Читать книгу La noche del dragón - Julie Kagawa - Страница 12
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UMIBOZU
Yumeko
Tatsumi me tomó por la cintura y saltó del puesto del vigía, haciéndome gritar de sorpresa cuando nos entregamos al aire. Se sostuvo de una de las cuerdas colgantes y se balanceó hacia la cubierta, mientras el chasquido de la madera resonaba a mis espaldas. Se dejó caer en cubierta en medio de los gritos de los aterrorizados marineros y de inmediato se dio vuelta, desenvainando a Kamigoroshi en una llamarada de luz púrpura. Trozos del mástil se estrellaron contra la cubierta, y aparejos y tablas de madera resonaron a nuestro alrededor, sumándose al pandemonio.
—¡Encuentra a los demás! —gruñó, cuando la monstruosa masa del umibozu dio media vuelta—. Lo mantendré distraído todo el tiempo que pueda.
—Tatsumi…
—No te preocupes por mí… te veré en Ushima. ¡Vamos!
Con un aullido, Tatsumi saltó hacia el monstruo sombrío, esquivando a los humanos mientras corría por la cubierta. El umibozu levantó un brazo enorme y lo dejó caer con la palma abierta, como si estuviera intentando aplastar una araña. En el último momento, Tatsumi se arrojó al lado de la mano del gigante, que al golpear la cubierta del barco hizo chasquear la madera y astilló los tablones. La nave se sacudió con tanta violencia que estuve a punto de caer, y los gritos de la tripulación se hicieron más sonoros.
Gruñendo, Tatsumi saltó hacia el brazo sombrío cuando se elevaba de nuevo en el aire y atravesó con Kamigoroshi su muñeca. Una sustancia oscura y acuosa brotó del brazo del umibozu, y el monstruo se sacudió, aún sin hacer ruido, aunque sus ojos, fijos en el asesino de demonios, ahora tenían una sombra de ira.
—¡Yumeko!
Escuché la llegada de nuestros compañeros y les eché un vistazo rápido a todos cuando se unieron a mí en la destrozada cubierta. Daisuke-san tenía su espada desenvainada, Okame-san su arco y Reika ojou-san esgrimía un ofuda. Sus rostros palidecieron cuando observaron al amenazante umibozu.
—Kuso —el ronin respiró. Sonaba tan asombrado como horrorizado mientras estiraba el cuello hacia atrás—. ¿Qué demonios es eso?
—Umibozu —la voz de la doncella del santuario parecía resignada—. Por los Grandes Kami, de entre todas las criaturas que pueblan el ancho océano… —tembló, luego se sacudió y se volvió hacia el resto de nosotros—. No se puede vencer a esta cosa. El barco está condenado, y todos lo saben. Debemos correr a los botes salvavidas y salir de aquí, ahora.
—¿Qué pasará con Tatsumi?
Una sombra cayó sobre la cubierta cuando el umibozu levantó un brazo gigante y lo dejó caer de nuevo. El barco se sacudió como un caballo salvaje, y me desplomé sobre la cubierta. Su segundo brazo cayó también y golpeó el mástil. El grueso poste se rompió como si fuera una delgada rama y se estrelló contra la cubierta. Dos marineros quedaron aplastados debajo.
—¡Abandonen la nave! —alguien chilló en el torbellino del caos.
Haciendo una mueca, levanté la vista para ver al umibozu dar un golpe de revés a un trío de marineros en la cubierta. Los hombres volaron por el aire gritando, y cayeron en picada sobre las oscuras aguas del océano. Ya no podía ver a Tatsumi a través de la agitada masa de marineros que nos rodeaban, y la preocupación por él hizo que se me retorciera el estómago.
—¡Vamos, Yumeko-chan! —una mano firme me tomó del codo y me levantó. El rostro de Okame-san era sombrío cuando me puso en pie y me mantuvo erguida mientras la nave rebotaba y se estremecía—. Este barco se está hundiendo, tenemos que largarnos de aquí antes de que sea demasiado tarde.
Me mordí el labio, miré una vez más al enorme umibozu y tomé una decisión en una fracción de segundo.
—¡Vayan ustedes, los alcanzaré enseguida!
—¡Yumeko! —gritó Reika ojou-san cuando me separé de Okame-san y corrí hacia la proa del barco. Hacia el enorme umibozu que se alzaba imponente en la parte delantera.
Mientras me acercaba, esquivando a los marineros y a la tripulación que corrían hacia el otro lado, pude ver el brillo de Kamigoroshi bajo la sombra del umibozu. Vi a Tatsumi, con el rostro firme y determinado, plantar los pies mientras la mano del gigante descendía hacia él, con la palma abierta como si quisiera aplastarlo como un insecto. Cuando la extremidad cayó, Tatsumi adoptó posición de ataque y empuñó a Kamigoroshi sobre su cabeza. La punta de la espada atravesó la palma del umibozu y desgarró su dorso. Sin embargo, la fuerza del golpe estrelló al asesino de demonios contra la cubierta, y la madera se astilló por debajo de él. Un chorro de lo que parecía tinta brotó de la mano del umibozu, pero éste no retrocedió ni se apartó. Mientras yo lo observaba, con el corazón palpitante, sus largos dedos se enroscaron alrededor del asesino de demonios y lo levantaron en el aire.
El terror me atravesó, y en algún lugar en lo más profundo de mi interior, una llama helada rugió al cobrar vida y encendió la boca de mi estómago. Mi mano se abrió con una esfera de kitsune-bi ardiendo en mis dedos. Quemaba al rojo vivo contra mi piel y deformaba el aire a su alrededor, más brillante que cualquier cosa que hubiera conjurado antes. Con un grito, la lancé a la monstruosa forma del umibozu.
El globo de fuego fatuo golpeó el codo del monstruo y explotó. Y, por primera vez, un ruido surgió del umibozu, que se había mantenido en silencio hasta entonces. Un gemido como el aullido de un tifón o los gritos de cien hombres juntos a punto de ahogarse resonó en la noche. El monstruo se volvió hacia mí, tras dejar caer a Tatsumi sobre la cubierta, ahora olvidado. Ensangrentado y herido, el asesino de demonios se puso en pie. Sus ojos se abrieron como platos cuando encontraron mi mirada.
Por encima de nosotros, el umibozu levantó ambos puños y los dejó caer con la fuerza de un rayo. El barco se tambaleó violentamente, y salí volando, junto con astillas y trozos de madera que se sentían como la picadura de un avispón cuando golpeaban mi piel. Todavía girando por el aire, vi la cubierta que se acercaba con rapidez hacia mí y me preparé, cubriendo mi rostro con los brazos.
Golpeé las tablas destrozadas y rodé. El suelo dio vueltas salvajemente antes de que lograra detenerme, mareada y sin aliento, en cubierta. Con una mueca, esperando que las náuseas se desvanecieran pronto, intenté incorporarme sobre los codos, pero un dolor punzante atravesó mi costado, como si alguien hubiera clavado un cuchillo entre mis costillas. Jadeé, llevé mi mano al lugar donde se había originado el dolor y sentí los bordes ásperos de un largo trozo de madera que sobresalía de mi piel. Cuando aparté la mano, mis dedos estaban manchados con algo brillante y oscuro.
No está bien, Yumeko. Mi mente daba vueltas, confundida, sabiendo que estaba herida, pero negándome a aceptar que podría estar muriendo. Levántate. Encuentra… encuentra a Reika ojou-san. Ella sabrá qué hacer…
—¡Yumeko!
La voz de Tatsumi sonó a través de la cubierta, furiosa, casi desesperada. Levanté la mirada… justo a tiempo para ver al umibozu empujar el puño por la parte superior de la nave. La embarcación rebotó con violencia cuando fue destrozada, y las tablas debajo de mí desaparecieron. Me desplomé en la oscuridad. El terror subió por mi pecho antes de que golpeara el océano, y las aguas heladas se cerraron sobre mi cabeza.
Las corrientes me arrastraron hacia abajo y no pude encontrar la fuerza para subir de regreso al aire. Me estaba hundiendo, fría y paralizada, observando cómo la superficie se alejaba más y más. La oscuridad se arrastró por los bordes de mi visión, como un enjambre de insectos que se cerraba sobre mí, pero al levantar la vista una vez más, creí distinguir un resplandor púrpura que se acercaba veloz.
Entonces, la oscuridad me inundó, y ya no supe más.