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Capítulo 6

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Aquella noche, Nichol había tenido que esforzarse mucho para controlar su deseo y sus actos y no acariciar a la señorita Darby. Se había convertido de nuevo en un muchacho, y el olor que emanaba de aquella mujer lo estaba volviendo loco. Era como si llevara toda la eternidad negándose a sí mismo los placeres de la carne.

No podía dormir, no podía dejar de sentir su presencia a su espalda. Era suave y cálida, y su respiración le hacía cosquillas en la nuca. No podía dejar de imaginársela sin ropa, bajo las mantas, bajo aquel cielo, mirándola a los ojos mientras sus cuerpos estaban unidos.

Sin embargo, sí se durmió. Porque cuando amaneció, se despertó de un sueño intranquilo y se dio cuenta de que se le había quedado la espalda helada. Se dio la vuelta y comprobó que ella no estaba allí. Se levantó de un salto y miró a su alrededor.

La señorita Darby se había marchado. Y se había llevado la manta.

Soltó un gruñido tan fuerte que el mozo se despertó y dio un respingo.

–¿La has visto? –le preguntó Nichol, mientras Gavin trataba de librarse de sus mantas.

–¿A quién? –preguntó, con cara de desconcierto.

Tal vez se hubiera ido al arroyo. Nichol se dio la vuelta y, al ver que había desaparecido uno de los caballos, se angustió. Detestaba las sorpresas, y se reprochó haberse quedado dormido. Se puso furioso consigo mismo por haber pensado que una muchacha no iba a tener la inteligencia ni el valor suficientes como para dar al traste con sus planes. Y se enfureció aún más al pensar que podía morir, o que podía haber muerto ya.

Y, tal vez, también se sintiera un poco impresionado, porque nunca había conocido a una mujer que estuviera dispuesta a huir por el bosque en medio de la noche, sin protección ni provisiones. ¿Sabía montar a caballo? ¿Cómo había conseguido subir a una montura que estaba al menos dos palmos por encima de ella? ¿Hasta dónde pensaba que iba a poder llegar antes de perderse, o sufrir una caída, o ser asaltada por unos ladrones?

–¡Aaaieeee! –gritó, con rabia, y le dio una patada a un tronco.

–¿Qué le ha pasado a la señorita? –preguntó Gavin, con timidez.

–Se ha marchado.

–¿Ella sola?

–Sí, ella sola.

Gavin abrió unos ojos como platos.

Nichol fue a grandes zancadas hacia el arroyo, pensando. Miró a su alrededor en busca de señales que pudieran indicarle qué dirección había tomado la señorita Darby. La atadura del caballo estaba tirada en el suelo, pero la silla estaba donde él la había dejado. Nichol cabeceó de asombro ante su audacia.

Sin embargo, sabía adónde había ido. El día anterior había hablado mucho de ello, y él estaba seguro de que quería decirle a la señorita Garbett lo que pensaba. Estaba seguro de que se había puesto en camino a Stirling.

Tenía que alcanzarla. No podía permitir que apareciera en la casa de los Garbett montada a caballo, a pelo, furiosa… ¡Su reputación quedaría destruida! Por no mencionar que él perdería sus honorarios.

Se agachó, se lavó la cara con agua fría, volvió a levantarse y miró el sol que acababa de salir. Seguramente, la señorita Darby no se habría alejado de la carretera, y él podría cabalgar por el bosque y alcanzarla antes de que llegara a Stirling. Sin embargo, ¿qué iba a hacer con el muchacho? No podía enviarlo de vuelta a Aberuthen, porque la posada era demasiado miserable. Tampoco podía enviarlo a la casa de los horrores de Rumpkin. Ni tampoco podía enviarlo a Luncarty, puesto que estaba demasiado lejos como para que pudiera hacer el camino a pie.

Solo había otra opción, una que, hasta aquel momento, le había parecido impensable: Cheverock, su casa natal. Estaba, como mucho, a media jornada de camino.

Él había estado pensando en visitar la casa en la que había crecido, pero no quería aparecer en Cheverock de aquella forma, después de tantos años. Ivan no iba a entender el hecho de que apareciera un muchacho de repente y dijera que lo enviaba Nichol. La última vez que había visto a su hermano menor, Ivan ni siquiera había alcanzado la mayoría de edad. ¿Qué iba a pensar? ¿Y por qué había dejado de tratarse con él? ¿Había olvidado a su hermano?

Esperaba que solo fuera eso: que lo había olvidado.

Sin embargo, tenía el mal presentimiento de que había mucho más. Los mensajeros que había mandado a la casa habían sido despedidos, sin más.

Bien, en aquel momento, aquello no tenía importancia. Aquel repentino suceso le obligaba a tomar la decisión de volver a casa. Gavin no debía de tener más de catorce o quince años. El chico lo estaba observando con una expresión de ansiedad, como si supiera que no había buenas noticias para él. Sin embargo, Nichol estaba entre la espada y la pared.

–Tengo que ir a buscarla, ¿lo entiendes?

–¿Adónde ha ido? –preguntó Gavin.

–No lo sé a ciencia cierta, pero me lo imagino. Me lleva mucha ventaja, así que tengo que darme prisa.

Gavin asintió.

–Voy a recoger nuestras cosas.

Nichol le puso una mano en un hombro y lo detuvo.

–Gavin, hijo, no puedo alcanzarla si vamos los dos en el mismo caballo.

Los enormes ojos castaños de Gavin se llenaron de incertidumbre.

–Voy a enviarte a un sitio donde puedes esperarme.

Gavin se quedó boquiabierto.

–¿Adónde? –preguntó, con la voz temblorosa.

–A casa del barón MacBain –dijo Nichol. De repente, Gavin se puso pálido–. Es la casa en la que me crie –le explicó él–. Vas a ir a ver a mi hermano. Se llama Ivan, y él se ocupará de que cuiden de ti hasta que yo vaya a buscarte, ¿de acuerdo?

–¿Y no debería ir yo también a Stirling? –preguntó el chico, en tono de súplica.

–Está demasiado lejos como para ir a pie. ¿Sabes disparar, hijo?

Gavin negó con la cabeza. Estaba empezando a respirar con jadeos, y Nichol tuvo ganas de pegarle un tiro a algo en aquel momento. No quería quedarse sin la pistola, pero no iba a estar tranquilo sabiendo que el niño no tenía nada con lo que defenderse. Así pues, se sacó la pistola de la cintura y se la entregó.

–Presta atención, hijo. No tenemos mucho tiempo.

Enseñó a Gavin a cargarla y a amartillarla, e hizo que disparara tres veces hasta que comprobó que no iba a pegarse un tiro en el pie.

–No la vas a necesitar, pero quiero que la lleves. Ahora, ponte en camino. Sigue la carretera todo el tiempo, hasta que llegues a las ruinas de un castillo. Allí, el camino se bifurca. Sigue en dirección este. Allí ya estarás a tres kilómetros de Comrie, y solo te faltarán otros tres para llegar a Cheverock.

–¿Y si me pierdo? –preguntó Gavin, con la voz temblorosa.

–No puedes perderte. Mírame, Gavin –le dijo Nichol, y se puso de rodillas ante él–. Si sigues la carretera, no puedes perderte. Camina hasta que llegues a las ruinas del castillo. Allí, sigue en dirección este. Cuando llegues a Cheverock, dile a Ivan que te envío yo. Iré a buscarte a finales de semana, ¿de acuerdo?

Gavin estaba intentando no echarse a llorar. Asintió y miró la pistola que tenía en la mano.

–Gavin, eres un muchacho listo y valiente, y no me necesitas.

–¿Y si no me creen? –preguntó el chico.

Cabía esa posibilidad, así que Nichol se puso en pie y sacó un sello de uno de sus bolsillos. Era un anillo que había pertenecido a su abuelo, un hombre a quien él recordaba con afecto. Le dio el sello a Gavin y le dijo:

–Entrégaselo a mi hermano. Dile que no le pediría ayuda si no fuera de vital importancia. Él sí te creerá.

Gavin miró el anillo y se lo metió lentamente al bolsillo.

–Buen chico –le dijo Nichol. Le dio una palmadita en un hombro y le entregó las bolsas–. Aquí hay comida y cerveza. Mete también la pistola, ¿de acuerdo? Si ves a alguien por la carretera, escóndete en el bosque hasta que hayan pasado. No tienes nada que temer, Gavin.

Esperaba que fuera cierto. Nichol no sabía qué iban a decirle al chico cuando llegara a Cheverock, debido a su distanciamiento con su padre y su hermano, pero creía que Ivan era un hombre decente. No iba a echar a un niño de su casa.

Gavin lo miró, y a Nichol se le formó un nudo en el estómago. No quería enviar solo a Gavin a recorrer los caminos de Escocia, como tampoco quería tener que perseguir a la señorita Darby para alcanzarla antes de que ella lo echara todo a perder para él.

–Tengo que irme. No puedo correr el riesgo de que la señorita se pierda, ¿sabes? Ve todo lo rápido que puedas. Si te das prisa, llegarás a Cheverock antes de que atardezca.

Le dio la espalda al muchacho, que tenía los ojos tan grandes como la luna, recogió sus cosas, las metió en su bolso y montó a caballo. Volvió a mirar a Gavin, que estaba recogiendo su cama. Se despidió de él y salió al galope por la carretera.

La señorita Darby, aquella inconsciente, iba a arrepentirse de haberle robado el caballo y haber escapado. Se iba a asegurar de ello.

Seducida por un escocés

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