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2. SEGUNDA ETAPA

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Tres son los elementos fundamentales a partir de los cuales podemos conceptuar el teletrabajo si bien todos permiten matices, particularmente en el seno de las organizaciones públicas. Nos referimos al lugar de realización del teletrabajo, la utilización de las TIC para su desarrollo y la distancia entre empleador y empleado11. Por lo tanto, con carácter general, podría definirse el teletrabajo como aquel realizado fuera de la sede física de la organización en la que habitualmente lo desarrollaría, mediante la utilización de tecnologías de la información y la comunicación en la que el contacto con el empleador, el control y la entrega de trabajo se producen a distancia.

Para hablar de segunda etapa del teletrabajo –cuyo inicio podemos datar de alrededor del inicio de la década de los noventa del siglo veinte– tenemos que aludir fundamentalmente a los dos primeros elementos a los que hicimos referencia en el párrafo anterior. El final del siglo XX trajo consigo una tecnología cada vez más pequeña, más ligera, que se había abaratado considerablemente y cada vez tenía menos cables, lo que poco a poco dio lugar a la aparición de un concepto de teletrabajo distinto, que paulatinamente empieza a identificarse con el que puede desarrollarse desde cualquier lugar12. Esto dio lugar a la preponderancia cada vez mayor del término trabajo flexible y a un incremento de la legislación en la materia, ocasionado por la necesidad de dar respuesta a las preocupaciones generadas por el teletrabajo, como las vinculadas a la conciliación de la vida personal y familiar13.

Al igual que la concepción de teletrabajo a lo largo del tiempo ha evolucionado y se ha ampliado, también ha variado la percepción de este en función del momento y la región del mundo en la que se implantaba o se estudiaba su implantación. Este cambio dependerá fundamentalmente de tres factores: la situación de los individuos, de las organizaciones y de la sociedad14.

No vamos a hacer aquí un tratamiento exhaustivo de la historia del teletrabajo en Europa. Sin embargo, a modo de breve descripción, podemos destacar que durante buena parte de la década de los setenta y ochenta, a diferencia de lo que ocurría en los Estados Unidos, en buena parte de Europa se veía con recelo esta modalidad de trabajo, lo que posiblemente tuvo como consecuencia el bajo volumen de implantación que tuvo en relación con el que se dio en Norteamérica15. En Europa, el teletrabajo se verá con cierta desconfianza, lo que se extenderá a los primeros documentos que la Unión Europea dedicó a la cuestión durante la década de los noventa, destacando algunos efectos negativos que podía tener sobre los trabajadores, como el aislamiento, la falta de capacidad para organizarse, la ausencia de control sobre el tiempo efectivamente trabajado y el derecho a lo que hoy se denomina genéricamente derecho a la desconexión digital16.

Pese al escepticismo sobre el teletrabajo en el viejo continente, donde llegó a cuestionar si constituía una posible amenaza a la emancipación de la mujer en la medida en que podía propiciar una forma velada de vuelta al hogar (toda vez que se entendió que eran el mayor número de potenciales teletrabajadoras)17, la década de los noventa trajo consigo un considerable avance y generalización en el uso de las nuevas tecnologías, junto con un creciente anhelo de flexibilidad, en buena medida motivado por el cambio que había supuesto en las estructuras familiares el acceso de la mujer al mercado laboral.

De esta manera, el teletrabajo empezó a concebirse, también en Europa, como una herramienta válida para facilitar el control sobre la vida laboral18 que, en última instancia, podría servir incluso para redefinir los roles del hombre y la mujer en el reparto de tareas domésticas, en la medida en que ambos incrementaban el tiempo de estancia en el hogar19. Esto dará a su vez lugar a un lento y progresivo incremento en el número de teletrabajadores20. Con el paso del tiempo, otros beneficios que conectan con algunas de las políticas públicas que fueron abriéndose camino a nivel europeo han ido destacándose cada vez más como posibles consecuencias directas del teletrabajo. Entre ellos la reunión de las personas en torno en torno a intereses de relación en lugar de laborales o la recuperación artística y cultural de las ciudades, al mismo tiempo que se favorece la libre elección del lugar de residencia, revitalizando los espacios rurales amenazados por la despoblación21. Desde la perspectiva social también se ha destacado la ventaja que ofrece para facilitar el acceso al trabajo de personas con discapacidad, con elevadas cargas familiares o próximas a la jubilación o de edad avanzada22.

Crisis, reacción y evolución: el teletrabajo en el sector público

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