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INTRODUCCIÓN YOGA hoy en día

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Una de las primeras comprensiones acerca del Yoga viene, en mi caso, de la antropología. Siempre entendí esta ciencia social como un viaje respetuoso al otro, siendo este otro una cultura ajena, un viaje en el que intentar, aunque fuera difícil, ponerse en una piel distinta y entender otras lógicas, otras miradas de la realidad, otras formas de resolver las mismas necesidades que tenemos todos. Si en este viaje cultural nos quedáramos sólo en la “ida”, sería un viaje pretencioso donde apuntar en el cuaderno de campo las peculiaridades de los pueblos cazadores-recolectores o el sistema de parentesco en las sociedades simples o complejas. Pero, en realidad, algo importante en la etnografía de campo es el viaje de “regreso”. Cuando has nadado en otras lógicas los horizontes se ensanchan. Cuando has comido con las manos o con palillos, orado en diferentes templos, dormido en el suelo o sentado con las piernas cruzadas, aprendes a relativizar muchas cosas que en nuestra cotidianidad dábamos por sentado. Esa nueva flexibilidad nos habla de la pluralidad y variedad de las formas culturales, ya sean propias o ajenas. Precisamente esta plasticidad es la que propongo para acercarse al Yoga hoy en día. Un viaje al interior del Yoga para entender, más allá de sus formas, su lógica en profundidad.

Universalidad

El Yoga nació en India como todos sabemos, y desde allí se expandió en medio siglo por todo el planeta, especialmente en nuestras sociedades occidentales. Si se difundió con tanta velocidad fue porque ofrecía salud y espiritualidad práctica, gestión del estrés y sosiego para nuestra mente en un momento donde el individuo empezaba a comprender la necesidad de regularse en una sociedad polarizada hacia la producción y orientada al consumo.

Por otro lado, el Yoga ha dejado de ser un método exótico, circunscrito a diversas sectas o una moda pasajera, para llegar a todas las capas sociales y formar parte del quehacer cotidiano de muchas personas. Se hace Yoga cada vez más en los gimnasios, en las escuelas, en las prisiones o en las empresas; se hace Yoga para niños, embarazadas, gente mayor o personas con alguna discapacidad tanto física como psíquica. Encontramos cada vez más estudios rigurosos de Yoga para mujeres en la etapa del climaterio, para personas con insomnio o problemas de corazón, entre otros. Hemos visto como actores y actrices famosos hacen Yoga para mantenerse jóvenes y vigorosos. Además tenemos a nuestro alcance Yogas dinámicos y de abandono, acrobáticos y aéreos, con soportes y sin ellos, físicos y devocionales, dentro de una sauna o al aire libre.

La diversificación del Yoga ha sido tan rápida y extensa que muchas veces tendríamos problemas para identificar muchas de sus propuestas si no se presentaran con la palabra Yoga. En todo caso, el Yoga se ha universalizado porque ha intentado dar respuesta a la mayoría de los porqués del ser humano y ha encajado a la perfección en las sociedades del bienestar. Parece que estamos de suerte, hemos marcado recientemente un día en el calendario, el solsticio de verano en el hemisferio norte, para festejar en todos los rincones del globo nuestra pasión por el Yoga. Pero nos queda una pregunta, ¿este árbol del Yoga tan cargado de frutos está ya maduro o todavía su fruto está verde?

Enfoque

Lo que sí es cierto es que el Yoga ha venido para quedarse. Ahora bien, en esta rápida expansión han faltado buenos traductores que pudieran extraer las esencias del Yoga sin la carga ritualista, el peso de una religión o los ejercicios adaptados a una región con un clima y un ritmo de vida determinados.

Es verdad que nos fuimos a oriente en busca de espiritualidad y cruzamos continentes porque nuestra fuente espiritual se estaba secando. Andamos medio mundo para llenar nuestras alforjas de buenos tesoros pero, la mayoría de las veces regresamos, realizando un copia y pega gratuito… sin miramientos, sin reflexión. No nos dimos cuenta de que el siglo XXI tenía una complejidad diferente a la que se vivía en el siglo II, IX o XIX en la misma India. Ha cambiado los ritmos de vida, la tecnología, las relaciones sociales, la mentalidad y las formas de cultura. Las tensiones de un oficinista hoy en día en Barcelona o París difieren de las de un zapatero en Delhi o Benarés hace diez siglos.

El Yoga tiene que actualizarse porque las sociedades y sus individuos cambian constantemente y cada vez de manera más acelerada. Hemos de hacer lo que hace el fotógrafo, sostener la rueda de la cámara y ajustar el objetivo hasta ver con nitidez lo que tenemos delante: las sociedades en las que vivimos, los ritmos cotidianos, las necesidades y expectativas. Tenemos que dar respuesta para encontrar el Yoga que necesitamos cada uno de nosotros aquí y ahora. ¿Cómo hacerlo?

Desmitificar

Para encontrar este Yoga más cercano a nuestras propias necesidades tenemos que hacer un trabajo previo: desmitificar gran parte de las creencias que giran en torno al Yoga.

De momento, no podemos olvidar que el Yoga tiene una tradición milenaria. Las etapas y procesos, avances o retrocesos por los que ha pasado son numerosos y muchos de ellos desconocidos puesto que el Yoga se transmitió a través de la tradición oral, y por tanto, permaneció invisible para los historiadores. Seguramente existen muchos elementos chamánicos en el Yoga arcaico y también un protoyoga que se vislumbra ya en el Rig-Veda, el texto de la India conocido más antiguo escrito en sánscrito. Entre los miles de sellos de terracota encontrados en el valle del Indo (asentamientos de unos 3000 años a.C.) se ha aludido innumerables veces al llamado sello de Pashupati (el señor de las bestias) como referente de la antigüedad milenaria del Yoga. En realidad, en el sello vemos una especie de deidad en una posición sentada con las piernas más o menos entrelazadas, rodeada de un elefante, un rinoceronte, un tigre y un búfalo. Más allá de la belleza de la imagen, inferir que los orígenes del Yoga se remontan a una época tan temprana sólo por unas tablillas donde dicha divinidad está sentada en una postura que identificamos como meditativa puede ser un tanto arriesgado. Tal vez sería más prudente reconocer nuestra limitación en el conocimiento antiguo del Yoga y asumir el desconocimiento de las enormes lagunas que encontramos a lo largo de su historia.

Las leyendas acerca de las proezas de los yoguis no son el legado de un saber que podamos tomar al pie de la letra, ya que la mayor parte de las veces forman parte de residuos de historias que provienen de una mentalidad mágica o mítica, aunque, por descontado, tienen un valor simbólico. Sin embargo, se sigue haciendo alusión en muchos libros de Yoga actuales a los ashta-siddhi, los ocho poderes supranormales de los yoguis que reconocen los textos hinduistas que abarcan desde el poder de hacerse infinitamente pequeño; aumentar de tamaño a voluntad; hacerse cada vez más pesado; volverse tan ligero como el algodón; conseguir cualquier cosa por la fuerza de la voluntad; así como el poder de subyugar y el poder de tener supremacía sobre todo. Incluso, en el Bhāgavata-purana, Krishna, avatar de la divinidad, enumera otros siddhis o poderes de los yoguis como ver desde lejos, transformarse en cualquier forma deseada, participar en las diversiones sexuales de los dioses, escuchar desde la lejanía o morir cuando se desea.

Textos serios y de referencia para el Yoga hablan de poderes mágicos que pueden conseguir los yoguis como superar la muerte o entrar dentro de la mente de otra persona. Y, aunque hoy en día prudentemente hemos interpretado dichos sūtras o aforismos de forma simbólica, a nadie se le escapa que dicen textualmente lo que dicen. Podemos preguntarnos también si los autores clásicos creían en ellos de forma literal o si quizás estaban utilizando una estratagema para retar a los que se inician en la vía del Yoga.

Cierto que Patañjali, del que bien poco se sabe, que compila y sistematiza la filosofía del Yoga, habla en los Yoga-sūtras (siglo II de nuestra era) de los peligros de esos poderes extraordinarios pero, al fin y al cabo, los reconoce y les da un cierto estatus. ¿Cómo es que llegamos a identificar poderes excepcionales con espiritualidad? ¿Qué tiene de espiritual parar el corazón a voluntad? ¿Qué fascinación crea en nuestra alma infantil alguien que ha conseguido dejar de comer o superar el sueño? Hay que desmitificar urgentemente las creencias legendarias en torno al Yoga y reinterpretar lo que entendemos por espiritualidad. Empecemos a indagar por lo más básico.

Escucha

Es posible que la primera pregunta que nos hagamos en el Yoga sea ¿adónde quiero ir? Pero con seguridad, la siguiente pregunta tiene que ser ¿dónde estoy?, al menos para poder trazar con una cierta estabilidad el recorrido a seguir. Es lo que haría cualquier caminante en el mapa, marcar con una cruz el punto de partida y el de llegada, de lo contrario el mapa sirve de bien poco.

Para saber dónde estamos, cuál es nuestro punto de partida, hemos de observar nuestro momento presente, hemos de hacer una escucha en profundidad. Sólo con esa escucha del aquí y ahora nuestra acción puede tener un mínimo de posibilidades de ser adecuada. En esa escucha podríamos descubrir, entre otras cosas, cómo está nuestro mapa de tensiones corporales; si nuestra respiración está alterada por alguna emoción desbocada; si hay dispersión o preocupación en nuestra mente. De esta manera, de todo el amplio y rico abanico de posibilidades que nos ofrece el Yoga, podríamos utilizar aquéllas técnicas o ejercicios que nos puedan ayudar más.

Si esta atención la llevamos a nuestro mundo cotidiano el mapa se vuelve muy claro. Seguramente saldríamos enfadados si nuestro médico nos rellenara una receta sin apenas mirarnos, sin preguntarnos qué síntomas tenemos y sin hacernos las correspondientes pruebas para obtener un buen diagnóstico con el fin de darnos las medicinas adecuadas a nuestra enfermedad.

El buen vivir está basado en la escucha: solemos ir a dormir cuando tenemos sueño y a comer cuando arrecia el apetito. Llamamos a un amigo cuando necesitamos compañía o nos retiramos cuando buscamos la soledad. No obstante, los entresijos de la vida actual impiden a menudo esta regulación natural hasta tal punto que vamos a dormir y a comer simplemente porque es la hora establecida, perdiendo, a la postre, nuestra sensibilidad.

Una de la funciones saludables del Yoga es volver a recuperar esta percepción necesaria para que la vida se reajuste ante los cambios y poder hacer de forma fluida un buen encaje entre nuestro mundo interior y la realidad que nos rodea.

Responder en Yoga, previo a la práctica, a la pregunta ¿qué necesito hacer en este momento? No parece nada fácil, y no resulta fácil ya sea por la ausencia de sensibilidad, por la complejidad del momento presente o la falta de conocimiento. La escucha es lo que reclama el Yoga porque, ¿acaso tendría que hacer el mismo Yoga una persona joven que otra mayor, o cualquiera de nosotros los mismos ejercicios por la mañana que por la tarde, la misma secuencia en verano que en invierno, el mismo ritmo una persona sedentaria que otra deportista? Insistimos, ¿conviene que una persona con cifosis haga los mismos movimientos que otra con escoliosis; una persona vital la misma intensidad que otra mental; la misma orientación una persona con un objetivo de salud que otra con una necesidad mística?

No obstante, la escucha demanda muchos matices. La escucha no está sólo al inicio del camino, en este caso la práctica de Yoga, está también en cada postura y en cada respiración, nos debe alumbrar todo el tiempo. Podríamos decir que la escucha en realidad es una actitud en el viaje, una manera de tener en cuenta aquello que reclama su porción de presencia y una habilidad de hacerle hueco en la realidad. Si insistimos en la atención al inicio de cualquier praxis en Yoga es para evitar, por un lado, la precipitación propia de cualquier persona que se apasiona con su arte y, por otro, para tener tiempo de leer la letra pequeña que se esconde en los dobleces de nuestro interior y que nos da la clave para interpretar mejor lo que vamos a encontrar en los siguientes tramos de ese viaje hacia uno mismo que es en definitiva el Yoga.

El sentido común ya nos avisa de que es una locura un Yoga para todos y para cualquier momento. Y si esto cae por su propio peso, la cuestión es si los profesores que acaban su formación saben adaptar el Yoga a cada persona según su momento y sus necesidades.

Adaptación

Si el saber cómo estamos requiere de una escucha muy fina, adaptar el Yoga implica, además, conocimiento y experiencia. No basta darse cuenta de la tensión del hombro, hay que saber también si nos conviene un movimiento de antepulsión o de retropulsión, de rotación interna o externa, de elevación o descenso del hombro además de encontrar el āsana más adecuado a dicho movimiento. Hay que darse cuenta si lo que nos conviene es tonificar, estirar, movilizar o relajar aquella zona tensionada o bloqueada. Seguramente vamos a necesitar la ayuda de alguien con más experiencia que nos guíe.

Con toda probabilidad la relación tradicional entre maestro y discípulo era personal y, por tanto, adaptada a su momento presente. Con la divulgación masiva del Yoga la relación personal se ha ido perdiendo y las clases se han hecho exclusivamente grupales. Y aunque hay muchos elementos importantes en una clase grupal, es también necesario recuperar el vínculo original en la enseñanza del Yoga.

La adaptación personal requiere de una entrevista previa para informar acerca de los objetivos y técnicas del Yoga, seguida de una ficha de salud para cotejar las contraindicaciones a tener en cuenta en la misma práctica así como de la autorización de su equipo médico si fuera necesario.

Una adaptación necesita de una lectura corporal y de una pequeña serie test para ver dónde están los acortamientos y las asimetrías del cuerpo. Es necesario también tener una percepción de las cualidades corporales desde el equilibrio a la coordinación, desde la flexibilidad a la resistencia, entre otras, así como del grado de calma mental y gestión del estrés que mantenemos como posibles alumnos.

Adaptar el Yoga es proponer una práctica a seguir con unos objetivos claros y mantener sesiones individuales periódicas para supervisar y ajustar tanto la práctica como los objetivos.

Por supuesto, estas sesiones individuales son compatibles con la asistencia a clases grupales donde reforzar el aprendizaje básico del Yoga y ver nuevas posibilidades a incluir en la práctica personal. Planteo estas cuestiones para que se entienda que la disciplina del Yoga no es mero coser y cantar, pero sobretodo para recordar a los instructores la amplitud de esta ciencia del cuerpo y del alma.

Al final, lo realmente importante es ir estableciendo una práctica personal sólida e inteligente, pues sin ella, la posibilidad de un avance a medio o largo plazo se esfuma y sólo nos quedarán los beneficios inmediatos de cualquier práctica yóguica. Es el momento de dar un salto de nivel en la adaptación personal del Yoga.

Lesiones

Si hay alguna ley sagrada en el Yoga ésta es ahimsā, la no violencia, de la que hablaremos en profundidad más adelante. Ahimsā es un respeto profundo por la vida que se expresa fuera en la naturaleza y que nos recorre por dentro, en nuestro cuerpo. Una actitud de pacificación en la relación con los otros y en la relación con nosotros mismos.

Hacer Yoga desde esta consideración ética implicaría un cuidado delicado con el propio equilibrio del cuerpo sin necesidad de violentarlo y de llevarlo a extremos que lo fuerzan y agotan. El número de lesiones que se da en la práctica es mayor del que sería si respetáramos rigurosamente esta ley. Hay tanta fe en el aspecto saludable del Yoga que sus resultados negativos se silencian. Y se silencian porque las lesiones a menudo no son inmediatas a la práctica, pueden parecer difusas al mezclarse con otros síntomas, o quizás de forma deliberada no las queremos reconocer porque cuestionan nuestro hacer en la práctica.

Las lesiones en el deporte son el pan de cada día y no hay que ser muy avispado para comprender que el deporte, sobretodo el de élite, tiene como fondo el espectáculo y está basado en la competitividad y en la mejora continua de resultados. El cuerpo no es ni funciona como una máquina y no siempre puede dar el máximo rendimiento, de ahí la trampa insidiosa del dopaje. El deporte mueve pasiones y, asimismo, puede ser fuente de vida y de vigor, pero (volviendo a lo nuestro) el Yoga no es un deporte y competir por lograr la postura más perfecta, como hacen algunas raras escuelas de Yoga es, cuanto menos, ridículo.

En el Yoga no hay competición porque no es algo objetivable que se pueda medir. No se trata, evidentemente, de correr más rápido, saltar más lejos o levantar más peso como en el deporte, pero tampoco de mantener más tiempo una postura, flexionarse más o mantener el equilibrio con una sola mano; en el Yoga se trata simplemente de ser.

El Yoga es un proceso interno que se apoya en soportes corporales, energéticos o mentales y ese proceso interno no se puede medir como insinuábamos por el grado de apertura de una articulación o por la elasticidad de un músculo. Es mucho más como veremos en su momento. Entonces ¿por qué aparecen tantas lesiones en el Yoga?

En primer lugar por una estrategia de imitación muy primaria que ha quedado en el fondo de nuestro proceso de aprendizaje. Cuando no estamos entendiendo muy bien adónde apuntan los ejercicios del Yoga, nos basta con hacer lo mejor posible lo que se hace en clase. Y esto está reforzado en muchas ocasiones por la poca prudencia del conductor de sesiones de Yoga cuando se pone de modelo y establece una única forma de hacer los ejercicios sin pautas claras de regulación o ajuste.

Y, por supuesto, no podemos olvidar tampoco la falta de escucha del propio alumno que le dificulta reconocer si está preparado para abordar dicho ejercicio con el suficiente dominio y el grado necesario de comodidad.

Nos atreveríamos a plantear que hay un déficit pedagógico en la enseñanza del Yoga en el que se prioriza la técnica por encima de la vivencia y se intenta llegar al objetivo sin tener en cuenta el punto de partida.

Pongamos el ejemplo de la postura sobre la cabeza, sirsāsana. Está claro que, a nivel anatómico, las vértebras cervicales son pequeñas y muy móviles porque su función es sólo la de sostener el peso del cráneo y permitir un amplio movimiento en casi todas las direcciones para controlar el entorno que nos rodea. Además, para recordar la fragilidad de esta zona, hay que señalar que pasa la arteria vertebral y los nervios craneales a través de las apófisis transversas de las vértebras. Podemos entender que la naturaleza no ha preparado estas vértebras cervicales para sostener el peso del cuerpo y, sin embargo, en el Yoga actual y tradicional se habla de este āsana como de la postura reina. Pero ¿para quién?

Seguramente se ha practicado esta postura para activar ciertas glándulas y centros energéticos superiores, sin desestimar el flujo circulatorio sobre el cerebro y los sentidos. A decir verdad podemos encontrar muchos beneficios para practicar esta postura pero… también muchos riesgos.

Si esta postura sobre la cabeza la hace una persona que conoce bien la técnica, domina el equilibrio, tiene fuerza en la musculatura cervical y hombros y prepara convenientemente la postura es posible que se minimicen los riesgos y sea adecuada su ejecución; pero si ocurre lo contrario podemos encontrarnos con lesiones graves a nivel de los discos intervertebrales.

De la misma manera que existen alimentos que nos sientan bien y otros que nos generan intolerancias, no siempre somos aptos para realizar cualquier postura de Yoga, hay que saber cuáles son las contraindicaciones y conocer nuestros límites.

Vivencia interior

Una manera de hacer un Yoga sin lesiones es situando el acento en la práctica. No insistir tanto en la consecución de ciertas posturas, muchas de ellas avanzadas, sino más bien permanecer en ese equilibrio del que hablaremos más adelante, entre comodidad y estabilidad de la postura. No podemos llegar a ese equilibrio si no hay escucha, y es precisamente esa escucha la que abre la puerta a nuestro mundo interior. ¿Y si lo verdaderamente importante de la práctica fuera invisible a los ojos? ¿Y sí, por poner un ejemplo gastronómico, lo importante no fuera el pastel adornado de nata, chocolate y guindas que nos comemos sino el disfrute, el cómo nos sienta, la fluidez de la digestión y la consecuente nutrición, objetivo último de la alimentación?

Acostumbrados a ver libros de posturas de Yoga técnicamente impecables realizadas por personas jóvenes, guapas y flexibles olvidamos que el Yoga, desde las posturas a la meditación, es sobretodo una vivencia, un soporte para la concentración, un despertar de nuestra sensibilidad y un encuentro con lo que realmente somos, con nuestra fuente interior. Algo que se puede vislumbrar pero que no se ve en las fotografías.

Cuando uno se dirige hacia esa vivencia interior se libera de la esclavitud de la imagen y se distancia de la técnica rígida que no tiene en cuenta a la persona. Es como si hiciéramos Yoga en un grupo, todos con con los ojos vendados. Entonces no habría nada que mirar en el exterior y nada que demostrar. Esto es clave en la práctica del Yoga: no tenemos nada que exhibir porque cada uno está en su propio proceso personal, con toda la complejidad de elementos físicos, emocionales o mentales y, por tanto, sin comparación posible con el de otra persona.

Mi primer profesor de Yoga nos solía decir: “aquí no venís a hacer Yoga sino a aprender”. Lamentablemente en la actualidad el aprendiz de Yoga que se comprometía con la disciplina y que acudía a clase con su cuaderno, con sus lecturas y sus preguntas, entusiasmado con el Yoga, está quedando marginado. Hoy se impone el cliente de Yoga, el que paga una cuota para tener unos horarios donde relajarse y estirarse, antes o después del trabajo, pero al que no le interesa descubrir las entrañas del Yoga sino su ejecución y la experiencia que le brinda. Pareciera que es el instructor el que se pliega a su demanda evitando cualquier comentario cuestionador, interiorización que pueda irritar o ejercicio que exceda la intensidad acostumbrada. Se busca en el Yoga una terapia y no tanto un método de autoconocimiento.

Espiritualidad

Ha llegado el momento de apuntar que el Yoga tiene manos y pies, cabeza y entrañas, corazón y arterias, pero también mente y alma. Es un todo indivisible tal como es un organismo vivo, nada en su constitución le es gratuito. Plantear un Yoga integral no implica necesariamente hacerlo más complicado o engorroso, más elitista o esotérico, sino más real.

Estamos señalando desde el inicio que el Yoga se tiene que adaptar y, si somos capaces de proponer una variante de un āsana, hacerla dinámica para su mejor aprendizaje, utilizar elementos exteriores como cintas, bloques o soportes en la pared para que el alumno pueda regularse, también lo podemos hacer con los ejercicios de respiración, la meditación o la filosofía. Podemos hacer juegos para desbloquear la respiración, ejercicios de concentración para preparar la meditación, utilizar algún cuento sabio para explicar conceptos de la filosofía del Yoga. Sólo nos falta claridad en los objetivos y creatividad para encontrar atajos y nuevas formas de aprendizaje. Tenemos mucho que hacer en esta rama de la pedagogía del Yoga.

Sin embargo, el mayor tabú a la hora de implementar un Yoga integral es la espiritualidad. Desde la perspectiva del Yoga, la espiritualidad no implica necesariamente creer en un dios o seguir un cuerpo doctrinal porque el Yoga no es una religión. Uno puede ser hinduista, budista o cristiano y practicar Yoga pero también puede no seguir ninguna religión. La espiritualidad del Yoga tiene que ver con la comprensión profunda de que somos mucho más que estructuras mentales con las que estamos identificados y, por lo tanto, que más allá de ellas podemos encontrar el núcleo profundo del Ser que es fuente de conciencia, de paz y de libertad. El Yoga como disciplina estructurada nos dice que esa fuente de dicha y claridad se puede experimentar si seguimos adecuadamente los pasos a través de una práctica por la que discurre nuestro proceso interior. Espiritualidad puede ser simplemente vivir las experiencias vitales desde un enfoque del que extraer el máximo aprendizaje y percibir así, a lo largo de los años, un sentido interno que nos orienta y nos da coraje. Cuando descubrimos que no estamos aislados sino en íntima conexión con la naturaleza, cuando aprendemos a amar lo que hacemos y a respetar lo que sentimos ante los demás, cuando somos capaces de diluirnos ante la infinitud de lo que nos rodea, podemos decir que empezamos a iluminarnos por dentro.

En todos nosotros hay un anhelo de trascendencia y una búsqueda de sabiduría y sería un error, en la divulgación del Yoga, evitar (por miedo, complejo o estrechez de miras, por el resquemor o la desconfianza que genera todavía la espiritualidad) el abrir pequeños espacios en nuestras clases de Yoga para investigar sobre la profundidad del Ser que somos.

Yoga real

A causa de ese complejo que poseemos sobre la espiritualidad conviene salir de los templos y aterrizar en la vida cotidiana. Hablando de Yoga, necesitamos despejar la confusión que tenemos entre medios y fines. La salita de práctica personal o el centro de Yoga donde acudimos semanalmente sólo son laboratorios donde drenar tensiones, reforzar cualidades, cultivar la atención o aumentar la sensibilidad que después vamos a necesitar en nuestra vida. Podríamos decir que el Yoga real es el Yoga cotidiano, el que hacemos día a día: el Yoga de fregar los platos, peinar a nuestra mascota, enviar el correo electrónico a nuestro cliente o jugar con nuestros hijos. Es ahí, en los entresijos de la vida donde se dan los āsanas más complicados, las técnicas de relajación más insospechadas y el control de la respiración más difícil. Es ahí donde tenemos que insistir.

Mientras estamos en la esterilla con los pies más arriba que la cabeza o manteniendo el equilibrio con un pie no hemos de olvidar que el Yoga empieza con nuestra vida real porque el Yoga es una filosofía de vida, una respuesta al sufrimiento, un dominio de sí mismo y un arte de fluir con la existencia. Y todo esto lo practicamos desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que los cerramos por la noche.

Orientación

Cualquier objetivo en la práctica del Yoga, por pequeño que sea, es lícito y conveniente. Hacer Yoga para perder peso o para dormir mejor pueden ser propósitos totalmente respetables y, quién sabe, quizás generen el deseo de conocer el Yoga en profundidad más adelante. Lo importante en la transmisión del Yoga es tener claro el para qué, de la misma manera que al sostener un martillo sabemos si es para arreglar un mueble o para hacer una escultura. La orientación en el Yoga es clave para no perderse y para ajustar expectativas y resultados. La misma técnica que utilizamos variará en su enfoque e intensidad si la orientación es una u otra, o ambas a la vez.

La primera orientación que contemplamos en la práctica de Yoga es la salud. Hacemos Yoga para sentirnos mejor y para potenciar nuestros recursos fisiológicos. Qué duda cabe que la práctica asidua del Yoga ayuda al tránsito intestinal, favorece el retorno venoso, oxigena mejor nuestros tejidos, equilibra la presión arterial, relaja la musculatura, endereza la columna, calma el sistema nervioso y fortalece el inmunológico, entre muchos otros beneficios. No hay que insistir más en esto que se ha difundido a los cuatro vientos, pero lo que me parece más importante de esta orientación es que constituye un recurso más que la persona puede utilizar de forma independiente en su vida.

Acostumbramos a ser pasivos en la enfermedad cuando nos vivimos como “pacientes”, valga la idoneidad de la palabra, de un tipo de terapia u otro, o cuando recibimos pastillas, agujas de acupuntura, bolitas homeopáticas, infusiones naturales o masajes terapéuticos. Es evidente que son necesarios y la práctica del Yoga no implica renunciar a ellos, pero sí es importante destacar, desde esta orientación, que el Yoga no es algo que recibimos sino algo que hacemos. Es una técnica que nos da libertad porque aporta conocimiento para profundizar en nuestras tensiones. Conformamos así un Yoga para una gestión activa de nuestra salud.

La segunda orientación tiene que ver con el conocimiento de uno mismo. Cuando hacemos un āsana, por ejemplo, podemos notar con facilidad nuestras tensiones corporales, por otro lado nada extraordinario, pues vivir comporta desgaste y tensión. Pero esas tensiones, cada uno con las suyas, se tornan significativas. La tensión en los hombros, las cervicales o las lumbares nos pueden señalar, a menudo dolorosamente, que hay demasiada tensión en nuestros actos, una sobrecarga de responsabilidad en el trabajo o excesivo control en nuestras relaciones. Un ejercicio de respiración nos puede indicar un posible desequilibrio entre el dar o el recibir, y unos minutos en el silencio de la meditación la capacidad o no de estar con uno mismo sin angustia. Es decir, el Yoga nos sirve de espejo donde mirarnos y nos ayuda a comprendernos un poco más y, a ser posible, a aceptarnos.

La tercera orientación posible en nuestra práctica reside en un impulso de trascendencia tal y como comentábamos unos párrafos más arriba. El Yoga nos ayuda a comprender que todo está profundamente interrelacionado y que nosotros, por muy insignificantes que nos sintamos, formamos parte de una cadena infinita de vida que va desde las partículas subatómicas a los grandes cúmulos de las galaxias. Como los antiguos, podemos decir que el microcosmos que nos habita se refleja en el macrocosmos que nos sostiene, y viceversa. Esa íntima relación es la que buscamos en Yoga, una progresiva detención de las oscilaciones ordinarias de nuestra mente para encontrar una quietud intensa donde lo sutil de la existencia halle su propia voz.

Resumiendo: la dimensión terapéutica del Yoga nos ayuda a tener salud y vigor; la parte de crecimiento personal es una invitación a reconocernos y a (desde la aceptación de la realidad que percibimos) transformar los elementos disfuncionales de nuestra personalidad. Es desde esta salud y maduración interior desde donde podremos dar un salto inmenso hacia las profundidades de nuestro Ser. Ello implica, evidentemente, un cierto compromiso y una responsabilidad personal de integración, cada vez mayor, del Yoga en nuestra vida.

Yoga creativo

La tradición no es un esquema anclado en el pasado al cual nos hemos de ceñir, más bien hemos de entenderla como una sabiduría que se abre camino a lo largo de los siglos; en una transmisión directa o escrita, que se adapta a las circunstancias y a las mentalidades donde logra germinar. En este sentido toda tradición debería ser lo suficien temente flexible para captar el espíritu de los tiempos y ajustarse a ellos, pero ¿cómo hacerlo?

El Yoga, insistimos, necesita renovarse. Hace tiempo que salió de la cueva, del bosque y del ashram, hace ya mucho que está en la calle y llama a la puerta de la gente. Hoy en día el Yoga tiene que ayudar a la educación en las escuelas y también mejorar la autonomía de nuestros mayores. El Yoga, ahora mismo, ha de formar parte del equipo de salud, haciendo lo que sabe hacer, ayudando a movilizarnos, a relajarnos, a respirar y a encontrar momentos de quietud. El Yoga puede ser un complemento ideal dentro de la empresa, de la fábrica o de la oficina para gestionar los elementos que generan estrés; puede reforzar en los jóvenes la capacidad para concentrarse en el estudio y evitar lesiones innecesarias en el deporte; puede ayudar mucho en todo tipo de discapacidades e incluso a favorecer la mejora personal en los periodos prolongados de falta de libertad que supone la prisión. El Yoga tiene un gran potencial pero necesita ser creativo.

La creatividad no es más que inteligencia aplicada a una situación dada. Debemos seguir fielmente la brújula del Yoga, pero hemos de tener también la suficiente habilidad para encontrar el trayecto más adecuado a nuestros gustos y necesidades. Cada vez más, el Yoga se parece a un self service con infinitas posibilidades; depende de nosotros hacer un buen uso y, si tuviéramos que dar un consejo, diríamos que más vale servirse aquello que podamos digerir bien, masticando lentamente. El Yoga de este siglo tiene que apoyarse en la escucha respetuosa de lo que somos y dar una respuesta creativa a lo que nos dice.

Yoga integral

Cuando Patañjali (del que hableremos en profundidad más adelante) estructura lo que denominamos hoy en día Yoga clásico nos está insinuando, a su manera, que hay un yo físico pero también otro emocional, nos dice que no nos podemos olvidar del yo ético y tampoco del intelectual, que hay un yo místico y que, en definitiva, nos interesa conectar con esa dimensión espiritual.

Lamentablemente, una de las disfunciones en la divulgación del Yoga es haberlo fragmentado demasiado. Clases de Yoga sin hablar de ética; sesiones donde salimos extenuados de hacer posturas pero en las que no ha habido lugar para la meditación; secuencias de posturas enlazadas sin un trabajo de respiración en profundidad… La demanda es la demanda, dirán muchos. Una gran mayoría de personas quieren unas clases para soltar su estrés, dinamizar el cuerpo y relajarse un poco, nada más. Totalmente respetable aunque, en el fondo, dudo de que no deseen nada más. La experiencia me lo demuestra.

Sin embargo, el Yoga, en su integridad, podría ser un buen revulsivo para transformar un estilo de vida insano, cuestionar creencias limitadoras y fortalecer una ética débil o desorientada. No podemos limitarnos a poner paños de agua caliente, necesitamos una palanca para mover las piedras enormes que obstaculizan nuestro desarrollo, tanto individual como colectivo.

El mercado del Yoga

En la actualidad hay un par de centenares de millones de personas que practican o simpatizan con el Yoga en todo el mundo y, sin duda, somos muchos los que consumimos camisetas, pantalones, esterillas y cintas, además de libros, revistas, viajes, alimentos sanos y productos para la higiene personal. No hay nada de malo en ello. Sin embargo, la delicada línea entre la transmisión sincera de una ciencia del conocimiento y el escaparate mercantilista del Yoga tiende a diluirse.

La publicidad de muchos centros de Yoga no se ha quedado atrás. Prometemos en nuestros folletos promocionales relax, bienestar, realización personal y felicidad. Las imágenes de nuestros carteles muestran personas jóvenes y sanas en paraísos naturales, o bien yoguis haciendo posturas acrobáticas sin perder la sonrisa. Hay gurus que han patentado su serie de Yoga y existen numerosos pleitos en la justicia por la utilización de una marca o de una técnica. Podríamos decir que es el mundo real donde confluyen (y chocan) los intereses de cada uno. Pero ya no tengo tan claro si es el Yoga el que ha venido para transformar la sociedad, o es la lógica neoliberal imperante la que está cambiando al Yoga. Seguramente no hay mala intención en la publicidad del Yoga pero, a todas luces, prometemos cosas increíbles que seguramente son restos de mitos que rodean al Yoga y no resultados reales que podamos constatar en nosotros mismos, ya sea como profesores o como alumnos.

A menudo tengo dificultades para responder a la pregunta sobre qué estilo de Yoga practico e imparto en mis clases. Si hiciéramos un listado exhaustivo de los tipos de Yoga que podemos encontrar en toda la oferta existente, seguramente quedaríamos anonadados. Parece que unos cuantos han tenido más éxito y, sin embargo, una mirada externa no apreciaría demasiadas diferencias entre todos ellos, a no ser, tal vez en la intensidad o en las secuencias… pero al fin y al cabo imparten clases de hatha-yoga en la gran mayoría de ellos, todas respetables, por supuesto.

Asimismo me sorprende que un conocimiento que ha pasado de mano en mano desde tiempos inmemoriales tenga que ser bautizado con nuestro nombre o apellido y ponerle barreras a su expansión. Me extraña que nos seduzcan tanto los estilos de Yoga y no tanto las personas reales que los transmiten que, al fin y al cabo, son los que difunden esta enseñanza. Seguramente nos identificamos todavía con aquellas marcas que nos dan confianza y prestigio. Pero, ¿acaso hemos caído en otra forma de mercantilización del Yoga? ¿Hemos cedido a una modalidad superficial de esta ciencia del cuerpo y del alma tan profunda? O quizá ¿es que estamos todavía en la fase adolescente de dicha divulgación y nos toca madurar? Pero antes de seguir adelante, asegurémonos que sabemos bien lo que es el Yoga.


La síntesis del yoga

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