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5. El pecado, rechazo de los dones paternales de Dios

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La lucha contra el pecado, lucha contra el demonio

Cuando Jesucristo empieza invitándonos a la conversión y en todo el relato del comienzo de su vida pública, aparece ya el Padre, aparece Jesucristo, aparece el Espíritu Santo y aparece también el demonio. Es decir, que lo primero que aparece es precisamente que Jesucristo viene a luchar contra Satanás. Esto para nosotros tiene dos aspectos: uno que llevaría a colocar estas meditaciones bastante más adelante, como un aspecto de nuestra tarea, y otro que tenemos, al convertirnos, que salir del influjo del pecado en nosotros mismos. Hablaremos de los dos aspectos al mismo tiempo. Y además es que desde Carrión de los Condes no he vuelto a hablar del pecado... Estuvimos hablando tres días o por ahí... Hoy no tenemos tanto tiempo... Entonces, vamos a hablar un poco en general del pecado.

En primer lugar la idea. La idea para sentirla una realidad viva, como desde los dos aspectos a que me he referido antes. Lo realmente importante es el perdón; la conversión es un perdón ya sin más; la Virgen, estrictamente, convertirse no se ha podido convertir nunca, ha ido progresando, que es distinto. Nosotros todos hemos tenido que ser convertidos, por lo menos por el bautismo cuando éramos pequeños, pero además es que ahora mismo, sin intención de ofendernos, convertirnos supone también salir de un dominio, de una manera u otra, del pecado y ciertamente para luchar contra el pecado en general y, en última hora, contra el diablo o contra los diablos, porque son muchos, según decían ellos...

El pecado como rechazo de los dones paternales de Dios

El concepto del pecado ¿qué es? El pecado consiste en que Dios nos ofrece paternalmente, por Cristo, la vida, siendo Cristo mismo la vida y comunicándonos al Espíritu Santo como principio de vida, y nosotros lo rechazamos. Si lo que rechazamos es la vida misma, pues tenemos un pecado mortal, y los que rechazan la vida se mueren...Si lo que rechazamos no es la vida pero sí el crecimiento, el acrecentamiento de la vida que tenemos, entonces hay un pecado venial. Entre paréntesis, y aunque no esté de acuerdo con el lenguaje del Papa propiamente hablando, pero al Papa le enseñaron otra cosa, pues estudió con el Padre Lagrange donde leí esta observación que me gustó hace muchísimos años: no suelo decir pecado grave y leve, porque si decimos pecado leve da la impresión de que es un pecado sin importancia. Es “leve” respecto del pecado mortal, pero nos fijamos más en lo de la levedad que en lo de pecado y, a última hora, un pecado leve no tiene importancia... Pecado venial ya es una cosa muy especial y puede ser más fácil que la gente capte que se trata de un pecado. Es cuestión de lenguaje.

El pecado, algo no jurídico sino ontológico

En todo caso se trata, en primer lugar, de algo ontológico. El ejemplo que he puesto muchísimas veces: si un padre ofrece la comida al niño y al niño no le da la gana de comer, suponiendo que el padre le dejara esa libertad... (porque si al niño no le da la gana de comer, el padre o la madre tienen varios sistemas: le pueden tapar la nariz y abre la boca, le pueden contar un cuento en el que hay que abrir la boca y cuando abre la boca el niño le meten la cuchara y, si no, para que abra la boca por delante se le da un azote por detrás y también es un sistema que puede dar resultado...), de manera que si un niño rechazara el alimento sin más, el niño se moriría; y no es que desobedezca o no desobedezca, es simplemente que es así; en cambio, si el niño no rechaza el alimento pero rechaza ciertas clases de alimento que le hacían falta y no come más que chocolates y cosas por el estilo, el niño se cría pero se cría canijote... No es una cuestión en primer lugar jurídica el pecado. El individuo que rechaza la vida sin más comete pecado mortal. Y el individuo que rechaza aspectos que le acrecentarían la vida, no se muere pero se cría canijo, que suele ser la situación más general por desgracia dentro de la Iglesia, y entre la gente que hace ejercicios, porque los otros no hacen ejercicios.

En esto, lo primero es recalcar que se trata de algo real, de algo ontológico, que no se trata de unas normas que Dios pone y si no las cumples te castiga; se trata de que esto es así y no puede ser de otra manera. Como Jesucristo es la vida... En el evangelio de san Juan yo creo que sólo hay un pecado concreto, que es rechazar a Jesucristo, en lo cual va implícito las demás cosas. Luego, naturalmente, el ofrecimiento de la vida puede tomar muchos aspectos; como los alimentos, la madre puede ofrecer muchos alimentos al niño... Y ya entonces tenemos las diversas virtudes y diversos matices dentro de cada virtud... Pero el pecado consiste en eso: en la repulsa del don paternal. Por eso, el perdón no quiere decir más que Dios nos vuelve a ofrecer lo que habíamos rechazado y, es más, nos lo ofrece con mayor abundancia, porque per normalmente es una partícula abundancial, significa que hay abundancia. Perduración es abundancia de duración y así sucesivamente...

El pecado a la luz del relato de Gn 3: autoafirmación

e independencia

Sobre el pecado, vamos a recordar dos relatos: uno es el del pecado original. Dejando aparte muchas cosas que ahora no nos interesan, ahí lo que se está enseñando es que Dios Padre les está ofreciendo a Adán y Eva la vida y su amistad y Adan y Eva lo que hacen es preferir rechazar el don de Dios, autoafirmándose a sí mismos, y anteponiendo, en esa autoafirmación, el proyecto que se hacen... Uno decía: “si en lugar de prohibirles comer la manzana les hubiera prohibido comer la serpiente, ¿qué hubiera pasado?” Pues a lo mejor se hubieran comido la serpiente. Al [desear] ser como dioses –ya eran a imagen y semejanza de Dios– lo que no quieren Adán y Eva es ser dependientes de Dios, fue un acto de independencia. Y en esta narración lo que resalta también es que eso ni siquiera es un acto de independencia como comienzo, sino una sugerencia externa, algo que viene del demonio. Esto es lo que caracteriza siempre al pecado: el que nosotros nos autoafirmamos, es decir, nos afirmamos a nosotros mismos frente a Dios y hacemos nuestro proyecto, pensamos que así vamos a ser más felices. Por tanto, no nos fiamos de Dios ni le obedecemos, pero no obedecerle quiere decir que no recibimos su Palabra, no recibimos la vida que nos ofrece. Y esto es un engaño porque, en primer lugar, no hay tal autoafirmación, sino que estamos bajo otros influjos, el influjo diabólico, y porque las consecuencias –ya las conocéis– no son precisamente la felicidad que uno ha planeado: conocer el bien y el mal siendo como Dios sino, al revés, es sentir mucho más todavía la dependencia y quedarse sin los bienes.

El quedarse sin los bienes es algo también ontológico; si Dios es la fuente del bien, propiamente el que se aparta de Dios se queda sin bien ninguno; en la tierra no se nota; en el infierno... no se nota del todo, porque como Dios no nos quiere aniquilar, no quiere dejar de crearnos, pues esto toma un tono distinto, pero, en realidad, a lo que tiende el pecado ciertamente es a la aniquilación porque si yo estoy siendo creado y rechazo a quien me crea evidentemente a lo que tiendo es a desaparecer. Pero es que ni siquiera puedo eso; el pecado está manifestando siempre nuestra impotencia, impotencia porque no puedo hacer lo que a mí me parece, sino que hago lo que alguien me sugiere, alguien superior a mí, e impotencia porque no consigo lo que quería, ni muchísimo menos, sino que consigo realmente lo contrario; y a última hora no consigo ni siquiera –lo que llega al colmo de la desesperación– la aniquilación porque no puedo aniquilarme. El que se suicida, se suicida, pero no queda aniquilado.

El pecado a la luz de la parábola del hijo pródigo

El relato del hijo pródigo es igual. El hijo pródigo no pide nada nuevo, pide menos de lo que tiene: “dame la parte de hacienda que me toca”; la situación en que estaba, según le dice el padre al hijo mayor “todo lo mío es tuyo”, tenía todo, pero tenía todo inmediatamente de modo filial, recibido todo del padre, y él lo que quiere es tener menos, pero suyo, hacer lo que le parece a él. Y entonces hace su proyecto; no me le contó, pero lo que fuera... Irse por ahí a vivir por su cuenta... Y tampoco le sale; alguna temporada... y después se queda sin nada. Observo que el hijo pródigo era idiota por otras razones, aparte de otras cosas más monumentales, porque dice el relato que quería algarrobas y nadie se las daba... ¡Para comer algarrobas no hace falta que te las dé nadie, vamos! Si estaba él guardando los cerdos, las algarrobas estarían a su disposición, pero ya se ve que el muchacho era tonto de capirote... Lo cual no tiene nada de particular... si no, no se hubiera ido de casa...

¿En qué consiste el pecado del hijo pródigo? Otra vez lo mismo: en una autoafirmación y en un proyecto independiente de su padre, no querer ser hijo sencillamente. Esta es la sustancia del pecado. Aquí hay otros aspectos que no aparecen, por ejemplo el del diablo; daos cuenta que el hijo pródigo no se arrepiente, por mucho que digamos, vuelve porque no tiene qué comer y no vuelve creyendo en su padre, porque vuelve para ofrecerse como uno de los jornaleros, lo cual [indica que tiene] una idea del padre bastante baja y bastante inexacta; no cree en su padre. Lo que pasa es que, después, el padre le recibe bien.

La otra figura que aparece es igual. Si el hijo mayor aparece como antipático, no quiere a su hermano, es porque tampoco se siente como hijo; tampoco tiene una actitud filial. El pródigo se quiere marchar sin más, pero el mayor lo que pasa es que ha tomado otra determinación para arreglar su vida, una determinación que no le acaba de llenar, porque lo que le dice al padre es una palabra o una expresión perfecta en boca de un criado pero absolutamente desplazada en la boca de un hijo: “hace tantos años que te sirvo, nunca he transgredido uno de tus mandatos y no me das ni un cabrito para merendar con mis amigos...” El Padre lo que le contesta –es que casi ni le contesta– “todo es tuyo; ni me sirves de nada, ni te mando nada, ni tengo que darte nada, coge lo que quieras y ya está, porque es tuyo”. Es decir, el hijo mayor tampoco tiene actitud filial. También aparece pecaminoso en la parábola. El pecado en lo que consiste es en esto.

El pecado: ofensa contra Dios

No estaría mal que vierais un poco: ¿tengo esta conciencia? Fijaos que estamos en la radicalidad... La gente suele acusarse de desórdenes de tipo humano que, como le han enseñado que son pecado, pues ya está... En el examen de conciencia lo que suele buscar son unas cosas que, en muchísimas ocasiones, si no fuera católico, podría contárselas igual a alguien por descargar su conciencia, podría contárselas igual, porque las cosas que dice están mal de todas maneras: “me he enfadado con mi mujer, con mis hijos, sin motivo..., me he dejado llevar de la ira, me he dejado llevar de la lujuria, he sido egoísta...”. Eso está mal sea católico o no lo sea... O las expresiones: “he pecado contra la castidad”, “he pecado contra la caridad”... A mí me dan ganas de decir: “la caridad es una señora que no me ha dado ningún encargo... entiéndase usted con ella. Y la castidad pues lo mismo, y la misericordia y todas las virtudes... aquí no estoy en nombre de ninguna virtud... ¿Ha ofendido usted a Dios, sí o no? Yo estoy aquí en nombre de Dios, en nombre de Jesucristo, no en nombre de ninguna virtud...” No se peca contra las virtudes, se peca contra Jesucristo en la materia que sea; la materia será la virtud, pero el pecado no es contra la virtud, la virtud no es nadie...

Examinar un poco. ¿Tenemos esta concepción? Daos cuenta que estamos en plena consonancia con lo de antes: esto es totalmente radical. ¿Contra quién he pecado? contra Dios, rechazando a Cristo que es donde Dios nos comunica su vida y rechazando al Espíritu Santo, en resumidas cuentas. Estas frases tan personales que aparecen [en el NT], por ejemplo: “no extingáis el Espíritu... no contristéis al Espíritu Santo”... El Espíritu Santo, contristarse, contristarse, no creo que se contriste, pero la expresión es la expresión exacta: llevarle la contraria al Espíritu Santo, eso es lo que es el pecado. Paraos pues, un poco a pensar si realmente vamos creciendo en esta conciencia de lo que es el pecado; porque la repugnancia al pecado está en razón directa con el espíritu filial que tenemos y con el espíritu de conservación que tenemos.

El instinto de conservación espiritual

En la medida que vamos teniendo vida, un aspecto de la vida, que es esencial, es el instinto de conservación; el instinto de conservación, propiamente hablando, no es sólo de conservación... ese ya se tiene cuando uno no tiene más remedio; pero una de las cosas más ofensivas que se puede decir es “¡qué bien se conserva usted!”... ¡Vamos, por favor, eso está bien para la lata de las sardinas y esas cosas, pero una persona humana que se “conserva” bien... Mire usted, estamos en pleno desarrollo! ¡no faltaba más...! Que uno se conserva, parece que le han metido en alcohol...

El instinto de conservación es instinto de perfeccionamiento, sencillamente, de crecimiento. Y el instinto de crecimiento está en relación inmediata con el rechazo de todas las cosas que nos amenazan. Un individuo que no tenga instinto, un niño pequeñito, pequeñito de verdad, recién nacido, no tiene instinto de conservación; quiere decir que tiene poca vida todavía... Esto es evidente. Cuando manifestamos tan poca reacción espontánea frente al pecado y frente a los peligros del pecado, estamos declarándonos a nosotros mismos que tenemos muy poco instinto vital todavía. Cuando las personas se están poniendo en tal cantidad de peligros de pecado, una de dos: o es que no tienen humildad ninguna o es que no tienen instinto de conservación, no se sienten en peligro, porque el instinto detecta los peligros. Cuando a uno se le viene encima un coche, espontáneamente, sin más, se aparta; esto es una cosa instintiva; cuando no le pasa eso quiere decir que ese individuo no anda bien; si le puede aplastar tranquilamente el primer coche que se acerque, quiere decir que no tiene instinto vital, quiere decir que su vida es muy defectuosa... Pues, cuando estamos viviendo de esta manera en que nos estamos dejando debilitar continuamente por los pecados veniales y nos estamos poniendo en tantos peligros de pecados mortales, eso es una de las formas de ver qué vida tenemos: ¿tenemos una vida robusta? ¿tenemos una vida de caridad intensa?, ¿o tenemos una vida muy débil?

Instinto de conservación del Cuerpo místico

Ahora, también pasa una cosa; como el pecado no es una cosa individual, porque los individuos no existen como individuos, existimos dentro de la humanidad, existimos dentro del cuerpo místico, si un miembro no tiene un movimiento inmediato, reflejo, espontáneo, de protección de los demás miembros del cuerpo y de sí mismo –porque conciencia no tiene un miembro del cuerpo– , pero instintivamente, si el organismo funciona, cada miembro se siente amenazado cuando le pase algo a otro miembro, de modo que sacrificándose él salve al otro. Cuando no tenemos esta sensación de horror instintivo ante el pecado en el mundo, quiere decir que nuestra vida funciona muy levemente, que nuestra vida es muy pobre todavía, es o muy infantil o muy enfermiza ya, de alguien que está muy enfermo, que no se conserva bien siquiera. Daos cuenta que así solemos vivir.

Cuando uno piensa la historia que ha vivido: la guerra española o la guerra mundial que le siguió y la situación actual de terrorismo, de campos de concentración, ¡y que podamos vivir tan tranquilos...! Leía que cuando algunos individuos del este [europeo] – Clement concretamente, que se ha exiliado y está en Francia– oyen por radio las cosas que dicen los intelectuales del occidente, la primera idea que le viene es que no están bien de la cabeza: ¿cómo se pueden preocupar de esas estupideces que se preocupan estando el problema de sobrevivir, porque están viviendo en amenaza continua? El que desaparezcan millones de personas al mismo tiempo en Alemania y en Rusia13 y nos quedemos tan tranquilos, es algo que sobrepasa la capacidad de concepción cuando uno se pone a pensarlo. ¿Cómo se puede estar preocupado con tantas estupideces, con tantas cosas absolutamente insustanciales, cuando hay cosas tan sustanciales humanamente, como es la eliminación de golpe de unos seis millones de personas? Entre los rusos y los alemanes se cargaron a unos seis millones de personas. Cuando se está viendo la forma de crueldad humana que existe... Vosotros pensad: en el año cuarenta y tantos ya, se sublevan los de Varsovia..., se sublevan porque les dice el gobierno inglés–polaco que se subleven para facilitar el fin de la guerra; y entonces los rusos, que eran los que tenían que liberarles, en teoría, se paran para que los alemanes los puedan ir aniquilando y los alemanes los aniquilan; los alemanes estaban ya acabando la guerra y estaban perdidos, pero –vamos– hasta ahí llegaban y, cuando han matado doscientos mil polacos sublevados, entonces entran los rusos para “liberarles”... El que se junten unos cuantos magnates: Churchill, Roosevelt, con Stalin y le dejen [a Rusia] todos los países orientales para que maten a todo el que quieran... ¡y se quedan tan frescos...! Y esos señores son unos “héroes” de la guerra y se habla de ellos y después los recibe el Papa como si fueran... Se llega al colmo de la criminalidad, ¡y aquí no ha pasado nada...! Los únicos que pagan son unos cuantos alemanes que, por supuesto eran criminales, pero no más que los otros... Hay cosas que... ¡y la humanidad se queda tan tranquila! En cuando pasa el día, al día siguiente, ya está cada uno pensando en sus sandeces.

Daos cuenta de que aquí hay algo mucho más profundo todavía: el que se murieran unas cuantas personas, aunque fueran millones, se habrían muerto de todas las maneras... Pero lo malo no es que se murieran, lo malo es que las mataron, que ya no es lo mismo. Los grados de crueldad y los grados de egoísmo a que se llega son escalofriantes, pero no nos escalofriamos ¡esto es lo trágico! Esto quiere decir, entonces, que apenas tenemos sentido ni del pecado ni de la vida, pero ni de la vida humana siquiera; el valor humano de una humanidad como la actual que vive delante de ellos y se queda tan tranquila, es evidente que no existe... ¿Que es algo pasado?... pasó hace cuarenta años... De manera que vive todavía mucha gente; cuando canonizaron al P. Kolbe allí estaba a quien le había salvado la vida él...

Amor a la vida y horror al pecado

Ver qué vida tenemos; podemos medirla precisamente por esto: qué horror tenemos a la muerte –a la muerte natural no, al pecado–, qué horror tenemos al deterioro, qué amor tenemos a la vida, qué amor tenemos a la salud, al desarrollo. Naturalmente no nos puede chocar todo este terrorismo, por ejemplo, que se cargue con tanta facilidad a una serie de personas, que les estorban en cuanto que hace falta dar un golpe que sea sonado, porque las personas concretas no saben ni quiénes son en muchos atentados, todo lo que es el aborto y todas estas cosas... No puede extrañarnos... ¡Es que nosotros no tenemos amor a la vida...! Esa frase, creo del Libro de la Sabiduría, “Señor, amigo de la vida”... Dios ama la vida, porque es la vida misma; nosotros podemos constatar lo que hay en nosotros de hijos de Dios, de personas vivas, por el horror que tenemos a la muerte, por el horror que tenemos a todo lo que es peligroso; y no sólo a la muerte, sino a lo que nos amortigua, a lo que nos deja con falta de vida. Y, por supuesto, no tenemos que esperar que se acaben poco menos que de golpe todas estas actitudes de aborto, de eutanasia, todas estas cosas, sino al revés, tenemos que esperar que aumenten porque no están en proporción a argumentos, sino que están en proporción al amor a la vida que hay en el mundo.

Mientras no haya un número –no sé cuántos tienen que ser, tendrán que ser muchos porque el mundo tiene muchos habitantes en estos momentos– de personas que amen realmente la vida, simplemente el amor a la vida no prevalece en la tierra; prevalece el egoísmo y la muerte no asusta y se van encontrando inmediatamente razonamientos... que, francamente, si no se tiene un sentido muy sobrenatural, me parecen muy difíciles de eliminar muchos de esos razonamientos; no estoy tan seguro qué razones tenemos mejores que ellos, aparte de la fe claro. Si no partimos de la fe... el aborto, la eutanasia, la eliminación de los subnormales, de los enfermos mentales, crónicos... yo no la veo tan absurda... Si no hay más que esto ¡qué pinta toda esa gente? No pinta nada... Y esto no son teorías porque esto es lo que ha pasado hace cuarenta años en el mundo; esto es lo que hizo Hitler... Y el que no piensa como nosotros, pues simplemente está estorbando, y esto es lo que hizo Stalin... Ahora dirán lo que quieran... Pero, en resumidas cuentas, tampoco están en una línea muy diferente, ya lo veis. Lo único que se hace de una manera más suave, más poco a poco; en los regímenes totalitarios es mucho más rápido, más eficaz, y, en último término, tiene más sentido común, dentro de la línea que están; los regímenes democráticos van a paso de tortuga, pero van llegando a lo mismo exactamente; y lo mismo digo de todas los demás errores y aberraciones que puede haber en cualquier nivel.

La gravedad del pecado

Darnos cuenta, examinando un poco, todas estas implicaciones del pecado. Un aspecto también del pecado –hablando en general– [es su gravedad] ¿Me doy cuenta de la gravedad en sí mismo? Decía santa Teresa –la frase está escrita de otra manera, pero la idea es esta– “¡que no me digan que no tiene importancia que yo sé que Dios quiere una cosa, por chica que sea, y yo hago otra!”. Aquí el lenguaje es bastante expresivo, lo que decía antes de los pecados leves... el empeño que tiene la gente por llamar faltas [a los pecados]... No sé si os dais cuenta que la gente un poco “educada” no se acusa de pecados, se acusa de faltas... y la verdad es que casi siempre son sobras... “pues me he enfadado... y ya no me acuerdo de más faltas...” Pero le cuesta un horror decir que ha pecado. Falta desde luego que es, falta de amor de Dios.

La diferencia entre el pecado y la imperfección me parece que deberíamos expresarla así: la imperfección es aquello que nosotros no somos todavía capaces de hacer o no hemos sido capaces en ese momento, por falta de darnos cuenta, pero no ha sido una acto humano, responsable. Eso es una imperfección. Pero en el momento mismo en que yo concibo que el Espíritu Santo quiere una cosa y a mí no me da la gana de hacerlo, eso se llama pecado venial. Porque en eso consiste el pecado venial: si yo sé que el Espíritu Santo quiere –si no lo sé no puede haber pecado– que en este momento esté estudiando y no me da la gana, eso es un pecado venial cabalmente, decirle al Espíritu Santo que no, rechazar la acción del Espíritu Santo que me quiere santificar; si yo sé que el Espíritu Santo quiere que atienda a esta persona y no me da la gana atenderla, eso es un pecado venial... “Total ¿qué importancia tiene?” Pues la importancia que el Espíritu Santo tendría en sus planes, que yo no lo sé ... ¡y a mí no me da la gana de dejarle desarrollarlos...! Ahora ¡si no tiene importancia contradecir al Espíritu Santo! no sé qué es lo que tiene importancia en este mundo ni en el otro.

La gente procura no hablar de pecado. Yo me acuerdo –y hace muchos años ya, porque era en Salamanca en el colegio hispanoamericano– una noche di una plática sobre esto... “Bueno... ¿entonces eso es pecado?...” Me quieres decir qué más te da el nombre... Lo que es tremendo es que tú hayas contrariado al Espíritu Santo... El que le llames pecado o le llames falta me da igual... Sabía que os ibais a dar más cuenta si le llamaba yo pecado... Pero que lo que hacéis son pecados... Otro ejemplo que he puesto otras veces: después que uno se acusa de sesenta pecados veniales, dice: “... y para que haya materia...” Pues ¡vaya con los pecados de la vida pasada!, ni que los pongas ni que los quites... si materia hay de sobra..., lo que no hay es arrepentimiento ni conciencia ni nada; por lo cual, la confesión esta me temo que no sirve para nada, menos mal que no sirve para hacer un pecado más porque no tiene usted mala voluntad... Una de las razones del poco fruto y del poco adelanto y, probablemente del abandono de la confesión, en la práctica, es cabalmente que se ha sacado poco fruto y se ha sacado poco fruto por el dado poco arrepentimiento sencillamente.

La gravedad para uno mismo y para los demás

Ya podéis examinar un poco: ¿tengo esta conciencia de la gravedad del pecado? La gravedad del pecado en tres aspectos: primero en sí mismo; lo que estoy diciendo: decirle que no a Dios. En segundo lugar, la gravedad que tiene en cuanto a mí mismo; pensar que nos pasamos la vida trabajando para desvivirnos...Ya os comenté esta idea de Sartre: que ser ateo idealmente, intelectualmente, es muy fácil, o sea, negar la idea de Dios, expresamente, reflejamente, pero que, en cambio, ser ateo materialmente, realmente, es muy difícil y que a él le costó mucho trabajo... ¡lástima de trabajo! De manera que, desde los once o doce años que tuvo la intuición de que Dios no existía –y no ha vuelto a tener dudas, según él– ya tuvo que ir trabajando toda su vida para elaborar el ateísmo, porque la sociedad no es atea, está el mundo lleno de la conciencia de la divinidad todavía... “y hay que trabajar para ver esto cómo lo quitamos porque es un desastre”14. Y uno piensa: “y que este pobre hombre estuviera venga trabaja y trabaja para hacerse ateo... también es pena...” En rigor es lo que estamos haciendo todos... Lo que pasa es que, por la misericordia de Dios no lo conseguimos. ¡El trabajo que nos tomamos para pecar! Yo creo que la experiencia de todos nos dice que, cuando no nos dejamos mover por Dios, sufrimos inevitablemente porque estamos distorsionándonos a nosotros mismos; es como el individuo que trabajara para torcerse los brazos y las piernas... ¡y luego a ver cómo se las colocan! “No sabe usted el trabajo que me ha costado dislocarme los brazos ¡he tenido que hacer unos esfuerzos!” ¡Ese hombre está completamente loco! Pues ¡completamente locos estamos, claro!

En tercer lugar, la gravedad para los demás. ¡Pensad la cantidad de gente que estaría mejor si yo hubiera respondido a la gracia de Dios! Todos podéis tener experiencia –todavía podéis tener alguna– de que hay personas que están mejor (no es una declaración de fe, porque no se definen estas cosas), de que hay gente que está mejor porque nos ha tratado; la persona está mejor porque se ha encontrado conmigo y hemos hablado y yo, con un poco de idea de la vida espiritual, y un poco de ayuda, le he ayudado a que esté mejor... Y uno piensa: ¿y si me hubiera dejado llevar de la gracia de Dios y hubiera atendido a otras muchas personas...? No las he atendido... ¿Ha sido por mala idea...? (“no voy a atenderlas para que se condenen...”) Conste que a esto se llega... Recuerdo cuando la guerra precisamente, una prima mía le dice a uno: “pero bueno ¿y cuando fusiláis gente procuráis, en fin, que mueran bien?...” Contesta: “si... ¡para que se salven encima!”... Si no es con esa mala idea, pero simplemente con esta falta de visión...

Necesitamos una apertura al Espíritu Santo amplísima porque si no nos embarullamos y no recibimos su luz y no podemos ayudar a los demás tampoco. El aspecto positivo: que nuestra respuesta a la gracia va permitiendo que el Espíritu Santo, con nuestra colaboración, vaya santificando a mucha gente. Y es al revés cuando nosotros no funcionamos... “El día que tú no ardas mucha gente morirá de frío...” dice Mauriac, y recuerdo la frase del Papa: “misterio verdaderamente tremendo que la salvación de muchos depende de la oración y voluntarias mortificaciones de los miembros del cuerpo místico”. Pero si uno piensa: ¿y cuántas oraciones habría hecho y cuántas voluntarias mortificaciones, cuántos testimonios habría dado si hubiera sido fiel a la gracia desde los siete años en que tengo uso de razón? ¡Esto es una responsabilidad, tengo que responder por toda esa gente!

El estremecimiento y los sufrimientos por el pecado

Por eso uno entiende perfectamente que los santos se estremezcan; por lo menos a ratos; un cura de Ars, un san Juan de Sahagún, casi todos los santos... han tenido momentos de auténtico terror... ¡Porque tengo que dar cuenta de multitud de personas! Lo que ya no sé si estaba muy bien la solución: “me voy de la parroquia...” Me voy de la parroquia y me voy a un monasterio... que es lo que decía el cura de Ars... Tampoco me salvo así... ¡Cómo si la gente no tuvieras que salvarla de todas las maneras! Examinar pues la gravedad del pecado desde estos tres puntos de vista y qué visión tengo yo de esta gravedad del pecado. La gravedad del pecado con las consecuencias y si me doy cuenta que las consecuencias del pecado son todos los males que hay en la tierra; la expresión del Génesis es bastante clara y es realísima... Y no porque cada uno de los sufrimientos de la tierra venga del pecado inmediatamente hablando, que a veces viene de la caridad. Pero si viene de la caridad el sufrimiento es porque hay que redimir el pecado y es porque el otro te está haciendo sufrir con un sufrimiento que no tenía que ser, por el pecado que él tiene; el pecado del otro puede no ser un pecado formal, simplemente es que no ve más allá, no ve otra cosa. Pero aun en lo que viene del pecado inmediatamente, las posturas meramente egoístas, lo que se sufre por amor propio, por codicia, por lujuria... ¡la gente sufre horrores, por ejemplo, porque los han humillado sencillamente! La cosa es completamente idiota en los niveles naturales... ¡pero sufren! ¿esto de dónde viene? Pues del pecado, está claro... Me decía un psiquiatra: ¿no cree usted que si la gente fuera más virtuosa tendría menos problemas psicológicos? Pues es cierto: muchos sufrimientos en los niveles psicológicos, en resumidas cuentas, vienen de que la persona esa no tiene bastante virtud... Y otros vienen de que a personas con muy poca virtud, o simplemente con una actitud total de pecado, les han hecho sufrir por falta de caridad. Al ver todo este mar tremebundo de sufrimiento se da uno cuenta que todo esto viene del pecado... Pero ¿nos lo creemos?

He contado muchas veces esta anécdota. Yo ya era sacerdote, cuando empecé a caer enfermo. Una tía mía me dijo que dijera sencillamente una cosa que era mentira a los médicos y le contesté: “pero tú crees que soy tonto... ¿voy a hacer un pecado para sufrir más...? ¡Ni hablar! Digo la verdad y si les molesta que les moleste, ¡qué le vamos a hacer!”. Pero vamos, tanto como hacer un pecado para quitarme un dolor, no se me ocurre, porque tendría más sufrimiento todavía; esto no ya sólo porque el pecado es mucho peor que el sufrimiento, sino porque tendría más [sufrimiento]. ¿Nos vamos dando cuenta? ¿Vamos sintiendo el horror del pecado del mundo? No ya para nosotros mismos, ¿sino del pecado del mundo? ¿Vamos sintiendo a la gente, experimentando a la gente el peligro, y no sólo el peligro de pecar mortalmente –por supuesto tenemos motivos continuos para experimentarlo– sino del pecado venial? ¿Nos va dando cada vez más horror, cada vez más pena?

La vida de los santos como testimonio

Horror me refiero, sobre todo, a un movimiento instintivo de espanto, pero que nos impulsa a funcionar. Por eso uno coge la vida de los santos... Lo he dicho muchas veces: los santos no es que tengan más dosis de lo que sea, es que su vida es de una calidad –caridad– distinta; cualquiera de los santos que he leído últimamente, no es [sólo] que tuvieran más fortaleza para aguantar malos ratos, más que yo, es que es otra fortaleza; varía tanto la cantidad que hay un cambio cualitativo; es otra manera de funcionar. Y que aguantan sufrimientos impresionantes; nosotros enseguida tenemos que descansar... Si no tenemos más capacidad ¡qué le vamos a hacer! Pero la vida de la mayor parte de los santos tiene un tono completamente distinto. Y no digo que sólo por esto, sino por lo otro: ¡este horror al pecado es por el amor a Cristo!, por el amor a la gente, por el amor a sí mismos, por la caridad –el aspecto positivo–; pero ahora estoy hablando de este aspecto y este aspecto es la consecuencia del otro y bastante significativo del otro. Ver, por de pronto, todo este misterio del pecado.

Nuestra actitud frente al pecado

Ahora me extiendo un poquito y voy a hablar todavía, antes de entrar en la consideración de nuestra manera de ser, lo que es el pecado, la gravedad del pecado y las consecuencias del pecado. ¿Qué actitud tenemos frente al mal? Porque una de las cosas que más nos cuesta es asimilar la existencia del mal. Yo no voy a revelar un misterio porque no lo sé explicar. Pero el pecado es el colmo del mal. No estaría mal que mirarais un poco: ¿de verdad para mí el mal es el pecado y lo demás –no voy a decir que no se sufre, lo contrario sería mentir– me parece que no tiene importancia? ¿Y me parece que, en cambio, tiene muchísima importancia el pecado venial? Y no si me parece durante el rato que estoy en la capilla sino si este es el juicio espontáneo que voy haciendo sobre las cosas.

Voy a hablar un poco de cómo permite Dios el pecado y cómo tenemos que integrar todo esto. La existencia del mal, por de pronto, le plantea un problema a la gente; y de esto tenemos la expresión nosotros mismos, continua, porque en los salmos sale a todas las horas: “¿por qué haces esto?” No digo ya cuando los salmistas están optimistas y les parece que son buenos ellos (“todo esto nos ha venido sin culpa nuestra...” encima, éramos tan buenos y mira donde nos has metido...); generalmente el salmista ya reconoce que él tiene su culpa, pero de todas maneras ... “defiéndeme, por qué permites esto...”. Yo no sé por qué lo permite Dios, lo que sé es que lo permite ¿verdad? Lo que sé es que el mal no tiene por qué desconcertarnos, y tenemos que darnos cuenta, incluido el pecado, que es el mal radical, tenemos que contar con él...

Esto es una actitud muy complicada psicológicamente porque, cuando estamos hablando a la gente, tenemos que tener, al mismo tiempo –y lo difícil es expresarlo– dos actitudes, que no son contradictorias pero que son muy difíciles de expresar a la vez: “lo que ha hecho usted está muy mal, pero no tiene importancia”; es decir, lo que ha hecho usted está muy mal y además me da muchísima pena, pero vamos...

Dos historias que he contado muchas veces. Una vez, un primo mío que acababa de convertirse y se había confesado después de muchos años y, al cabo de unos días me dice:

–“Y yo debería confesarme ¿no?...”, pues veía que se confesaba su familia...

Estaba en la cama enfermo entonces y le digo:

–Si yo hiciera la vida que haces tú me confesaría tres o cuatro veces al día a ver si cambiaba, porque es que no das ni golpe...

No porque hiciera nada malo, sino porque no hacía nada bueno... Fuimos hablando de esto del pecado y me hace esta declaración:

–“Bueno... eso te pasará a ti, yo cuando me confieso a los curas les trae sin cuidado mis pecados...”

¿La gente puede pensar que nos da pena el pecado? ¿La gente puede pensar que tenemos este horror al pecado como tal? Esto por una parte. Porque, por otra parte, tenemos que hablar de tal forma que les signifiquemos la confianza que tienen que tener. Y generalmente hablando, o nos ponemos tan tajantes que la gente sale asustada o sale enfadada: “¡este cura qué bruto es!” y también: “¿qué querrá que le diga?... no voy a decir mis virtudes, que tengo tantas, si he venido a confesarme, de manera que le he dicho mis pecados...” O la gente sale al revés: “esto no debe tener tanta importancia como yo me creía, total ¡lo ha tomado con tanta naturalidad!”.

He contado también la historia de la guerra europea, en una novela de Mauriac. Estaban discutiendo por qué en la guerra europea los capellanes católicos tenían más éxito que los protestantes y entonces uno contó esta historia: Un hombre había matado a otro y, después de matarle –aquello fue un arrebato– se quedó con la conciencia cargadísima y el hombre necesitaba contárselo a alguien; y decía “si se lo cuento a alguien me denuncia”... Echó a andar y vio una casa un poco aislada, era [la casa de] un pastor protestante y le contó la historia; el pastor protestante le dice: “haga el favor de marcharse y dé gracias a Dios que no le denuncio... Encima de que es un criminal viene aquí a mí a contármelo...” El hombre salió más atribulado que antes todavía y siguió andando... Ya vio otro edificio, una iglesia, entra, ve allí una garita encendida, se acerca y le dice: “padre, he matado a uno...” Y el otro le contesta: “¿y cuántas veces hijo mío, cuántas veces...?” Claro, se animó... Pero la impresión que da es que no tiene importancia que mates a uno. En Toledo había un Padre que decía: “he matado a mi madre” “¿cuántas veces hijo mío, cuántas veces...? Pues no lo vuelvas a hacer, hijo, no lo vuelvas a hacer...”.

Esta actitud que tenemos ante el mal tiene que ser, pues no sé... Nos tiene que inspirar el Espíritu Santo... Y nos tiene que inspirar incluso la expresión. Y en el confesionario es tanto más difícil porque no tenemos idea casi nunca de la actitud que traen, no sabes cómo es. Hay que estar con una actitud de apertura tremenda y una actitud de contrición continua, para que el Espíritu Santo nos pueda iluminar y no estemos obscurecidos y podamos decir lo que haga falta en aquel momento, pues es imposible que nosotros lo sepamos.

13 Se refiere a la Segunda Guerra mundial (1939–1945)

14 Evidentemente se refiere al trabajo de las filosofías y filósofos ateos para quitar del mundo la idea de Dios.


Panel con fotos de niños hambrientos, colgada en la pared de su despacho: “Si la Iglesia es madre, ¿cómo puede dejar que sus hijos mueran de hambre?”. Pensamiento que le obsesionaba para ayunar y vivir más pobremente cada día.

La urgencia de ser santos

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