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Prólogo Reforzar la capacidad defensiva de Europa ante la nueva dinámica multipolar
ОглавлениеLa presente obra parte de un supuesto: la Unión no posee aún una verdadera Política de Defensa Común o más bien, la Unión está decidida a desarrollar una capacidad defensiva propia ante la nueva dinámica multipolar. La Unión Europea viene tardando décadas en entender que el mundo gira a una velocidad vertiginosa, como consecuencia de la globalización y la dinámica de creciente interdependencia, y requiere de Europa y la OTAN actuar ante las nuevas dinámicas del cambiante orden mundial.
El profesor Julio Guinea Bonillo, en la presente obra sobre la Historia de la Política de Seguridad y Defensa de la Unión Europea, lo detalla excelentemente, acudiendo al largo proceso histórico que viene gestando la Unión. Trataremos de contextualizar aquel proceso en una breve presentación, que podrá verse desarrollada minuciosamente a través de una extensa investigación documental y de un excepcional desarrollo discursivo en los capítulos de esta obra que prologamos.
Al acabar la II Guerra Mundial, la defensa de Europa se fundamentaría en la entente cordial franco británica, plasmada en el Tratado de Dunquerque de 1947 y en su participación en los Tratados de Bruselas de 1948 y el Tratado del Atlántico Norte de 1949. Sus objetivos fueron controlar a Alemania, fortalecer las posiciones diplomáticas respectivas y, ante todo, establecer un sistema de seguridad europeo.
Pero ya en junio de 1947, los Estados Unidos tenían claro, al presentar el Plan Marshall, que el verdadero problema de Europa, y del mundo, era contener la expansión geopolítica soviética. Los Estados Unidos asumirían que no podían oponerse a una posible agresión rusa sin la contribución de Alemania.
El rearme de la Alemania vencida pasaba de ser una preocupación, para convertirse en una necesidad, incluso se debatió entonces la posibilidad de incluir en la Unión Occidental a las dictaduras de España y de Grecia. La Alemania renacida dejaba de ser una nebulosa política ante los límites de las capacidades nacionales y fue entonces, cuando Jean Monnet se percibió que Adenauer había decidido participar activamente en la construcción de Europa.
Así nacería el Plan Schuman de 1950, y el primer Tratado comunitario, que daba a luz a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, pero la guerra de Corea conduciría a un nuevo escenario en el proceso de unificación europea y fue, precisamente entonces, cuando tomaría cuerpo la idea de trasponer la técnica de unir el carbón y el acero al campo militar, creándose la Comunidad Europea de Defensa. Con un ejército europeo, como diría el prestigioso profesor y político André Philippe a la Asamblea, “ya no habría ningún problema de carácter nacional”.
Jean Monnet se mostró partidario del rearme alemán en un marco europeo supranacional y se puso manos a la obra, para forjar un proyecto militar a escala europea, con los mismos hombres con los que había realizado el Tratado de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. El General Eisenhower, que se entrevistó con Jean Monnet el 27 de junio de 1951, se uniría al proyecto de crear una Comunidad Europea de Defensa.
Así se llegaría al Tratado de la CED, firmado en París el 27 de mayo de 1952, aunque las instituciones que contenía no eran las supranacionales deseadas por Jean Monnet. El fracaso de la ratificación del Tratado, en la Francia dominada por el nacionalismo del General de Gaulle y por el partido comunista francés, liberado por la muerte de Stalin, acabó con el sueño de la defensa europea, llevándose consigo la renuncia de Jean Monnet a la presidencia de la Alta Autoridad, de la primera Comunidad, pero posibilitando la introducción de una Alemania militarizada en la OTAN y en la UEO.
Robert Marjolin, involucrado en el plan Marshall, primer Secretario de la OCDE y uno de los principales hombres de Jean Monnet, dirá en sus Memorias que “la incapacidad de Europa para unirse resultaba de una decisión implícitamente tomada por los europeos después de la II Guerra Mundial, la de confiar en los americanos para su defensa”.
El Tratado de Bruselas de Cooperación y Seguridad Colectiva, firmado el 23 de octubre de 1954 en París, reactivando el Tratado de 1948, trataría de construir una Europa más integrada en la defensa al fortalecer el anclaje alemán en el espacio euroatlántico y occidental, logrando su reconciliación con Francia y la resolución del problema del Sarre, pero también restableciendo la confianza en los países de la Europa occidental. En particular, en materia de control de armamentos, aunque en realidad, no haría sino reconocer el peso de la dimensión atlántica de la defensa europea occidental, puesta bajo el mando de la OTAN.
No es novedoso afirmar que la Unión Europea Occidental renunciaría después a muchos de sus poderes, de iure o de facto, mientras que la Alianza Atlántica, quedaría como el marco de referencia de la Seguridad colectiva de los países europeos.
El escenario de la defensa europea se vería nuevamente alterado por las posiciones del General de Gaulle, elegido Presidente de Francia en 1958, quien manteniendo una actitud de recelo, frente a los Estados Unidos, que ya venía desde la II Guerra Mundial, pronunciaría, el 2 de noviembre de 1959, un sonado discurso en el que afirmaba: “la OTAN ha dejado de ser una Alianza, significa la subordinación, no podemos aceptar la Tutela de los Estados Unidos, el Sistema de Integración Defensiva ha dejado de existir, la defensa de Francia debe ser francesa. Es absolutamente necesario que Francia se defienda por si sola y con sus propios medios”.
Enfrentado a sus socios comunitarios, y después de provocar una paralización de la Comunidad Económica Europea con la crisis de la Silla Vacía, decidido a mantener el desarrollo del armamento nuclear, en marzo de 1966, de Gaulle anunciaría su salida del mando integrado de la Alianza Atlántica. La llegada a la presidencia de George Pompidou, el 20 de junio de 1969, traería consigo el relanzamiento del proyecto comunitario europeo, acordado en la Cumbre de la Haya, de 1 y 2 de diciembre de 1969. En ella se declaraban los Estados de acuerdo, para permitir que Europa jugase su papel en la detente internacional, el equilibrio del mundo y la protección de la paz.
La cooperación en Política Exterior constituiría la pieza preliminar de la Unificación Política Europea (Rapport Davignon) de 20 de julio de 1970, pero en aquel mecanismo de consulta y concertación, para la Cooperación Política, se dejaba fuera la Defensa, en razón de las divergencias de los Estados sobre la OTAN.
La entrada de Gran Bretaña en las Comunidades, realizada en 1973, reforzaría la capacidad defensiva de la Comunidad Europa que adoptaría en el Consejo Europeo de Copenhague, de 14 de diciembre, la Declaración sobre la Identidad Europea, en la que se omite cualquier referencia a la política de Defensa y a las relaciones con la OTAN.
Por entonces, en el verano de 1973, Jean Monnet elaboraba su proyecto de “Gobierno Provisional Europeo”, constituido por los Jefes de Estado y de Gobierno, reunidos a título de cooperación política. El primer Consejo Europeo se celebrará en Dublín el 11 de marzo de 1975 y en sus Conclusiones recogería una declaración sobre la Conferencia sobre Seguridad y al Cooperación en Europa, en la que los Jefes de Estado y de Gobierno reafirmarían la voluntad de los Nueve de proseguir e identificar su Políticas de Distensión y Cooperación con Europa. Unos meses después, la propia Comisión actuaba a través de su Presidente Françoise Xavier Ortolli, presentando el Informe titulado “La Unión Europea”, en donde al detallarse el alcance y la naturaleza jurídica de una posible Unión se manifestaba que “la seguridad de cada Estado miembro afecta a la seguridad de otros Estados miembros y de la Comunidad como un todo”.
La Seguridad aparecía entonces como elemento fundamental en la futura construcción de una Europa unida y se reconocía que, aunque la Alianza Atlántica jugaba y continuaría jugando un papel decisivo en la seguridad de Europa occidental se precisaba que no habría una verdadera Unión “si los asuntos de defensa se dejan simplemente de lado cuando la Unión empieza a establecerse”. Preocupaba, asimismo, la distinta situación de los Estados miembros con respecto a la OTAN y la UEO y se entendía que la construcción de la Unión Europea era el camino para hacer de la defensa un campo de potencial competencia para la Unión, precisándose que sería deseable el alineamiento de las políticas de Defensa de los Estados miembros y el desarrollo de una política común de armas y equipamiento, posiblemente a través de la creación de la Agencia Europea de Armamento.
Esta afirmación de la Comisión resulta verdaderamente relevante, si consideramos que 29 años después, en 2004, se crearía la Agencia Europea de Defensa, entre cuyas funciones se encontraría el desarrollo de las capacidades de Defensa, la cooperación en armamentos y la creación de un mercado competitivo de equipamiento militar europeo.
La última Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno, celebrada en París, en diciembre de 1974, encargaría a Leo Tindemans explorar el camino, para llegar a la creación de la Unión Europea. Tindemans, Primer Ministro de Bélgica, estaba convencido de que su país debía ser un miembro leal de la Alianza Atlántica. La OTAN seguiría siendo el paraguas defensivo continental y reconocía que, gracias a la OTAN, Europa tenía un clima de seguridad que le había permitido emprender una construcción comunitaria, pero también asumía que Europa debería realizar un análisis sobre los problemas de la defensa e incrementar una mayor autonomía en la cuestión del armamento.
Sin embargo, aquella estabilidad y, consecuentemente, la defensa de Europa quedaría comprometida ante la instalación de los misiles nucleares ss-20, en los países del Pacto de Varsovia, impuesta por Leónidas Breznev, en 1977, que pondría fin a un periodo de distensión este-oeste. En respuesta, la OTAN desplegaría nuevas armas nucleares en cinco países europeos. El Acuerdo de 12 de diciembre de 1979 que lo habría permitido, obligaría a los soviéticos a la apertura de negociaciones que durarían 6 años. Finalmente, Gorbachov aceptaría la opción global del doble cero, que suponía la eliminación de todos los misiles nucleares de alcance intermedio (de 500 a 550 km).
El 8 de diciembre de 1987 se firmaba en Washington el Tratado sobre fuerzas nucleares de alcance intermedio, el más detallado y riguroso en la historia del control de las Armas Nucleares. Aquellos años de largas negociaciones permitirían coincidir a los Estados Unidos, junto con sus aliados europeos y a la Unión Soviética, en la necesaria reforma de sus relaciones y, asimismo, de las Comunidades, para tomar el impulso que conduciría a la Unión Política.
El Ministro de Asuntos Exteriores alemán, Hans-Dietrich Genscher estaba convencido, como el antiguo Canciller Adenauer, que el anclaje al oste de la República Federal era la condición indispensable para tener una política eficaz hacia el este. Ello le conduciría a presentar un plan de realización de Unión Europea, para el que se asocia con el Ministro italiano, Emilio Colombo, y en el que se plantea la necesidad de realizar una política que promueva preservar la independencia de Europa, proteger sus intereses vitales y reforzar su seguridad. Aquel proyecto que permite calificar a Genscher, uno de los principales artífices de la unificación alemana, como uno de los Arquitectos apasionados de la Gran Europea, será reconocida en la Declaración Solemne de Stuttgart, en cuyo preámbulo los Jefes de Estado y de Gobierno se muestran convencidos de que expresarse con una sola voz, incluyendo los aspectos de seguridad, Europa puede contribuir al mantenimiento de la paz.
Si el Consejo Europeo asumía entonces la necesidad de atribuirse una naturaleza eminentemente política, lo que le conduciría a un protagonismo, en Política Exterior y Política de Defensa, el Parlamento Europeo iría incluso más allá al presentar una proposición constitucional plasmada en un proyecto de Tratado de Unión Europea, impulsado por una mayoría de Parlamentarios.
Su relator, Altiero Spinelli, tenía como objetivo la consecución de una unión federal y en aquel proyecto desarrollaría las relaciones internacionales de la Unión, en los artículos 63 a 69 consagrando el método de la Acción Común e instituyendo el método de la cooperación que podría extenderse a la materia de armamento, política de defensa y desarme.
El proyecto de Tratado Spinelli que sería adoptado por el Parlamento, el 14 de febrero de 1984, no tendría éxito, pero impulsaría o lograría embarcar a los Estados miembros en una reflexión sobre la reforma de las Comunidades que culminaría en 1986 con el Acta Única Europea. Los Ministros de Asuntos Exteriores reunidos en el Comité Dooge asumieron la necesidad de realizar Acciones Comunes y establecieron la Cooperación política, lo que constituiría el gran logro del Acta única Europea que en su artículo 30 desarrollaría la Cooperación Política incluyendo “una cooperación más estrecha en las cuestiones de Seguridad europea”.
En medio de las grandes transformaciones políticas que se venían produciendo en el escenario europeo, fundamentalmente, el fin de la Unión Soviética, la unificación alemana y la reconstrucción política y económica de los Estados del este Europeo; el Consejo Europeo de Roma de 1991 subrayaría la vocación de la Unión de tratar los aspectos de la política de Relaciones Exteriores y de Seguridad, según un proceso evolutivo continuo, y a la vez unitario, sobre la base de objetivos generales definidos en un nuevo Tratado.
Se entendió entonces que la Política Exterior y de Seguridad Común se establecería con carácter intergubernamental y se incluirían en ella las cuestiones de seguridad y Defensa; una materia tabú desde el fracaso de la CED en 195 y que constituiría la mayor innovación del Tratado de Maastricht, en este campo. Los Estados europeos eran conscientes de que la desintegración de la URSS produciría una reducción de la presencia americana en Europa, pero en la articulación de la Seguridad y la Defensa Común se debatirían diversas propuestas, entre ellas, el texto franco alemán y el texto anglo italiano.
Los dos grandes debates se centrarían en la Defensa común y en el papel de la UEO. El primero conduciría a la constitución de una comandancia integrada por estructuras de fuerzas armadas comunes, bajo un mando único integrado, compatible con las estructuras de la OTAN, planteándose la idea de crear una fuerza de intervención europea, para operaciones de mantenimiento de la paz y de orden humanitario.
En cuanto al papel de la UEO, en la idea francoalemana, que planteaba una defensa propiamente europea, debía convertirse en uno de los instrumentos de la Unión política de la que formaría parte, mientras que en la idea británico-italiana que planteaba una visión atlantista, la UEO, por una parte, sería el componente “defensa”, de la Unión Europea y, por la otra, un medio de reforzar el pilar europeo de la Alianza Atlántica.
El Compromiso entre las diferentes posturas en materia de seguridad y defensa quedaría formulado en el artículo J-4 del Tratado de Maastricht, según el cual la Política Exterior y de Seguridad Común incluirá las cuestiones relativas a la Seguridad de la Unión y podrá concluir en el futuro en el establecimiento de una Política de Defensa Común. La Unión demandará a la Unión Europea Occidental elaborar y poner en marcha las decisiones y acciones de la Unión que tenga repercusiones en el ámbito de la Defensa.
De este modo, se había dado un gran avance en la construcción de la Europa política y en la incipiente construcción de la Europa de la Defensa, pero las divergencias de concepción y la exigencia de la unanimidad impedían que la Unión Europea hubiera establecido una verdadera Política Exterior y de Seguridad Común.
Durante la Cumbre francoalemana efectuada en la Rochelle el 22 de mayo de 1992 Mitterrand y Kohl decidieron crear Eurocorps, cuerpo de ejército abierto a todas las naciones de la UEO. El acuerdo de Petersberg, de 19 de junio, definiría las misiones que se podían encomendar: la defensa común de los países aliados y las misiones de mantenimiento de paz. La sede se estableció en Estrasburgo y en los años siguientes se sumaron Bélgica en 1993, España en 1994 y Luxemburgo en 1996.
La desintegración de Yugoslavia crearía una inestabilidad que conduciría a un largo periodo de guerras, cuyo final en el oeste de Yugoslavia concluiría en 1995 con los Acuerdos de Dayton, conversaciones de paz patrocinadas por los Estados Unidos. Sin embargo, en 1996, comenzaría la guerra de Kósovo que terminaría con el bombardeo de Yugoslavia, por la OTAN, en 1999. Al final de la Guerra, Kosovo sería reconocido como Estado independiente por la mayoría de los países. Entre 1992 y 1996 la Unión Europea había adoptado doce “Acciones Comunes” esencialmente en la ex Yugoslavia, Oriente Medio y África, pero la Unión Europea no había actuado como tal en la crisis yugoslava. Sus más importantes países, Francia, Reino Unido, Alemania e Italia, había formado con los Estados Unidos y Rusia el Grupo de Contacto.
La OTAN había asumido en la Cumbre, de 10 y 11 de enero de 1994, la defensa europea, adaptándose al refuerzo de la identidad europea de seguridad y defensa, mientras se asumía que la UEO era complementaria de la OTAN. Gran Bretaña haría hincapié en esta cuestión al recordar que la acción de la Unión Europea en materia de defensa debía ser intergubernamental, basada en la cooperación entre Estados nacionales y no dictada por organismos supranacionales, pero aquel intergubernamentalismo era precisamente el elemento paralizador de la Unión en Política Exterior y Política de Defensa.
El nombramiento de Javier Solana Madariaga, como Secretario General de la OTAN, efectuado el 5 de diciembre de 1995, coincidiría con la reorganización de la estructura política y militar de la Alianza Atlántica y de sus estrategias básicas. El 27 de mayo de 1997 se firmaba en París el acta de fundación OTAN-Rusia que ponía fin a las hostilidades entre Rusia y la OTAN, permitiendo a la OTAN actuar en la guerra de Kósovo, bajo la autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
A mediados de enero de 1995, ya se había empezado a trabajar sobre una reforma del Tratado de Maastricht, identificando entre sus objetivos la reforma de la Política Exterior y dentro de ella, de la Política de Defensa, puesta en evidencia en el conflicto de la ex Yugoslavia y en las catástrofes humanitarias. La actitud de los Estados era muy diferente, Reino Unido, que se volvió intransigente, quería tener las manos libres a escala mundial y al tiempo rechazaba distanciarse de los Estados Unidos. Francia quería una verdadera Política Exterior Común Europea, con el apoyo de Alemania, para reafirmar el papel internacional de la Unión Europea, aunque Alemania, se manifestaba fiel a su compromiso Atlántico. Italia, próxima a los Estados Unidos, aspiraba a desarrollar su influencia en el Mediterráneo. España aparecía entre los grandes, gracias a su influencia en América Latina. Los medianos y pequeños países tenían un horizonte limitado en política exterior, algunos seguían concediendo la prioridad a la Alianza Atlántica, los neutrales –Irlanda, Suecia, Austria y Finlandia– no les interesaba una alianza militar.
El 3 y 4 de diciembre de 1998, se celebraría la Cumbre de Saint Malo que reunía al Presidente de Francia Jacques Chirac, con el Primer Ministro Británico, Tony Blair, en una reunión bilateral que suele considerarse el punto de partida de la política europea de Seguridad y Defensa. La Declaración de Saint Malo se consideraría como una respuesta a la guerra de Kosovo en la que se apreció que la Comunidad Internacional y, en particular, la Unión Europea y sus Estados miembros no habían intervenido para detener el conflicto. La Cumbre daría lugar a una Declaración Conjunta que pedía el establecimiento de medio militares “autónomos” y “creíbles”, para la Unión Europea. En ella se especificaría la relación con la OTAN, comprometiéndose la Unión Europea a actuar, “cuando la Alianza como tal no esté comprometida” y “sin duplicaciones necesarias”.
Después de los Consejos Europeos de Colonia, 3 y 4 de junio de 1999 y de Helsinki, 10 y 11 de diciembre de 1999, se articuló una Fuerza de Reacción Rápida de 60.000 hombres que podría ser desplazada en un plazo de 60 días y durante un año, lo que sería llamado el “objetivo global de Helsinki”.
En todo caso, los acontecimientos de aquella década posibilitaron, bajo el liderazgo de Francia y Alemania, un consenso general en el desarrollo de la Política de Defensa, algo en lo que Gran Bretaña siempre se negaría a asumir mayor integración. El propósito fundamental sería la integración progresiva de la UEO en la UE y así se legaría al Tratado de Ámsterdam, que entraría en vigor el 2 de octubre de 1999, y que instituía la figura del Alto Representante de la Política Exterior en la figura del Secretario General del Consejo, asistido de una Unidad de Planificación de la Política de Alerta Rápida.
Aunque este Tratado mejoraría el proceso decisional, introduciendo la noción de estrategias comunes, y transfiriendo de la UEO a la UE las misiones de Petersberg, previendo la integración eventual de la UEO en la Unión Europea, la PESC se mostraba insuficiente, para permitir a la Unión Europea jugar un papel internacional que correspondiera a su importancia demográfica y económica.
Por su parte, Eurocorps que había intervenido en 1998 y 1999, sería ofrecido por Francia y Alemania al servicio de la Unión Europea y tras una decisión de 22 de noviembre de 1999, se transformaría en 2002 en un cuerpo europeo de reacción rápida. El final dramático de la Guerra de Kósovo y sus terribles consecuencias entre ellas el llamado síndrome de los Balcanes, cerca de 100. 000 soldados sometidos a chequeos para verificar su estado de salud, dejarían de nuevo abierto a una reflexión sobre la política de Defensa de la Unión Europea.
La Cumbre francoalemana de Toulouse, de 28 y 29 de mayo de 1999, preconizó la constitución de un cuerpo de reacción rápido europeo, a partir de Eurocorps. El objetivo europeo fijado por el Consejo Europeo de Helsinki, de 10 y 11 de diciembre de 1999, sería constituir una fuerza europea de reacción rápida de 60.000 a 80.000 hombres lo que suponía una reserva de 150.000 hombres.
El 26 de febrero de 2001, se firmaba un nuevo Tratado de la Unión Europea: el Tratado de Niza, cuyo objetivo principal, sino el único, sería el de fijar los principios y métodos del sistema institucional que permitiera la gran ampliación de la Unión Europea, a los países de la Europa central y oriental, países Bálticos, e Islas de Chipre y Malta. Aquel Tratado apenas se ocuparía de la política de Defensa, si bien desarrollaría más ampliamente las cooperaciones reforzadas y cedería al Comité Político, ahora llamado también de Seguridad, el control y la dirección estratégica de las operaciones de Gestión de crisis.
Para entonces, los Quince habían encontrado una fórmula de compromiso entre sus posturas divergentes sobre sus relaciones con la OTAN: “la definición progresiva de una Política de Defensa Común, que podrá conducir a una defensa común si el Consejo Europeo lo decide… no afecta al carácter específico de la Política de Seguridad y Defensa de ciertos Estados miembros… que consideran que su defensa común está realizada en el marco de la OTAN”. El 16 de diciembre de 2002 se realizaba la declaración UE-OTAN sobre Política Exterior y de Seguridad Común en la que ambas reafirmaban su determinación de reforzar sus capacidades para la organización atlántica, reservándose un mayor papel para Europa. Esta declaración perseguiría tres objetivos: la Unión Europea velará por asociar en la medida de lo posible a la PESD a los miembros europeos de la OTAN que no forman parte de la PESD, la OTAN prestará su apoyo a la PESD y dará a la UE un acceso garantizado a las capacidades de planificación de la OTAN y las dos organizaciones acordarán disposiciones ventajosas para sus necesidades comunes en materia de capacidades.
Apenas un mes después, el 27 de marzo de 2003, se firmaban los Acuerdos Berlín + que sentarían las bases de la cooperación OTAN-UE en el ámbito de la gestión de crisis. La UE accedería a la planificación operativa de la OTAN, con vistas a una utilización efectiva en el marco de la planificación militar de operaciones de gestión de crisis dirigida por la UE.
En el momento en que la Unión Europea se planteaba el gran desafío de su reconstrucción, institucional y organizativa se producían los atentados terroristas de 11 de septiembre de 2001, contra los Estados Unidos. Lo que supuso la aparición del terrorismo a escala mundial, y con un impacto global, como un factor clave a tener en cuenta a la hora de construir la seguridad. La Unión Europea, que asumía aquel desafío, celebraría, el 14 y 15 de diciembre, el Consejo Europeo de Laeken en el que se articularía una Convención con el mandato de redactar un proyecto de reforma Constitucional. Su Presidente, Valéry Giscard d’Estaing, centraría uno de los debates en el reforzamiento de la identidad europea sobre Política Exterior.
Uno de los once Grupos de Trabajo tendría como objetivo la Política de Seguridad y Defensa, y sería presidido por Michel Barnier, planteándose como principales puntos de examen: la necesidad o no de incluir en el Tratado una cláusula de Defensa colectiva, señalar los mecanismo adecuados, para garantizar el respeto de los Estados miembros, de sus compromisos, en materia de capacidades militares, garantizar que la toma de decisiones durante la ejecución de una operación se hiciera con rapidez y eficacia, asegurar que los elementos militares y civiles de la UE se coordinen y planifiquen adecuadamente y, por último, considerar la posibilidad de incluir en el Tratado formas de cooperación en materia de armamentos, así como la creación de una Agencia de Armamento.
Aquellas cuestiones serían tratadas desde septiembre a diciembre de 2002 y los planteamientos irían tomando forma en diversos documentos. El protagonismo principal en los debates sería la propuesta de los Ministros de Asuntos Exteriores de Francia y Alemania, Dominique de Villepin y Joschka Fischer, quienes plantearon transformar la PESC en una “Unión Europea de Seguridad y Defensa”, una mayor flexibilidad en el proceso decisorio, anexar al Tratado un protocolo sobre la mejora de las capacidades militares y desarrollar, o incluir en el Tratado, una Política Europea de Armamento en vistas a un mercado europeo de Armamento, a la par de la creación de una Agencia Europea de armamento.
Las aportaciones finales sobre aquel grupo de Trabajo de Defensa, incluirían la gestión de crisis, con la ampliación de las Misiones Petersberg, asumirían una cláusula de Solidaridad y Seguridad común o una cláusula de defensa colectiva en el Tratado, defenderían la mejora de las capacidades y el armamento, creando una Agencia Europea y reforzarían el marco institucional, manteniendo las estructuras existentes y creando en el Consejo una personalidad política que coordinase los esfuerzos en el ámbito de la Defensa.
Aquellas proposiciones pasarían en gran medida al proyecto de constitución europea: Art. I-11 y I-15 sobre competencia de la Unión en Política Exterior y de Seguridad Común; art. 1-27.2 sobre el Ministro de Asuntos Exteriores y su contribución a la formulación de la política de Seguridad y Defensa Común; art. III-205 sobre la versión ampliada de las Misiones Petersberg; art. III-205-apartado 7, sobre la acción de una Agencia Europea de Armamento, investigación y capacidades militares; art. III-205, apartado 6, instituyendo la cooperación estructurada permanente y artículo I-42, instituyendo la cláusula de solidaridad.
Los atentados de Nueva York tuvieron una dura respuesta y provocaron finalmente, el 20 de marzo de 2003, la invasión de Irak por parte de una coalición liderada por los Estados Unidos. La decisión americana dividiría al continente europeo: Francia y Alemania habían propuesto que los inspectores de la ONU siguieran investigando sobre las bombas de destrucción masiva, argumento americano, mientras que Gran Bretaña, España, Polonia, y diversos países del Este, se alinearon con los Estados Unidos.
Estados Unidos propuso a Naciones Unidas una Resolución que les permitiera iniciar los bombarderos, pero aquella propuesta fue rechazada por Francia y Alemania, junto con China y Rusia. La división entre los países de la Unión Europea pondría de relieve la escasa integración en Política Exterior y Política de Defensa.
El Consejo Europeo de 12 y 13 de septiembre de 2003 adoptaría el documento sobre la “estrategia Europea de seguridad”. Un texto redactado bajo la autoridad del Alto Representante de la Unión Europea, para la PESC, Javier Solana Madariaga, con el objetivo de identificar mejor las amenazas, definir los objetivos estratégicos de la Unión e identificar las implicaciones políticas para Europa.
Este documento perduraría, siendo remplazado el 28 de junio de 2016 por la “Estrategia Global de la Unión Europea”. Sobre el plano militar, los Ministros de Defensa adoptarían, en abril de 2004, las proposiciones franco germano británicas, de creación de grupos tácticos de 1.500 soldados de élite que podrían ser desplazados sobre lugares de crisis fuera del territorio europeo, a demanda de la ONU.
Pocos meses después, el 12 de julio de 2004, se creaba la Agencia Europea de Defensa, con el objetivo de apoyar los esfuerzos de Defensa de la Unión Europea, cuyo Estatuto, sede y procedimientos operativos quedarían finalmente definidos en la Decisión del Consejo PESC 2015/1835, de 12 de octubre de 2015.
La Agencia nacía bajo la idea de permitir el desarrollo de los programas europeos de armamento, pero quedaría limitada por la falta de recursos y la necesidad de operar por unanimidad. Su escaso presupuesto era en 2015 de 30.000 millones de euros. En septiembre de 2004 se crearía una fuerza de gendarmería europea, formada por 800 gendarmes, procedentes de cinco países (España, Francia, Italia, Países Bajos y Portugal), para intervenir en operaciones de mantenimiento del orden y la seguridad en las regiones en salida de conflictos.
El fracaso en la ratificación del Tratado Constitucional daría paso a un largo periodo de reflexión en donde no faltaron voces en favor del establecimiento de una verdadera Unión en Seguridad y Defensa. El 13 de diciembre de 2007, se firmaba en Lisboa un nuevo Tratado de la Unión en el que la Política Exterior y de Seguridad Común sería rebautizada como Política Común de Seguridad y Defensa, siendo desarrollada en la sección segunda, artículos 42 a 46 del Tratado de la Unión Europea, integrada en la Política Exterior y de Seguridad Común y establecida con el objeto de establecer a la Unión la capacidad de operar sobre la base de medios civiles y militares, en la proyección exterior y en la Seguridad de la Unión.
Las disposiciones relativas a la Política de Defensa serían idénticas a las que figuraban en el Tratado que establece una Constitución para Europa, preparadas por el grupo de Defensa, bajo la presidencia de Michel Barnier, procedentes en gran parte de la referida contribución francoalemana, de noviembre de 2002. Las principales innovaciones del Tratado de Lisboa serían la actualización de las misiones de la Unión, la creación de la Unión Europea de Defensa y de la “cooperación estructurada permanente”, así como la introducción de la cláusula de defensa mutua.
El conjunto de las decisiones, con la notable excepción de las decisiones relativas a la puesta en marcha de la cooperación estructurada permanente, a la participación de esta cooperación y al Estatuto de la Agencia Europea de Defensa, continuaría con la Unanimidad. Tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, producida el 1 de diciembre de 2009, todas las funciones de la UEO se incorporarían a la Unión Europea. La UEO había mantenido durante la primera década del s. XXI un pequeño número de competencias y actividades, incluidas en el Tratado de Bruselas modificado de 1954 que aún estaba en vigor, entre ellas, la contratación de la asistencia mutua en caso de agresión armada contra uno de los países del Tratado, de conformidad con el artículo V del Tratado, si bien, el Tratado de la Unión Europea había establecido, bajo la reforma de Lisboa, que el artículo 42 mantuviera una cláusula de asistencia mutua en caso de agresión armada, la presentación de un informe parlamentario anual sobre sus actividades y particular sobre el control de armamentos de conformidad con el artículo IX del Tratado y la celebración de sesiones de la Asamblea Parlamentaria de la UEO.
Tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, el 31 de marzo de 2010, los diez Estados miembros de la UEO anunciaban la disolución de la misma y la asunción íntegra de su contenido por la Unión Europea, en colaboración con la OTAN. El 30 de julio de 2011, la UEO dejaría de existir y el archivo nacional de Luxemburgo se convertiría en depositario de su documentación.
La puesta en marcha del servicio europeo de acción exterior se proyectaría sobre la Política de Defensa, al recaer sobre él la responsabilidad sobre la dirección de las operaciones cívico-militares. En el seno de la Unión se mantenían dos visiones opuestas: la que abogaba por la creación de un ejército europeo y una fuerte política de Seguridad y Defensa, postura mantenida por Alemania y Francia, con el apoyo decidido del Parlamento Europeo; y de la posición de Reino Unido y Polonia, que primaban con algún apoyo más el marco preferente de la OTAN.
Por su parte, el 2 de noviembre de 2010, las dos potencias nucleares, Francia y Reino Unido, cerraban en Londres los Tratados de Lancaster House de Cooperación y Defensa, Francia y Reino Unido son los únicos países que tienen en Europa la bomba atómica y son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En dichos Tratados se incluía un apartado operativo, la Cooperación Armamentística y el acercamiento de sus industrias de Defensa.
En el año 2016 se efectuaría la Declaración de Capacidad Operativa de la Fuerza Expedicionaria Conjunta, una fuerza binacional que puede desplegar hasta 11.000 efectivos y llevar a cabo operaciones de alta intensidad. Reino Unido apoyaría a las operaciones de Francia y en República Centroafricana, demostrando así la calidad de la cooperación en Defensa.
Pero no era ésta la misma voluntad que presidía la actitud del Reino Unido con respecto al desarrollo de la política europea de defensa. Esto puede constatarse si consideramos que en 2012 volvería a congelar por tercera vez y por tercer año el presupuesto de la Agencia Europea de Defensa.
Un nuevo periodo de la política Europea de Defensa se iniciaba en 2014 bajo la presidencia de Jean Claude Juncker al frente de la Comisión. Juncker resucitaría el debate sobre el ejército europeo en un escenario en el que la Unión Europea se encontraba rodeada de un creciente número de crisis internacionales. Las crisis de Ucrania, Siria y Libia y lo que algunos llamarían un “arco de inestabilidad” en los frentes europeos, a lo que se añadía la amenaza terrorista en suelo europeo, que se ejemplificaría con los atentados de Charlie Hebdo, un tiroteo llevado a cabo en la ciudad de Paris el 7 de enero de 2015 en el que los asaltantes se identificaron como pertenecientes a Al Qaeda, que asumiría la responsabilidad del ataque.
Dos millones de personas, entre ellas más de 40 líderes mundiales, se manifestaron en París, para Juncker un ejército europeo contribuiría a diseñar una política exterior y de seguridad común: “No se tiene un ejército europeo para movilizarlo, pero un ejército común serviría para demostrar a Rusia que nos tomamos en serio la defensa de los valores de la Unión Europea”. La Ministra alemana de Defensa, Ursula von der Leyen se pronunciaría a favor de dicha propuesta.
Nuevamente, el 9 de junio de 2017, en una Conferencia sobre Defensa y Seguridad en Praga, Jean Claude Juncker volvería a insistir en la necesidad de que la Unión Europea realizase más esfuerzos comunes en defensa porque según sus propias palabras no se podía “externalizar” su protección. En aquella intervención insistiría en que la política de Seguridad y Defensa Europa no minaba el rol de la OTAN, ni buscaba competir con la Alianza, manifestando que “la OTAN ha sido y seguirá siendo durante décadas la piedra angular de la seguridad europea”.
Esta intervención no era casual, suponía una respuesta a la actitud beligerante del nuevo Presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump. Las relaciones entre la Unión Europea y los Estados Unidos, durante el mandato presidencial de Barack Obama habían sido enormemente cordiales, a partir de 2014, precisamente a raíz de la crisis en Ucrania y la anexión rusa de Crimea. Obama anunciaría entonces una iniciativa de 3.400 millones de dólares, para reforzar la presencia de los Estados Unidos en la OTAN. Obama daría su apoyo al TTIP, Asociación Trasatlántica de Comercio e Inversión que había abierto su ronda de negociaciones el 8 de julio de 2013 y que continuarían sin dificultades, hasta 2016.
El 20 de enero de 2017, Donald Trump accedía a la presidencia de Estados Unidos y ya para entonces se había manifestado en contra de esta iniciativa que suponía la eliminación de los aranceles trasatlánticos. En el universo mental de Trump, la Unión Europea, la OTAN, la Organización Mundial del Comercio, los Tratados TTIP y NAFTA y los Acuerdos sobre cambio climático eran piezas de un sistema internacional que generaba a los Estados Unidos más inconvenientes que ventajas.
Trump exigiría que los aliados de la OTAN aumentasen sustantivamente sus gastos militares y dedicasen el 2% de su PIB a la Defensa, compromiso que ya se había asumido en la Cumbre de Praga de 2002 y de Newport en 2014, pero que solo cinco miembros de los 28, entre ellos, Reino Unido, Polonia, Grecia y Estonia, los habían cumplido. El 11 de julio de 2018, en la Cumbre de la Organización del Atlántico Norte en Bruselas, Trump calificaría de morosos a los países que no destinaban el comprometido 2% del PIB, exigiendo ahora que los Estados duplicasen su gasto en Defensa hasta el 4%, alegando que Estados Unidos destinaba el 4,2% en cifras reales y dirigiendo sus mayores críticas a Alemania, a quien calificaba de rehén de Rusia por su dependencia energética.
En la Cumbre de G7 en Quebec, celebrada en agosto de 2018, en medio de una guerra comercial con los países europeos, Trump llegaría a poner en duda el artículo 5 del Tratado de Washington, referido al compromiso de defensa mutua. Aquella posición hostil se mantendría constantemente y en la cumbre del 70 aniversario de la OTAN, celebrado en Londres el 4 de diciembre de 2019, el Presidente de Francia Emanuel Macron, declararía que la Alianza Atlántica estaba en estado de “muerte cerebral”, manifestando que la cuestión no estaba en hablar solo de dinero, sino de tener una estrategia clara sobre lo que debía ser la Alianza.
La Unión Europea era consciente de la necesidad de afrontar la política de defensa, ya con motivo del 60 aniversario de la fundación de las Comunidades Europeas, celebraría en Roma, el 25 de marzo de 2017, un encuentro con los líderes europeos, en donde se emitiría una declaración en la que quedaría claro que la Unión estaba dispuesta a asumir sus responsabilidades y ayudar a la creación de una política de defensa más competitiva e integrada en una visión comprometida con el refuerzo de su seguridad y defensa comunes, si bien en cooperación y complementariedad con la OTAN, teniendo en cuenta las circunstancias y los compromisos jurídicos.
Aquella convicción se habría concretado en el Consejo Europeo de 22 de junio de 2017, en donde los Jefes de Estado y de Gobierno convinieron en la necesidad de poner en marcha una Cooperación Estructurada Permanente, incluyente y ambiciosa, para reforzar la seguridad y la defensa de Europa, asumiendo acordar una lista común de criterios y compromisos, junto con proyectos concretos de capacidades, con el fin de iniciar esta cooperación.
La Comisión emitiría una comunicación sobre la creación de un Fondo Europeo de Defensa, constituido como el principal instrumento de la Unión, para apoyar la cooperación en materia de defensa y el Consejo y el Parlamento Europeo adoptarían la decisión final sobre su creación, comenzando a funcionar el Fondo el 1 de enero de 2021, con un presupuesto total de 7.953 millones de euros, para el periodo 2021-2027.
No debemos pasar por alto que, antes de finalizar el mandato de Barack Obama en los Estados Unidos, se había producido un referéndum del Reino Unido sobre la permanencia en la Unión Europea, el 23 de junio de 2016, en el que el 51,8% de los británicos votaría a favor de la retirada. Consecuentemente, el 27 de marzo de 2017 Reino Unido ponía en marcha aquel complejo proceso, iniciando inexorablemente el procedimiento descrito en el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea. Ello supuso un duro revés para la Política de Defensa de la Unión Europea, a pesar de la relativa involucración de Gran Bretaña en la PCSD, pero también una oportunidad porque Gran Bretaña había sido siempre un actor crítico, o incluso obstructor, en las iniciativas de la Unión Europea en materia de defensa y en la posible comunitarización de dicha política.
La salida de Gran Bretaña se realizaría finalmente el 31 de enero de 2020. Recordemos que Gran Bretaña había firmado con Francia los Tratados de Lancaster House que habían puesto en marcha los Battle Groups, unidades tácticas, formadas por 1.500 efectivos, iniciativa a la que se había unido Alemania, justamente entonces, en marzo de 2018, Reino Unido se retiraba de este proyecto, que estaba siendo considerado vital en la construcción de la Europa de la defensa.
En suma, las implicaciones de la salida del Reino Unido de la Política Común de Seguridad y Defensa de la UE eran importantes porque suponía, ante todo y, en primer lugar, la pérdida de una de las dos potencias nucleares y de un miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (con derecho a veto). En segundo lugar, Reino Unido era el país que más invertía en defensa, representando el 24% del total de la UE en 2016 y, además, ya se había comprometido a aumentar un 0,5% anual de su presupuesto en el periodo 2020, 2021 y una inversión de 178 billones de libras en los siguientes diez años en equipamiento militar. Su gasto militar ya era del 4,7%, muy por encima de Alemania, Francia e Italia.
Su salida suponía la pérdida de uno de los países con mayor inversión en I+D+i en defensa, representando junto a Francia y Alemania, el 92% de los dos billones de financiación de la UE. Consecuentemente, esta retirada hacía perder a la Unión Europea gasto en defensa, huella global y capacidades militares, lo que reducía su capacidad como actor de seguridad en la escena internacional.
En otro escenario, antes de las elecciones americanas de 3 de noviembre de 2019, se había llegado a plantear que de ser reelegido Trump podría incluso poner fin a la membresía de Estados Unidos en la OTAN. El Presidente americano había decidido retirar cerca de 12.000 militares de Alemania, manifestando que este era “un país delincuente que no ha pagado sus contribuciones a la OTAN”. La cuestión esgrimida por los países europeos era la de que Europa no era ya el eje de los potenciales conflictos de la OTAN, el debate sobre las operaciones OTAN no contempladas en el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, generaba controversia. Parecía evidente que había de afrontarse un cambio en el sistema financiero de la OTAN, disminuyendo su excesiva dependencia de las iniciativas de cada país, apostando por un reparto de la carga económica más eficiente para equilibrar los costes que grababan a los países que más trabajaban en la defensa común de Europa.
Cada presupuesto nacional deberá entonces prever hasta dónde se cubre la defensa nacional y qué resta para completarlo con la defensa común. La cuestión de si la Unión Europea debería decidir si seguir dependiendo principalmente de los Estados Unidos, para la Defensa de Europa, estaba ya en el horizonte cuando a lo largo de 2019 se producía el cambio de personalidades al frente de las instituciones de la Unión Europea.
El Consejo Europeo pasaría a ser presidido, desde el 2 de julio, por el belga Charles Michel quien manifestaría que la Unión Europea era una ferviente defensora del multilateralismo y de un orden internacional fundado en reglas, anunciando que la Unión reforzaría su capacidad en el dominio de la seguridad y la defensa y que el Alto Representante en Política Exterior y de Seguridad presentaría en noviembre de 2021, un primer proyecto de brújula estratégica, que se aprobaría en el Consejo Europeo de marzo de 2022, dedicado a defensa.
Asimismo, se realizaría una nueva declaración política sobre las relaciones con la OTAN antes de la Cumbre de la OTAN de junio de 2022. Ursula von der Leyen, Presidenta de la Comisión, desde el 1 de diciembre de 2019, anunciaría en su discurso sobre el Estado de la Unión, pronunciado el 15 de septiembre de 2021, el proyecto de crear una fuerza europea de reacción rápida de 5.000 soldados, anticipando que existiría autonomía estratégica “habrá misiones en los que la OTAN o la ONU no estarán presentes, pero en las que sí debiera estar la Unión Europea”.
La retirada de Afganistán, decretada por el Presidente Biden, el 18 de agosto de 2021, cerraba con muchos fracasos el intervencionismo liberal occidental en Irak, Siria, Libia, Yemen y finalmente, Afganistán. El detraimiento americano fuerza a la Unión Europea a plantearse definitivamente su solvencia en política de Seguridad y Defensa y solo parece existir esa posibilidad si la Unión Europea se dota de una fuerza militar capaz de movilizarse y si esa fuerza tiene autonomía estratégica.
Justamente, al finalizar esta obra que presenta Josep Borrell, una de las personalidades más prestigiosas de la Unión Europea, acaba de aparecer una obra que recoge sus intervenciones y reflexiones en el tiempo más cercano desde que el 1 de diciembre de 2019 asumiera el cargo de Vicepresidente de la Comisión Europea, Alto Representante de la Unión Europea para la política Exterior y de Seguridad.
Según manifiesta Josep Borrell, el orden internacional que ha liderado Occidente durante los últimos siglos ha entrado en una singular crisis, de la que pueden nacer nuevos liderazgos globales. China está ocupando un pujante papel en el escenario internacional, defendiendo el multilateralismo, frente a un G7 y un G20 ausentes, un Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas paralizado por la intransigencia de los poderes permanentes y con organismos internacionales también siendo testigos de luchas de poder entre los Estados. En definitiva, un escenario abiertamente desigual en el reparto de poder y divergente a la hora de asumir liderazgos globales para responder a los retos de la globalización.
En este escenario cada vez más competitivo y multipolar, y en el que la aparición de una pandemia a nivel global como la Covid-19 ha constituido un fenómeno de enorme perturbación política, económica y humana, Borrell significa que la Unión Europea debe jugar un papel a la hora de trazar mayor seguridad y defensa de los ideales y valores europeos, así como de su propio escenario vital frente a los grandes retos del siglo XXI que podrán tomar forma de crisis sanitarias, energéticas, migratorias, cibernéticas, o inclusive militares.
El servicio de inteligencia de la UE ha compilado un análisis de las amenazas y desafíos que afectan a la seguridad de Europa, basado en las aportaciones de los servicios de inteligencia civiles y militares de los 27 Estados miembros, proporcionando una descripción general completa de las amenazas y desafíos a los que se enfrenta Europa y que enfrentará en los próximos 5 a 10 años.
Por ello, de un modo excepcionalmente clarividente Josep Borrell, nos recuerda en esta obra “La política exterior europea en tiempos de Covid-19”, que reforzar la política de seguridad y defensa de la UE no es un lujo; es una necesidad, una necesidad que esencialmente radica en tres grandes planos sobre los que la política de defensa de la Unión Europea debería centrarse.
En primer lugar, tendríamos la Cooperación Estructurada Permanente en marcha con 46 proyectos, y la colaboración de terceros países. En segundo lugar, bajo la adopción de la brújula estratégica o también denominada Strategic Compass, que se formalizará a finales de 2021 y se pondrá en marcha en 2022. En tercer lugar, la adopción de un Examen anual coordinado sobre Defensa que proporcionará la primera descripción completa del panorama europeo de la defensa, incluida la industria de la defensa, en el que se puede constatar que la defensa europea todavía está demasiada fragmentada.
Josep Borrell describe que mientras que los Estados Unidos tiene un gran tanque de guerra, Europa opera actualmente con 16 tipos diferentes. En el ámbito marítimo, 30 tipos diferentes de corbetas, fragatas y destructores, en comparación con cuatro barcos de combate de superficie en los EE. UU. En el aspecto operativo, el compromiso de la PCSD en términos de personal y gastos apenas representa el 7% del total de compromisos operativos de los Estados miembros…
En ese escenario, la Unión Europea debe asumir nuevos compromisos: un nuevo avance en la integración y la asunción de una madurez en un ámbito que por antonomasia han ocupado el protagonismo los Estados miembros. Hoy toca mudar ese rol a Europa, pero la velocidad de este desarrollo vendrá propiciada por los acontecimientos que se produzcan en el teatro de las Relaciones Internacionales.
Es necesario reflexionar sobre todo este acontecer que en materia de defensa han protagonizado las Comunidades Europeas y, desde 1992, la Unión Europea, desde los setenta años transcurridos en que se planeó realizar una Comunidad Europea de Defensa. Es necesario ahondar en la intrahistoria de esta singular construcción, para conocer la génesis de su fracaso y de su aún escaso desarrollo. Un tatuaje de la cantante pop barbadense, Rihanna, dice que “un fracaso siempre es una lección”. ¿Qué es lo que realmente ha hecho la Unión Europea en 70 años?, esa es la pregunta que se hizo Julio Guinea Bonillo, cuando ya en 2015 al proponerle dedicarse al Tratado de Libre Comercio que se estaba discutiendo con los Estados Unidos, entendió que le parecía más apasionante buscar los cimientos de la Defensa europea, a partir del fracaso de la Comunidad Europea de Defensa.
Era tanto como decir que la idea de la Defensa europea estaba surgiendo al mismo tiempo que la propia creación de la idea comunitaria y, sin embargo, los verdaderos enemigos de una Europa unida, los nacionalismos de corto alcance y el internacionalismo comunista borraron de un plumazo aquel ambicioso proyecto que estaba en la propia entraña del nacimiento de la Europa unida y en el espíritu de su fundador Jean Monnet.
Julio Guinea Bonillo ha rastreado desde la II Guerra Mundial con infinita paciencia, a través de un extraordinario esfuerzo documental, la labor que fueron desarrollando un sinnúmero de actores y que evidencia la voluntad de orquestar nuevas dinámicas de relación entre los Estados. El éxito de las Comunidades dará forma a una Unión Política, pero la falta de fe en una Europa unida y en su tarea y la plena conciencia de su misión en el mundo global seguirá frenando la necesidad de construir una Europa de la Defensa. Minuciosamente, Julio Guinea va presentando los proyectos, los personajes, las Cumbres, las Conferencias Intergubernamentales y los debates en torno a la construcción de la Europa política, pero también como aquellos protagonistas soslayan la construcción de uno de los pilares que requiere la Unión, para ser una potencia mundial.
Julio Guinea viene a decir que solo la Unión Europea podrá realizar su plena integración, cuando alcance plena conciencia de su misión en el mundo global y, para ello, inevitablemente estamos llegando al punto de partida de los padres fundadores, solo habrá una Europa unida, cuando Europa se dote de una fuerza militar y diplomática, capaz de ser apreciada y reconocida como potencia mundial.
Esta obra es el resultado de un enorme esfuerzo por recabar evidencias de los frenos que se han mantenido a lo largo de la historia de la Unión Europea. La reconstrucción minuciosa de estos pasajes, en donde prevalece la cerrazón de quienes no quieren asumir la totalidad de un proyecto, poniendo en riesgo la propia supervivencia del proyecto, nos anima a compartir una conocida apreciación de Paulo Coelho, para quien “no existe la tragedia, sino lo inevitable. Todo tiene su razón de ser: solo se necesita distinguir lo que es pasajero de lo que es definitivo. ¿Qué es lo pasajero? Lo inevitable. ¿Y lo definitivo? Las lecciones de lo inevitable”. La Unión Europea será definitiva, cuando lo inevitable, la creación de una fuerza militar propia sea una realidad y tenga plena conciencia de su misión en el mundo global.
Rogelio Pérez Bustamante
Catedrático Jean Monnet ad personam