Читать книгу Daguerrotipos - Juan Carlos Núñez Bustillos - Страница 19

Оглавление

Originario de Guadalajara, en donde nació el 2 de julio de 1929, el escritor, editor, periodista, crítico y ensayista Emmanuel Carballo venía con cierta frecuencia a la ciudad. Especialmente en la década de los ochenta, cuando solían visitarnos intelectuales de la Ciudad de México invitados por las autoridades culturales del estado o del municipio a dialogar o dictar conferencias sobre la actualidad literaria del país.

En agosto de 1989, Emmanuel Carballo vino a Guadalajara invitado por la Secretaría de Cultura, para presentarse en diálogo con el escritor Juan José Arreola. Fue en esa circunstancia cuando tuvimos la oportunidad de entrevistarlo en nuestro programa. Carballo había sido invitado a dar un curso sobre el cuento en la literatura mexicana del siglo xx. Ya antes lo había entrevistado y siempre sus declaraciones habían resultado polémicas. Por eso, desde el día anterior en que yo había anunciado que Carballo estaría con nosotros, los radioescuchas esperaban expectantes para escucharlo y participar del juego de su palabra afilada.

Llegó puntual a la cita, en mangas de camisa, seguro de sí mismo, dispuesto a dialogar y a mantener esa imagen de “inteligente acidez” que le había caracterizado siempre en su papel de crítico, perfil que le acarreaba, sin duda, lectores y seguidores deseosos de leer y escuchar sus opiniones sobre los protagonistas de la literatura mexicana, pero también, sin duda, detractores y enemigos, en ocasiones, no muy satisfechos con su punzante crítica.

Sus ojos pequeños miraban con agudeza de musaraña, su amplia frente y un delgado bigote que de vez en vez se mesaba, le conferían cierta presencia despreocupada y dominio frente a los micrófonos. Le acompañaba la maestra Carmen Gloria Lugo, quien fungía como anfitriona por parte de la Dirección de Literatura de la Secretaría de Cultura de Jalisco. Ella inició nuestra charla comentando la sesión del día anterior.

—Fue un gusto tener a Emmanuel Carballo con su gran desempeño como crítico literario, con ese valor que tiene para destacar lo mejor de un escritor, y realzar, desde el punto de vista combativo a veces, los aspectos intrínsecos de una obra o de un personaje. Ayer fue muy interesante porque estuvo también el maestro Juan José Arreola en la sesión y leyó uno de sus cuentos: “La mujer amaestrada”, y luego Emmanuel Carballo estuvo comentando la entrevista que él mismo le hiciera años atrás.

—Gracias, Gloria, por tu presencia —le digo—, y dirigiéndome al escritor—: ¡Bienvenido al programa, Emmanuel Carballo! Cuéntanos sobre tu visita a Guadalajara, tú eres de esta ciudad, aunque radicas en la Ciudad de México ¿desde cuándo?

—Desde 1953. Pero vengo con cierta frecuencia. Antes venía cada fin de semana, después cada mes, después al inicio de cada estación del año y después una vez al año. Y espero, ahora que tengo sesenta años, venir “una vez al principio de cada década”, es decir, ahora vengo a los sesenta, vendré a los setenta, a los ochenta, a los noventa... para seguirle tomando el pulso a esta ciudad maravillosa, y al mismo tiempo deplorable.

—A ver, ahora tendrás que explicarnos eso de “deplorable”... ¿por qué dices que Guadalajara es deplorable?

—Me pasó una cosa curiosísima. Yo soy un devorador de letra impresa enorme. Quise saber lo que pasaba en Guadalajara. Bajé del hotel que está situado en la parte céntrica de Guadalajara, cosa que no me gusta, porque la parte hermosa de Guadalajara está en los suburbios. Zapopan es quizá la parte más hermosa de Guadalajara. Yo creo que de Lafayette para allá es una Guadalajara hermosísima, llena de árboles, de vegetación, de casas bellas, de rostros maravillosos, de cuerpos cimbreantes. Y como que por el centro de la ciudad se ha quedado la gente fea, la gente mal vestida. No la gente pobre, porque en México todos estamos pobres desde hace cuatro o cinco años. No hablo de la pobreza, sino de la manera de vestir, de encarar el mundo, de practicar el oficio de ser hombres todos los días. Entonces, me levanto, bajo a comprar los periódicos para saber qué pasaba en Guadalajara. Compré El Occidental y El Informador, me los leí religiosamente, y... ¡siguen siendo tan malos como cuando yo tenía veinte años! Tuve que comprar los periódicos de México para saber qué pasaba en Guadalajara, cosa que me pareció verdaderamente lamentable.

—Te escucho hablar y te percibo un poco como “desertor de nuestra ciudad”.

—Yo creo que al contrario. Quien no critica no ama. Quien viene a decir maravillas no ama a la ciudad. Yo amo a la ciudad porque le encuentro sus defectos. Porque yo formo parte de los defectos de esta ciudad. Los periódicos son así porque no hemos hecho nada por mejorarlos. Nos conformamos con lo que nos dan y no pedimos que nos den mejores cosas. Son una conglomeración de anuncios sin ton ni son, mal impresos. Nos dan basura y la aceptamos y todavía pagamos por ella.

—Hay barrios hermosísimos, Emmanuel. Tú mencionas sólo una zona de Guadalajara. Faltaría que visitaras, por ejemplo, el barrio de Analco, o Santa Tere.

—A mí me gustaba el barrio de Oblatos cuando era pequeño, ahí estaba el viejo parque Oro, a donde iba yo al futbol, al antepreliminar de las ocho de la mañana; a las diez veía el preliminar y a las doce veía el partido estelar, y me iba a pie y me regresaba a pie. Vivía yo cerca del templo Expiatorio, o sea que yo conocí Guadalajara más o menos bien, porque una ciudad se conoce caminando. Cuando uno se va en coche no conoce nada. En cambio, cuando platicas con las piedras, con las casas, cuando conoces a la señora que barre, que riega, al señor que vende el pan, a la viejita que va con su olla de peltre a traer la leche… tienes contacto con la ciudad y eres parte de la ciudad.

—Eso es precisamente a lo que me refería, Emmanuel.

—Pero yo ya no vengo a ver esto, vengo más o menos como turista. Entonces, me refiero a la parte hermosa de Guadalajara, a las niñas bellas de Guadalajara. Ahora pienso que aquí ya no hay mujeres hermosas, y la culpa la tiene el centro de Guadalajara. Creo que pocas ciudades tienen tan pocas mujeres guapas como Guadalajara en el centro de la ciudad. Por cada kilómetro cuadrado no encuentras una chica guapa. En cambio, de Lafayette para allá pululan de tal manera que en un kilómetro cuadrado te encuentras 512 mil muchachas guapas, es la ciudad más pródiga en belleza femenina.

—Te recuerdo que hay una frase que dice: “Cada quien encuentra precisamente lo que anda buscando”. ¿Qué es lo que andas buscando tú? Ahora que, en tus propias palabras, dices que una función del crítico es “redescubrir”, bueno, creo que habría que invitarte a que “redescubrieras” Guadalajara.

—Bueno, son maneras de ser. Hay que aceptar que muchas personas piensan de manera diferente. Cada quien ve con ojos distintos, del color que tú quieras, y tan amigos.

—De acuerdo, aunque ahora te vemos más como defeño que como tapatío, Emmanuel... —el escritor salta de inmediato, protestando:

—¡Noooo! Estoy absolutamente en desacuerdo contigo. Yo hablo todavía como jalisciense, y tengo treinta y tres años en el exilio.

—¿Tú crees, Emmanuel? Bueno, hablemos de literatura, ya que me dices que periódicamente vienes a Guadalajara a tomarle el pulso a la ciudad, supongo que el ámbito literario te es bastante conocido.

—Yo creo que lo que pasa en Guadalajara pasa en todo el país. México se está desbaratando como país política, económicamente, pero culturalmente es uno de los grandes momentos. Yo tengo sesenta años de vida y cuarenta de dedicarme a la crítica de la historia y de la literatura y pocas veces había visto un florecimiento tan grande del norte al sur, del este al oeste, de costa a costa, de frontera a frontera —casi parezco programa de televisión—, en poesía, en cuento, en novela, en ensayo, en teatro, en crítica literaria, en crónica, en periodismo cultural. Somos literariamente un país del primer mundo, y no podemos decir que seamos un país de primer mundo en economía cuando vivimos de prestado, ¡hasta los calzones nos presta el Banco Mundial para poder vivir! O sea que no podemos decir que económicamente seamos un país que ha resuelto sus problemas. En cambio, culturalmente estamos en una óptima circunstancia, tenemos muy buenos narradores, muy buenos poetas. Jalisco ha sido tradicionalmente una tierra de poetas excelentes, y sigue siéndolo.

En ese momento invito al público a participar a través de los teléfonos, así como a Carmen Gloria Lugo. De pronto, Emmanuel Carballo toma de nuevo el micrófono y nos sorprende porque vuelve a “las mujeres bellas de Guadalajara”, como si una espina le hubiese quedado clavada. Entonces, dirigiéndose a Gloria, dice:

—Yo hablo de las mujeres bellas que hay en Guadalajara, en ciertas zonas de Guadalajara, y la ausencia de mujeres bellas en otras zonas de la ciudad. Es decir, la concentración peligrosa de la belleza y de la fealdad por zonas. ¿Tú cómo ves el problema de los hombres en Guadalajara, el tapatío es bello, el tapatío es feo? ¿Habría que exportar jaliscienses a otras partes para mejorar la raza? ¿O qué deberíamos hacer, Gloria?

—¡Qué les parece! —me dirijo al auditorio que nos escucha—. Emmanuel Carballo entrevistando a Carmen Gloria Lugo, y en el terreno de la estética femenina y masculina. ¡Vaya giro el que ha dado el programa! —nos reímos los tres y a ella no le queda más remedio que intentar responder:

—Bueno, yo opino que están muy bien los tapatíos.

—¿Guapos, guapos, guapos? —le pregunta Emmanuel ante la timidez de Carmen Gloria, quien añade siguiendo la broma:

—Pues sí, tal vez sea buena idea exportar.

El espacio musical llega como chorro refrescante con una canción de Joaquín Sabina. En cabina siguen las risas y Emmanuel no abandona ese tono lúdico e incisivo con el cual se siente cómodo. Recibo llamadas de un público muy participativo mientras escucho a Emmanuel decir:

—Es que si no es así, la gente se aburre y te cambia, así la gente que nos escucha tendrá ganas de quemarme en leña verde, y eso es lo bonito. Yo he hecho de la polémica un arte y de la disidencia una manera de vida. En el fondo soy como niño malcriado, no he dejado de ser eso, y te burlas de ti mismo y de los demás.

Entre las llamadas hay una del doctor César Hernández, quien le pide una opinión sobre la obra de Margarita Michelena, así como sobre lo que Carballo expresó recientemente en la revista Proceso sobre Octavio Paz. Emmanuel responde:

—Quiero decirle al doctor César Hernández que pierde su tiempo lamentablemente leyendo a Margarita Michelena. Es como si existiera Virginia Woolf y no se hubiera suicidado en aquel río cercano a su casa, y estuviera ahí su obra, y por otra parte, estuviera la obra de una mala escritora jalisciense y leyera a la mala escritora jalisciense y no a Virginia Woolf. Esta mujer —Michelena— escribió unos poemas interesantes cuando tenía veinte o veinticinco años y le pasó lo que decía Leopoldo Alas, “Clarín”, un crítico extraordinario y autor de la mejor novela española del siglo XIX, La regenta. Él hacía una definición de poetisa que me parece maravillosa y muy aplicable a Margarita Michelena. Decía: “Poetisa: mujer fea, que se hace el amor a sí misma en verso”. Y esta cuestión de Proceso la voy a contar muy brevemente, casi en forma telegráfica: Yo estuve en Torreón hace como un mes, y durante dos horas, minuciosamente, hice un análisis lo más pormenorizado posible de cómo andaban las letras mexicanas. Hablaba de los creadores, de sus obras, y lo que salió en Proceso es como la nata que le quitan a la leche —cuando todavía había leche y no leche en polvo importada, por supuesto—, y yo me querellé y publiqué una nota en mi periódico que es unomásuno, protestando sobre el hecho de que si yo había hablado dos horas, hubiesen publicado exclusivamente una frase. Tú sabes, cuando te has dedicado al periodismo, al radio y a la televisión, que tú puedes hacerle cirugía plástica a una frase y a un autor, y lograr hacer de un hombre bueno un hombre malo y viceversa; un hombre malo puede ser el más santo del mundo, un san Felipe de Jesús. Con Octavio Paz tengo una enorme deuda, fue mi maestro junto con Carlos Fuentes, creo que es el poeta más grande de México, y decía que Octavio Paz es un hombre que se ha endiosado, y que era como un sapo endiosado que en cualquier momento podría reventar. Y se publica esa sola frase y se olvida todo lo positivo que yo dije de Octavio Paz. Me están haciendo cirugía plástica y me están haciendo lo que hace el PRI en Michoacán: Me están haciendo la “Operación Manitas”. Me están rasurando la verdad, y metiendo mentiras. Yo sostengo lo que dije en Torreón, que Octavio Paz es un hombre que tiene una vanidad terrible, y que sus acólitos le pueden decir si pregunta: “¿Qué horas son? Las que usted guste, Octavio”. Ya no hay una posición crítica del alumno frente al maestro y eso es malo en cualquier país del mundo. Una gente que se endiosa llega al nepotismo, llega a la dictadura. Y eso no lo pusieron. A Octavio Paz le está pasando un poco lo que le pasó en política a Porfirio Díaz en los últimos años de su largo reinado de treinta años, que él pensaba que todo andaba bien en la república porque veía a los científicos, a Limantour, a Bernardo Reyes, a dos o tres gentes más que le decían que “todo andaba bien”, que el norte, el sur, el centro andaban perfectamente bien, mientras se estaba incubando un malestar muy grande entre los escritores, obreros, intelectuales, la clase media, los burócratas... y llegó el momento en que eso hizo explosión como una olla de presión en donde se cuecen los frijoles y empezó la Revolución mexicana. A Octavio Paz le va a pasar lo que le pasó a Porfirio Díaz por su manera de enfrentarse a los problemas diarios de los escritores mexicanos. Pero hablar de los defectos de Octavio Paz no es ir en contra de su obra. Paz no solamente es el poeta más grande de México, es uno de los grandes poetas del siglo xx a escala universal. Margarita Michelena, con tantos años de vida, y con la coquetería de no usar lentes, no pudo leer lo que yo dije, y además en Proceso, una revista absolutamente amarillista que no da más que una versión “por el ojo de la cerradura” de lo que pasa en el país, es decir, agarra lo malo y lo convierte en catastrófico, y todo lo bueno que pasa lo olvidan.

—También en Proceso apareció un comentario tuyo sobre José Emilio Pacheco, en el sentido de que es un escritor de un gran talento, pero que no había tenido el talento suficiente para crear “la gran obra, la obra maestra”.

—Mira, yo fui el descubridor de José Emilio Pacheco y de Carlos Monsiváis, como crítico literario. Yo los llevé al suplemento “México en la Cultura” de Novedades, con Fernando Benítez, de quien también hablo en estas entrevistas de Proceso. Yo decía que José Emilio Pacheco es un hombre que maneja admirablemente bien el español, que en poesía, que en prosa, es una de las personas que mejor ejercen el estilo en México, pero que no es un genio, y que las obras que ha producido no son Pedro Páramo, no son los textos de Confabulario, no es Dormir en tierra o El luto humano de Revueltas. No es un hombre que vaya a modificar la literatura mexicana. Y cuando tú no modificas la literatura mexicana, si eres mexicano, a la larga es como si no hubieras existido. Las historias de la literatura te dedicarán cuatro o cinco renglones. En cambio, un ser desaliñado, que llegó quién sabe de dónde, que por equis o zeta escribió el gran poema, escribió la gran noveleta, escribió la gran novela... por los siglos de los siglos su nombre será recordado.

—Tus comentarios, Emmanuel, me han hecho recordar los que hizo Juan José Arreola, en fecha reciente, en el marco de los talleres que imparte en el ex Convento del Carmen, a propósito de cómo se sentía en este momento de su vida, y él hablaba autocríticamente, señalando que sentía que le había faltado, precisamente, ese impulso, ese talento final para realizar “la gran obra”. Arreola añadía que en las últimas décadas no se había escrito la gran obra. ¿Qué opinas, Emmanuel?

—Bueno, yo coincido con Juan José en esto. Decía yo, y tal vez parezca una contradicción con lo que dije antes, que estamos viviendo un gran momento en la joven literatura mexicana que está transitando con paso firme y está abriendo nuevos caminos al andar, que sabe escribir, que tiene cosas que decir, que no somos rupestres, que somos contemporáneos de nuestros contemporáneos, que somos habitantes de fines del siglo xx, pero, efectivamente, no hay un Carlos Fuentes, no hay una La región más transparente, no hay una Muerte de Artemio Cruz, no hay un Terra Nostra, no hay Cristóbal Nonato, no hay Pedro Páramo de Rulfo, no hay Los errores de José Revueltas, no hay Noticias del Imperio de Fernando del Paso... pero, obviamente, y yo espero estar vivo para entonces, espero que antes de terminar el siglo xx, entre esos muchachos que andan entre los veinte y los treinta y cinco años surjan los que van a producir obras que cambien significativamente lo que hoy entendemos por cuento, novela, ensayo, teatro y poesía.

Los radioescuchas seguían marcando nuestros teléfonos y varios expresaron su admiración por Carballo por su valentía y franqueza. El crítico agradece:

—Sí, agradezco esta opinión y preciso que digo “mi verdad”. Sabemos —después de Einstein— que todo es relativo y yo expreso una manera de ver el mundo, de encararte con el fenómeno, con el discurso literario. Es un punto de vista que, cuando la gente está adormilada, es importante despertarla diciendo cosas fuertes, cosas distintas.

—También hay algunas llamadas que coinciden contigo, Emmanuel, en relación con los periódicos locales, El Informador y El Occidental, con páginas llenas de anuncios y secciones culturales que dan risa. Aunque, en honor a la verdad, hay muchos artículos rescatables y colaboradores importantes.

—No, indudablemente, no podemos hacer tabula rasa. Yo hablo de El Informador, como periódico, y de El Occidental, como periódico, que los vengo padeciendo desde los años cincuenta, o desde los años cuarenta en el caso de El Informador. Yo leía la página de caricaturas, que sigue siendo lo mejor de El Informador, y la sección de anuncios. Pero ahora hasta mal impreso está. Hay que ponerse los lentes para poder saber si es el cielo azul, porque está impreso en verde. Es algo espantoso. Parece que está hecho en La Barca o en Atotonilco, y no en Guadalajara, la segunda ciudad del país. Claro que hay gente espléndida, por ejemplo, ayer leí, en El Occidental, una nota de Gloria Velázquez, que me pareció un modelo, aquí y en cualquier parte del mundo.

—Claro, o la maestra Magdalena González Casillas, que colabora en el suplemento.

—Exactamente. Es una de las grandes investigadoras de la literatura jalisciense, a quien la universidad y el departamento cultural del estado le deben toda una serie de reconocimientos por una tesonera labor, en la cátedra, en el periódico, en las conferencias, en sus libros, para recuperar lo que fuimos para poder ser mejor de lo que somos. La literatura jalisciense, sería la mitad de lo que conocemos, está enterrada en los periódicos y gracias a Magdalena y a gente como ella tenemos un mejor conocimiento de nuestro siglo xix, de la colonia, y de autores desconocidos de principios del siglo xx. Aprovecho para saludar a Magdalena, a quien quiero mucho. No he visto todavía los artículos que publicó en el mes de julio, cuando cumplí sesenta años. Me gustaría mucho verla. Estoy, Magdalena, danto un cursillo en el ex Convento del Carmen, donde hubo un gran hombre durante la colonia, el padre Nájera, que a su alrededor se formó toda una generación literaria, que dio grandes hombres para Jalisco y para la nación mexicana. Ahí estoy a las siete de la noche, todos los días, todavía hoy jueves y mañana viernes.

Precisamente en ese momento recibimos la llamada de la maestra Magdalena González Casillas para preguntarle a Emmanuel a dónde podía llevarle los artículos mencionados. No cabe duda —pienso— de que nuestro espacio radiofónico cumple una función no sólo informativa, sino de enlace entre los protagonistas del arte y la cultura en nuestra ciudad. Emmanuel abunda sobre el tema de los periódicos:

—Ahora, en un país capitalista un periódico sin anuncios está condenado a desaparecer. Pero además de los anuncios debería tener artículos sobre la vida cultural, sobre la vida política, sobre la vida económica, por ejemplo, el problema de la universidad. Yo he leído en La Jornada magníficos artículos de Miguel Ángel Granados Chapa, de Gilberto Guevara Niebla sobre el problema de la universidad, del que en la ciudad de Guadalajara no he visto un solo artículo que me oriente para saber qué es lo que está pasando, o qué es lo que está sucediendo. Para mí es un poco la lucha entre el pasado y el presente, entre lo periclitado y lo nuevo, entre lo que hay que desterrar y lo que hay que fomentar.

Las llamadas del público continúan, nuestro programa, desde sus inicios, se ha caracterizado por su apertura a la opinión de los radioescuchas. La señora Elsa Rodríguez dice: “Estoy de acuerdo con Emmanuel Carballo. Guadalajara hace mucho tiempo que dejó de ser la provincia de la que estamos orgullosos. Estamos orgullosos del recuerdo de Guadalajara, no de su presente”. También llama el señor Jesús Ríos: “Los de México siempre vienen a pontificar. ¿Cómo es posible que se pongan a hablar de si los tapatíos son o no guapos? Es inconcebible”. Emmanuel Carballo toma la palabra y se defiende:

—Son guapos o feos si lo digo yo o lo callo... hay gente guapa y gente fea hasta en el Distrito Federal y en todas partes, en Río de Janeiro, en Madrid, en Barcelona, hay que hablar de todo, de lo pequeño, que lo pequeño es muchas veces lo grande.

—Hablemos del curso que estás dando aquí en Guadalajara, Emmanuel. ¿Sobre el cuento?

—Sí, pero no sólo sobre el cuento. Es una historia del cuento mexicano del siglo xx. Empiezo con Julio Torri, cuyo centenario de nacimiento estamos celebrando. Don Julio nació en 1889 en Saltillo, a finales del mes de junio. Hablo también de Efrén Hernández, un cuentista poco conocido, autor, entre otros cuentos, de “Tacho”, que es uno de los pequeños monumentos de la literatura corta escrita en México. Hablo también de José Revueltas, uno de los prosistas, como ya lo dije hace un momento, más deslumbrantes, más osados, más terribles, más llenos de fuerza que ha tenido México en este siglo. De Juan José Arreola, autor de uno de los cuentos que, pasará el tiempo, podemos morirnos todos nosotros y un cuento de Arreola seguirá corriendo fortuna aquí y en todas partes, me refiero a “El guardagujas”, y junto a él tenemos como hermanos no menores, sino del mismo tamaño a “La mujer amaestrada”, “La parábola del trueque”, “La migala”, “La teoría de Dulcinea”, “Homenaje a Otto Weininger”; hablo de Rulfo como cuentista y de una mujer extraordinaria que para mí es la mejor novelista, la mejor cuentista y la mejor mujer mujer —este pleonasmo funciona— que se dedica a las letras y que es Elena Garro. Los recuerdos del porvenir creo que es una de las mejores novelas que se han publicado en idioma español en el siglo xx; La semana de colores es un libro de cuentos notable, y sus obras de teatro. Yo vi en el estado de Tabasco, en el municipio de Oxolotán, en una comunidad indígena, unas obras de Elena Garro extraordinariamente bien puestas; fueron a Madrid, a Nueva York, y tuvieron un gran éxito; fueron la revelación de la ciudad de Nueva York, donde saben un poco de teatro.

—Emmanuel, pide el auditorio que les recomiendes uno de tus libros, el que sea para ti más entrañable.

—Bueno, uno de los libros que más beneficio puede ser para la gente que le interesa la literatura mexicana, que ha sido una de mis grandes pasiones, es Protagonistas de la literatura mexicana, es una historia de la literatura mexicana del siglo xx un tanto heterodoxa. Es hablar de lo que ha pasado en México en el terreno de la literatura desde el grupo de El Ateneo de la Juventud, al que pertenecieron Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos; hasta Rosario Castellanos, Carlos Fuentes, Elena Garro. Son entrevistas, ensayos, algo de crónica, de ensayo, y mucha crítica literaria. Yo creo que es el libro mío más interesante. Hay ahora una cuarta edición en Ediciones El ermitaño, de la Ciudad de México, en coedición con la Universidad de Guadalajara.

Carmen Gloria cita unas palabras del propio Carballo que, en su opinión, lo describen: “He hecho de la disidencia un arte, y de la polémica una forma de vida”. Luego le pregunta directamente:

—Esa especie de quijotismo literario o artístico, ¿te ha dado fruto, en el sentido de que hayas visto una reacción de parte de los escritores?

—Bueno, como todo, el que nada contra la corriente como los salmones, o como aquellos pájaros de Borges que volaban hacia atrás porque no les importaba saber a dónde iban sino de dónde venían, tiene muchos problemas. En México el que se mueve no sale en la foto, y yo me he ido moviendo constantemente, trato de alterar el curso de la historia, de la historia de la literatura. Y eso personalmente, política y económicamente, es nefasto. Pero hay deberes fundamentales de orden ético, de orden estético que hay que cumplir. Cuando la gente no hace las cosas tú tienes que decir tu voz desgarradamente en donde te dan un pequeño resquicio para que sueltes de tu ronco pecho lo que piensas, y yo he aprovechado eso en la universidad, en conferencias, en la televisión —suelo hacer mucha televisión—, en la radio… en todas partes, en artículos, en libros...

—Ese humor ácido y corrosivo —insiste Gloria— es eminentemente moral.

—Indudablemente. Toda la gente que se ríe de los demás y empieza riéndose de sí misma es un moralista. Es el caso de Arreola, de Julio Torri... somos moralistas mal vistos, vistos como bufones, como gente que es molesta en un momento dado. Pero a la larga, sin ese tipo de personas no se entiende un momento determinado de la historia de un país.

—Quiero comentar para que lo entienda el público —continúa Gloria— que aparte de todo esto eres un investigador muy serio; tienes un método, una técnica, un método de trabajo muy severo, a través de años vas recopilando tus fichas, tu obra tiene un peso intelectual.

—Finalmente, el chascarrillo, la broma... si se queda en chascarrillo y broma, pues eres un payaso, tienes que ir a un teatro de burlesque. Pero un historiador, un crítico de la literatura tiene que demostrarlo en sus libros y en sus artículos y yo es lo que trato de hacer.

Antes de cerrar la charla, Carballo menciona uno más de sus libros, hermano gemelo de Protagonistas...

—Se llama Protagonistas de la literatura hispanoamericana del siglo xx, son entrevistas a Cortázar, a García Márquez, a Benedetti, a Jorge Amado, a Jorge Icaza, a Lezama Lima, a Nicolás Guillén. Más o menos el mismo proyecto, pero en relación con la patria grande que es América Latina.

Agradezco a Carmen Gloria Lugo y a Emmanuel Carballo su presencia en el programa, y Emmanuel se despide:

—Estuve muy contento de estar con vosotros. Sobre todo es muy bonito que la gente te diga lo que piensa, que una gente te vea de una manera, y otros de otra. En literatura lo hermoso, después de leer un poema o una novela, es que esa novela o ese poema tiene tantas interpretaciones como lectores inteligentes, y la voz de una muchacha, de un señor o de un viejito tiene tantas interpretaciones como lectores y auditores tiene un programa. Y se ve, por lo que vimos en esta hora, que tienes mucho auditorio.

Daguerrotipos

Подняться наверх