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Capítulo 1 La Construcción de la Defensa de la Unión Europea1 1.1. LAS BASES DE LA DEFENSA EUROPEA: EL TRATADO DE DUNKERQUE

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Entender los orígenes de la política de defensa de la Unión Europea nos exige volver la vista atrás y entender los acontecimientos que tuvieron lugar a mediados del siglo XX. En concreto, la Segunda Guerra Mundial fue el principal detonante que ocasionó la creación de estructuras militares de cooperación entre los Estados europeos, tras concluir la contienda bélica. El miedo a los antiguos enemigos fue el mayor vector que unió las fuerzas, tanto de Francia como de Reino Unido, para firmar el 4 de marzo de 1947 el Tratado de asistencia mutua en Dunkerque.

Las cuantiosas pérdidas humanas y materiales que ocasionó la Segunda Guerra Mundial significó un gran empobrecimiento para los países europeos. Las principales potencias aliadas que lucharon contra los países del Eje organizaron una serie de encuentros durante la guerra, para institucionalizar la paz. Las conferencias que tuvieron lugar en 1943, en Casablanca, El Cairo y Teherán, abordaron la gobernanza de distintas regiones del mundo, una vez que finalizase la guerra.

Sin embargo, las Conferencias internacionales más importantes serían Yalta y Postdam, ambas en 1945. La primera tendría lugar en febrero, en un balneario de la península de Crimea, lugar escogido por los líderes, no sólo para debatir, sino también para curarse de sus delicados estados de salud después de años batallando en cuestiones de alta política y a pocos meses de alcanzarse la victoria sobre Alemania, que se produciría en abril de 1945.

En Yalta, la Unión Soviética, los Estados Unidos y Reino Unido fijarían las directrices por las que sellarían la paz, centrándose los principales paquetes de ayuda a aquellos Estados más afectados tras la guerra y, con paciencia de cirujanos, tomaron los mapas del Continente europeo, dibujaron las fronteras de Polonia y el reparto de Alemania. Así nacerían las dos grandes zonas de influencia: una bajo la hegemonía de Estados Unidos, en la parte occidental de Europa, y el Este bajo la Unión Soviética, con un Reino Unido sin gran capacidad de maniobra.

Tras ser derrotado el Tercer Reich, durante el verano de 1945, del 17 de julio al 2 de agosto, tendría lugar la Conferencia de Potsdam, en el palacio de Sanssouci, antigua residencia veraniega de Federico II el Grande, rey de Prusia, que se encuentra situado en las inmediaciones de Berlín. Las posturas encontradas del presidente norteamericano, Harry Truman, y del británico Clement Attlee, frente a Stalin, casi hicieron fracasar los esfuerzos en favor de una paz duradera.

En lo que sí estuvieron de acuerdo fue en mantener a Alemania completamente desmilitarizada, desmembrado el país, eliminada su soberanía y sometido al estatus de ocupación por parte de las cuatro potencias, mientras se confirmaba la necesidad de perseguir a todas las autoridades criminales nazis y se fijaba la línea Óder-Neisse para ser respetada como frontera con Polonia, lo que supuso una gran perdida de históricos territorios alemanes, cuando la Unión Soviética transfirió el extremo oriental de Alemania a la República Popular de Polonia.

A partir de entonces, Francia y Reino Unido vivirían un momento de gran acercamiento en sus relaciones diplomáticas, basado sobre el mutuo respeto que sentían por Alemania derrotada, que pudiera volver a erigirse en amenaza contra su independencia. Los gobiernos franceses impusieron en aquellos años las nacionalizaciones de empresas y adoptaron el modo de organización económica denominado “planificación indicativa”, mediante el cual el Estado indicaba las prioridades económicas y otorgaba las ayudas necesarias a los emprendedores y empresas para dirigir su actividad económica a los ámbitos que eran prioritarios en el sector público, mientras que el Reino Unido mantuvo, en los primeros años de posguerra, gobiernos laboristas que impulsaron el sector estatal y, al mismo tiempo, realizaron una amplia oferta en materia de políticas sociales.

Durante los gobiernos de Clement Attlee y Léon Blum, Francia y Reino Unido, comenzaron a aproximar posturas para establecer una entente que se sellaría con el Tratado de Dunkerque de 1947. Los primeros intercambios epistolares los hemos encontrado en una investigación efectuada por Elisabeth du Réau2, en la que destaca la iniciativa británica adoptada, el 21 de diciembre de 1946, por Harold Orme Garton Sargent, subsecretario de Estado en el Ministerio de Relaciones Exteriores, cuando escribió al Ministro de Asuntos Exteriores británico, Ernest Bevin, comentando que: “nuestra embajada en París cree que es el momento de concluir una alianza largamente retrasada”, con objeto de satisfacer tres cuestiones. La primera, controlar a Alemania, formando un frente anti-alemán para su dominio. En segundo lugar, el establecimiento de un sistema de seguridad europeo que evitase nuevos ataques contra los Estados y acercase a las naciones occidentales y, en tercer lugar, fortalecer la posición diplomática de Gran Bretaña en el mundo.

Este acercamiento provocaría que, unos días después, el presidente del Gobierno provisional previo a la instauración de la IV República, el socialista Léon Blum, escribiese al Primer Ministro laborista británico, Clement Attlee: “Su embajador, en su primera visita a mí, me expresó el deseo del Gobierno de Gran Bretaña para ver el tratado de alianza pendiente desde hace mucho tiempo concluido entre nuestros dos países”. Su Gobierno estaba eminentemente preocupado por la escasez de fuentes de energía, en concreto por las serias carencias de carbón. Léon Blum solicitó a Gran Bretaña entre una y dos millones de toneladas de carbón, para hacer frente a la crisis energética que vivía el país, tras la guerra.

El 14 de diciembre de 1946, el Estado Mayor de la Defensa Nacional de Francia analizaba la vulnerabilidad severa de la situación nacional en la que “actualmente y por tiempo indefinido, es imposible para nuestras Fuerzas Armadas garantizar por sus propios medios la seguridad exterior de la Unión Francesa. Si, en particular, estallara un conflicto en Europa, estaríamos desarmados. La seguridad exterior de Francia se basa en el azar, el mantenimiento de la paz logrado tanto por las fuerzas francesas y a través del trabajo de la diplomacia… Esta situación debe durar tanto como sea necesario para la reconstrucción de nuestra economía, primera condición para un esfuerzo de rearme y una reconstitución de nuestras fuerzas armadas”.

Los británicos no respondieron inmediatamente a las demandas francesas de suministro de carbón, pero insistieron en la necesidad de adoptar una alianza más estrecha con Francia, mientras aceptaban la visita de Léon Blum a Londres. Reino Unido y Francia habían comenzado a coordinar sus medidas económicas a través de un Comité de Expertos, con vistas a sanear sus precarias cuentas, mientras que el Estado Mayor británico, dejaba claro al Ministro de Asuntos Exteriores, el 10 de febrero de 1947, que la colaboración con los estadounidenses era un punto clave en la estrategia de seguridad y que la futura alianza con Francia no debería afectarla, bajo ninguna circunstancia. Estados Unidos, por su parte, sería ampliamente consultado por los británicos y recibiría calurosamente la negociación del Tratado de Alianza Franco-Británica, como un paso en la correcta dirección.

Francia había comenzado entonces un periodo de gran inestabilidad con el advenimiento de la IV República, desde el 13 de octubre de 1946. El Presidente iba a mantener un escaso poder político y la figura del primer ministro concentraría el mando directo de las funciones del gobierno. Bajo la Presidencia de la República Francesa de Vincent Auriol, desde el 16 de enero de 1947 hasta el 16 de enero de 1954, la fragilidad política fue una constante en Francia porque se produjeron alternacias de hasta diez gobiernos diferentes3.

Bajo el primero de estos gobiernos, el de Paul Ramadier, iniciado desde el 22 de enero de 1947, el Ministro de Asuntos Exteriores, Georges Bidault, supervisaría las negociaciones de la alianza francobritánica, marcadas por los avances entre los expertos del Quai d’Orsay que invitarían a no vincular la intervención de las dos potencias a las discusiones o Resoluciones adoptadas por el Consejo de Seguridad. La respuesta ante un ataque no podía sufrir demoras y, cuando se tuvo plena aceptación por parte de ambos gobiernos, se dispuso la firma del Pacto de Asistencia Mutua, el 4 de marzo de 1947, en la Subprefectura de Dunkerque4.

Al finalizar el encuentro, Bidault, como muestra de consideración a las dos figuras que más protagonismo habían tenido durante la Segunda Guerra Mundial, telegrafió a Winston Churchill y al general De Gaulle. Churchill le respondería de inmediato en los términos más nobles, mientras que el general De Gaulle nunca le llegó a contestar y desde aquel momento, tal y como recuerda en sus Memorias Jean Chauvel, secretario general del Ministerio de Asuntos Exteriores francés, De Gaulle se negaría sistemáticamente a cualquier acuerdo con Inglaterra5, posiblemente por un oscuro rencor hacia un pueblo al que consideraba no haber hecho lo suficiente, por salvar a Francia de los criminales nazis.

En cualquier caso, la lección de la localidad no fue casual. Fue el propio Bidault quien optó por ella, como destaca en sus Memorias, que “a primera vista, resultaba paradójico y podría parecer provocativo elegir para la firma solemne de un pacto, el lugar donde, bajo el aliento de la derrota y el trueno de los bombardeos aéreos, franceses e ingleses habían competido duro para salvar el reembarque de las tropas. Esto es precisamente para exorcizar los conmovedores recuerdos de la derrota común y el trágico enfrentamiento que quería renovar el vínculo donde se había roto”6. La retirada acelerada de las fuerzas británicas, francesas y belgas de Europa continental, entre el 26 de mayo y el 4 de junio de 1940, fue un hecho que impactó profundamente en el imaginario colectivo y que una vez pasada la guerra se buscó dotarle de un nuevo significado.

El Tratado supuso “el primer núcleo de estabilidad en una Europa que había cosechado una cosecha material y espiritual tan terrible”7 y fue firmado por la representación británica de Ernest Bevin, Secretario de Estado de Relaciones Exteriores, Alfred Duff Cooper, Embajador Plenipotenciario del Reino Unido en París y, por parte de Francia, Georges Bidault, Ministro de Relaciones Exteriores, y René Massigli, Embajador Plenipotenciario de la República Francesa en Londres. Se encuentran decididos a colaborar en medidas de asistencia mutua en el evento de cualquier reanudación de la agresión alemana, con el objeto de evitar que Alemania vuelva a ser una amenaza (art. 1 y 2) y consensuar una respuesta con los aliados en caso de que Alemania, en términos económicos, no satisficiese sus obligaciones de pago para con alguno de los dos Estados (art. 3).

Ese mismo día, los dos gobiernos harían público un comunicado destacando que: “El Tratado Franco-Británico de Alianza y Asistencia Mutua define los acuerdos establecidos entre los dos Poderes para constituir sobre bases firmes, en el marco de la seguridad colectiva instituida por la Carta de las Naciones Unidas, una garantía recíproca y especial que ofrece contra el regreso de la amenaza alemana. En el momento de la firma del Tratado, los Ministros de Relaciones Exteriores de Francia y Gran Bretaña han expresado el deseo de que esta garantía se complemente con la celebración de un acuerdo cuatripartito que fije las condiciones y modalidades de desarme y desmilitarización de Alemania”8.

El propio Bevin declararía la intención del Gobierno de Gran Bretaña en concluir tratados similares con Bélgica, Holanda, Polonia y Checoslovaquia, que pondría un cordón de seguridad alrededor de Alemania, para evitar el riesgo de un nuevo enfrentamiento bélico. El texto fue posible en la atmósfera de desconfianza general que imperaba frente a Alemania y con una Francia buscando “establecer una base esencial a otros acuerdos para el caso, lamentablemente no quimérico, donde sería necesario organizar un sistema de defensa”9.

Los medios de comunicación en la Alemania ocupada por el Reino Unido, principalmente desde “Die Welt”, se hacían eco de la firma del Tratado y no criticaban su oportunidad, pero sí trataban de interpretarlo bajo la óptica de sus propios intereses. Entendían los temores que Francia y Reino Unido mantenían a la posible amenaza alemana tras ser derrotada en la Segunda Guerra Mundial, pero no estaban seguros del todo ante la posibilidad de que el acuerdo de Dunkerque sirviera para sentar las bases de una cooperación económica a más largo plazo y que “la única cuestión controvertida era si la asistencia mutua ya estaría disponible tras la aceptación”10.

Seis días después de la firma del Tratado de Dunkerque, el ministro de Relaciones Exteriores británico, Ernest Bevin, el secretario de Estado de Estados Unidos, George Marshall, el ministro de Relaciones Exteriores soviético, Vyacheslav Mólotov y el ministro de Relaciones Exteriores francés, Georges Bidault, se reunirían en Moscú, en donde consensuaron disolver formalmente el estado de Prusia, pero no lograron acordar tratados de paz con Alemania y Austria. Mólotov fue informado del pacto franco-británico y no recibió con mucho entusiasmo la noticia. La URSS empezaba a desconfiar de las extrañas alianzas que tejían los occidentales, lo que ocasionó que los ministros de Asuntos Exteriores no lograsen llegar a un acuerdo sobre tratados de paz con Alemania y Austria.

El Tratado solo suponía en términos estrictos una alianza en materia de seguridad de Francia y Reino Unido, en caso de un ataque por parte de Alemania, sin comprometer sus respectivos intereses en el Mediterráneo, en el Lejano Oriente o en los territorios coloniales. En este tiempo, Alemania no se convirtió en una amenaza para Francia ni para Reino Unido, lo que les permitió avanzar muy lentamente en la reconstrucción de sus poblaciones facilitando también el nacimiento de un frente común, que convencería a los Estados Unidos de que ayudara financiera y materialmente a Europa, para detener la expansión comunista mediante ayudas de caracter temporal a las democracias occidentales, grandemente debilitadas por cinco años de guerra.

Estados Unidos pondría en práctica abiertamente la “Doctrina Truman”, cuyo propósito declarado era contener la expansión geopolítica soviética durante la Guerra Fría. Fue anunciada al Congreso por el presidente Harry S. Truman, el 12 de marzo de 1947, solicitando que se asignaran 400 millones de dólares en ayuda a los gobiernos griego y turco, que luchaban contra la subversión comunista, porque Estados Unidos debía “apoyar a los pueblos libres que se resisten a los intentos de subyugación por parte de minorías armadas o presiones externas”, comprometiendose a contener los levantamientos comunistas en Grecia y Turquía.

Los Estados Unidos presentarían, en junio de 1947, el Plan Marshall para ayudar en este paulatino proceso de crecimiento y recuperación de las naciones europeas. Mientras que la respuesta soviética a esta doctrina y ayuda económica fue inmediata, tras producirse una discusión sobre la conveniencia o no de participar en el Plan Marshall, la URSS en aras de evitar la penetración del mundo capitalista con su ayuda económica, crearía el 5 octubre de 1947, la Kominform, Oficina de Información de los Partidos Comunistas y Obreros, fundada con nueve miembros11 y estableciendo una alianza supranacional de partidos comunistas marxista-leninistas europeos, dispuestos a coordinarse bajo la dirección de la Unión Soviética durante los primeros años de la Guerra Fría. Desde esta organización se criticaría muy duramente el Plan Marshall por suponer la subordinación de los Estados de Europa a los intereses de los Estados Unidos. Ante semejante argumento, tanto la URSS como por extensión sus países satélites, se autoexcluyeron de la ayuda.

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