Читать книгу Motoquero 2 - ¿Cómo salimos de esto? - José Montero - Страница 11
ОглавлениеCapítulo 5
Volvieron en otro taxi, en silencio, a la casilla de la calle Pepirí.
En realidad, tuvieron que bajarse cinco o seis cuadras antes. Por seguridad, el chofer no quería ir más allá del Hospital Churruca.
—Tuve una mala experiencia. Se subieron dos pibes así, como ustedes, que parecían normales, sanos, y cuando pasé la vía me encañonaron. No me olvido más del arma y el susto –se justificó.
Por no discutir, Lula y Tomás optaron por el silencio. Afortunadamente, el tipo también se calló la boca y subió el volumen de la radio, sintonizada en una FM que pasaba clásicos del rock y del pop de los años 1980 y 1990. Justo daban una tanda de canciones melosas. Baladas romanticonas, tristes y decadentes. Si algo precisaban para acentuar el bajón, era eso.
El estado anímico se mantuvo inalterable cuando descendieron del coche. Caminaron las últimas cuadras sin hablar. Se estaba haciendo de noche. Lula se refugió instintivamente bajo el brazo de Tomás.
Una vez en la casilla, se sentaron tomados de la mano en un sofá viejo. Ni siquiera prendieron las luces.Se dejaron guiar por las luminarias de la calle y por el reflector y las ventanillas encendidas de los trenes, que entraban a través de las rejas, los vidrios y las cortinas.
De pronto se quedaron dormidos y se despertaron abrazados.
—Son más de las once de la noche. ¿No tenés que volver a tu casa? –dijo Tomás.
—Ahora les mando un mensaje a mis viejos, para que se queden tranquilos.
—¿Querés comer algo? Tengo salchichas y puré instantáneo.
—Una cena romántica.
—Bueno, perdón…
—Es una broma. Me encantan. Pero la verdad es que no tengo hambre.
—¿Tomás un café?
—Dale.
Toto puso a calentar el agua y preparó las tazas, mientras Lula pasaba al baño.
Cuando volvió, tenía el pelo suelto hasta la mitad de la espalda y se había pintado los labios.
—Ahora te toca a vos –dijo él, esforzándose por no mirarla demasiado; no quería tentarse con lo inalcanzable.
—¿A qué jugábamos? ¿Ajedrez, damas, backgammon?
—No, paparula. Ahora la que necesita contención y ayuda pseudoprofesional, a cargo de un psicoanalista con título dudoso, sos vos.
—Mejor lo dejamos para otro día, ¿sí? –rogó Lourdes.
—No me parece justo. Yo te conté, vos me ayudaste. Dejame que te ayude yo.
—Es que no sé si vos…
—¿Si yo puedo entenderte?
—…
—¿Si puedo darte mi mirada? ¿Por qué no? ¿Por qué me subestimás?
—Por favor, no te enojes.
—No me enojo, pero…
—Confirmé que Darío organizó todo –soltó Lula.
—…
—Con Corina.
—…
—Fue él quien convenció a la chica que me quitó el antifaz.
Durante los siguientes minutos, Lula le detalló cómo había identificado a la fan, cómo la había citado, la conversación que habían tenido y hasta la dedicatoria que le estampó en la remera: “Para Milagros, la traidora”.
Luego del relato se instaló el silencio. Lourdes se hizo la desentendida. Se metió un chicle en la boca y comenzó a masticarlo en forma grosera.
—¿Y qué pensás hacer? –dijo Toto.
Lula hundió la cabeza entre los hombros.
—¿Qué pensás hacer con Darío? –insistió él.
Luego de dar muchas vueltas, ella contestó:
—Nada.
—…
—Me callo la boca.
—…
—No le cuento nada de lo que averigüé.
—…
—Por ahora sigo con él.
Tomás no pudo evitar un gesto de disgusto.
—¿A vos te parece que estás siendo honesta con vos misma?
—No.
—¿Entonces?
—Por favor, no me juzgues. No me condenes. Necesito… No sé… Tomar distancia, dejar que decanten las cosas.
—…
—Ojalá pudieras entenderme.
—Ojalá.
—Yo te cuento mis cosas, pero llega un punto en que no acepto consejos. Sé que está mal.
—…
—Me abro y me cierro. Cuento pero después no quiero oír a mi confidente.
—¿Eso soy para vos? ¿Un confidente?
—Sos mucho más –dijo Lula, sujetó las manos de Tomás entre las suyas y se las besó; luego agregó en tono de súplica–. Si querés ayudarme, llevame a un lugar que me haga olvidar todo por un rato.
—¿No era que no tenías hambre?
—No hablo de comida, estúpido. Llevame a un lugar loco. Llevame a una realidad distinta.
Sin decir nada, Tomás fue hasta la mesa de la cocina y agarró el celular. Revisó algo en la pantalla. Mandó un mensaje. Aguardó. Cuando recibió una alerta, leyó. Luego regresó junto a Lula.
—Hay un lugar que puede gustarte.
—¿Cuál?
—Es medio marginal.
—¿Peligroso?
—No si venís conmigo.
—Contame algo.
—Ssssh… ¿Te la bancás?
—Llevame.