Читать книгу El sueño de Vara - Julián Resquicio - Страница 8

A modo de prólogo que bien puedes evitar

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Distinguido y respetado lector, el breve relato que tienes ante ti, nació con la voluntad de ser un cuento dirigido a niños de no menos de cinco años. De hecho, lo iniciamos con el título previo de La serpientita, un título que puede gustarte o no, pero que responde al de un breve relato improvisado que, machaconamente, reiteraba en los oídos de mis dos hijos mayores cuando apenas tenían entre tres y seis años.

Todavía recuerdo sus vocecitas inocentes que, al unísono, me pedían que les contase el cuento de «la serpientita», al mismo tiempo que recibían el relato, casi siempre reiterado en su integridad, con unos ojos muy abiertos, entre sorpresivos y vigilantes: sorpresivos, porque para los niños la reiteración más absoluta constituye siempre una forma de novedad, ellos van reconstruyendo el relato en sus dóciles mentes a la vez que lo reciben por enésima vez; vigilantes, porque ellos esperan que no introduzcas ningún cambio en la narración, que se repita la misma historia una y otra vez. En un momento en el que para ellos todo está sometido al cambio, los niños prefieren que su ocio sea estático, que no haya variaciones, que los induzca a la paz, esa paz que en el mejor de los casos los conducirá al sueño anhelado por sus padres.

Pero las cosas no siempre suceden como los narradores deseamos. Pronto me di cuenta de que el derrotero de La serpientita no era el esperado, lo que me fue confirmado ya en el comienzo del segundo capítulo por mi querida hija Ana (atenta a los movimientos de su padre), y mi no menos querida sobrina Carla, entonces de doce años, quienes me aconsejaron, con distintos argumentos propios de su madurez, que elevase la edad del posible lector a un mínimo de doce años.

Siguiendo sus sabios y variados consejos, intenté continuar la historia con un tono asequible a la edad de ese futurible lector, a partir de doce años. Pero no bastó con ello, me vi obligado a reescribir los dos primeros capítulos para adaptarlos a ese lector más avezado, más maduro, cambiando incluso el nombre de La serpientita, que me era tan añorado. La protagonista continuaba siendo una pequeña serpiente verdiamarilla (¡todo un reto, si se tiene en cuenta la escasa simpatía que generan estos animales!), pero ahora tenía ya un nombre propio, Vara, apelativo que luego se fue llenando de contenido hasta devenir en El sueño de Vara, con que se ha intitulado este improvisado primer relato con el soy capaz de presentarme ante ti.

Tras estas rectificaciones, todavía las cosas tendieron a cambiar por sí solas. Pronto me di cuenta de que mi relato no estaba escribiéndose según unas pautas preconcebidas y estudiadas de antemano como sucede en la mayoría de los casos, no, yo simplemente me limitaba a ponerme al servicio de mis personajes y les dotaba de un flujo inconsciente que los hacía vivir, pero, a partir de ahí, eran ellos quienes decidían su horizonte, quienes hacían crecer mi relato (¿su relato?) hacia unas latitudes que no siempre me eran conocidas. Unas veces me obligaban a recrear situaciones sutil o fuertemente poéticas, otras me arrastraban por el camino de las lecciones magistrales (¡de las que tanto he aprendido!) y, finalmente, creo que todo su paradigma de desarrollo se orientaba a contar una historia poética que tiene como protagonistas, con mayúsculas, la Naturaleza, la Ecología y la Biodiversidad, conceptos cuyo interés general parece compartido por la inmensa mayoría de los jóvenes pero que, a su vez, es ignorado por la mayor parte de los Gobiernos que se obstinan en desear vivir cada vez más alejados de todos estos valores que dificultan sus presupuestos y hacen inviables sus aspiraciones macroeconómicas.

El relato avanzaba con paso firme hasta alcanzado el capítulo cuarto que habla de Vara en el templo de los francmasones. Este capítulo podría presentar cierta dificultad para gran parte de mis hipotéticos lectores. Podríais pensar que estoy muy presente aquí tocando todos los hilos de la acción, pero no os engañéis, tampoco aquí mi voluntad de narrar era manifiesta. Acababa de salir por la puerta de atrás de una obediencia masónica en la que al parecer no tenía encaje, les resultaba demasiado puro, demasiado sincero, demasiado entusiasta, demasiado trabajador, demasiado libre. Eso me produjo dolor, mucho dolor, y una noche hube de levantarme de madrugada para narrar, en bruto, este capítulo. Vara se me había escapado de las manos —¡tal era su grado de libertad!— y se había introducido en el templo, el templo con el que yo soñaba, en el que yo me afanaba en conformar y pulir la gran piedra de mi vida para ser útil a aquella sociedad discreta (así les gustaba a ellos considerarse), a la que ahora me veo obligado a ver casi como una secta. Para Vara fue un sueño, o al menos un estado momentáneo de inconsciencia; para ambos, un sueño compartido, su sueño dentro mi sueño (o tal vez al revés, no lo sé), lo que indicaba que, en cierto modo, había adquirido personalidad plena.

Las dificultades de comprensión de este capítulo, tal vez se verían allanadas con un plano de situación y unas breves nociones de fracmasonería (algo que adoro, podéis creerme), pero la carencia de estos elementos de ayuda no impide una lectura cálida y sencilla del mismo, basta con que la imaginemos en un lugar arcano donde se desarrollan acciones de una cierta liturgia ancestral y secreta, oculta para los no miembros del grupo. Lógicamente, un conocimiento somero de la masonería nos permitiría una lectura más compleja e interesante, si bien también podría originar disensiones sobre las opiniones vertidas que, por lo demás, no van mucho más allá de una visión crítica e irónica, tal vez algo burlesca, de lo que puede otear nuestra curiosa protagonista.

Asumidos los hechos, tuve que emplearme a fondo. Por una parte, pensaba que lo más prudente sería eliminar el capítulo soñado por mí del sueño de Vara; por otra, veía en esta supresión una censura previa de la propia autonomía de mi personaje que me desagradaba, ¿no era esto lo que me sucedió a mí en la Obediencia, donde su máximo representante preconizaba la libertad absoluta de conciencia de sus miembros, pero luego era incapaz de soportarla? ¡No, no me parecía correcto recortar aquello que algo ajeno a mi propia voluntad había dispuesto!

Entonces, decidí dejarlo y lo reescribí, le busqué encaje en el relato, lo desarrollé hasta poderlo integrar en la experiencia vital de mi protagonista.

El problema surgió cuando hubo necesidad de sacarla de allí. Para ello, tuve que intervenir en el relato (¡Vara era la narradora, yo el autor!), era la única posibilidad de sacarla del templo, de salir de su sueño, de nuestro sueño simultáneo.

La duda, la oportunidad o no de este capítulo, ha sido una constante a lo largo de toda la redacción de nuestra novela, de nuestra fábula, de nuestro relato, llamadla como queráis, pero a medida que el relato avanzaba, esta pequeña parcela de este estaba tan integrada en la experiencia de nuestra joven serpiente, que hacerlo hubiera supuesto una redacción casi completa, casi en su integridad.

El resto del relato no me presentó ninguna dificultad. Las cosas sucedían como tenían que suceder, los acontecimientos se producían de manera tranquila, incluso las terribles tormentas que causaban estragos. Vara hacía bien su papel, solo cuando me llevaba a situaciones que no me parecían razonables (el encuentro con Goba, su amigo del alma), debía hacerme presente en el relato para no turbar el sueño global de una historia que de algún modo flotaba en mi memoria en su totalidad. Vara crecía casi sin mi intervención, pero lo hacía sobre un esquema global (mental, claro) del que no podía salirse. Su sueño era parte de mi sueño y eso había que respetarlo, era una prioridad.

Creo que, si algo va a salir en claro de este relato fabulado, tal vez sea el amor a los reptiles (¡ya casi en peligro de extinción en Europa!), al menos a los que tienen escasa o nula peligrosidad, aunque sin descartar a ninguno de ellos, evidentemente, pues Vara está adornada con los mejores atributos que puedan concebirse en cualquier ser humano.

¡Los seres humanos, ay, sí, nosotros! Estos son los más denostados en el relato que mis devotos animales han escrito, era imprescindible que una vez más tuviera que implicarme a fondo si deseaba salvar su autoestima, pero eso no voy a desvelarlo, eso solo puede suceder cuando ellos me hayan arrastrado hasta el final de esta bella aventura, cuando Vara haya culminado su hermoso sueño de acercarse a los hombres y, tal vez, de amarlos.

Espero que en tu calidad de adolescente o de adulto que todavía conserva huellas de su niñez, sepas identificarte con el recorrido vital y natural de nuestra protagonista.

El sueño de Vara

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