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ENGAÑAR A LOS MUERTOS

Yumeko

Abrí la puerta con cautela y me asomé a través de la pequeña abertura. Un callejón tranquilo me saludó. Por el momento, estaba vacío. Tomé una respiración furtiva para calmar mi corazón.

Espero que esto funcione.

—Por los kami, no puedo creer que estemos haciendo esto —susurró Reika ojou-san a mis espaldas—. ¿Qué te hace pensar que esto va a funcionar, kitsune?

Eché un vistazo por encima de mi hombro. La cara de Reiko ojou-san estaba oculta detrás de la máscara blanca de cadáver, pero no tenía dudas de que me estaba frunciendo el ceño. Los otros estaban presionados detrás de ella, usando las mismas máscaras blancas, y parecían bastante muertos. Su piel lucía gris e hinchada, y sus ropas estaban desgarradas y ensangrentadas. Okame-san tenía incluso una flecha sobresaliendo de su espalda, y un perfil del largo cabello blanco de Daisuke-san estaba manchado de rojo. Un grupo de cadáveres enmascarados era tal vez la ilusión más sombría que había tenido que crear, y la tensión de mantener activa tanta magia de zorro a la vez comenzaba a desgastarme, pero era la mejor solución que se me había ocurrido.

Le dediqué a la doncella del santuario una sonrisa débil, a pesar de que mi rostro también estaba oculto detrás de una máscara.

—Bueno, no parecían saber la diferencia entre una ilusión y la realidad cuando nos encontramos por primera vez —dije—. Espero que no puedan ver a través de la magia de zorro y que podamos caminar hasta el almacén.

—Nunca es tan fácil.

—Tal vez lo será esta vez —miré hacia un lado y hacia el otro en el callejón para asegurarme de que todavía estaba vacío, y asentí—. Muy bien, parece que está despejado. Sólo… actúa como si estuvieras muerta, Reika ojou-san. Arrastra los pies un poco.

Me fulminó con la mirada, pero la ignoré y salí al callejón.

Casi en cuanto salí, hubo un movimiento al final de la calle y apareció un cuerpo, golpeando la esquina de la casa de sake. Me miró con sus ojos grises y me quedé congelada, preguntándome si podría oler mi aliento y escuchar los latidos de mi corazón, indicadores seguros de que no era uno de los muertos resucitados. Pero después de un largo y escalofriante momento, el cadáver se volvió y se alejó tambaleándose, y entonces exhalé lentamente, aliviada.

—Has sido bendecida por el mismo Tamafuku —murmuró Reika ojou-san detrás de mí—. Esperemos que esa gran suerte tuya se mantenga hasta que lleguemos al almacén.

Con cuidado, nos dirigimos hacia los muelles, tratando de permanecer fuera de la vista, pero sin que pareciera que estábamos tratando de permanecer fuera de la vista. Era casi imposible. Los cadáveres vivos llenaban las calles, arrastrándose sin rumbo por el barro o tan sólo parados en un lugar, sin mirar nada. Sin embargo, no parecían notarnos cuando pasábamos a su lado; parecía que la ilusión, o la presencia de las máscaras blancas que ocultaban nuestras caras, estaban funcionando.

A través del fuerte hedor a sangre y descomposición, percibí el débil y limpio olor del océano y escuché el chapoteo de las olas contra las piedras. Atravesamos el espacio entre dos edificios y aparecieron los muelles, una serie de largas pasarelas de madera que se extendían sobre el agua. Unos cuantos barcos más pequeños y botes pesqueros se balanceaban suavemente cerca de la orilla, y un solo barco grande estaba cerca del final de los muelles.

Había muchos más muertos levantados aquí, deambulando por los muelles e incluso tropezando con las cubiertas de los barcos. Pero la mayoría pululaba alrededor de un largo almacén de madera en el extremo más alejado de los muelles. Podía sentir una oscuridad emanando del edificio, una magia que se sentía como gusanos retorciéndose y moscas zumbando, la mancha inconfundible de la magia de sangre.

Miré a los demás, buscando sus ojos detrás de las máscaras.

—¿Ahora qué? —pregunté.

Tatsumi se encontró con mi mirada.

—Sigamos adelante —murmuró con voz muy baja—. El almacén es nuestro objetivo.

Eché un vistazo a los enjambres de cuerpos que se agitaban entre nosotros y el distante almacén, y mi piel se erizó. No había manera de pasar sin tener que arrastrarnos a un brazo de distancia de la multitud de muertos. Una mirada superficial era una cosa, pero ¿mis ilusiones se mantendrían si nos acercábamos tanto? ¿O si alguno de ellos nos tocaba?

Cuando comenzamos a caminar, metí la mano en mi obi y encontré una de las hojas que había escondido en los pliegues. La saqué y liberé otro pequeño pulso de magia de zorro, luego dejé que la hoja cayera al suelo, justo cuando el primer grupo de cadáveres levantó la vista y nos vio.

No reaccionaron a nuestra presencia, no al principio. Pero a medida que continuamos, abrazando el borde de la calle, más y más cabezas comenzaron a girar. Miradas planas y muertas me siguieron y, cuando nos acercamos al almacén, varios cadáveres se separaron del enjambre principal y comenzaron a avanzar hacia nosotros, entre tropiezos. Podía sentir la tensión en los cuerpos detrás de mí, las manos posándose sobre las empuñaduras de las espadas, los suaves pero amenazantes gruñidos de Chu, mientras los muertos se aproximaban.

—Parece que la farsa ha terminado —murmuró Okame-san, y lo vi alcanzar su arco—. Así que la pregunta ahora es: ¿qué tan rápido podemos llegar al almacén antes de que el pueblo entero nos ataque?

—Espera, Okame-san —susurré, tendiéndole una mano—. Todos. No hagan nada todavía.

Los ojos del ronin fruncieron el ceño detrás de la máscara, pero dejó caer la mano de su arma.

—Si tú lo dices, Yumeko-chan —murmuró, y su mirada se dirigió a la multitud de muertos que se acercaba a nosotros—. Pero, eh, esos muertos se siguen acercando… ¿Qué es lo que estamos esperando exactamente?

Un grito resonó en los muelles. De inmediato, todos los muertos en el área se enderezaron y se volvieron hacia el sonido. Una figura se encontraba parada al final de la calle, mirando con horror los cadáveres vivos, con los ojos muy abiertos por el miedo. Tenía mi cara, mi ropa y mi cuerpo, y gritó con mi voz cuando se alejó tambaleándose de la muerte, tropezó con su túnica y cayó al suelo.

Con gritos y gemidos escalofriantes, la horda se tambaleó detrás de ella, corriendo como hormigas que descienden sobre el cuerpo de una langosta. La falsa Yumeko se puso en pie y estuvo a punto de caer de nuevo sin parar de gritar, luego escapó con la multitud detrás de ella, que le pisaba los talones. Cuando dio vuelta en una esquina y desapareció de mi vista, le di una orden mental a la ilusión de que siguiera corriendo tanto como pudiera y me volví hacia los demás, que observaban asombrados a los muertos alejarse de nosotros.

—¡Vamos, minna! Mientras están distraídos.

Okame soltó un resoplido de risa, sacudiendo la cabeza, mientras avanzamos de nuevo hacia el almacén.

—Eso lo resuelve —murmuró—. Cuando esto termine, tú y yo necesitamos visitar una sala de juego, Yumeko-chan. En sólo una noche podríamos amasar más riquezas que el emperador.

Nos dirigimos al almacén, que era un largo edificio de piedra y madera que parecía estar bien cerrado. Nos acercamos y me estremecí cuando la magia oscura que irradiaba hizo que mi piel se erizara y mi estómago se retorciera. Las puertas dobles estaban cerradas y sin vigilancia, pero Reika ojou-san extendió un brazo y nos detuvo.

—Esperen —sacó un ofuda y lo arrojó a las puertas. Cuando la tira de papel tocó la madera, hubo un pulso de magia que se encendió de color púrpura por un instante, y el ofuda se convirtió en cenizas. Reika asintió con gesto sombrío—. Hay una barrera alrededor del almacén —nos dijo—. Magia de sangre extremadamente poderosa que busca alejar lo ajeno. O retener algo adentro. Como quiera que sea, no queremos tocarlo.

—¿Cómo entraremos, entonces? —preguntó Okame-san.

—Denme unos minutos —dijo Reika ojou-san. Sacó otro ofuda y lo sostuvo entre dos dedos—. Podría ser capaz de disiparla…

Tatsumi desenvainó su espada y ésta chirrió cuando salió a la luz, lo que hizo que se erizaran los vellos de mis brazos. Sin decir una palabra, caminó hacia las puertas del almacén y bajó a Kamigoroshi para embestir.

En el instante mismo en que la hoja brillante tocó la barrera, se escuchó un chillido, el sonido de porcelana al quebrarse y un pulso de energía implosionando. Me encogí y aplané mis orejas, mientras la sensación de estar cubierta de cosas retorcidas y serpenteantes fluía sobre mí antes de dispersarse en el viento. Reika ojou-san parpadeó.

—O Kage-san podría hacer algo así… —finalizó la doncella.

Tatsumi levantó un pie y pateó las puertas, que se abrieron bruscamente, se soltaron de sus engranajes y golpearon el piso al caer. Sin dudarlo, avanzó con la espada pulsando contra la oscuridad y desapareció por el marco.

—Correcto —suspiró Okame-san mientras el resto de nosotros se apresuraba tras Tatsumi—. Supongo que un acercamiento sutil ya quedó descartado.

Reika ojou-san resopló.

—¿Cuándo hemos concretado un acercamiento sutil?

El interior del almacén estaba oscuro y cálido, el aire rancio. En cuanto crucé las puertas, el hedor pesado y empalagoso a podredumbre, sangre y descomposición me golpeó como un martillo. La razón de esto era obvia: había cuerpos por todas partes, apilados a lo largo de la pared y en las esquinas. Algunos montículos llegaban más arriba de mi cabeza. Los enjambres de moscas se arrastraban sobre las pilas sangrientas, su zumbido monótono llenaba el aire, y varias cosas peludas se alejaron de donde habían estado masticando la carne expuesta. Llevé ambas manos a mi nariz y boca, mientras mis entrañas se retorcían por el horror y perdía el control sobre las ilusiones que nos servían de fachada. Con pequeños estallidos de humo blanco, las imágenes de máscaras y cadáveres desaparecieron, y volvimos a ser nosotros.

—Esto es… —Daisuke-san negó con la cabeza. Su expresión, que por lo general se mantenía fría e imperturbable, había palidecido ahora por la conmoción— una blasfemia —susurró finalmente—. ¿Por qué alguien haría algo así?

Tatsumi se giró. Sus ojos brillaban rojos ante la luz tenue, y sus cuernos y garras estaban completamente expuestos. Habían aparecido tatuajes siniestros en sus brazos y cuello, que titilaban como si fueran de fuego. Su boca se retorció en una sonrisa escalofriante por completo ajena a Tatsumi.

—Esto es magia de sangre —nos dijo—. Mientras más sangre, muerte y sufrimiento involucra, más poderoso es el hechizo. Y esto significa que las brujas de Genno están muy cerca.

—De hecho, Hakaimono —resonó una voz en lo alto.

Levanté la vista y descubrí a un trío de figuras en el borde del desván, mirándonos. Eran mujeres, o tal vez lo habían sido en algún momento. La que estaba al frente era alta y parecía marchita, con garras negras enroscadas saliendo de sus dedos y un brillo amarillo en los ojos. Las otros dos tenían un aspecto más humano, aunque ambas exhibían cicatrices al rojo vivo abiertas en sus brazos y piernas, y una de ellas tenía una terrible herida en el rostro y un agujero cicatrizado donde debería estar su ojo.

La bruja al frente apuntó una larga garra hacia Tatsumi.

—Sabíamos que vendrías, Primer Oni —dijo con voz ronca—. Tú y tus compañeros no abandonarán este lugar con vida. No les permitiremos que interfieran con los planes del Maestro Genno. Él convocará al Dragón, y el Imperio temblará con su regreso. Y ustedes morirán aquí, al igual que todos los que se opongan al Maestro de los Demonios.

Extendió una mano y una oleada de poder oscuro se elevó por el aire. A nuestro alrededor, las pilas de cadáveres comenzaron a moverse. Se agitaron, se revolvieron juntos, y luego se levantaron en enormes masas de carne, miembros y cuerpos, docenas de cadáveres fusionados en monstruos terribles y grotescos. Se tambalearon y se deslizaron de las pilas, con numerosas manos extendidas hacia nosotros, innumerables voces gimiendo como una sola.

—Bueno, esto es asqueroso —dijo Okame-san, levantando su arco. Los montículos de cadáveres se estaban reuniendo en torno a nosotros, en un círculo que se iba estrechando poco a poco. Disparó una flecha que atinó con un sonido sordo en la cabeza de un monstruo. La cabeza se desplomó, con la flecha sobresaliendo de la cuenca del ojo, pero el resto de los rostros gimiendo y de los brazos estirados hacia nosotros no parecieron inmutarse—. Podríamos estar en problemas, aquí.

—Yumeko, retrocede —dijo Tatsumi cuando Daisuke-san desenvainó su espada y Chu estalló en su forma real con un gruñido. Al avanzar, el guardián del santuario formó las puntas de un triángulo con Tatsumi y Daisuke-san, mientras Reika ojou-san, Okame-san y yo permanecíamos en el centro. Con el corazón palpitante, abrí las manos y el fuego fatuo cobró vida en mis palmas, iluminando los rostros horribles de los muertos que se cernían sobre nosotros. Tatsumi sonrío en un gesto sombrío y levantó su espada—. Esto va a ser intenso.

Las pilas de cadáveres avanzaron tambaleándose hacia delante con gruñidos ahogados. Grité y levanté un muro de fuego fatuo, lo que hizo que algunos retrocedieran ante la repentina luz. Mientras se tambaleaban hasta detenerse, Tatsumi y Daisuke-san se lanzaron a través de la pared de kitsune-bi y en medio de los muertos.

Los montículos de cadáveres rugieron, se estiraron hacia nosotros con docenas de manos, arañando con sus dedos llenos de garras. Daisuke-san giró y dio vueltas alrededor de ellos, su espada se volvió un manchón borroso y las extremidades cercenadas comenzaron a caer al suelo. Tatsumi gruñó mientras saltaba en el aire, blandiendo a Kamigoroshi para atravesar por el medio a una pila de cadáveres. Los cuerpos emitieron desagradables sonidos al ser cortados, y el hedor que manaba del montículo hizo que mis ojos lloraran y mi estómago se revolviera.

Sacudiendo la sangre de su espada, Tatsumi se giró hacia otro de los montículos, pero las extremidades de los cadáveres apilados se retorcieron y se volvieron a levantar como dos entidades separadas más pequeñas que se abalanzaron hacia él una vez más. A unos metros de distancia, Daisuke-san estaba luchando por mantener la distancia entre él y un par de montículos de cadáveres. Sin importar cuántas extremidades cortara, cuántas cabezas desmembrara, las pilas seguían llegando.

—¡Yumeko!

La voz de Reika ojou-san resonó, aguda y asustada. Me di la vuelta justo cuando una sombra cayó sobre mí por detrás, con una docena de manos arañándome desde todos los ángulos. Solté un grito y envié una ola de fuego fatuo a las muchas caras del monstruo, lo que hizo que éste se encogiera de miedo, pero sin detenerse. Una mano fría y húmeda me sujetó por la muñeca y me arrastró. Grité de asco y horror.

—¡Purificar!

Un ofuda pasó a toda velocidad más allá de mi cabeza y se pegó a la masa pútrida del monstruo que me había sujetado. Con un estallido de luz espiritual, parte del montículo fue arrojado en pedazos. Retrocedí tambaleante, con los dedos del brazo cercenado todavía aferrados a mi muñeca, mientras la pila de cadáveres aullaba y se transformaba en un montículo de muertos. Éste avanzó vacilante una vez más, pero el enorme bulto carmesí de Chu se estrelló contra él con un rugido, y lo echó atrás.

—Puaj —sacudí mi brazo rápidamente para soltar los dedos que todavía se enroscaban alrededor de mi muñeca—. Esto no está funcionando, Reika ojou-san —jadeé. Detrás de mí, escuché el furioso gruñido de Tatsumi y el chasquido de su espada desgarrando los montículos de cadáveres, y vi el destello de la espada de Daisuke-san mientras cortaba extremidades y cuerpos, pero siempre había más—. ¿Cómo matamos cosas que ya están muertas?

—Los cadáveres son sólo títeres —espetó Reika ojou-san, agachándose mientras una mano pálida la arañaba—. Elimina a los titiriteros, y cortarás las cuerdas.

—¡Oh! —exclamé, y miré a las brujas, sonriéndonos en el borde del desván, y luego a Okame-san, que se encontró con mi mirada a través de las cosas muertas—. ¡Okame-san!

—¡Yo me encargo! —sin dudarlo, el ronin levantó el arco y lanzó tres disparos rápidos al trío de brujas de sangre que estaban sobre nuestras cabezas. Las flechas volaron infaliblemente hacia sus objetivos, pero justo antes de alcanzarlas, golpearon un muro invisible de fuerza que las hizo desviarse. Por un momento, una barrera parpadeó a la vista, rodeando a las brujas de sangre en una cúpula negra y roja. La hechicera principal soltó una carcajada.

—Luchen y esfuércense todo lo que quieran, patéticos mortales —dijo entre dientes—. Nadie detendrá el glorioso regreso del Maestro Genno.

—¡Reika ojou-san! —llamé, saltando hacia atrás y arrojando fuego fatuo a la cara de un cadáver, aunque con poco efecto—. Hay una barrera…

—La vi —la miko lanzó una mirada de absoluto disgusto al trío de brujas antes de sacar otro ofuda de su haori—. Sólo necesito un minuto —sostuvo la tira de papel con dos dedos y la llevó a su cara—. Mantenlos lejos de mí mientras tanto.

—¡Minna! —llamé, mientras Chu se abalanzaba entre su señora y un par de montículos de cadáveres que se arrastraban hacia ella—. ¡Todos! ¡Protejan a Reika ojou-san!

De inmediato, Tatsumi y Daisuke-san retrocedieron para flanquear a la doncella del santuario, mientras que Okame-san, Chu y yo cubríamos el frente. En realidad, fue principalmente Chu, quien se había convertido en un rugiente y furioso torbellino de dientes y garras, y atacaba a cualquier cosa muerta que se acercara demasiado. Tomé un guijarro del piso, lo tiré hacia los montículos de cadáveres y apareció un segundo komainu, gruñendo y azotando con sus enormes patas, lo que aumentó la confusión y el caos. Reika ojou-san cerró los ojos, murmuró algunas palabras y el papel en su mano comenzó a brillar.

—Basta de estas tonterías —por encima de nosotros, la bruja principal levantó una garra ensangrentada—. Es hora de que todos ustedes mueran. Destrúyanlos —ordenó, y los montículos de cadáveres parecieron hincharse y volverse todavía más grotescos, con nuevos brazos y caras emergiendo a través de los pútridos cuerpos. Se abalanzaron hacia el frente y uno de ellos cayó sobre Chu. El komainu gruñía mientras quedaba enterrado bajo una montaña de carne podrida y manos ávidas.

Okame-san maldijo y disparó una flecha que golpeó el montículo de cadáveres que yacía sobre Chu. La flecha se hundió en la carne podrida, pero no hizo nada más.

—¡Kuso! —escupió de nuevo y aprestó otra flecha de su carcaj, pero Reika ojou-san de pronto extendió la mano y le arrebató la flecha de las manos.

—¿Qué…?

—No a los cadáveres —espetó ella. Levantó el ofuda, que tenía un débil brillo, enrolló el talismán en el cuerpo de la flecha y se la arrojó de regreso—. La bruja, ronin. ¡Dispárale a la bruja!

Los montículos de cadáveres se cerraron sobre nosotros, con las manos agitándose. El hedor era abrumador. Okame-san dio un salto atrás, levantó su arco y envió la flecha hacia la cabeza de la bruja principal, que se regodeaba por encima de nosotros. Como antes, el dardo golpeó la barrera, pero esta vez la punta de flecha pareció atravesar la cúpula carmesí, y el ofuda se encendió con un brillo cegador. Con un sonido como el que hace la porcelana al quebrarse, la barrera se hizo añicos, lo que provocó los gritos de alarma y furia de las hechiceras mientras se apartaban, levantando los brazos.

—¡Malditos sean! —la bruja principal siseó y nos fulminó con la mirada, pero Tatsumi saltó a la cima del desván con un gruñido, y la bruja apenas tuvo el tiempo justo para gritar de terror antes de que Kamigoroshi la partiera por la mitad. Las otras dos dieron gritos de alarma e intentaron huir, pero el furioso asesino de demonios las derribó antes de que dieran tres pasos siquiera, y sus cuerpos cayeron con un golpe húmedo sobre las tablas de madera.

Un estremecimiento recorrió el aire. Lentamente, los montículos de cadáveres dejaron de moverse y comenzaron a desmoronarse mientras los cuerpos quedaban flácidos y se desplomaban en el piso. Chu se retorció para liberarse del montículo de cadáveres inmóviles, se sacudió violentamente y regresó con Reika ojou-san, que observaba los ahora inertes cadáveres con una mirada de falso triunfo.

Okame-san respiró hondo.

—¿Saben? Desde que los conocí a ustedes, chicos, he visto muchas cosas raras —anunció, con un labio encrespado mientras miraba a su alrededor—. Fantasmas hambrientos, demonios, ciempiés gigantes que quieren comerte. Pensé que las cosas ya no podrían ponerse peor, que ya lo había visto todo —sacudió la cabeza—. Pero al parecer, estaba muy, muy equivocado.

—¿Todos están bien? —pregunté cuando Tatsumi se dejó caer de la plataforma. Sus ojos todavía brillaban de un rojo sediento de sangre, sus garras, cuernos y colmillos se mantenían por completo visibles. Su mirada se encontró con la mía, y me estremecí ante la gélida furia que brillaba en su interior, pero me obligué a enfrentar al demonio que me devolvía la mirada—. Ése debería ser el final de todo esto, ¿cierto? La maldición debería levantarse ahora que el aquelarre está muerto.

Por un momento, el asesino de demonios me observó con una mirada espeluznante y contemplativa, como si estuviera considerando saltar al frente y atravesar mi vientre con su espada. Pero luego se espabiló, y los rasgos demoniacos se desvanecieron mientras se giraba para observar más allá de las puertas del almacén. Seguí su mirada y vi que la calle estaba llena de cuerpos inmóviles. Un pesado silencio flotaba en el aire, y sentí mi estómago revolverse mientras miraba los montones de cadáveres. Tanta muerte y destrucción, todo porque el Maestro de los Demonios no quería que lo siguiéramos para reclamar el pergamino.

—¡Por los veleidosos bigotes del Heraldo, lo lograron!

Nos giramos. Un hombre se encontraba parado en una puerta en el extremo opuesto del almacén. Nos miró y luego a los montículos de cadáveres con los ojos muy abiertos. No era samurái, vestía ropas ásperas pero resistentes, y su piel estaba curtida por el sol.

—Mis hombres y yo los estuvimos observando —continuó el extraño mientras otro par de rudos humanos golpeados por el sol asomaba la cabeza y nos miraba—. Los vimos atravesar las puertas con su magia, luego escuchamos una horrible conmoción. Hemos estado atrapados aquí durante días, intentando encontrar una manera de flanquear las hordas de muertos. No sé quiénes son ustedes, extraños, o qué hechicería usaron para romper la maldición en esta ciudad, pero me siento en verdad agradecido.

—¿Quién es usted? —preguntó Tatsumi.

—Oh, mis disculpas —el hombre ofreció una rápida reverencia, y sus hombres lo secundaron—. Aquí Tsuki Jotaro, primer oficial del Fortuna del Dragón Marino —hizo una pausa y frunció el ceño ante un recuerdo doloroso—. Bueno, en realidad, ahora que el capitán Fumio está muerto, supongo que ocuparé su puesto. Nos detuvimos aquí para comerciar con Umi Sabishi cuando el pueblo comenzó a llenarse de muertos andantes, y ya no conseguimos regresar a nuestro barco. Ahora que ustedes han solucionado el problema, por fin podremos volver a casa.

—A las tierras de Tsuki —confirmó Daisuke-san, como si no pudiera creer nuestra buena fortuna.

Jotaro asintió.

—En cuanto pueda encontrar y reunir al resto de mi tripulación —dijo—, tengan por seguro que abandonaremos este lugar maldito de inmediato. Pero, quienesquiera que ustedes sean, cuentan con mi eterna gratitud, extraños. Salvaron esta ciudad, mi tripulación y mi barco. Si puedo ser de alguna ayuda, sólo tienen que pedirlo.

—En realidad… —Reika ojou-san dio un paso adelante, sonriendo— hay algo en lo que puede ayudar.

La noche del dragón

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