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No es un bug, es una feature

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En la jerga informática, un bug es un error de programación. En la época en la que trabajaba de ingeniero, era muy común escuchar la frase en inglés «It’s not a bug, it’s a feature». Que venía a significar algo así como: «No es un error, es una nueva característica».

Y es que, a veces, se interpretaba como un error o como un comportamiento anómalo algo que era simplemente una nueva característica que aún no se conocía.

Claro que luego la frase se convirtió en una broma que le soltabas a alguien que descubría un error en tu código. Pero esa es otra historia. La moraleja es que solemos ver como un error algo que es perfectamente normal; sucede que nuestro conocimiento sobre el problema o el contexto nos hace percibirlo como anómalo.

Además, tendemos a buscar explicaciones para justificar tal creencia.

Permíteme que te cuente una anécdota un tanto absurda que me ocurrió en una empresa en la que trabajé. Resulta que un cliente muy importante nos dio, a última hora, un portátil nuevo para que le instaláramos el sistema operativo que les estábamos preparando, para que los jefazos hicieran una presentación.

Y resultó que algo que había estado funcionando bien en otros ordenadores no había forma de que arrancara en ese portátil. No podíamos instalar el sistema operativo. Varias personas de distintos equipos estuvieron tratando de solucionar el problema, pero nada.

Teniendo en cuenta los «síntomas», aparecieron muchas teorías que parecían tener sentido. Todos opinábamos. Incluso alguno afirmó haber visto una solución en un chat chino sobre sistemas operativos parecidos.

Sin embargo, era muchísimo más sencillo que todo eso: el portátil no tenía disco duro, por eso el sistema operativo no podía verlo y no podía instalarse.

Esto mismo nos suele pasar con la salud. Ante cualquier síntoma o problema, enseguida buscamos explicación en los casos raros, cuando la explicación suele ser mucho más sencilla y normal.

Tenemos la idea de que cuando algo «va mal» en nuestro cuerpo es que «se ha estropeado», que «hay algo mal» en él. Pero, aunque creamos lo contrario, esos son los casos más raros. La mayoría de estas veces, nuestro organismo está haciendo lo que debe hacer. Funciona bien y hace lo más eficiente para adaptarse al entorno en el que se encuentra y a los estímulos que recibe.

Es decir, el problema no suele ser cómo reacciona el cuerpo, sino a qué reacciona.

La fiebre, la inflamación o el dolor no son errores o problemas de nuestro cuerpo que debemos corregir, sino mecanismos del organismo para avisarnos de que algo va mal y para enfrentarse a infecciones, heridas, lesiones, etc.

Aun así, seguimos centrándonos en quitar la fiebre, la inflamación o el dolor, como si ese mecanismo y ese síntoma fueran el verdadero problema. Y, normalmente, lo único que conseguimos es retrasar o impedir el proceso natural de recuperación del cuerpo.

Evidentemente, habrá infecciones u otros problemas médicos en los que los procesos naturales del organismo se queden cortos. Ahí es donde la medicina moderna y el enfoque reduccionista son más útiles. Y, en muchos casos, resultan imprescindibles para curarnos.

Pero hay otros muchos casos, sobre todo relacionados con enfermedades crónicas derivadas de nuestro estilo de vida sedentario, donde este tipo de intervenciones no son muy efectivas. Ahí es donde el enfoque sistémico y de control del entorno suele ser lo más eficaz. Porque el problema no fue un virus o un accidente, sino la adaptación constante a determinadas condiciones del entorno: qué comíamos, cómo nos movíamos, cuánto y cómo descansábamos, cuánto nos exponíamos a la luz solar, cuánto y a qué estresores estábamos expuestos (ruido, luz, contaminación, estrés emocional, estrés social, etc.).

En resumen, es mejor que nos centremos en evaluar nuestro entorno y los estímulos a los que estamos expuestos antes de empezar a buscar explicaciones «exóticas» a lo que pueden ser respuestas normales de nuestro organismo.

3 pasos contra el sedentarismo

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