Читать книгу Daguerrotipos - Juan Carlos Núñez Bustillos - Страница 15
ОглавлениеJavier Arévalo es tapatío de nacimiento, pintor y, sobre todo... ¡aventurero!
Nació en Guadalajara en 1937, estudió inicialmente en esta ciudad con maestros como Jorge Martínez y José Guadalupe Zuno; más tarde, en los primeros años de la década de los cincuenta, se trasladó a la Ciudad de México, a la Academia de San Carlos, y posteriormente hizo de su vida una maestra, porque viajando fue aprendiendo y enriqueciendo su técnica y creatividad en cada sitio que visitaba.
Obra plástica de su autoría se encuentra en importantes espacios de exposición en diversas partes del mundo. Premios, reconocimientos, prestigio… y toda suerte de satisfacciones en su vida de artista no le han quitado su sencillez humana y su actitud de “no tomar la vida demasiado en serio”.
Vale decir que nuestro programa radiofónico fue el sitio de una de sus primeras entrevistas como pintor, cuando prácticamente comenzaba su carrera, hace de ello más de treinta años. A partir de aquella ocasión coincidimos más de una vez en distintas exposiciones locales. Siempre amable, siempre de buen humor, construimos una amistad en torno a la plástica, expresión artística que provocaba nuestros encuentros.
En julio pasado, Arévalo aceptó exponer su obra en una sencilla galería de reciente apertura en Guadalajara, por la calle de López Cotilla, para apoyar generosamente la iniciativa, y fue con este motivo como llegó un día hasta nuestro programa para conversar e invitar al auditorio a visitar la exposición. Así, llegó la mañana del 18 de julio de 2014, con su actitud franca y abierta. Sí, era el mismo Javier Arévalo de siempre, sonriente y despreocupado. Su cabello totalmente blanco, su saco negro y su ya clásica gorra, y en la mano un bastón con mango de madera.
—Javier Arévalo, ¡qué gusto verte! Bienvenido al programa. Cómo olvidar que hace treinta años te entrevisté en este mismo foro...
—Increíble, ¿verdad?, ¡cómo pasa el tiempo! Efectivamente, estuvimos aquí hace treinta años y... —con una mueca de travesura— ¡estamos igualitos!
—Bueno, no, no estamos igualitos, pero la edad tiene sus ventajas, Javier...
—Tiene sus ventajas, sí, pero... es increíble que tengas treinta años con un programa tan, tan exitoso y tanto tiempo...
—Pues eso gracias a la preferencia del público y a los grandes colaboradores que hemos tenido.
—¿Cuál fue la ocasión de aquella primera entrevista, Yolanda, la recuerdas?
En este momento interviene nuestro coconductor y amigo Óscar Castro Carvajal y apunta:
—Me parece que fue una exposición en el Instituto Cultural Cabañas, en el ochenta y cuatro. Una exposición individual bastante grande.
—Sí, ahora lo recuerdo —les digo—. Fue una exposición muy completa y diversa, recuerdo que la museografía se hizo en varias salas del Cabañas. Y dime, Javier, ¿qué encuentras de diferente de aquel Arévalo que fuiste, y tu afán aventurero, ese Arévalo que podía vivir en una gruta y hacer dibujos, e ir y venir a donde quisiese, y bueno, ese Arévalo de mil ocurrencias creativas y ahora... este Javier Arévalo de mayor madurez?
—Me da un poco de risa porque... la verdad, no he podido cambiar mucho.
—Genio y figura, Javier... genio y figura.
—No he podido cambiar mucho porque, pues, siempre me gustó viajar. Es más, en mis primeros años de profesión me dije: “No sé si vaya yo a ser un pintor bueno, regular o lo que sea, pero lo que sí sé es que voy a conocer el mundo. Voy a hacer mi obra caminando”. De eso sí estaba seguro.
—Sí, efectivamente, “voy a hacer mi obra caminando”, dijiste en esa primera entrevista, y mira, Javier, qué curioso, lo que ocurrió: Tú quisiste conocer el mundo, y finalmente el mundo te conoció a ti, a través de tu pintura, es muy interesante la proyección internacional que ha logrado tu pintura.
—Pues, mira, es la primera vez que escucho esta reflexión, ¡qué bonito has dicho! Pues sí, tienes razón, uno conoce el mundo y el mundo también lo conoce a uno. Está muy buena esa reflexión...
—Bueno, pues háblanos ahora de la obra que expones esta noche, ¿es obra reciente o estamos hablando de una retrospectiva?
—Es una retrospectiva, una especie de retrospectiva, porque este lugar, que me gustó muchísimo, es un sitio ideal para exponer. No es un lugar enorme, como se acostumbran a hacer exposiciones grandes. Es un lugar muy cómodo para el número de obras, es un lugar muy agradable. Se llama “Arte Forum”. Además, me gustó mucho por donde está situado. Está en Libertad y Progreso. ¿Cuándo habías visto semejante cosa? La libertad junto con el progreso... A mí me encantó eso de que estuviera en el cruce de estas dos calles.
—Y, dime: ¿a cuál le apuestas más, a la libertad o al progreso? El progreso a veces tiene pasos equivocados, ¿eh?
—Sí, sí, pues ahora sí que no halla uno a cuál apostarle, porque mira: uno progresa dándose sus pequeñas libertades.
—“Uno progresa dándose sus pequeñas libertades” —repito sus palabras.
—Sí, porque, imagínate, es una palabra muy amplia esa de la libertad, ¿no? No podemos nunca ser totalmente libres.
—¿No has sido libre, Javier?
—No, no es posible eso. Digo, me he dado mis pequeñas libertades…
—¿Qué pequeñas libertades te has dado? A ver, cuéntame.
—Necesitaríamos un programa mucho más largo porque esas pequeñas libertades a lo mejor resultan muchas, ¿no? Creerás que yo toda mi vida lo hice así, un rato en un lugar, otro rato en otro. Y ahora que ya es uno “persona mayor” todavía no puedo estar o no puedo vivir tres meses en un solo lugar. A los tres meses ya me pica el lugar y tengo que cambiar, tengo que irme a otro sitio, porque eso es muy motivante.
—¿De dónde eres tú, Javier, de qué barrio de Guadalajara? Recuérdale al público de dónde es Javier Arévalo.
—Aunque no lo crean, soy de aquí. Ya ven que uno no escoge dónde nacer. Soy de aquí, y además de un barrio muy popular, del barrio del Santuario. Yo nací por las calles de Juan Álvarez y más o menos González Ortega, atrás de donde nació Agustín Yáñez. Lo comentábamos en otra ocasión, ¿recuerdas? Yo tuve la oportunidad de estar en muchas ocasiones con él. Éramos “vecinos de nacimiento”.
—Qué interesante, Javier. Algo tiene ese barrio, cuna de muchas grandes personalidades. A propósito de tu itinerar, al parecer esa vocación de aventura te ha llevado también a la aventura en la pintura. No hay una exposición igual a otra, Javier, siempre estás presentando nuevas ideas. ¿Qué es lo que más te ha motivado en la vida para llevarlo a tus lienzos?
—Eso es lo bonito de cambiar de lugar, porque en tres meses uno ya está en otro lugar muy diferente en costumbres, en paisaje, en personas, en muchas cosas... entonces, como que si me quedo el doble de tiempo en ese lugar hago lo mismo y moviéndome o haciendo esa vida siempre estás en lo nuevo.
—Dime por dónde has andado, dime qué lugares recuerdas que de manera especial hayan propiciado en ti esa inspiración.
—Huy, son preguntas muy difíciles. El mundo es muy hermoso... y hay otras cosas que no lo son tanto, pero el mundo así es.
—¿Por dónde ha andado Javier? Y mira que aquí sale tu nombre, te voy a decir “Javier Arévalo, el andariego”, ¿qué te parece?
—Oye, pues me gusta, me parece que es título de un corrido —suelta la risa—, y ser andariego en un corrido pues resulta interesante. Mira, Yolanda, yo fui un niño de rancho. La familia de mi madre era de aquí, de Santa Lucía, aquí cerquita —que cuando yo era niño me parecía lejísimos— a cinco minutos. Entonces yo fui un niño con doble vida, porque mi abuela, desde niño, me dijo: “Este niño es mío”, y nos fuimos allá al rancho con mis tíos por parte de mi madre. Entonces, venía acá a Guadalajara muy formal, y allá andaba descalzo o con huaraches, jugando con los animales, montando chivos y caballos, arriba de los árboles, de los cerros. Y venía acá y mi padre era un hombre de ciudad. A mi padre le gustaba la ópera, la opereta, la zarzuela... Entonces, tenía un cambio de vida increíble, pero totalmente radical. Yo creo que un poquito por eso fui así de mayor.
—Y, ¿cómo se presenta tu vocación de pintor?
—¡Ah!, esto sí es muy largo el asunto. Yo empecé muy niño a hacer dibujos, pero primero quería ser mago, después quería ser inventor, después quise ser muchas cosas... Pero yo hacía mis cosas de mago, fabricaba muñecos para mi actuación como ventrílocuo... —Arévalo se emociona recordando su infancia, y de pronto lanza una carcajada— y hacía todo lo que necesitaba, pues eran cosas manuales. Realmente yo en la primaria me entusiasmé mucho con las clases de dibujo, ¿recuerdas, Yolanda, aquellos dibujos mágicos? Uno los dibujaba con un líquido transparente y luego aparecían...
—Sí, claro, era la famosa “tinta invisible”...
—Sí, con tinta invisible que con un fósforo o con una plancha aparecían... Bueno, pues era uno de mis negocios en la primaria, yo siempre llegaba con el montón de dibujos y... ¡a vender!
—Sí, cómo olvidar la “tinta invisible”, yo también la utilicé mucho y —lo digo en silencio, como en secreto— aún tengo la fórmula. Pero, ¡cuidado!, que si le aplicabas más calor del necesario ¡adiós dibujos!, se inflamaba el papel. Pero era maravilloso ver cómo iban saliendo las letras color sepia, poco a poco... Por cierto que había unos chicles y en el sobrecito aparecía una gitana...
—Se llamaban los chicles mágicos... Pero ahora hay plumas de tinta invisible, con una lamparita en la parte de arriba, la enfocas y ya se ve lo que escribiste.
—¡Cómo cambian las cosas! Bueno, estábamos en tu infancia, llena de magia.
—Pues sí, para mí fueron esos los juguetes de infancia. Sucede que yo gano mi primer premio a los ocho años. Y ¿sabes a quién me llevaron a conocer, como premio? ¡Ni te imaginas!
—¿A quién?
—A Clemente Orozco, a conocer a Clemente Orozco a los ocho años... a mí y a otro chico compañero mío que se llamaba Octavio de la Torre. Y nos lleva nada menos que Jorge Martínez, que en ese entonces era ayudante de Orozco, y bueno, pues entonces, derechito nos llevó, y lo vimos ¡arriba de un andamio! Yo conocí a Orozco arriba de un andamio. Pero no un andamio como los de ahora que son eléctricos, no, no, no, de vil albañil, de tablas y vigas y cosas que siempre me quedó la impresión de que estaba arriba de un árbol viejo, y lo vi como un tecolote, porque cuando nos volteó a ver tenía unos lentesotes de fondo de botella que dije: “¿Y ese animalote qué?” Entonces le dicen: “Mira, estos son los niños que ganaron el concurso tal y cual...”, y nada más se volteó y dijo: “Ah, y ¿les gusta la pintura?” Yo respondí: “Sí nos gusta”, y ya desde ahí empecé a mentir, porque no me gustaba nada lo que estaba haciendo…
—¡Vaya chiquillo! Y, ¿por qué no te gustaba?
—Porque, bueno, eran unos monotes horribles, para un niño.
—Y desde ahí empezaste a mentir...
—Sí, y eso es muy importante, en el arte, la creación, que siempre es una referencia de la realidad pero se trata de no hacer la realidad, ¿no? Se trata de hacer otro tipo de realidad. El arte es una transformación y una sorpresa, si no, ¿de qué vamos a hablar?
—Bueno, habíamos dejado en el tintero una pregunta, sobre alguno de esos lugares en los que has vivido, y que recuerdas de manera especial en tus últimas andanzas, ¿qué nos dices?
—Bueno, recuerdo, con especial emoción, porque fue una experiencia muy bonita, mi último viaje a Constantinopla. Bueno, a la antigua Constantinopla. Estuve en Turquía viajando por varias partes del país, que es maravilloso. Ya me quería comprar mis chanclas, mis babuchas, ponerme una bata y quedarme por allá.
—¡Ya lo creo! Quedarte por allá, en los alrededores de la Mezquita Azul. Mágico lugar, con toda esa caligrafía misteriosa, hermosísima. Supongo que habrás paseado sobre el Bósforo...
—Bueno, sí. He viajado y tengo un poco de la visión del antropólogo, porque he viajado a lugares con los que estamos relacionados. Por ejemplo, a Medio Oriente. A aquellos les pones sombrero de charro, y ya; además de ahí proviene el mariachi. Cuando tú oyes la música, cuando estás en Marruecos y esos lugares, clarito está que de ahí viene el mariachi, nuestra música del mariachi. El mismo grito ese del mexicano, pues es un grito de ahí mismo, que se da en el desierto. Nunca encontré un lugar tan, tan similar a México. Por un lado, Medio Oriente, a través de la conquista de México, todos esos países eran de los árabes. Cosa que me decían los españoles: “Uy, ustedes nada más nos aguantaron cuatro siglos y medio, nosotros aguantamos a los árabes ocho siglos y medio, ustedes no aguantaron nada”.
—¡Qué maravilla! Yo coincido contigo, Javier, totalmente. ¡Esa cultura maravillosa de esos pueblos! Y curiosamente, cuando uno visita la Alhambra, y la Mezquita, y toda la herencia árabe en España, se queda sorprendido, pero cruzas a Marruecos, y visitas sus medinas, sus plazas en las que igual hace equilibrio un acróbata, como una marroquí pinta sus manos con hena, y otro más allá sostiene un mandril, y de un cesto de mimbre sale una cobra... y por si fuera poco, te topas con una vendedora en moto, con su chilaba volando en el viento, y su pañuelo en la cabeza, que te alcanza para venderte collares y pulseras... bueno, es magia pura.
—Sí, fíjate, Yolanda, que yo mis viajes los disfruto mucho. Por otro lado, te cuento que estuve en Colombia cuando era joven, estuve incluso trabajando en un circo en Medellín. Había entonces una gran tradición de circos. Mi vida ha sido una aventura, como pintar es, verdaderamente, una aventura.
En ese momento, nuestra productora Ángeles Rodríguez nos indica, allá tras el cristal, que el tiempo del programa ha terminado. Yo habría querido seguir conversando con Javier Arévalo y ese mundo de colores y magia que nos ha compartido. Pero debo despedir, y lo hago pidiéndole a Javier que subraye su invitación:
—Ojalá puedan asistir, estará la obra en Libertad y Progreso, un lugar bastante agradable, créanmelo, un lugar muy propio para exponer. ¡Ahí los veo!
—Gracias, Javier. Ha sido un gran gusto conversar contigo, te agradezco que hayas venido a nuestro programa y que nos hayas compartido tu actividad más reciente.
—Pues, les agradezco yo más todavía, ha sido un gusto verte, Yolanda, y verte tan bien y con tanto éxito. Te felicito de verdad, lo que has logrado en estos treinta años es una maravilla.
—Muchas gracias, Javier.
Antes de concluir este capítulo les comparto una anécdota ocurrida recientemente, en noviembre pasado, durante un encuentro de artistas e intelectuales en el que Pancho Madrigal presentaba su libro Guasanas (divertido fabulario que integra con gran ingenio ilustraciones y oralidad llevada al papel, toda suerte de especímenes que emergen de la fauna mexicana), nos encontramos con Javier Arévalo. Nos saludó lleno de optimismo, energía y sentido del humor. A la pregunta obligada de ¿cómo estás de salud?, él respondió: “Mira, muy bien”, pero luego agregó: “Bueno, el doctor me dijo que si sigo así no voy a durar mucho, pero yo le contesté: No estoy aquí para durar, sino para disfrutar”, y estalló en una carcajada. Ése es Javier Arévalo.