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ОглавлениеSierra Amerrique en Nicaragua—Sus minas de oro—El naturalista Thomas Belt—Nuevos nombres de lugares en la América Central, terminados en iqque, ique, ó ic—Ausencia de nombres de montañas, en los documentos y relaciones impresos en el siglo XVI—Dificultad de hallar la verdad.
Un geólogo y naturalista de talento, el difunto Thomas Belt, autor de The Naturalist in Nicaragua, Londres, 1874, dice que la cadena de montañas que forma la línea divisoria de las aguas, entre el lago de Nicaragua y el río Bluefields, se llama Sierra Amerrique, ó Cordillera de Amerrique; que es formada de rocas, sembrada de precipicios, con alturas verticales como cortadas á pico, de masas de rocas aisladas y en forma de puntas. Habla de encontrarse con frecuencia la terminación tique ó rique, en los nombres de lugares en Honduras, y piensa que los indios Lencas fueron los antiguos habitantes de Chontales. En fin, Thomas Belt dice, que el oro se encuentra en venas ó filones de cuarzo, en las minas de Santo Domingo, San Benito, San Antonio y Consuelo, explotadas durante tres años, de 1868 á 1871, por la Compañía Minera de Chontales, de que él fué ingeniero. Afirma que no hay placeres que valgan la pena de ser explotados, mostrando con eso, que anteriormente habían sido agotados por los indios ó los españoles.
En carta datada en Londres á 8 de Abril de 1878, Thomas Belt me dice, que cuando él vivió en La Libertad, al pié oriental de las montañas de Amerrique, á menudo había llamado su atención la semejanza de ese nombre con el de todo el Continente; pero que jamás había visto en eso otra cosa que una coincidencia. Se hace cargo de la pronunciación indígena del nombre Amerrique, con doble r: y agrega:—“Las crestas y picos de esta sierra, son desnudas, y batidas constantemente por los vientos violentos que vienen del Pacífico.”
El Doctor A. Le Plongeon, de Mérida, Yucatán, que es el erudito que mejor ha estudiado á los indios de la América Central, y especialmente la lengua maya, me escribió en 10 de Diciembre de 1881, que el nombre América ó Amerrique, quiere decir, “país donde el viento sopla siempre con fuerza,” ó “el país del viento,” y que “algunas veces la terminación iqque, ik é ika, no solo significa viento, aire, sino también el espíritu que respira, la vida.”
En mi primera memoria de 1875, he dado una lista de quince nombres de lugar, indígenas de la América Central, y que terminan todos en iqque, ique ó ic. Esta última terminación se escribe indiferentemente ic, ique, ó iqque, la ch al fin de un nombre se pronuncia como k ó c.
He aquí otros diezinueve nombres de lugares, con la misma terminación: Tepich, Xoncanich, y Cancabtic, en Yucatán; Tenosique, en Tabasco; Chirique, Tuquerrique ó Tucurrique, Bruzhik, Brunhik, Izguizhik, Berbazhik, Tayutique ó Tuyotique y Turiric, en Costa-Rica; cerro de Cunchique, en el Salvador; Mizquic ó Mizquique, en Méjico; Zapotitlic, en Jalisco; Pitic y Saric, en Sonora; Tajique, en Nuevo Méjico, y Munchique, en Colombia. En fin, citemos el nombre Ameralik, distrito de Groenlandia, cerca de Godthaab, á 64° 5′ latitud Norte, y 51° de longitud.
Después de las montañas de Amerrique, de Nicaragua, tenemos las de Lepaterrique de Honduras. Observemos, que todos los nombres indígenas americanos, de lugar, son descriptivos de aquel á que se aplican.
Conviene decir, que de los documentos que poseemos sobre la América, sea que traten de demarcaciones, concesión ó confiscación de propiedades por letras patentes ó reales cédulas, ó que contengan descripciones de provincias ó nuevas exploraciones en ninguno se halla nunca un solo nombre de cadena de montañas, de mesetas ó llanuras. Encuéntranse nombres de provincias, villas, pueblos, ríos, puertos de mar, bahías, cabos, y algunas veces de valles. Esta omisión en la geografía física, muestra que la ciencia de la descripción exacta y topográfica de un país, no existía, y explica cómo no se encuentra el nombre de la Sierra de Amerrique, en ningún documento antiguo de la América Central.[2]
Tan numerosas son las incertidumbres y contradicciones, en cuanto concierne á los navegantes y á los descubrimientos geográficos, de fines del siglo XV y principios del XVI, que Humboldt dice con justicia:—“En la cronología de los descubrimientos, confúndense, á la sazón, las fechas, las naciones y los hombres.”[3] Y si Saint Beuve ha podido exclamar respecto de los acontecimientos y de los hombres de nuestro siglo:—“¡Cuánto trabajo cuesta hallar la verdad, y con cuántas dificultades se tropieza en el camino!” ¿qué sucederá, cuando se trata de cosas de hace cuatro siglos? ¿Qué deberá hacerse para distinguir lo verdadero de lo falso, y trasformar en luz vagas vislumbres? Examinar de cerca, comparar y hacer converger todo lo que se halla á nuestro alcance: por una parte los datos históricos impresos en la época misma; y por otra, los manuscritos que vayan encontrándose, ó que hubiesen sido impresos largo tiempo atrás: en fin; darse cuenta exacta de las condiciones sociales de la época.