos de los personajes de mis cuentos están cansados de vivir toda su vida presos dentro de ellas. Quieren novedad. Hablan de recorrer el mundo en busca de nuevas aventuras. Aladino se queja de que su lámpara maravillosa se está oxidando. La Bella Durmiente tiene ganas de pincharse el dedo en otra rueca para dormir por otros cien años. El Gato con Botas se peleó con el marqués de Carabás y quiere irse a los Estados Unidos a visitar al Gato Félix. Blancanieves vive hablando de teñirse negro el pelo y ponerse rubor en la cara. Todos andan rebeldes, por lo que me cuesta un trabajote contenerlos. Pero lo peor es que amenazan con escaparse, y Pulgarcito ya dio el ejemplo.

A Naricita le gustó tanto aquella rebeldía que llegó a aplaudir de alegría, con la esperanza de poder toparse en su camino con alguno de aquellos queridos personajes.

–Todo eso –prosiguió Doña Cucarachina– por culpa de Pinocho, del Gato Félix y sobre todo de una tal niña de naricita respingada que todos desean mucho conocer. Hasta tengo la idea de que fue esa diablita la que descarrió a Pulgarcito y le aconsejó que huyera.

El corazón de Naricita latió apresurado.

–¿Pero usted conoce a esa tal niña? –preguntó, tapándose la nariz por miedo a ser reconocida.

–No la conozco –respondió la viejita– pero sé que vive en una casita blanca en compañía de dos viejas pesadas.

¡Ah! ¿Por qué dijo aquello? Al oír que llamaban a Doña Benta una vieja pesada, Naricita perdió los estribos.

–¡Cuide su lengua! –gritó roja de ira–. Vieja pesada será usted señora, tan criticona que nadie más quiere saber de sus cuentos enmohecidos. La niña de la naricita respingada soy yo, pero sepa que es mentira que yo haya descarriado a Pulgarcito y que le haya aconsejado huir. Nunca tuve esa “bella idea”, pero ahora le voy a aconsejar, a él y a todos los demás, que huyan de sus libros mohosos, ¿sabe?

La vieja, furiosa, la amenazó con enderezarle su nariz respingada a la primera vez que se la encontrase sola.

–Y yo le voy a respingar la suya, ¿me oye? ¡Llamar a mi abuela pesada! ¡Qué descaro!…

Doña Cucarachina le sacó la lengua, una lengua muy delgada y seca, y se fue furiosa con la vida, a quejarse como una bocona.

El Príncipe respiró aliviado al ver que el incidente había terminado. Después dio por terminada la audiencia y le dijo al primer ministro:

–Mande a que se invite a todos los nobles de la corte a la gran fiesta que voy a dar mañana en honor a nuestra distinguida visitante. Y dígale al maestro Camarón que prepare el coche de gala para un paseo por el fondo del mar. Ya.

Las Travesuras de Naricita

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