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LAS CARAS DEL ESPEJO

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El cuarto 22 tenía dos espejos, uno iluminado por una barra de luz neón y el otro por una bombilla de 60 watts. El primero estaba en la recámara: al despertarme encontraba un rostro de una desdibujada palidez, recién emergido del cenote sagrado. No era una imagen distorsionada; al contrario, la molestia venía de verme demasiado. Entonces corría en pos de la luz incierta del segundo espejo.

Como en el amor, también en los espejos conviene una mirada débil, capaz de corregir el rostro que en las noches ofrecemos a la luna.

Palmeras de la brisa rápida

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