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CAPÍTULO 2 SĀDHANA la práctica personal

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Es maravilloso ver a músicos de jazz interpretando. Improvisan desde la escucha, se alternan sin brusquedades, se mimetizan con el ambiente y se vuelven cómplices con el público en un todo indisociable. Sin embargo, esa improvisación surge de un duro trabajo previo ensayo tras ensayo. Hay que dominar los instrumentos musicales y hay que repasar los compases básicos que sostienen esa improvisación.

El Yoga y la música, como cualquier arte, es inspiración pero también mucha práctica. Es cierto que práctica resuena con disciplina y nos recuerda, tal vez por el ahínco que ponían algunos profesores en nuestra educación, una posición férrea cuando no un tanto arbitraria. Sobre este sentido del deber malentendido nos hemos rebelado tantas y tantas veces.

Cuando nuestra práctica ha sido empujada desde una exigencia externa (ya sea de un grupo o escuela), o bien ha surgido como respuesta a una exigencia interna, es posible que nos hayamos encontrado con una práctica que se ha quedado en la superficie, en la robotización o en una actividad forzada con calzador que ha perdido espontaneidad. Al final, divididos, no hemos podido reconocer esa práctica como propia: una práctica que emane como expresión de un proceso interno, una práctica que tenga corazón.

Práctica

Pero si la práctica no es una disciplina externa a la que amoldarse ni un mandato al que seguir fielmente, ¿qué podemos entender por práctica desde nuestro ámbito de Yoga?

Sin ir más lejos, el propio Patañjali, en el sūtra 14 del libro I de los Yoga-sūtras nos recuerda las cualidades de una práctica apropiada: “Sólo si la práctica adecuada se mantiene largo tiempo, sin interrupciones, con las cualidades de celo y actitud positiva, puede esta triunfar”. T.K.V. Desikachar (hijo y discípulo de Tirumalai Krishnamacarya, un gran yogui del siglo XX, precursor del Yoga moderno) sigue comentando muy acertadamente que: “siempre existirá una tendencia a comenzar la práctica con entusiasmo y energía, un deseo de rápidos resultados. Pero las limitaciones de la vida cotidiana y la enorme resistencia de la mente nos incitan a ceder a las debilidades humanas”.

Tenemos aquí las claves de la práctica esencial del Yoga y de los posibles impedimentos que podemos encontrar. Pero no corramos tanto, veamos lentamente éstas y otras cualidades necesarias para dar solidez a nuestra práctica.

Práctica continua y sin interrupción. Es de sentido común que una práctica tiene que ser constante. No es mero capricho, no olvidemos que la práctica del Yoga tiende a soltar los condicionamientos de ciertos hábitos y automatismos y éstos se rearman con suma facilidad si les damos libertad día sí y día también. Lo tenemos claro cuando tomamos medicinas: hay que tomarlas de forma ordenada y continuada para mantener la dosis activa en sangre y evitar la nueva proliferación de gérmenes.

Gota a gota se perfora hasta la roca más dura. Cada āsana que realizamos se convierte en una pequeña impresión que deja una estela de alineación, estabilidad o calma mental. Un conjunto de impresiones conforma, a la larga, un patrón que se reimprime sobre los viejos automatismos creando nuevas formas de estar y de sentir en nuestro cuerpo y en nuestra mente. Merece la pena insistir e insistir en nuestra práctica aunque no veamos a corto o medio plazo los resultados esperados. Podemos decir que ahora es tiempo de siembra, postura a postura y meditación tras meditación. Pero también es tiempo de no especular con la cosecha en Yoga, con la fantasía de los logros obtenidos. Hay que practicar tenazmente y con la mente abierta.

Práctica intensa y prudente. Sobre aquella continuidad de la práctica debemos imprimir una intensidad tal que haga posible la liberación de nuestras tensiones. Hemos de recordar el concepto de tapas que en sánscrito es ese fuego interno que surge de una ascesis como una especie de horno alquímico donde podemos transmutar nuestras energías, las más densas en sutiles. Concepto importante del cual hablaremos con mayor profundidad un poco más adelante. Asimismo, cuando encontramos la intensidad adecuada, los sentidos se pliegan y la mente queda casi detenida. Es la magia del Yoga, la capacidad de aterrizar en la presencia.

En otro orden de cosas, ya sabemos a estas alturas que el Yoga no es ni una moda ni un juego de salón; estamos moviendo, si se me permite el símil, capas de sedimentos de nuestro interior, corazas musculares que parecen inexpugnables, emociones encharcadas o visiones enquistadas de la realidad. Movemos muchas estructuras y por eso mismo tenemos que ser prudentes.

Sin embargo, debemos ser conscientes de nuestros límites y empujarlos amorosamente para que se hagan más silenciosos. Digámoslo claramente: cuando nuestro punto de partida es débil, una práctica larga y con técnicas avanzadas es, cuanto menos, arriesgada.

La intensidad no tiene por qué estar reñida con la prudencia. Excesiva prudencia nos paralizaría y demasiada intensidad vencería desafortunadamente nuestros límites de seguridad. De ahí la necesidad de encontrar un buen equilibrio flexible.

Práctica respetuosa y supervisada. Para que la intensidad no nos acobarde demasiado, hace falta instalar la red de seguridad que marca toda tradición. Este soporte que nos ofrece una escuela tradicional o linaje ha pervivido a lo largo de los siglos y, si bien es cierto que a veces reacciona tarde a los cambios personales y sociales, también lo es que ha sabido sortear con éxito los obstáculos con los que han tenido que lidiar los iniciados en su peculiar camino de realización. Tener como base de nuestra práctica los conocimientos de una tradición o la cercanía de una escuela honesta es algo necesario para darle solidez.

Aún así, no hay duda de que siempre podemos estar equivocados y creer que vamos en una dirección cuando, en realidad, vamos en sentido opuesto. A nuestra práctica le ocurre lo que a cualquier asunto humano: la falta de distancia. No podemos caminar a ras de suelo y tener simultáneamente la perspectiva aérea del horizonte, lo que nos daría mucha más información acerca de los caminos por los que vamos a transitar.

Tomar distancia es la habilidad de cambiar de perspectiva. Los profesores de Yoga expertos tienen, de tanto en tanto, la precaución de intentar colocarse en la piel de sus alumnos y de preguntarles cómo se sienten tras una sesión, de observar cómo se mueven, cómo practican, para obtener una mayor certitud acerca de la manera de transmitirles el Yoga. Si hiciéramos lo mismo con nuestra práctica y recogiéramos pacientemente las impresiones que aquélla deja en nuestro cuerpo y mente, o supervisáramos nuestra evolución con algún guía experto, posiblemente la podríamos reconducir y ajustarla más y más a nuestras necesidades. De este modo evitaríamos quedarnos un tiempo indefinido en un bucle sin salida practicando lo mismo pero sin avanzar en ninguna dirección.

Práctica entusiasta y con fe. Si nuestra práctica adolece de entusiasmo fácilmente caerá en lo rutinario y al final se disipará o caerá en el olvido. Es posible que la pasión no nos visite en un principio o que se marche a otras latitudes después de un tiempo cuando la cotidianidad vaya desinflando los globos de la ilusión. Sin embargo, aprender a amar lo que hacemos es la mejor disposición delante del esfuerzo intenso. De hecho, cuando hay verdadera pasión no se siente el esfuerzo y prima más el gozo que el cansancio. No olvidemos que el Yoga es un arte y no una píldora que, aunque sane, se toma a regañadientes.

Es cierto que cuando acucia una enfermedad o se agudiza una tensión practicamos Yoga para resolverlo. En este sentido, chikitsā es la rama terapéutica del Yoga que sólo utilizamos cuando un desarreglo en nuestro sistema nos impide continuar con nuestra práctica intensa.

Quizá los dioses no nos bendigan, de entrada, con la pasión suficiente para vencer las resistencias que siempre aparecen en algún recodo del camino. Nadie puede imponerse una pasión; sin embargo, sí podemos crear las condiciones para que aparezca. Qué curioso que “entusiasmo” venga de un vocablo griego que significa rapto o posesión divina, tal vez aludiendo a una condición extraordinaria que poseen muchos poetas, artistas y genios que han podido elevar el techo del saber humano un poco más arriba de lo mundano.

Sin aspirar a tanto, entusiasmarse con la propia práctica es la mejor manera de hacerla carne como si fuera una segunda piel, un nuevo vestido de sensaciones al desplegarse nuestras potencialidades, avivadas por aquel fuego que parece ciertamente divino. El entusiasmo puede tener sus más y sus menos, sus mareas altas o bajas dependiendo de las peripecias de ese rapto divino. En cambio, la fe es consistente y avanza con fuerza como un pelotón de carreras. Es cierto que las luces de nuestra mente son como faros que alumbran las cercanías de lo conocido pero también lo es que, más allá, todo es oscuridad o misterio.

Ahora bien, aunque no podamos abarcar todo el horizonte, sabemos que éste se mueve flexiblemente con nosotros y que, tarde o temprano, nuestro barco topará con tierra firme. La fe es la adhesión de nuestra pequeña comprensión a un todo mayor que, aunque desconocido en parte y por eso mismo temido, es sentido en lo más profundo como algo íntimo y benefactor.

Si el entusiasmo es el motor del barco de nuestra práctica, la fe es la alegría de contemplar la estrella que marca el rumbo a seguir, anticipo de la transformación que está por venir.

Práctica completa y armónica. En nuestra alimentación no tomamos todas las clases de alimentos a la vez: hoy hay legumbres y mañana, tal vez, verduras o cereales. Sin embargo, en el cómputo final nuestra alimentación tiene que ser completa y contemplar todos los ingredientes que necesitamos desde las proteínas a los hidratos, a las vitaminas y minerales so pena de desnutrición. En nuestra práctica de Yoga ocurre lo mismo; aunque hoy fortalezcamos los abdominales y mañana la capacidad respiratoria, debemos contemplar todos los segmentos del cuerpo, sus centros energéticos y también las cualidades físicas, hasta abarcar todos los elementos de los que estamos constituidos.

Polarizar la práctica, bien hacia lo corporal o bien hacia lo contemplativo, arrastra, a la larga ciertos desequilibrios. Basta comprobar rápidamente el esquema del asthānga-yoga de Patañjali (el Yoga de los ocho miembros) para darnos cuenta de que la ética, la disciplina corporal, energética y respiratoria, sensorial y de concentración, meditativa y de absorción están perfectamente encajadas. Incluso volviendo al ejemplo gastronómico que apuntábamos antes, la nutrición es para todo el cuerpo, desde las células hepáticas hasta las neuronas. Es de sentido común que si estos nutrientes no llegaran a todas las células nos encontraríamos en un ciclo de subdesarrollo o muerte celular. Precisamente, lo interesante de la ciencia yóguica es su carácter globalizador, ya que enfoca la vida en su conjunto.

Cierto que cada etapa de la vida requiere un acento distinto y así, decimos en Yoga que en la etapa juvenil éste recae en āsana, en la etapa adulta en prānāyāma y, más adelante, en dhyāna, miembros del asthānga-yoga que veremos en capítulos posteriores. Sin embargo, nunca abandonamos este método simplificado donde en un vértice prestamos atención a la estructura corporal, en otro al movimiento y canalización de la energía y en el tercero, a los procesos mentales. Recapitulando: todo ello sólo hay que tenerlo en cuenta como marco general, pues la acción específica y su desarrollo dependerá de cada practicante, de sus necesidades y de sus motivaciones.

En todo caso, la práctica tiene que ser completa pero también armónica, no podemos hacerlo todo y todo a la vez, tenemos que buscar unos ejercicios equilibrados que se apoyen mutuamente y que se compensen entre sí.

Práctica adaptada y progresiva. Pero, ¿cómo sabemos que la práctica que hacemos, aunque sea continuada, respetuosa y entusiasta, es la que nos corresponde? De la misma manera que sabemos que las medicinas que tomamos son adecuadas a nuestra enfermedad a partir de un diagnóstico riguroso realizado por un especialista con experiencia en tratamientos a lo largo del tiempo. No hay manera de avanzar con éxito en una práctica, si no nos hemos detenido a hacernos un chequeo en profundidad.

¿Qué es lo que tenemos que activar y qué lo que tenemos que calmar en dicha práctica? ¿Qué hay que tonificar y qué flexibilizar? ¿Qué actitudes queremos desarrollar y qué tendencias queremos aplacar? Adaptar una práctica es lo mismo que hacer un traje con tejidos a medida: adaptarlos a una estructura corporal concreta y a la posible actividad que se va a realizar con dicho vestido. Pero acostumbrados a ponernos ropa prêt-a-porter perdemos la sincronía con el vestir que todo buen sastre aprecia. Y esto que resulta curioso en el vestir puede convertirse en algo serio cuando practicamos exclusivamente métodos de Yoga estructurados dirigidos a todo el mundo con muy poca adaptación. Perdemos, de entrada, nuestra escucha y, de paso, esa eficacia y armonía que toda práctica individualizada tiene.

La práctica tiene que entrar como un guante, éste no puede apretar ni estar holgado porque dificultaría el asimiento preciso de los objetos. Por eso la práctica no puede ser cualquier práctica, tiene que tener el tiempo y los ritmos adecuados, la intensidad y los medios reguladores que necesitamos.

Ahora bien, esta adaptación se debe hacer a lo largo del tiempo por la sencilla razón de que cada día, en cada estación y en cada temporada de nuestra vida hay cambios sustanciales que hay que tener en cuenta. La práctica se establece por etapas o por fases, procurando que tengan rigor. Si la práctica nos ayuda a sacarle punta a nuestra vida, ello sólo ocurre dentro de un proceso.

Abordar creativamente este proceso es fruto de nuestra inteligencia. Para conseguir ciertos resultados deseables primero tenemos que desarrollar aspectos básicos. Es posible que no podamos hacer una āsana específica en el comienzo, pero esto no es un problema; podemos empezar por una variante más sencilla con la ayuda de algún elemento externo para facilitar nuestra autorregulación. Más adelante alcanzaremos la postura propuesta quizá con algún elemento dinámico. No hay prisa, la postura que hemos planteado en un inicio aparecerá como resultado de un proceso inteligente.

Si fuéramos alpinistas ascenderíamos a la cumbre por etapas, con los descansos necesarios, con el tiempo suficiente para adaptarse a la altitud, con los instrumentos adecuados y con el ímpetu elevado. Aunque hay que decir, para ser más exactos, que el objetivo último del Yoga no es tanto una cumbre lejana que anhelamos como el mismo momento que estamos viviendo y que pasa desapercibido ya sea por nuestra dispersión o superficialidad. El paisaje que estamos viendo mientras caminamos forma parte también del objetivo del Yoga.

Kriyâ-yoga

Hasta el momento hemos visto algunas de las cualidades de la acción para que nuestra práctica sea estable. Una práctica que tiene cimientos y tiene armonía porque está pensada para fluir con nuestra vida y se vuelve soporte para rozar siquiera la fuente en la que se baña el Ser que somos.

Ahora bien, es evidente que la práctica no es sólo lo que puedes hacer sobre una esterilla, tiene que englobar desde el cuerpo al espíritu pasando por las capas intermedias, especialmente todo lo concerniente a la mente. La palabra clave en Yoga es kriyā, que significa purificación, y que Patañjali plantea en el primer sūtra del sādhana-pāda. La raíz de kriyā es kri que significa algo que tiene que realizarse, una especie de obligación, acción o esfuerzo para conseguir un conocimiento. Este Yoga de la acción purificadora tal vez sea una simplificación del gran Yoga pero, en definitiva, es el Yoga del día a día, el Yoga real sin el cual todo el abanico metafísico no tendría sentido. Veamos los tres elementos de este kriyā-yoga.

Tapas. Este concepto lo encontramos, en primer lugar, en las Upanishads (escritos del hinduismo védico tardío) e indica una especie de ardor que siente el iniciado en su práctica intensa. Esta intensidad funciona como un fuego que quema las impurezas. La metáfora tradicional es la de la gota de néctar que desciende desde la cima de la cabeza y se quema en el fuego del vientre. Si existe mucha ceniza, es decir, muchas impurezas, el fuego quema lentamente y con dificultad. Si limpiamos ese horno alquímico e insuflamos más vigor tal como hacemos con un fuelle sobre nuestra hoguera podremos aumentar el fuego. ¿Para qué? El mito nos habla de la Kundalinī, serpiente enroscada tres vueltas y media en la base de la columna que podrá despertar y ascender a través del canal central cuando los obstáculos hayan sido eliminados gracias a ese fuego purificador. Este relato sugiere, en otros términos, la importancia de elevar la energía instintiva hacia el polo de la conciencia y para ello es necesario ese calor fruto de una ascesis.

Cabe remarcar que este calor se genera a través de nuestra voluntad y está enmarcado en una práctica rigurosa que nos ayuda a mantenernos sanos en cuerpo y mente. Nos asiste en el dominio de uno mismo, nos da coraje para sortear los obstáculos de la vida y una buena disposición frente a la acción. En todo caso tapas es el primer elemento de la práctica que purifica el cuerpo a través de āsanas, de una alimentación frugal y de unos ejercicios de higiene en profundidad.

Svādhyāya. Con tapas podemos hacer una gran hoguera y quemar muchos troncos, de esta manera movilizamos una tremenda energía con una práctica intensa pero tal vez sin tener clara la dirección. El hámster también camina velozmente sobre una rueda que, sin embargo, no va a ningún sitio. Asimismo, necesitaríamos disparar una flecha en una dirección precisa, allí donde colocamos nuestras metas.

Svādhyāya significa estudio de sí mismo y esto, tradicionalmente, se ha hecho a través de la lectura y relectura de los libros sagrados y, como no, de la relación fundamentalmente iluminadora con los maestros y maestras.

Interrogarse acerca de quién soy es utilizar una pregunta clave como palanca para abrir las puertas de la mente o una lupa para entender los meandros de nuestra propia personalidad. Si tapas, desde la perspectiva del campesino, es hacer surcos para que llegue el agua a los campos cultivados, svādhyāya es la luz del sol que hace crecer las plantas. De eso se trata, de tener luces, de intensificar la inteligencia para poder discriminar lo que es anecdótico de lo esencial, lo que es pura apariencia de lo que es real; en definitiva, lo que pertenece al ego de lo que corresponde al Ser.

Hasta aquí, la acción tiene que ser purificadora y la decisión esclarecedora. Tapas y svādhyāya se reclaman como el motor y el volante de un coche, debemos poner inteligencia e intención a nuestra práctica para que ésta nos lleve en la dirección deseada.

Hoy en día, la buena terapia, la que hace de puente entre la salud mental y la comprensión de nuestras actitudes, puede hacer las veces de svādhyāya porque nos invita a la reflexión sobre nuestros actos, nos pone un espejo para reconocer nuestra responsabilidad y nos recuerda que nuestra vida tiene un sentido que hay que apoyar.

Nos ayudan también los libros que desnudan el alma humana, los que bucean en la estructura de la vida, los que cuestionan nuestras visiones estrechas. Y nos ayuda también la guía sincera y reveladora de nuestros maestros. Y hasta la misma naturaleza hace las veces de gran iniciadora a todos los misterios.

Īshvara-pranidhāna. De entrada, parecería que fuera suficiente con una práctica intensa y una certera indagación sobre nuestros fines. Entrañas y cerebro colaborando estrechamente… Sin embargo, en un punto intuimos que nuestra práctica tiene que tener también corazón. Sin éste la práctica se vuelve poderosa, y ya sabemos que el poder personal alimenta a menudo estructuras egocéntricas que dificultan el acceso a la fuente de nuestro Ser.

Practicar con corazón es practicar impecablemente sin una búsqueda de perfección, practicar en la acción sin una preocupación por los resultados, sin un apego a los frutos y sin una expectativa de poderes extraordinarios. Practicar desde el abandono.

El corazón nos dice que somos pequeños, muy pequeños, y que agachar la cabeza como lo hace un árbol cargado de frutos es signo de grandeza. Īshvara es el Señor a los pies del cual se depositan los frutos. En otro lenguaje, diríamos que ni los frutos de nuestras acciones nos pertenecen. Desde esta perspectiva existencialista, vemos que todos los aferramientos se los lleva el tiempo, carecen de sustancia y son una ilusión más de nuestro excesivo control. Y esa clara percepción de lo ilusorio es lo que abre nuestro corazón al otro que sufre o que es feliz, que está en crisis o que está esperanzado. Ser atentos o compasivos, estar disponibles o ser desprendidos es todo lo que podemos hacer. Meditar continuamente desde la entrega profunda sin perder de vista lo divino.

Herramientas

Entrañas, cerebro y corazón serán las tres orientaciones de nuestra práctica, tres maneras de sortear, simbólicamente hablando, la roca de nuestras tensiones, el eclipse de nuestras confusiones y el espejismo de nuestro egoísmo. Necesitamos el trabajo coordinado de los tres en nuestro día a día. Necesitamos el coraje de nuestra disciplina (tapas), el discernimiento para refinar y ajustar esa práctica (svādhyāya) y, por último, el abandono (īshvara-pranidhāna) para abrir el corazón de forma compasiva conectando nuestra práctica con la vida y con los otros. ¿El resultado? Una disminución de nuestro sufrimiento, una reducción de nuestra ignorancia y una gran capacidad de transformación interior.

La tarea es titánica, un Yoga para el día a día que aporte más salud, más claridad y más plenitud al proceso de vida. Un Yoga que nos de resistencia para manejar nuestras tensiones, que aporte una filosofía estructurada para gestionar nuestras confusiones y que nos ayude a conseguir una paz interior para percibir la totalidad de la vida con mayor sensibilidad. Una tarea que requiere gran precisión y enorme coraje, una tarea que precisa herramientas de envergadura, contundentes pero también sutiles. Herramientas que también hay que engrasar y afilar.

Voluntad. Podríamos decir que sin práctica, o sin el empeño en ella, no merece la pena seguir adelante. Toda verdad intuida tiene que contrastarse con el mundo para verificar su adecuación y no hay mejor manera de hacerlo que practicando, lo mismo que el científico experimenta para contrastar sus teorías.

Pero si todos acertamos a valorar su importancia, ¿cómo es que la práctica es el caballo de batalla del Yoga? ¿Cómo valorar que, a pesar de la fascinación que nos provoca esta ciencia milenaria y de los beneficios palpables que notamos cuando atinamos a practicar, caemos una y otra vez en la desgana o en las prisas, en las dudas o el estancamiento?

Puede que tengan razón los que dicen que nuestra sociedad ha caído bajo el embrujo del confort o que el mecanismo sofisticado del consumismo nos tienta día a día con nuevas experiencias a través de innumerables y atractivos estímulos. Lo cierto es que este tipo de esfuerzo no está de moda y la voluntad está de capa caída. Esa voluntad que da los primeros empujones para ponernos firmes delante de nuestra práctica no tiene ya brío. Pero, ¿por qué está enferma? ¿Por qué algo que de entrada parece sencillo, hacer lo que quieres hacer, se trunca una y otra vez? ¿Cómo hemos dejado que esta incontinencia de la voluntad, esta incapacidad para tomar decisiones se instale en las raíces de nuestra personalidad?

El primer elemento a revisar son nuestras motivaciones. Detrás de la mayoría de acciones que desarrollamos, encontramos una fuente de la motivación. Visitamos a nuestro amante porque le amamos y nos calzamos las zapatillas de deporte porque nos gusta el reto y la competición. Y, sin duda, hacemos Yoga porque nos encanta la relajación que deja en nuestro cuerpo, la calma en nuestra mente y una profunda impronta en nuestro espíritu. Sin embargo, las motivaciones, con el paso del tiempo, se difuminan y la voluntad débil, oscilante, casi caprichosa, se empantana. Sin motivación cada acto viene a contrapelo, se ejecuta torpemente, sin chispa y sin alegría. Es por eso que hay que reactivar periódicamente nuestras motivaciones para que nos secunden, para que engrasen nuestros actos, para que se realicen casi sin esfuerzo. Hay que conferirles poder y hay que recordar al lugar al que nos pueden llevar. Tal vez por eso los matrimonios y los religiosos renuevan sus votos. En nuestro caso, tenemos una forma muy directa para reforzar nuestras motivaciones: practicar delante de nuestro centro simbólico donde vamos a colocar aquellos elementos que nos recuerdan el sentido profundo de lo que hacemos como, por ejemplo, una flor, una vela o una foto de alguien importante para nosotros. De esta manera practicamos y recordamos lo esencial simultáneamente. Centro que, hay que decirlo, no necesitaríamos si entendiéramos profundamente lo que estamos haciendo hasta el punto de amarlo con toda el alma. El amor no es la voluntad, está claro, pero no hay nada tan poderoso como fuerza de transformación.

A continuación encontramos otro elemento a revisar en la voluntad: el enfrentamiento con el esfuerzo. Podemos estar motivados y tener claras las metas pero… ¿quién se levanta al romper el día para hacer sūryanamaskar, el saludo al sol? Aunque lo pintemos de rosa, el esfuerzo, esfuerzo es; sin embargo, no nos damos cuenta de que lo convertimos en sobreesfuerzo, añadiendo una emoción de miedo o pereza que lo sobredimensiona. Nos resistimos a romper el viejo equilibrio de estabilidad y el niño inseguro que tenemos dentro apaga las luces de la razón. Nos giramos en la cama, justificamos nuestro cansancio y postergamos una decisión que nos vendría muy bien, nos daría poder personal y aumentaría nuestra autoestima.

Estigmatizamos la voluntad porque creemos que con su dureza nos reprime y que, con su sólida pisada, espanta nuestra sutil espontaneidad. El deseo quiere el campo libre y no ceñirse a un sendero en concreto. Pero la voluntad no tiene que ver con esa vivencia, sino que emerge como la capacidad de unificarnos en un todo, imantados hacia una decisión que creemos correcta. Debajo de ella, claro está, se encuentran los impulsos y los deseos, las emociones y los afectos pero la voluntad se impone (aunque no sería la palabra) sobre la multiplicidad de lo que nos acontece y canaliza, de la mejor manera, una decisión que posiblemente venga de un yo profundo.

En este sentido, la voluntad nos acerca a la libertad que, a estas alturas, ya no es hacer lo que me venga en gana, sino liberarme de los condicionamientos que distorsionan el fluir de mi decisión. Para cultivar la voluntad hay que tener voluntad, nos diría un sofista, y aunque no le falta razón, no podemos dejarnos ir al albur de lo espontáneo. De la misma manera que una bola de nieve avanza por la ladera engrosándose poco a poco, la incipiente voluntad rompe el ciclo de pereza e inicia un ciclo positivo. Cuanta más perseverancia más seguridad para las acciones voluntariosas.

Es conveniente proponerse pequeños retos; la práctica diaria de los cinco minutos es algo que nadie podría considerar como engorroso o pesado. Estos mini retos refuerzan la voluntad y sientan las bases de los buenos hábitos que, a lo largo de los meses, pueden florecer en la forma de una práctica mucho más sólida. Una buena estrategia puede ganar la guerra. Tendremos que sacar a pasear más a menudo esa voluntad si queremos avanzar en nuestra práctica.

Curiosidad. Si la voluntad alude a nuestra madurez y a la capacidad plena de tomar decisiones siendo resolutivos, la curiosidad se apoya en el niño interior permanentemente asombrado por la vida. La voluntad empuja de frente pero la curiosidad nos tira desde arriba como imantados por una fuerza interior. ¿Qué es lo que mueve al niño o a la niña a subir sigilosamente a la buhardilla, trepar por la escalera de madera, abrirse camino entre los trastos arrinconados y abrir el baúl que está debajo de cajas y cajas de viejos libros? ¿La voluntad o la curiosidad? El niño es el símbolo de lo que permanece en nosotros sensible, todavía tierno, flexible, salvaje e inocente. Practicar desde la curiosidad es recuperar al niño y la dimensión lúdica de la existencia, el placer de aprender y de tejer un tapiz con nuestras experiencias. Tener tiempo para observar, para experimentar y dejar de lado aquella seriedad con la que practicamos a veces porque nos sentimos muy importantes.

La voluntad viene a decir: mis raíces son fuertes y no hay vendaval ni circunstancia que me mueva de mi decisión. La curiosidad, mucho más tímida expresa: ¿qué hay detrás del horizonte, y del horizonte del horizonte? ¿Qué hay detrás de todo lo que puedo percibir y aún de lo que puedo intuir?

Si el misterio no tiene un tope, la curiosidad es una manera de vivir, una manera de relacionarse con las cosas, no como algo fijo sino como una relación íntima donde el amante va desnudando a su amado sin prisas.

Si ya en la práctica, con el empujoncito de la voluntad, pudiéramos abrir el abanico de la curiosidad nos daríamos cuenta de que todo tiende a florecer. Si partimos como semilla, ¿acaso no quisiéramos saber en qué flor nos convertiríamos, cuál sería nuestro aroma, nuestro colorido, nuestra delicada forma?. Regamos la práctica con la lluvia de la curiosidad, la convertimos en una película de suspense, boquiabiertos con lo que va apareciendo, ilusionados con lo insospechado.

La curiosidad es la clara convicción de que no estamos completos sino en un proceso de evolución, de que gracias a una profunda inteligencia todo se despliega buscando una mayor organización o una mayor armonía.

Desapego. Al mismo nivel que la práctica (abhyāsa), Patañjali plantea en el sūtra 15 del libro I otro elemento de suma importancia: el desapego (vairāgya). De entrada parece chocante; ¿acaso no bastaba con una práctica constante, intensa, respetuosa, entusiasta, completa y adaptada para tener éxito, para reducir nuestra dispersión, para desplegar nuestras potencialidades? Parece que no. Una práctica tal como la hemos definido puede llevarnos muy lejos en nuestros propósitos pero también puede darnos un poder personal difícil de manejar; puede inflar sobremanera nuestra valía y puede atarnos a las experiencias extraordinarias que se desprenden de ella.

La práctica nos recuerda aquello que hemos de hacer mientras que el desapego nos avisa de lo que hemos de evitar. A través de la primera, buscamos calma y claridad y, gracias al segundo, volvemos al punto cero de nuestra humildad.

Tenemos que practicar sin esperar enriquecernos, sin sucumbir a las experiencias sensuales y sin aumentar nuestra imagen glorificada. Nuestra práctica tiene que evitar el apego a la misma y a las personas que nos orientan o que orientamos; sin quedar atrapados en un collar de verdades filosóficas y sin creernos (por encima de la realidad) nuestras visiones más deslumbrantes. Pero sobre todo, nuestra práctica tiene que evitar cualquier reconocimiento de santidad.

Si ya es difícil aquella práctica, ahora rizamos el rizo con una actitud de desapego que pareciera de otro mundo. Podríamos decir que hay una relación directamente proporcional entre la complejidad del mundo y nuestra práctica. Con un destornillador no puedes arreglar una máquina de última generación, necesitamos una práctica precisa y una actitud ponderada para sortear los reveses de nuestro carácter y las dificultades del mundo exterior.

Obstáculos

Ya sabemos, al menos en teoría, cómo ha de ser nuestra práctica, cómo darle solidez y profundidad; lo que no está tan claro es qué hacer cuando aparezcan los primeros obstáculos, las impertinentes resistencias. Patañjali nos lo pone fácil al enumerar nueve obstáculos con los que podemos encontrarnos durante la práctica. Su lectura nos puede ayudar a reconocerlos y, al mirarlos de frente, mostrarnos la manera de empezar a disolverlos. Veamos aquí una interpretación, entre muchas, desde una perspectiva amplia.

Primer obstáculo. Vyādhi. Enfermedad

La enfermedad se puede interponer en nuestro camino y en la práctica personal porque nuestro cuerpo requiere de todas nuestras energías para restablecer la salud. Es posible que una enfermedad aguda, puntual o circunstancial, no ofrezca gran problema y que, incluso, sea un episodio bienvenido de purificación y de renovación de nuestras fuerzas vitales. Pero la enfermedad crónica, la que se despliega o recrudece a lo largo del tiempo, sí que nos sustrae energía y aumenta nuestro nivel de ansiedad.

Sin embargo, restablecer nuestra salud no implica necesariamente abandonar nuestra práctica. Ésta tendrá que cambiar y adaptarse a nuestra condición física y psíquica y aportar nuevas soluciones para potenciar nuestro vigor y bienestar. Está claro que en el proceso de enfermedad perdemos pie en la práctica, perdemos intensidad y también el entusiasmo necesario para proponernos nuevas metas. De ahí la inmensa importancia de conservar y potenciar la salud con ejercicios adecuados, descanso suficiente y alimentación sana y nutritiva.

Segundo obstáculo. Styāna. Apatía

Nuestros estados mentales fluctúan. Cuando nuestra conciencia ordinaria se sumerge en la pereza abandonamos o descuidamos la práctica. Esa pereza o apatía es una especie de estancamiento mental que nos impide estar frescos y disponibles para la acción, incluso para aquella que deseamos. Dejamos que nuestra vitalidad se vaya por el desagüe y que la claridad mental quede aplastada por un saco de ideas fijas y de hábitos rutinarios que no sabemos frenar. Nos cuesta horrores levantarnos y colocarnos encima de la esterilla. Percibimos antes las molestias o el esfuerzo que el vigor o el bienestar de la práctica. Para evitar caer en la trampa y postergar la acción, es necesario cultivar la voluntad y refrescar nuestras motivaciones.

Tercer obstáculo. Samshaya. Duda

La duda y la incertidumbre también pueden aparecer en nuestro camino, especialmente cuando éste se pone difícil. A medida que profundizamos en nuestra práctica cosechamos, tarde o temprano, un racimo de obstáculos, límites y errores que lógicamente forman parte del proceso que experimentamos. Esta dificultad sobreviene cuando uno no está dispuesto a hacer más sacrificios, o piensa que se ha equi vocado de método o de disciplina y empieza a dudar. Es fácil caer en la tentación de hacer otra cosa que prometa liberación con menos esfuerzo. La duda es una actitud que corroe nuestra esperanza. Es por ello que tenemos que atravesarla con fe y coraje suficientes.

Cuarto obstáculo. Pramāda. Negligencia

Si queremos alcanzar rápido una meta lo que seguramente conquistaremos, paradojas de la vida, son retrocesos. La prisa y la impaciencia son males consustanciales al mundo actual que va tan y tan rápido, aunque muchas veces no sepamos bien dónde… La prisa genera precipitación y, por supuesto, negligencia.

Si estamos demasiado imantados hacia los resultados de una práctica en particular podemos perder la belleza del momento y la escucha necesaria para saber en qué lugar y momento hemos de parar. La impaciencia es íntima amiga de las lesiones y las lesiones el mayor veneno para la continuidad y la confianza en una práctica.

Sólo podremos vencer esa impaciencia cuando confiemos en que, por el hecho de estar en el buen camino, con constancia y con corazón, todo será hecho.

Quinto obstáculo. Ālasya. Desánimo

También se convierte en un obstáculo la falta de entusiasmo. Uno puede tener todo a su favor: medios, conocimiento, personas que nos asesoran con su experiencia pero si falta el entusiasmo la mayor parte permanece en la superficie: algo aguada, sin sustancia ni vitalidad.

Cuando uno se resigna a una realidad dada, a lo que ya se ha conseguido y se deja llevar por la inercia pierde estabilidad en su camino. Es cierto que muchas veces aflora la fatiga tras un desmedido esfuerzo (pues no se han medido bien las fuerzas) y se tira la toalla en el primer round.

El entusiasmo es un pozo inagotable de energía, es una curiosidad sana por el florecimiento que conlleva una práctica, una disci plina. De alguna manera es ponerle un cachito de corazón a eso que uno quiere hacer, a su compromiso.

Sexto obstáculo. Avirati. Distracción

Habitualmente la distracción viene de la mano de la mente que cede a la información que nos traen los sentidos. Lo que vemos y oímos del mundo se vuelve tan poderoso que perdemos de vista nuestro rumbo. El mundo es tentador y nos propone infinidad de caminos cada uno más y más prometedor. Los sentidos son los medios de esta visión del mundo que nos puede transformar en personas cada vez más dependientes. También el mundo del Yoga puede ser, a su vez, tentador y crear dependencia.

En definitiva, la distracción es una debilidad por la que pasa todo individuo y en la que hay confusión, confusión entre lo circunstancial y lo esencial, entre el tener y el ser. Tanto el sexo como el dinero, la fama como el poder son difíciles de manejar y pueden acrecentar aún más nuestra distracción.

Cuando queremos ver sólo la parte placentera de la vida y caemos en un exceso de complacencia perdemos fuerza en nuestro camino. Por eso hemos de contemplar la dimensión creativa de nuestra vida que requiere de una dirección, pues en la mente dispersa, distraída o torpe no se enciende ninguna luz.

Séptimo obstáculo. Bhrānti-darshana. Visión errónea

A menudo, tenemos una falta de criterio para ser ecuánimes en nuestro verdadero progreso espiritual. Nuestra ilusión nos hace interpretar ciertos avances como culminación de un camino y algunos poderes como consagración de nuestro desarrollo espiritual. En general somos víctimas de un orgullo sutil difícil de desenmascarar. Creemos ver a Dios mismo cuando apenas hemos subido un par de peldaños en nuestra escalera de crecimiento personal. Es aquí donde se impone la humildad, una humildad que se gesta con la conciencia de la propia realidad, con la validación de las medidas de control que tiene todo linaje y con los resultados que encontramos en nuestro hacer.

Esta arrogancia y obstinación es una visión ciega sobre uno mismo y sobre el misterio de la vida que transitamos. Nos imaginamos en un pedestal cuando en realidad estamos atados a la noria del deseo persiguiendo una vulgar zanahoria.

Octavo obstáculo. Alabdha-bhūmikatva. Estancamiento

Es cierto que a veces echamos una mirada hacia atrás y vemos orgullosamente todo lo que hemos progresado, aunque también, cuando podemos mirar hacia delante, vemos todo lo que nos queda por progresar. Descorazonados por todo lo que aún nos falta, somos incapaces de dar un paso más y nos cuesta horrores caminar en el sendero marcado porque cada paso tiene el peso del tiempo, del tiempo futuro. Es precisamente el ego el que vive en ese tiempo lineal que va del pasado al futuro sin apenas detenerse en el presente, un tiempo que habla de causas y efectos. Y sin embargo, la vida nos enseña a no ofuscarnos en la rentabilidad, a percibir que cada momento es un fin en sí mismo, pues la meta no está en un futuro posible sino en el eterno presente.

Eso es precisamente lo que acaba por congelar los ánimos, no ver todavía tierra firme cuando estamos cansados de navegar. La falta de perseverancia nos bloquea cuando sentimos que no avanzamos, aunque internamente se esté cociendo un proceso fértil de crecimiento espiritual.

Noveno obstáculo. Anavasthitatva. Regresión

En este último obstáculo cabe el riesgo de echarlo todo a perder. Cuando todo lo anterior ha ido dejando poso y la motivación ha perdido consistencia, podemos sin darnos cuenta ir marcha atrás, entrar de pronto en una regresión y perder todo lo conquistado. El problema no está tanto en esos momentos (que los hay) en los que nos tomamos un respiro, nos damos un tiempo de asueto y logramos reflexionar sobre los pasos andados.

Este obstáculo es la falta total de confianza que nos hunde en un pozo oscuro del cual nos es cada vez más difícil salir. Sin confianza no hay apertura y sin apertura uno no ve más que su propia proyección, sus propios miedos.

Estrategias

A menudo la distancia más “corta” entre dos puntos no es la línea recta. En toda práctica hay que tener mano izquierda, hay que sortear las rocas más duras dando un pequeño o gran rodeo. Desde los pequeños retos a la evocación de la interioridad que produce nuestro espacio de práctica, desde la creatividad para renovar los ejercicios y evitar así el aburrimiento, hasta la plasmación en nuestra conciencia de los objetivos claros, todo ayuda a nuestro proceso en el Yoga.

Veamos algunas estrategias que pueden incidir en la práctica para hacerla más amena y efectiva.

Orientación de la práctica. Nuestra práctica puede estar basada en el aprendizaje de técnicas concretas para ampliar nuestro repertorio y poder así ajustarnos mejor a lo que necesitamos, o también podemos orientarla en nuestra mejora de la condición física, mental o espiritual.

Medios auxiliares. No tengamos vergüenza en utilizar sillas, cintas, bloques, mantas, pelotas, bastones o incluso la pared si con ellos podemos ajustar mejor los apoyos, las proyecciones, la intensidad o la regulación en cada una de las posturas que hacemos.

El entorno nos ayuda. Si el espacio donde practicamos está limpio y ordenado, ventilado y luminoso, cálido y silencioso y además prevenimos las interrupciones, seguramente nuestra concentración ganará en calidad. De todas maneras hemos de recordar que, incluso en las condiciones más adversas, somos capaces de centrarnos en una práctica si hay voluntad y entusiasmo. No se trata tampoco de renunciar a una práctica porque las condiciones no sean las más adecuadas. Tenemos que prestar atención a nuestro entorno de práctica, aunque tampoco es muy recomendable obsesionarnos con él, lo importante siempre es lo que ocurre en el interior de esa práctica.

Nada que demostrar. Aunque nuestra práctica sea personal y practiquemos en solitario, a menudo mantenemos una especie de juicio acerca de lo que podemos o no podemos hacer. Es el crítico que siempre se sienta en la primera fila de butacas. Pero ya hemos insinuado que el Yoga constituye una evolución interna e íntima que no es posible comparar con otras personas y otros procesos. Merece la pena, eso sí, ver los avances y las resistencias dentro de una misma práctica, no tanto para juzgarla como para ajustarla.

Evitación inconsciente. Cuando hacemos las primeras revisiones, nos damos cuenta de que, de forma inconsciente, evitamos ciertos ejercicios que nos ponen en aprietos o que nos recuerdan demasiado nuestros límites. Hay ejercicios que consideramos demasiado simples o demasiado complejos y que descartamos aunque podrían ser muy adecuados a nuestras necesidades. Practicar lo que no te implica ningún reto es una pérdida de tiempo. Hay que realizar lo que nos conviene aunque necesitemos tiempo y medios auxiliares.

Abordaje creativo. Los ingredientes que utilizamos en una cocina son limitados pero las posibilidades de combinación y de cocción son ciertamente ilimitados. Lo importante en nuestra práctica es tener claro los objetivos y los puntos donde tenemos que insistir. Ahora bien, los ejercicios y los protocolos de nuestra práctica pueden cambiar para hacerla menos monótona y más rica en matices.

Calidad de presencia. La práctica no se puede medir por el tiempo que marca el reloj. Una duración de dos horas puede resultar insustancial si no hemos indagado en profundidad, y en cambio quince minutos puede ser suficientes si hay una gran calidad de presencia.

Pequeños retos. Aquí reside la clave de una práctica inteligente: si nos dejamos llevar por nuestra ilusión plantearemos retos casi imposibles pero si gestionamos bien nuestros límites y nuestro esfuerzo podremos avanzar mucho aunque sea pasito a pasito. Como dice el refrán, hay que ir sin prisas y a la vez sin pausas.

Mente en el infinito. Es cierto que la práctica tiene que ser real, concreta, con unos objetivos claros, pero no podemos olvidar que el verdadero objetivo del Yoga tiene una profunda interiorización. Mientras practicamos tenemos que tener los pies en la tierra y también la mente en el infinito. Recordar esa unión con la totalidad es la base para que nuestra práctica sea sagrada.

Compartir la práctica. Es cierto que la práctica base es en solitario pues buscamos una interiorización a través de un ritmo muy personal, pero en determinadas épocas, sobretodo cuando nuestra voluntad flaquea es útil, y hasta agradable, quedar con alguien y compartir nuestra práctica. Uno puede supervisar y/o ayudar al otro en aquellos ejercicios que plantean una mayor dificultad.

Simplemente practicar. Leyendo todo lo anterior quizá se nos quitarían las ganas de arrancar una práctica, dada la complejidad del proceso, por la anticipación de los obstáculos o a causa de las numerosas herramientas o estrategias que tenemos que tener en cuenta. Es cierto que vale la pena practicar porque nos aporta salud, vigor, armonía y poder personal, pero incluso sin todo eso, tenemos una vía mucho más directa: simplemente practicar. Practicar porque sí, porque nos apetece, porque es el momento y basta.


La síntesis del yoga

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