Читать книгу El sueño de Vara - Julián Resquicio - Страница 10
ОглавлениеCAPÍTULO 2
El encuentro con las ratas de agua
La primera jornada de su viaje resultó tranquila. Apenas tuvo necesidad de comer unas babosas que abundaban por doquier, pues continuamente caminaba por la orilla umbrosa de un riachuelo que de ningún modo se le ocurrió atravesar.
Ya la oscuridad desalojaba a la mortecina luz del atardecer cuando de repente atisbó a lo lejos el humo blanquecino de una fogata. Como estaba muy fatigada y el frío comenzaba a hacer mella en su alargado y minúsculo cuerpo, Vara sintió al mismo tiempo un gran alivio y un temor desconcertante. A esas horas su familia solía recogerse al calor del hogar y solamente cuando amanecía, ya desayunados, se colocaban en la dirección del sol naciente para recibir su calor benefactor. Sin embargo, esas sensaciones que tanto le agradaban, pertenecían ya a un pasado que a la vez le parecía inmediato y muy lejano. Ahora era ella misma la que tenía que asumir su destino, la que debía tomar las decisiones, acertadas o no, para poder sobrevivir.
Mientras pensaba en qué cara debería mostrar, si la de una frágil serpientita o la de un peligroso reptil lanzando su bífida lengua al aire, Vara se iba acercando lentamente a lo que ella deseaba imaginar, un cálido lugar de acogida. Pronto le fue posible distinguir a sus moradores, pues estos vivían aquí, junto a unos carrizos no demasiado densos de la orilla. Recordó con cierto estremecimiento que este animal, quizás de menor tamaño, había sido en numerosas ocasiones el menú favorito de sus padres, lo que le hizo avergonzarse un tanto cuando por fin se aproximó:
—¡Buenas noches, señoras rat… as!
—¡Buenas noches! —respondieron casi en coro varias ratas entre la cortesía y el estupor, pues ellas no entendían demasiado de serpientes, pero no ignoraban que las había muy diminutas y no por eso eran menos peligrosas.
—¡Uf!, estoy agotada —balbuceó la serpientita—, y he pensado que tal vez ustedes podrían darme refugio hasta el amanecer.
—¿Nos… otras? —protestó escandalizada la que parecía ser la jefa del campamento—. Pues... verás... es que apenas tenemos sitio, y… —apuntó finalmente a modo de conclusión, aunque dichos argumentos apenas fueron ya audibles para nuestra joven protagonista. El resto del grupo, cuyo estupor inicial parecía haberlas paralizado, exclamó casi al unísono:
—¡Eso, eso, no tenemos sitio!
—¡Vamos a ser generosas! —corrigió comedida la regente temiéndose lo peor, y que lo peor, además, comenzase por ella misma—. Le concederemos asilo por esta noche y le daremos algo de cena. En cuanto amanezca deberá partir, pues aquí hay niños y no hay espacio para tanta gente.
—¡Eso, eso, que se quede esta noche! —respondieron casi en coro las restantes ratas del grupo que no deseaban contrariar a su jefa y todavía menos a su pretendida invitada.
Vara se sentó junto al fuego y bosquejó un bostezo involuntario que generó mucha alarma e incertidumbre entre las ratas de agua. Estas mantuvieron su espacio y le aproximaron algo de alimento que no desagradó en exceso a la serpientita, pues, aunque el menú contenía algunos pétalos de diente de león, lo sustancial eran insectos y pequeños pececillos parduscos o asalmonados, algunos de ellos ya malolientes. Después de la cena, Vara se despidió de la colonia de roedores con un «buenas noches» bastante afectivo que fue replicado de forma masiva e inmediata por casi todas sus anfitrionas, ante el temor nada desdeñable de verla encolerizada. Tras esto se hizo un silencio casi absoluto, pues pese al hábito nocturno de estos roedores, esa noche todas descansaron para no levantar sospecha alguna que pudiese alterar el sueño de su temida hospedada.
Las casi doce horas en que la oscuridad mantuvo secuestrada a la luz, permitieron un sueño plácido y blando a la serpientita. Sus sueños contenían la imagen de sus progenitores que se mostraban satisfechos de la forma en que se desenvolvía su querido y único vástago. Vara, pese al temor nada disimulado de sus hospedadoras que no conseguían conciliar el sueño, se sumergía en un paraíso de bondad, donde todo el mundo pudiese vivir en una paz de equilibrio, con el mínimo desgaste para todos los seres que habitaban la Tierra. En sus sueños alzaba el vuelo como una paloma, se sumergía en los lagos como una perca, recorría los grandes espacios sin necesidad de arrastrarse, como lo haría un gran lagarto de la pradera. Su sueño era placentero cuando le sorprendió la derrota de la oscuridad con el nacimiento de un muevo y luminoso amanecer.
Cuando abrió los ojos, el campamento de roedores estaba ya soliviantado.
—¡Buenos días! —dijo la serpientita casi al mismo tiempo que bostezaba, mostrando involuntariamente su lengua bífida que tanto asustaba a las ratas que le acogían.
—¡Buenos días! —respondió la jefa del cado que, sin embargo, no se adelantó ni un solo segundo a los buenos días generalizado de sus temerosas colegas.
Tras este escueto saludo, se le agasajó con un pequeño y breve desayuno, compuesto de raicillas carnosas y alguna larva, que Vara degustó sin demasiados gestos de desagrado, pero que era casi una invitación a su partida.
—¡Tengo un problema! —dijo de repente nuestra viajera, lo que produjo nuevamente un fuerte estremecimiento en todos los roedores que la miraban entre impávidos y aterrorizados.
—¡Tiene un problema! —aclaró la jefa del grupo como si el resto de las ratas no hubieran podido oírla por sí mismas.
—¡Tiene un problema! —exclamaron en coro el resto de las ratas, sin poder evitar un miedo escénico que les impedía mantener quietos sus largos rabos pelados sobre el casi cenagoso suelo.
—Me gustaría… poder pasar al otro lado del río para continuar con mi itinerario —aclaró la serpientita produciendo un cierto alivio entre sus hospedadoras—, pues he recorrido ya un largo camino bordeando este riachuelo sin apenas apartarme más de un quilómetro de mi casa.
—¡Podemos ayudarte! —le tranquilizó la jefa del lugar, que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para alejarla definitivamente de allí.
—¡Podemos ayudarla! —replicaron al unísono sus obedientes partidarias, confirmando la indiscutible autoridad de su jefa y el deseo de complacerla.
Se trazó un plan que pasaba por hacer una pasarela improvisada a base de ramitas de una a otra orilla, pero a Vara le pareció una obra de ingeniería que le mantendría en el lugar al menos un día más, eso contando con que no hubiera una tormenta en las próximas horas, pues dicho riachuelo tenía más bien un origen torrencial, era un canal de desagüe del lugar, apenas un río de cauce permanente. Vara les sugirió un plan más simple y que hacía más creíble y seguro su paso a la otra orilla. Las ratas formarían una fila india flotante de una a otra orilla y la capitana del campamento pasaría sobre ellas portando sobre sí a nuestra pequeña heroína suavemente anillada a su cuello, por si caía al agua, ella odiaba el agua y además no sabía nadar. Eso garantizaba su seguridad, pues solo cuando estuviera en el suelo firme de la orilla contraria, desharía el abrazo simuladamente amenazante de su presa.
A las ratas no les pareció mal la idea, con la excepción de la capitana del campamento, hizo un gesto de desagrado que no tardó en fundirse en una simulada sonrisa que sería bien recibida por todas sus comandadas y no menos por nuestra hábil protagonista. La operación, dado que el lecho del río apenas superaba los dos metros de anchura, se realizó de inmediato y resultó ser todo un éxito de coordinación y eficacia. En algunos momentos, la pasarela «ratil» se tambaleaba, debido quizás al temblequeo constante de las temerosas ratas, pero la capitana se movió sobre ellas con inaudita y prudente agilidad hasta alcanzar la orilla contraria, sin complicación alguna que merezca ser mencionada.
Tan pronto como hubieron alcanzado suelo, la serpientita se separó tiernamente de su cuello y dándole las gracias por el gran favor que le habían prestado, quizás en exceso efusiva, les prometió que algún día volvería a este lugar con algo para agradecerles tanta amabilidad. Al oír tan gentil amenaza, todas inclinaron levemente su cabeza hacia nuestra heroína y sin pensarlo dos veces regresaron nadando a su campamento.