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1 España:
el siglo XX

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El español que pretenda huir de las preocupaciones nacionales será hecho prisionero de ellas diez veces al día, y acabará por comprender que para un hombre nacido entre Bidasoa y Gibraltar es España el problema primero, plenario y perentorio.

JOSÉ ORTEGA Y GASSET,

«La pedagogía social como problema político», conferencia leída en Bilbao, el 12 de marzo de 1910


A principios del siglo XX, España era para Pío Baroja «el país ideal para los decrépitos, para los indianos, para los fracasados, para todos los que no tienen nada que hacer en la vida…»1. España (18,6 millones de habitantes en 1900; dos tercios de población rural y analfabeta) era, en efecto, un país rural y atrasado, sumido en buena medida en la miseria y el subdesarrollo, que aparecía como el paradigma del fracaso: una modesta nación, sin apenas presencia en el mundo, que en 1898 acababa de perder lo que le quedaba de su formidable pasado imperial (Cuba, Filipinas, Puerto Rico). En 2009, esa misma España (40,8 millones de habitantes; economía industrial y de servicios; 78 por ciento de población urbana) era, por su Producto Interior Bruto, la octava economía del mundo. Democratizada desde 1975 e integrada en la Unión Europea desde 1986, la España de finales del siglo XX contaba de nuevo en la vida internacional. Políticos españoles figuraban al frente de importantes organismos mundiales (Javier Solana, secretario general de la OTAN y alto representante del Consejo para la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea; Federico Mayor Zaragoza, director general de la UNESCO; Enrique Barón y José María Gil Robles Gil Delgado, presidentes del Parlamento Europeo…). España acogía relevantes acontecimientos mundiales (Cumbre de Madrid sobre Oriente Medio, 1991; Juegos Olímpicos de Barcelona, 1992; Exposición Universal de Sevilla, 1992). Tropas españolas participaban en acciones militares conjuntas, con sus aliados, en distintos puntos del planeta.

El cambio había sido, por tanto, formidable. La modernización de España —esto es, su transformación en un país democrático, europeo y desarrollado— era un hecho histórico de extraordinaria trascendencia: la verdadera revolución española del siglo XX. Precisemos. La modernización española no fue resultado de una evolución gradual y tranquila. La plena modernidad solo llegó a partir de 1975, tras el restablecimiento de la democracia a la muerte del general Franco y la aprobación de una nueva Constitución, democrática y consensuada, en 1978. Antes, la Guerra Civil de 1936-1939 (300.000 muertos, 300.000 exiliados permanentes, 300.000 represaliados por la dictadura de Franco entre 1939 y 1945) y su secuela, la dictadura franquista (1939-1975), habían dejado, como era lógico, huella indeleble en la vida histórica del país: habían hecho que la historia de España fuera vista como la historia de un fracaso.

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