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EN EL PUESTO DEL VIGÍA

TATSUMI

No disfruté el viaje en barco.

No por causa del océano, y tampoco por el constante balanceo. Era un buen nadador y había sido entrenado en todo tipo de plataformas inestables desde que era joven. El mareo nunca había sido una preocupación para mí, a diferencia del ronin, que se había mantenido en una condición constante y ruidosamente miserable desde que zarpamos de Umi Sabishi Mura.

Era la noción de que yo estaba, esencialmente, atrapado en una pequeña embarcación con varias almas más, y que no habría escapatoria —para nadie—, en caso de que tuviera el repentino y sanguinario deseo de matarlos a todos. Podía sentir esos impulsos ahora, esa hambre de violencia y matanza que nunca desaparecía. Había pasado el último día y la mayor parte de la noche en el puesto del vigía, lejos de la tripulación y el resto de mis compañeros, de manera que mi naturaleza demoniaca no estuviera tentada a complacerse en una espiral asesina.

No te mientas, Tatsumi, dijo en un susurro una voz que no era del todo mía. Te estás escondiendo de… ella.

Callé y cerré los ojos, pero no pude escapar de la verdad. Yumeko. Últimamente, había estado pensando mucho en ella. Desde la terrible noche en que liberó mi alma del demonio que la poseía, la chica zorro era lo único en que podía pensar. Me preocupaba por ella en medio de las batallas y me sentía vacío cuando estábamos separados. Incluso ahora, aunque sabía que ella se encontraba a salvo en el barco, ansiaba verla y oírla reír. Deseaba…

“Desear es para tontos, Tatsumi”. La voz de Ichiro-sensei resonó en mi cabeza, fría y ecuánime, repitiendo una de las muchas directrices del asesino de demonios de los Kage. “Desear lo que no puede ser sólo debilita tu determinación. Eres el asesino de demonios de los Kage. Nunca debes dudar, nunca debes cuestionarte, o tú y todos los que te rodean estarán perdidos”.

—¿Tatsumi? ¿Estás aquí arriba?

Mi corazón dio un vuelco cuando la voz que había estado rondando mis pensamientos durante días sonó tan cerca. Frente a mí, cuatro delgados dedos se curvaron sobre el borde del puesto del vigía, justo un instante antes de que un par de orejas de punta negra se asomaran por el borde y apareciera el rostro de Yumeko, con su cabello ondeando detrás gracias al fuerte viento. Me vio y sus labios se curvaron en una sonrisa.

—¡Ahí estás! Te he estado buscando por todas partes —logró que le hiciera espacio y se escurrió dentro de la canastilla. Hizo una mueca cuando sus antebrazos golpearon el piso del puesto del vigía—. Ite. Bueno, eso fue emocionante. Creo que nunca había estado tan aterrorizada de mirar hacia abajo. Ni siquiera el viejo árbol de alcanfor en el bosque cerca del Templo de los Vientos Silenciosos era tan alto —todavía de rodillas y agarrando una de las cuerdas con ambas manos, se asomó por el borde de la canasta y sus orejas se plegaron, aplanadas, en su cráneo—. Ciertamente, estamos muy arriba, ¿verdad? Espero que Reika ojou-san no se enoje demasiado si decido quedarme aquí toda la noche.

—¿Qué estás haciendo aquí, Yumeko? —pregunté, sin moverme de mi lugar contra el costado de la canasta. Verla hacía que mi corazón latiera con fuerza, pero si eso se debía a la emoción, el miedo o alguna otra cosa, no podía asegurarlo.

—Estaba preocupada —la chica se deslizó alrededor del mástil hacia mí, sin soltar las cuerdas o los bordes del puesto del vigía—. No te había visto en casi dos días, y nadie sabía dónde encontrarte tampoco. Pensé que podrías haber… decidido irte.

Fruncí el ceño.

—Estamos en medio del océano —señalé la extensión interminable de agua que nos rodeaba, resplandeciente a la luz de la luna—. ¿Adónde iría?

—No soy un shinobi —todavía de rodillas, se acercó más, con los nudillos blancos por mantener las cuerdas apretadas—. No sabía si tenías alguna magia secreta de los Kage que te permitiera convertirte en un pez o algo así. Eeeh —una ráfaga de viento sacudió sus mangas e hizo que la cesta se balanceara, por lo que ella cerró los ojos y se abrazó al mástil—. Bueno, eso lo decide. Me quedaré aquí hasta que lleguemos al territorio del Clan de la Luna. No pasará mucho tiempo hasta que lleguemos a la primera isla, ¿cierto?

Dos cuerpos eran una multitud en el puesto del vigía, la canasta no estaba destinada a sostener a más de una persona. Suspiré, me puse en pie y miré a la chica que seguía abrazada alrededor del mástil.

—Dame tu mano —le dije, extendiendo la mía. Estiró su brazo para alcanzarme y agarró la palma de mi mano, pero mantuvo un brazo envuelto alrededor del poste de madera—. Suelta el mástil, Yumeko —insistí, y sus orejas se aplanaron de nuevo—. Confía en mí —la tranquilicé, manteniendo un firme agarre en su mano—. No te dejaré caer.

Ella asintió y soltó el mástil con cautela. La ayudé a erguirse, pero mientras se estaba poniendo en pie, una feroz ráfaga de viento causó que las velas se rasgaran violentamente. Yumeko hizo una mueca, como si quisiera pegarse otra vez al mástil, pero la empujé hacia delante para que se apoyara contra mí. Con una mano se aferró a mi hombro para mantener el equilibrio mientras la otra me apretaba los dedos como una prensa.

—Planta bien los pies —le dije con voz suave—. Dobla las rodillas y siente el ritmo de las olas mientras se mueven. Balancéate con la nave en lugar de permitir que ella te sacuda.

—Esto no es como escalar el árbol de alcanfor —murmuró, mirando fijamente la tela de mi haori mientras encontraba el equilibrio—. Incluso cuando el árbol se balanceaba, había ramas por todas partes de las que te podías agarrar en caso de que resbalaras. En este momento, no hay nada más que aire entre mí y una caída muy larga hacia las tablas. Tal vez Reika ojou-san me dará un discurso si me rompo el cuello cayendo del palo mayor.

—No vas a caer —le dije—. Relájate y concéntrate en el movimiento del barco. Una vez que te sientas cómoda con el ritmo, será fácil bajar.

Se enderezó y por fin levantó la mirada. Encima de su cabeza, sus orejas de zorro se erizaron y su postura se relajó contra mí.

—Oh —susurró. Sonaba asombrada—. Se puede ver todo el océano desde aquí arriba —miró esa brillante extensión negra a su alrededor, las plateadas olas ondulantes debajo de la luna, y respiró lentamente—. En verdad se extiende por siempre, ¿cierto?

Sus dedos rozaron mi piel, arrastrando una línea de calor sobre mi brazo, y mi corazón latió en mis oídos. De pronto, me di cuenta de que estábamos solos aquí, lejos de nuestros compañeros y de cualquiera que pudiera vernos. Además, nuestros cuerpos estaban muy cerca. Podía sentir la delgada figura de Yumeko inclinándose ligeramente hacia mí para mantener el equilibrio, su suavidad bajo mis dedos. En el pasado, tener a alguien tan cerca me habría hecho sentir muy incómodo y desesperado por poner distancia; ahora estaba lleno de una urgencia aterradora e incomprensible por acercarla todavía más.

—Deberías bajar —dije con brusquedad—. La isla de Ushima no está lejos. Esperamos llegar al puerto de Heishi al amanecer.

Asintió, distraída. Todavía estaba mirando el agua y la luz de la luna se reflejaba en sus ojos.

—Todo es tan grande —murmuró, como si no quisiera hablar más alto—. Parece que somos las únicas cosas aquí afuera. Apenas unas motas diminutas entre el océano y el cielo. Eso permite darte cuenta de lo pequeño e insignificante que eres en realidad. Luchas siempre tan duro, pensando que estás atrapado en esta gran batalla de vida o muerte, cuando en realidad sólo eres un insecto atrapado en una telaraña —hizo una pausa, y una leve sonrisa cruzó su rostro—. Ése era uno de los dichos de Denga. Yo no solía entender lo que él quería decir, pero ahora… creo que lo entiendo.

Con un suspiro, echó la cabeza atrás y miró las estrellas.

—Me siento como un bicho en este momento, Tatsumi —susurró—. ¿Cómo se supone que debo detener a Genno, su ejército o la llegada del Dragón? No soy tan fuerte.

—Yo seré tu fuerza —le dije suavemente—. Déjame ser tu arma, la espada que atraviese a tus enemigos. Puedo hacer eso, al menos —ella se estremeció contra mi cuerpo, y mi corazón se aceleró en respuesta—. La fuerza no es el único camino a la victoria. Tú me lo dijiste, ¿lo recuerdas? Tienes otras formas de pelear, Yumeko.

—Magia de zorro —murmuró Yumeko—. Ilusiones y artimañas. No tengo poder real como tú o como Reika ojou-san. Lo intentaré, Tatsumi. Lucharé lo más duro que pueda, pero Genno sabe lo que soy, ¿qué tan útil es mi magia en realidad?

—Lo suficiente para derrotar a un señor oni —dije—, el demonio más fuerte que Jigoku haya conocido. Lo suficiente para mantener el pergamino oculto del asesino de demonios de los Kage mientras atravesaban juntos la mitad del Imperio, y para mantenerte con vida pese a que la inmortal daimyo del Clan de la Sombra desea matarte. Y para hacer que un señor de los Kage grite y baile como una marioneta cuando un roedor ilusorio corre por su hakama —esto último la hizo reír, y a mí me hizo sonreír también. Gracias al ronin, había oído hablar de la infame ceremonia del té con el noble Iesada, y de la vergonzosa e hilarante forma en que ésta había terminado. Me había encontrado con el noble Kage sólo una vez, y aunque mi mitad humana estaba acostumbrada a la arrogancia casual y la pompa de la aristocracia, mi naturaleza demoniaca había querido desencajar esa expresión altiva de su rostro para entregársela, húmeda de sangre, de regreso en la mano.

Finalmente respiré:

—Lo suficiente para salvar un alma humana de Jigoku, y a un oni de estar atrapado en una espada por toda la eternidad —terminé. Los ojos del zorro dorado se encontraron con los míos, y mi corazón dio una extraña sacudida.

Con un escalofrío, di media vuelta y le dije a mi corazón que se quedara quieto, que no sintiera. Me sostuve del borde del puesto del vigía y contemplé el agua. ¿Qué estaba haciendo? Cada vez que Yumeko estaba tan cerca, mi guardia bajaba y mis emociones corrían el peligro de quedar expuestas, y así había sido como Hakaimono me había dominado la primera vez. Ahora era todavía más peligroso, con mi lado demoniaco libre de restricciones y tan cerca del control que yo podía sentir su ira y su sed de sangre hirviendo en mi interior.

—Aunque podrías arrepentirte de esa decisión, una vez que Genno esté muerto —le dije a la kitsune a mis espaldas—. Es posible que me hayas salvado, pero también salvaste a un demonio. Hakaimono todavía está aquí, en mi interior, nunca lo olvides.

Sentí que ella me miraba, el viento tironeaba nuestro cabello y hacía que la plataforma se balanceara.

—Gomen, Tatsumi —dijo al fin, haciéndome fruncir el ceño, confundido—. Ni siquiera te pregunté si querías convertirte en un demonio. ¿Desearías no haberte salvado?

—No —reconocí—. Me alegro de estar aquí, de tener la oportunidad de redimirme al detener la Noche del Deseo y matar a Genno. Pero… no puedo confiar en mí, en que no conduciré una masacre contra todos, amigos o enemigos —antes, podía acallar la ira y la sed de sangre de Hakaimono porque no eran mías. Me habían entrenado para separarme de toda emoción, para poder controlarlo. Ahora esa ferocidad era parte de mí. Una vez que comenzara a matar, era posible que no pudiera detenerme.

—No estoy asustada.

El miedo y la ira en mi interior se agitaron. Ella todavía no entendía lo que yo era, lo que en verdad yo podía hacer. Suficiente de esto, Tatsumi. Si realmente te importa la chica, debes ponerle un alto a este juego ahora mismo. Tú eres un demonio, no tiene sentido que estés esperando algo. Y si esto continúa, llegará el día en que te vuelvas en su contra y ella no lo verá venir. Termina con esto de una vez por todas.

Me giré y permití que la ira burbujeara hasta la superficie. La furia y la sed de sangre que siempre estaban allí ahora, ardiendo dentro de mis venas. Sentí cómo mis cuernos se volvían más grandes y calientes, y proyectaban un brillo carmesí en el rostro de Yumeko. Sentí las runas y los símbolos ardientes surgir a lo largo de mis brazos y trepar por mi cuello, brillando a través de mi haori. Cuando las garras de obsidiana se deslizaron desde mis dedos, y los colmillos curvos se asomaron en mi mandíbula, miré a Yumeko y entrecerré los ojos, que sabía que brillaban con un escarlata taciturno.

Los ojos de Yumeko se abrieron ampliamente y ella se encogió. Por un momento, me miró fijamente, al demonio que había aparecido en la plataforma con ella. Mantuve mi mirada dura, peligrosa, permitiendo que ella viera la sed de sangre apenas controlada, ignorando la fatigada desesperanza que me corroía el interior. No quería hacerle esto a ella. Yumeko era la primera persona que me había visto como algo más que el asesino de demonios de los Kage, más que sólo la espada que esgrimía. Odiaba que me recordara así: un demonio. Un señor oni, cruel e irredimible. Pero tenía que hacerse. Mejor terminar con esto, que aprendiera a temerme y odiarme ahora, que esperar hasta el día en que, inevitablemente, la traicionaría.

—Esto es lo que soy ahora —dije con frialdad, dejando que el áspero gruñido de Hakaimono impregnara mi voz—. Ésta es la fusión de un demonio y un alma humana. Estoy agradecido por lo que hiciste, Yumeko. Nunca pienses lo contrario. Pero deberías quedarte lo más lejos posible de mí. De lo contrario, esto podría ser lo último que veas.

Yumeko parpadeó y sus orejas se plegaron en su cráneo. Una expresión extraña cruzó su rostro, una de desafío y determinación, como si estuviera reuniendo todas sus reservas de valor. Antes de que me diera cuenta de lo que estaba sucediendo, ella dio un paso adelante, tomó mi cara entre ambas manos y… me besó.

¿Qué…?

Aturdido, me puse rígido y perdí al instante el control de la ira y la sed de sangre. Las garras y los colmillos se retrajeron, y los símbolos brillantes en mis brazos se desvanecieron, para disolverse como ascuas en el viento. Mis manos se levantaron para tomar sus hombros y sentí su cuerpo presionarse contra el mío, el rápido latir de su corazón contra mi pecho.

No duró mucho el breve y gentil tacto de sus labios sobre los míos. Justo lo suficiente para poner de cabeza mi mundo y dejarme tambaleando antes de que ella retrocediera. Turbado, miré a la kitsune, cuyos penetrantes ojos dorados, abiertos, decididos y aún por compelto ausentes de miedo, me estaban mirando.

—Confío en ti —las palabras fueron un murmullo en mi alma. Las puntas de sus pulgares rozaron mi mejilla con insoportable ternura, y cerré los ojos contra la suavidad—. Oni o humano, no importa cómo cambie su apariencia. Tu alma sigue siendo la misma. No tengo miedo, Tatsumi, no puedo decirlo más claro.

—Yumeko —al abrir los ojos, miré a la chica y rodeé suavemente su muñeca con mis dedos. Ella me observaba, inhumana, ingenua, perfectamente hermosa. Ella iba a ser la ruina de ambos, y de pronto eso dejó de importarme.

—¡Oiiiiiiiii! —un grito llegó desde abajo—. ¡Ustedes, en el puesto del vigía! ¡Ojos al océano! ¿Pueden ver algo extraño?

Un gruñido retumbó en el fondo de mi garganta, pero solté a Yumeko y me alejé, luego miré a la base del mástil. Uno de los marineros estaba allí, señalando frenéticamente al costado del barco.

—¡Hay algo ahí afuera! —gritó mientras Yumeko miraba también hacia abajo, con las orejas de zorro girando, curiosas—. ¡En el agua! Podría estar dando vueltas alrededor del barco, pero no podemos verlo. ¿Ustedes ven algo desde allá arriba?

Miré por encima de la extensión negra y brillante del océano, y un escalofrío se deslizó por mi columna.

Había algo en el agua. Algo enorme. Pude ver una inmensa sombra deslizándose justo debajo de las olas, la creciente protuberancia de agua cuando se acercaba al barco. Por instinto, repasé mi lista de grandes yokai y bakemono que habitaban en el mar (ushi oni, koromodako y el enorme umibozu), y ninguno de ellos era algo con lo que quisiera encontrarme en medio del océano.

—¿Qué es eso? —preguntó Yumeko, su voz apenas por encima de un susurro, como si temiera que si hablaba más alto llamaría la atención de la sombra. No respondí, temiendo saber la respuesta, esperando desesperadamente estar equivocado.

La protuberancia se hizo más grande y se elevó en el aire a medida que se acercaba. Con una explosión de agua de mar y el rugido de un tsunami, algo oscuro y enorme emergió de las profundidades y alcanzó una altura aterradora mientras se alzaba sobre nosotros. Una figura humanoide, pero negra como la noche, sin rasgos distintivos salvo por dos ojos brillantes en su cabeza lisa y calva. Esos ojos se fijaron en nosotros cuando el monstruo reparó en la embarcación, en el puesto del vigía. Su forma larguirucha era incluso más alta que el mástil del barco. Yumeko jadeó, y maldije por lo bajo cuando se confirmaron mis sospechas. Esto no era lo que necesitábamos en este momento.

—¡Umibozu! —gritó alguien desde la cubierta. Una voz frenética que resonó en la noche.

El pánico instantáneo barrió el navío cuando se hizo realidad el mayor temor de cada marinero: conocer a la monstruosa criatura conocida como umibozu en medio del océano. Casi nada se sabía de ellos: qué eran, cómo vivían, si había numerosos umibozu en las profundidades del océano o si la forma enorme y corpulenta que nos enfrentaba ahora era la única de su tipo. No se sabía por qué aparecía un umibozu cuando lo hacía. Éste nunca hablaba, no exigía ni daba indicación alguna de lo que quería. Pero ninguna nave sobrevivía a un encuentro con un umibozu. La criatura gigante, fuera lo que fuese, se levantaba del mar, destrozaba una embarcación y simplemente se sumergía nuevamente en las profundidades.

Yumeko tomó una respiración temblorosa mientras el umibozu nos miraba fijamente, silencioso e insondable. Su enorme cabeza estaba casi al nivel de nuestros ojos, pero no podía ver mi reflejo en esa mirada pálida y plana. Podía sentir a la chica zorro temblar contra mí, aunque se mantenía firme bajo la extraña mirada.

—Mmm… hola —dijo Yumeko con voz suave, mientras la criatura gigante continuaba observándonos como si fuéramos insectos—. Lo sentimos si hemos navegado donde no debemos. Supongo que no estás aquí para señalarnos la dirección correcta, ¿cierto?

Sin emitir un sonido, el umibozu levantó un brazo gigante y sombrío, y lo bajó con fuerza hacia nosotros.

La noche del dragón

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