Читать книгу Daguerrotipos - Juan Carlos Núñez Bustillos - Страница 21
ОглавлениеDespués de 34 años de no exponer en Guadalajara, Alejandro Colunga presentó “Maravillas y pesadillas 1968–2008”, simultáneamente, en el Museo de las Artes y en el Instituto Cultural Cabañas. La exposición reunió obra realizada entre los años 1968 —cuando arrancó su primera exposición— y 2008, es decir, una retrospectiva de cuarenta años de trabajo artístico, aproximadamente doscientas piezas, en distintos formatos y técnicas.
Con este motivo invitamos al artista. El día llegó. Abrimos el programa con la rúbrica acostumbrada y Alejandro no se presentaba. Transcurrieron los primeros minutos sin su presencia, así que decidí poner en contexto la época en la que Alejandro Colunga comienza su carrera en Guadalajara, volviendo la mirada a los años setenta, cuando en la capital tapatía se daba un movimiento artístico interesante y muchos nos iniciábamos en el campo de la danza, de la pintura, de la literatura, del teatro y de la comunicación.
La nómina de Bellas Artes de Jalisco —que equivale a lo que ahora es la Secretaría de Cultura—, en ese entonces no rebasaba las sesenta personas. Había una gran mística, una gran pasión por las artes, y laboraban en las oficinas de Bellas Artes de Jalisco (Jesús García 720, junto al parque Alcalde) personas como Fabián Medina en arquitectura; Luis Valsoto en pintura; Daniel Salazar y José Luis Moreno en teatro; Luis Patiño en literatura; Cándido Galván en prensa y difusión; Felipe Covarrubias, en diseño gráfico.
En nuestra ciudad tomaba fuerza la expresión musical de la nueva trova con Pancho Madrigal a la cabeza y diversos grupos folklóricos que se presentaban en las famosas peñas. Funcionaban como centros culturales la Galería Municipal, el Exconvento del Carmen, la Casa de la Cultura, el teatro Experimental y, por supuesto, el teatro Degollado, en el que se presentaban figuras como la soprano tapatía Gilda Cruz Romo, el músico indio Raví Shankar, el Nikolais Dance, Joan Manuel Serrat en sus primeras visitas a Guadalajara, entre muchos otros artistas.
Alejandro Colunga tenía una galería en la calle de Chapultepec, que era la famosa zona rosa, en donde no había tantos comercios y en realidad era un lugar de encuentro cultural.
De pronto se abre la puerta de la cabina y entra Alejandro Colunga con una gran sonrisa.
—Alejandro, ¿cómo estás?, buenos días, qué gusto que nos acompañes. Les contaba a los amigos radioescuchas justamente sobre aquella época de los años setenta, cuando nos conocimos precisamente en tu galería ubicada en Chapultepec. Creo que fue tu primera galería, digamos más o menos formal —me detengo en la frase y corrijo—: bueno, en honor a la verdad, formal, formal que digamos nunca has sido, ¿verdad, Alejandro?
Alejandro se ríe divertido y dice.
—No, no lo creo, estoy echado a perder. Fue una época preciosa, realmente no era mi galería, estábamos de socios Luis Rutilio Medina, Fernando Robles, y otro pintor del que no me acuerdo su nombre; éramos artistas jóvenes que no teníamos ni un cinco para comprar nada, pero ahí estábamos, haciéndole la lucha a Guadalajara.
—Yo lo recuerdo perfectamente, porque nosotros terminábamos de ensayar en la compañía de ballet de Bellas Artes e íbamos todos a visitar las galerías de Chapultepec. Además, era una época en la que todos los de la cultura nos conocíamos; éramos relativamente pocos, éramos una familia. Ahora me entero de que vas a exponer y me da un gusto enorme, porque tienes mucho tiempo sin exponer en Guadalajara; ¿qué serán, más de treinta años? Nunca te preocupó demasiado exponer, además no lo necesitabas, yo sé que tú obra vuela, ahora sí que vuela, en los dos sentidos.
—La verdad es que yo estaba consciente y sabía que tenía que viajar, es parte del aprendizaje de un artista, los viajes confrontan. Tenía que ver qué se está haciendo en otros países, es muy importante para el desarrollo de un artista, por ahí dicen las malas lenguas que me tomé “treinta y cuatro años sabáticos”.
—Sí, lo creo. Te digo que estás “echado a ganar”, no a perder, Alejandro. Mira que treinta y cuatro años haciendo lo que te gusta, ¡qué maravilla! Esto marca definitivamente a un ser humano. ¿Qué se le puede preguntar a Alejandro Colunga que no le hayan preguntado ya? Creo que te han preguntado de todo, hasta indiscreciones, supongo. Sabemos que eso del “culto a la personalidad” no funciona, así que opto por una charla entre amigos, por conversar, por el invitarte a decir eso que traes en el alma. Y bien, empezaría por preguntarte ¿cómo te sientes ahora con esta magna exposición, que está siendo visitadísima, y muy bien recibida por el público tapatío?
—Me siento muy satisfecho y muy contento, porque entregué todo mi corazón, no anduve con pichicaterías en ningún aspecto y quise entregar todo mi corazón a Guadalajara y que no se dijera que les hice una exposición al “ai se va”. Y la respuesta fue igual, creo que fue una entrega mutua, y que se cumplió realmente para lo que fue realizada esta exposición. También quiero decir que no fui yo solo el que expuso en realidad, hubo tanta gente que sacrificó su tiempo, su fe en este proyecto, muchísima gente, y estoy hablando de los maestros fundidores, de los marmoleros, de los herreros, de los carpinteros, de mis asistentes, del mariscal Tico, que sin él, bueno, no salen las cosas... y tanta gente que entró a apoyarnos. Yo estaba sorprendido, yo no lo hice con intención de sacar algo, más bien de entregar.
—Lo entiendo así, lo veo así. Yo que conozco tus piezas desde que iniciaste, que conozco tu trayectoria, ¿sabes qué me sorprende más que todo, Alejandro? La enorme capacidad de recursos que tienes, para estarte reinventando, en el mejor sentido, cambiando, no te repites, vamos, tienes una de recursos que uno dice: ¡cómo es posible!, y me pregunto, ¿cómo pudo Guillermo Sepúlveda, en su labor de curador, manejar todos estos recursos para darles un tono, un ritmo, un sentido a la exposición? La sala de los magos, la sala de los zapatos, ¡esto es maravilloso!
—Guillermo ha crecido muchísimo en los últimos treinta años, se ha hecho enorme. Para mí es uno de los mejores curadores del país; no porque curó mi muestra, sino porque realmente ha hecho cosas sensacionales y además es un gran promotor del arte joven; él ha apostado siempre por el arte joven. Y también hay que mencionar la labor de Daniel Liebson, con sus maravillosas museografías, sus ambientaciones, pues, eso que tú viste, fue una fiesta de cooperación, un encuentro de gente que estábamos en lo mismo, y ya con varios años en esto, y entonces todo esto se dio, no porque yo le eché tantas ganas, sino porque la gente alrededor de mí lo hizo.
—No eres tú solo, eres tú con los otros.
—Más bien sí... porque sin ellos no se hace la muestra.
—En realidad, Alejandro, así es la vida, uno solo no hace nada. Es “uno con los otros”. En este panorama nacional en que Jalisco destaca y se proyecta hacia el internacionalismo por una figura como Alejandro Colunga, yo creo que tú, con otras figuras como Toledo, como Julio Galán, como Rodolfo Morales, serían importantes representantes del panorama nacional, correspondientes a nuestro momento, ¿no crees?
—Sí. Yo no olvidaría a Juan Soriano, y a algunos más que a estas horas de la mañana —yo diría de madrugada— no recuerdo, pero sí, ahorita que los mencionaste, sí quiero decir que yo aprendí mucho de ellos, los quiero mucho y los respeto mucho, me refiero a Galán, a Toledo, a Soriano, a los maestros oaxaqueños, Rodolfo Morales, Rodolfo Nieto y a toda esa pléyade de grandes artistas; al maestro Felguérez. Ante ellos, uno abre su corazón para aprender no sólo como grandes artistas que son, también como grandes seres humanos.
—Hablemos ahora de la magia que ha tamizado tu obra entera, y que desde jovencito te ha acompañado. Recuerdo en las reuniones entre amigos, en las que coincidíamos, de pronto te gustaba la magia, y hacías alguno que otro milagro. Dime, ¿por qué la magia? Supongo que debes haber tenido una infancia muy mágica.
—Sí, la magia está muy ligada al arte. Realmente yo creo que la magia radica en hacerlo todo con amor y no es tanto truco. Tiene que ver con la actitud de, realmente, si no entretener, hacer llegar un sentimiento al espectador, y eso es muy difícil de lograr y hay que trabajar mucho. Yo a los magos que tuve la oportunidad de conocer en algunas ciudades de Estados Unidos y en México, ellos me traducían esos trucos maravillosos en trabajo; en realidad, la magia radica en dos pilares, en el trabajo y en el amor a esto, si no, nada más la magia no se te da, y a mí desde niño siempre me gustó aprender trucos que a veces se convertían en verdadera magia, se vuelven milagros, el milagro de comunicar, que tú lo conoces muy bien, es un milagro el de la comunicación, y cuando se logra es maravilloso.
—Has dicho exactamente la verdad. La intención de la magia, el sentido de lo cotidiano, y el poner la fuerza del amor, la fuerza de la alquimia, ésa es la verdadera fuerza que transforma y que, de pronto, las cosas se van dando y dices, “es más de lo que merezco”, sí, de pronto lo dice uno, pero, en tu caso, yo me imagino —corrijo—, no me imagino, tengo la certeza, de que tú, con cuarenta años dándole y entregando tu trabajo, eres un gran maestro. Vi el video que te hicieron, te vi en ese video jugar con la pintura, y ponerla y quitarla, como te dio la gana. Haces lo que quieres, Alejandro, lo que quieres con la pintura y ella te responde como tu mejor amante.
—¡Has pegado en el clavo, Yolanda! La pintura es la mejor amante, y bueno, da más que pide, y realmente yo me he dado cuenta de que a través de los años ese simple trazo, ese simple color embarrado en la tela y que sale y te sorprende, pues es una reciprocidad; me doy cuenta de que también el arte ama, está vivo, el arte es vivo, cuando uno lo hace con el corazón, y es recíproco, yo le doy pero tal vez ella me da, como cien veces más, como decía un sabio por ahí de la India, si tú te acercas a algo que amas y das un pasito, esa persona va a dar tal vez, mil pasos hacia ti.
—Sí, porque eso es el amor, el amor no es decir “me privo de esto para darlo”, no, es “me reafirmo en esto y crezco porque soy capaz de dar”.
—Sí, y aparece la magia de la generosidad, si eres generoso se te va a regresar una montaña de generosidad, eso es lo que sale, el producto es eso, mucho trabajo con amor.
—Ahora, a propósito de tu trabajo, hay unas características muy especiales tuyas, lo híbrido, mezclas elementos, el animismo: le das vida a los zapatos, por ejemplo, y por otro lado el antropomorfismo, y todos esos aspectos que tú los manejas de manera genial, y la prueba está en que cuando llega uno al museo ahí están las tarántulas, entre que no sabes si te quieren saludar y brincarte como perritos, o te quieren devorar.
—Las zapatarántulas.
—¿Así se llaman?
—Zapatarántulas, sí.
—Y toda esta metamorfosis que tú convocas, ¿de dónde emerge?, ¿realmente de tus pesadillas, como dices?
—Es una mezcla de realidad, irrealidad y pesadillas, y no nada más de pesadillas sino de sueños agradables. Precisamente estaba oyendo a un músico maravilloso que adoro y amo desde niño cuando se me ocurrió hacer esa tarántula que tú ves así, muy monstruosa, pues estaba oyendo a Cri–Crí con el “Che araña”.
—Sí te creo, absolutamente te creo. Cuando les dije que estarías aquí a los amigos radioescuchas, los invité a que hicieran preguntas, esa pregunta que quizá yo no acierto a formular, y más de alguno me decía: “Pregúntale si es creyente”, y bueno, lo hago: ¿En qué cree Alejandro? Con esta intención también estuve viendo algunos de tus cuadros y quizá, el que más me sacudió fue un cuadro que tienes en el centro de la sala, uno enorme, de gran formato, que se llama “La pasión de los locos”, que es una especie de Cristo, y me pregunté yo también: ¿En qué cree Alejandro, hasta qué punto la religiosidad que aparece en varios de sus cuadros, la iconografía religiosa se manifiesta?
—La pregunta es muy difícil, pero afortunadamente tiene una respuesta. Creo que aquí entra la lógica un poco: Yo nací en una familia católica, muy católica, de misa a diario, rosario a diario. Cuando yo era muy pequeño nunca comprendí la religión en su verdadera dimensión, hasta ya un poco más grandecito. Cuando fui creciendo, cuando tuve conciencia de las cosas, y cuando mi madre, que era una mujer muy sabia y muy comprensiva, una mujer todo amor, ella, que veía que nosotros al tener cierta edad ya nos daba flojera ir a misa y todas esas cosas, nos dijo: “Ahora ya están en edad de escoger en qué quieren creer, y en lo que eligen para que sea un sostén en su vida”. Y mira, Yolanda, soy muy sincero, yo no soy muy religioso, pero sí soy creyente. Creo en un ser superior, amoroso, un padre amoroso, un padre tierno, comprensivo, perdonador, que no es exclusivo de ninguna religión.
—Sí. Un principio de amor que cobija el mundo.
—Un principio de amor que cobija todas las razas, todos los colores, no le importan las clases sociales. Entonces, es un amor puro, que si nosotros abrimos nuestro corazón, él llega, no importa cómo, y él está dentro de nosotros, no creo que haya que buscarlo en un templo. Respeto mucho todas estas cuestiones, además es la religión familiar, no es mi intención agredir o faltar al respeto. Por otro lado, yo siempre he sido un gran admirador del arte religioso, y digo religioso porque estoy abarcando todas las religiones.
—De ninguna manera le faltas al respeto a nadie. Te voy a decir: habrá quien pueda calificar un cuadro tuyo de irreverente; bueno, quizá para algunas mentalidades, pero creo que lo haces dándole ligereza a la pesadez y a los formalismos religiosos, lo cual es muy diferente de ser irreverente. En tu obra están presentes la ironía, el juego, la risa, elementos siempre presentes en toda expresión plástica.
—Sí. Mi intención no está chueca, no está torcida, ese cuadro que mencionas...
—“La pasión de los locos”.
—Sí, “La pasión de los locos”. En alguna ocasión me dio por visitar manicomios. Mi hermana Geny, que en paz descanse, trabajaba de administradora en San Juan de Dios, y yo le pedí —como alguna vez lo hizo el Greco y algunos artistas y lo siguen haciendo— que me permitiera acercarme a ver al ser humano que, la verdad, está perdiendo la vida en una locura, ¡quién sabe si es feliz!, o simplemente es un sufrimiento, está sufriendo, y uno contempla la esencia del ser humano. A mí siempre me ha llamado mucho la atención la locura, y a la vez, me ha hecho un poco más ser humano consciente. Yo iba a los manicomios y hacía apuntes. Entonces una enfermera, que me pareció también que estaba un poco alterada y sabía que yo era pintor, me dijo: “Oiga, ¿por qué no le pinta un Cristo a los locos?, ellos tienen derecho, pinte un Cristo loco para los locos, si no cómo se van a entender”. Y eso me puso a pensar profundamente en un Cristo loco, para los locos.
—Efectivamente, “La pasión de los locos”, ¡espléndido!, ¿supongo que pertenece a una colección privada?
—Sí.
—La mayoría de las piezas de la exposición son de colecciones privadas, ¿no?
—Sí. Hay algunas piezas que son de tu servidor, de mi colección personal, pero precisamente están ahí para reforzar la exposición.
—Nuestros amigos preguntan, ¿qué hay del cortometraje o largometraje que se está realizando sobre Alejandro Colunga?
—Hay dos. Nos tienen trabajando muchísimo, en realidad el documental es una manera de informar, el porqué cierto artista, en este caso tu servidor, pinta lo que pinta, y de dónde viene la raíz, de qué pared salió, de qué barrio, de qué ambientación, de qué viaje, y que a mí me parece también muy válido. Yo me estoy divirtiendo mucho, ayer filmamos desde las cinco de la mañana hasta las doce del día en un circo, ¡me vistieron de payaso!, lo cual a mí me encantó, porque el circo es un venero de mi obra, una influencia muy fuerte, como fue el arte religioso, como lo mencioné antes, y esa combinación fue un bombazo en mi vida.
—Pero no te subiste a algún trapecio, ¿o sí?
—Casi lo hago. Pero me volteé a ver la barriga y pensé: “Aquí me voy a reventar, o voy a reventar el trapecio”. Fue una experiencia maravillosa, muy agotadora. ¡Ah!, y también fuimos al barrio de las Nueve Esquinas, que yo sigo adorando; fuimos a la birriería, era como entrevista en el guión de la película, y me hicieron caminar por mis rutas de antes.
—¡Uy! ¿Tú naciste en ese barrio, Alejandro?
—No, yo nací en San Juan de Dios, en un hospital que era “catrín” por ahí, en aquellos tiempos, frente a la antigua plaza de toros El Progreso.
—¿Por ahí, por donde estaba el hospital Sánchez Arroyo?
—Creo que sí, ¡en el Sánchez Arroyo!, ahí nací.
—Era el hospital al que iba también mi familia, frente a la antigua Plaza de Toros, sí.
—Nosotros crecimos en el barrio del Pilar, y después, porque era una casa tan vieja que se estaba cayendo, nos cambiamos a las Nueve Esquinas, que a mí me pareció mágico. Fíjate, Yolanda, mucha gente tiene la idea de que yo no quiero a Guadalajara, pero no es cierto. Yo amo a Guadalajara, está llena de tantos recuerdos, es tanta la magia que hay aquí, que la gente no se da cuenta, pero ése es otro boleto.
—Así es, desgraciadamente la ciudad es un poco difícil para el artista.
—Pero qué bueno qué sea difícil, no es cuestión de queja. Yo les tengo mucho que agradecer a los tapatíos que sean tan difíciles, porque lo he mencionado alguna vez, que es como un gimnasio, uno se hace más fuerte.
—Cuando estuve nuevamente visitando la exposición me tocó ver un montón de muchachitos, jóvenes, algunos adolescentes, que sacaban su celular y tomaban la fotografía del cuadro, cosa que no se permite en otros museos, y lo comentaban entre ellos con mucho entusiasmo. A mí esto me encantó, porque no hay uso de flash, es solamente la fotografía, y no se van a hacer ricos por una sola foto de celular, pero se llevan un “cacho de Colunga”, ¿qué opinas de esto?
—Eso es algo que me hace muy feliz, porque llega a un momento en que se está cumpliendo el fin para el que fueron hechos los cuadros. Cuando yo observé, en un día que fui, a dos muchachas jóvenes que estaban intentando tomar una foto sin flash, y que uno de los guardias fue y se los prohibió, yo le dije: “Perdóneme, pero ésta es mi exposición y aquí sí se permiten fotos y se permite todo”.
—Con razón estaban los guardias muy accesibles, decían: “No hay problema, no hay problema, tome usted la foto si quiere”. No, pues encantados. Hasta yo tomé la fotografía de “La pesadilla del principito”.
—La verdad no entiendo por qué no dejan tomar fotos incluso sin flash, siento que a la obra no le va a hacer ningún daño, pero, en fin.
—Qué maravilla, Alejandro, el que de pronto los años tengan su ventaja y mire uno para atrás y diga: “¡Bien, ha valido la pena!”, valorando aquel remolino, aquel vértigo que uno traía de joven. Debes de sentirte muy satisfecho.
—Sí, cuando trabajas la conciencia y trabajas el estar aquí, trabajas el para qué estás aquí, yo pienso que es cuando uno madura y el mundo se vuelve más agradable, y uno se vuelve más generoso, e igual recibes generosidad, porque no podemos seguir viviendo así en medio de esta deshumanización tan grande. La tecnología no nos ha demostrado ningún adelanto, no vivimos un mundo mejor.
—Tienes razón, ¿a qué es llamado el ser humano, desde tu punto de vista?
—El ser humano está llamado a crecer, a evolucionar y a despertar de veras en el amor al prójimo; que palabra tan difícil, parece que a nadie le interesa, y yo no quiero ser una persona que se le eche encima a otra con el coche, o que le haga mal a alguien que te pide un cinco en una esquina. No se trata de eso. Primero hay que ser humanos con nosotros mismos, si no es imposible serlo con los demás. Hay una frase muy bonita de un sabio que la dijo en inglés: “Be kind with yourself”, o sea sé amable, amoroso, contigo mismo, y lo que va a surgir de ti va a ser eso, amor, y así puedes cambiar a tu alrededor. Yo tengo mucha fe, tengo muchos años practicándolo, y creo que sí funciona.
—Sí, llevarte bien contigo, y después, en consecuencia, con los demás. Alejandro, ¿qué le dirías a la sociedad jalisciense, a los tapatíos, a la gente de Guadalajara en relación con el arte?
—Que no tengan miedo, que no se van a enfrentar al chamuco ni a un cambio de religión. El arte es un aspecto necesario para la vida del ser humano, el arte, la cultura, la civilización. Todas las grandes civilizaciones nos lo han demostrado desde muchos milenios atrás, que el ser humano sin la cultura no podrá vivir, y que las grandes obras, de los grandes artistas han sido dedicadas a Dios, entonces ¿a qué le tienen miedo?
—Alejandro, he dejado para el final esta última consideración. Yo quisiera seguir conversando contigo toda la mañana, pero el tiempo corre. Percibo al “niño” en toda tu obra. Por ejemplo, el niño del volantín, de madera estofada y policromada, que es una belleza, y aparece el niño jugando en toda la obra. Pero también, de pronto, encuentro en tus piezas artísticas a Nietzsche; él hablaba de las transformaciones, primero el camello cargado con toda el peso social, luego el león, que se sacude la carga y decide no llevarla más, y finalmente el niño, que representa al artista. Yo encuentro al niño en toda tu obra, ¿ser niño para siempre sería una aspiración tuya?
—Es una aspiración, sí, y trabajo en ello diariamente. No lo veo en el sentido de refugiarme en el niño, sino en el sentido de contactar al niño que comparte la paleta, el dulce, el chocolate con el compañerito de al lado; el niño compartidor, amoroso, porque eso me dieron mi madre y mis hermanos.
—El niño no disfraza sus emociones, están ahí presentes.
—Claro. No hay por qué temerle a las emociones, el niño es muy importante llevarlo siempre, porque así se disfruta más la vida. Se trata de disfrutar la vida, a pesar de la tragedia.
Efectivamente, Alejandro Colunga transforma lo solemne, lo oscuro, en una categoría estética.
—¿Algo que desees añadir, Alejandro?
—Pues que me vuelvas a invitar, Yolanda, porque es muy bonito estar en contacto con tu gente y con mi gente, y que verdaderamente les mando todo mi cariño a los que me aguantaron, incluyéndote, toda esta hora. Y sí, espero que me vuelvas a invitar otra vez.
—Estás invitado. Es tu casa, Alejandro.
—Gracias, va a haber novedades, ya les avisaré.
—Es tu casa, lo subrayo. Además, les recuerdo que aquí en el Sistema Jalisciense de Radio y Televisión tenemos dos símbolos en la parte exterior. Precisamente dos esculturas de Alejandro Colunga: la radio y la televisión.
—Vengan a verlas, y a sentarse e interactuar con ellas.
Así llegamos al final de la entrevista. En un momento cité a Nietzsche, y justamente el filósofo habló de que el arte es eso sin lo cual la vida sería insoportable. Nietzsche escribió: “El arte existe para que la vida sea más disfrutable”, y creo que todos estamos de acuerdo.