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Índice

Cosmographiæ Introductio del Gimnasio vosgense—Citas de los nombres Americo, Ame-rige—Explicación de Alejandro de Humboldt, que atribuye al nombre Americus procedencia germánica—Etimologías fantásticas—Traducción latina, con el nombre de Quatuor Navigationes, por el Canónigo Basin, de la segunda carta de Vespucci—Rareza del librito de Saint Dié—D’Avezac y su libro “Martín Hylacomylus Waltzemüller.”

Hemos llegado al punto más importante, conforme al parecer de los críticos que se han ocupado de la denominación del Nuevo Mundo, desde 1507, época en que vió la luz en Saint Dié la Cosmographiæ Introductio del Gimnasio vosgense, que contenía “un nombre geográfico inventado accidentalmente lejos de España, é inscrito en las cartas á falta de publicaciones sobre los viajes de Colón á las costas del Paria y de Veragua.”[15]

Me reservo para más tarde citar el pasaje famoso, tantas veces citado y reproducido, que forma la única partida auténtica de bautismo del Nuevo Mundo—Digamos solamente, que al margen de este pasaje se halla escrito el nombre Americo. Dos fojas antes, á la décima tercia, marcada C, en la tirada ó edición de 1507, que tengo á la vista,[16] al frente del pasaje......et quarta orbis pars (quam quia Americus invenit Amerigen, etc.) el nombre Ame-rige se halla en dos líneas al margen.

Humboldt dice:—“Los contemporáneos de Vespuce han traducido Amerigo en latín, no por Americus, como debieron hacerlo, sino por Albericus.” “Gomara, en su Historia de las Indias (Zaragoza, 1551) reune al nombre italiano el nombre latino, llamándole Americo ó Alberico Vespucio.”[17] Mathurin de Redouer ha confundido Eméric, Aïmeric, Almeric y Alberic. Y el gran panegirista de Vespucci, el Abate Bandini, pretende que el tío mismo de Vespucci le designó con el nombre Emericus. (Véase Bandini, pág, XXVIII.)

Y una vez lanzados en el campo de las explicaciones más ó menos fantásticas, que no han podido ajustarse ni al italiano ni al español; é ignorando Humboldt, por otra parte, la existencia de una región geográfica del Nuevo Mundo, que llevaba el nombre indígena Amerrique; se acogió á la lengua alemana, fuente inagotable de erudición, en tratándose de nombres propios. Humboldt no vaciló en declarar, con su amigo el sabio lingüista de Berlín, von der Hagen, que el nombre Americus es de origen germánico; lo que, añade ingénuamente, “no debe dudarse, siendo el cosmógrafo Hylacomylus, nativo de la Alemania Meridional.”[18] Es necesario leer las páginas, de la 53 á la 59, del Examen Crítico de la Historia de la Geografía del Nuevo Continente, por Alejandro de Humboldt, para formarse una idea de todo lo que es posible imaginar en punto á etimologías, donde se hace intervenir las lenguas germánicas, inclusive el alto alemán antiguo, las lenguas romanas y hasta el sanscrito. Y toda esta erudición, á efecto de explicar un nombre usado por los pobres indios de la costa de mosquitos, para designar la región de Amerrique á los primeros navegantes, ávidos del oro que de allí provenía.

Las Quatuor Navigationes de la Cosmographiæ Introductio, ó sea la segunda carta de Vespucci, según la clasificación de Varnhagen, fueron una traducción del francés al latín, por el canónigo Jean Basin de Sandocourt (Joannes Basinus Sendacurius) ó de Sendacour, según d’Avezac.[19] La primera traducción francesa del original italiano es, tanto como su autor, desconocida, y es bárbara y españolizada. Si entonces fué publicada, ya en forma de opúsculo, ó como hojas volantes, de ello no hemos encontrado rastro alguno.

Observemos de paso, que todo cuanto se hacía camino al docto Gimnasio de Saint Dié, era de segunda, y aun de tercera mano. De allí la ocasión de errores, multiplicados por la inexactitud á que siempre fueron propensos los poetas y cosmógrafos del Renacimiento, y que explica, al menos en parte, las que brillan en el célebre volumen de Saint Dié.

Jamás se ha publicado librito alguno más preñado de inexactitudes y errores. En él se encuentra impreso por la primera vez el nombre latinizado de la mitad de la tierra, el nombre de todo el Hemisferio Occidental. Y para más rematar la curiosidad, este librejo es una verdadera obra de aficionado, una bella muestra de trabajo tipográfico, de los cincuenta primeros años del arte de imprimir. Además, es rarísimo. Esta obra célebre ha sido la desesperación, el rompecabeza, el objetivo de la codicia, de todos los bibliófilos americanistas, desde hace medio siglo.

Alejandro de Humboldt, que fué el primero en reconocer su grande importancia, dice que es una obra “preparada con el mayor descuido por un librero (reconocido como muy oscuro) del pueblecito de Saint Dié, en Lorena.”[20] El vizconde de Santarem, la mira como “fuente de tantas injusticias, engaños y confusión.”[21]

Humboldt, de Santarem, von Varnhagen, Harrisse, Eyriés, Yéméniz, Chartener, Firmin-Didot, Brunet, Major, Lenox, Barlow, Brown, de Costa, Winsor, Deane,[22] Navarrete, Orozco, Uricoechea, etc., etc., todos los americanistas de los dos mundos han examinado esta edición. Ha sido vuelta y revuelta en todo sentido. Jamás ninguna joya—y es esta una de las más raras y magníficas—ha sido vista y estudiada con mayor atención. Cuando uno ha tenido la fortuna de hacerse con uno de los doce ó quince ejemplares existentes, lo toca con recelo y con cierto respeto mezclado de profunda curiosidad, estudiando sus fojas una en pos de otra. El precio que ha alcanzado en almoneda, por ejemplar de la tercera edición, que es la menos rara, ha sido de 1,700 y 2,000 francos, que es bonito dinero por un librejo de cincuenta y dos fojas, cuarto menor. El único ejemplar de la primera edición, que es el de Eyriés, y que pasó en seguida á la biblioteca de Yéméniz (de Lyon) si fuese puesto á la venta, alcanzaría 4,000 ó 5,000 francos, y probablemente aun más.

Pero de todos los geógrafos bibliófilos, el que mejor ha estudiado esta mal pergeñada obra, es el sabio Marie-Amand-Pascal de Castera Macaya d’Avezac.

En un libro[23] que le hace el más grande honor, y al que, con modestia suma, no le puso su nombre, contentándose con el de “Un geógrafo bibliófilo,” casi ha agotado la materia. Poco menos que temeridad es abrir nuevamente la discusión sobre cuestiones que deben considerarse juzgadas por semejante maestro. Es verdad que d’Avezac, como Alejandro de Humboldt y tantos otros, ignoró la existencia de la Sierra de Amerrique; y eso por la razón muy autorizada, que él mismo da, de que “Los países primeros en ser descubiertos, como Veragua, etc., etc., están el día de hoy olvidados y casi desiertos.”

Es necesario también decir, que d’Avezac, á ejemplo de todos los investigadores, ha terminado por hacer de Waltzemüller, una especie de héroe perseguido, ó al menos tratado con injusticia; y que en sus “discursos y digresiones” se dejó llevar muy lejos acerca de este dibujante de mapas, con escudos de armas muy elaborados y repulidos, que se llamó Martin Hylacomylus, de Friburgo en Brisgau. No solo no participo de su entusiasmo, sino que voy á demostrar que d’Avezac ha sido inconscientemente injusto en sus críticas contra los miembros del Gimnasio vosgense, á quienes no hace bastante justicia.

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