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V
ОглавлениеDONDE APARECE UN VALOR NUEVO EN LA PLAZA DE LONDRES
Phileas Fogg, al dejar Londres, no sospechaba, sin duda, el ruido grande que su partida iba a provocar. La noticia de la apuesta se extendió primero en el Reform-Club y produjo una verdadera emoción entre los miembros de aquel respetable círculo. Luego, del club la emoción pasó a los periódicos por la vía de los reporteros, y de los periódicos al público de Londres y de todo el Reino Unido.
Esta cuestión de la vuelta al mundo se comentó, se discutió, se examinó con la misma pasión y el mismo ardor que si se hubiese tratado de otro negocio del Alabama. Unos se hicieron partidarios de Phileas Fogg; otros —que pronto formaron una considerable mayoría— se pronunciaron en contra de él. Realizar esta vuelta al mundo de otra suerte que en teoría o sobre el papel, en este mínimo de tiempo, con los actuales medios de comunicación, era no solamente imposible, era insensato.
El Times, el Standard, el Evening-Star, el Morning-Chronicle y veinte periódicos más de los de mayor circulación se declararon contra el señor Fogg. Únicamente el Daily-Telegraph lo defendió hasta cierto punto. Phileas Fogg fue tratado como maniático y loco, y a sus colegas del ReformClub se les criticó por haber aceptado esta apuesta, que acusaba debilidad en las facultades mentales de su autor.
Se publicaron acerca del asunto varios artículos extremadamente apasionados, pero lógicos. Todo el mundo sabe el interés que se dispensa en Inglaterra a todo lo que hace relación con la geografía. Así es que no había lector, cualquiera que fuese la clase a que perteneciese, que no devorase las columnas consagradas al caso de Phileas Fogg.
No había lector que no devorase las columnas consagradas al caso de Phileas Fogg.
Durante los primeros días, algunos ánimos atrevidos —las mujeres principalmente— se decidieron por él, sobre todo cuando el Ilustrated London News publicó su retrato, tomado de una fotografía depositada en los archivos del Reform-Club. Ciertos gentlemen se atrevían a decir: «¿Y por qué no había de suceder? Cosas más extraordinarias se han visto». Éstos solían ser los lectores del Daily-Telegraph. Pero pronto se advirtió que hasta este mismo periódico empezaba a enfriarse.
En efecto, un largo artículo publicado el 7 de octubre en el boletín de la Sociedad de Geografía trató la cuestión bajo todos los aspectos y demostró claramente la locura de la empresa. Según este artículo, el viajero lo tenía todo en su contra, obstáculos humanos, obstáculos naturales. Para que pudiese obtener éxito el proyecto era necesario admitir una concordancia maravillosa en las horas de llegada y de salida, concordancia que no existía ni podía existir. En Europa, donde las distancias son relativamente cortas, se puede en rigor contar con que los trenes llegarán a hora fija; pero cuando tardan tres días en atravesar la India y siete en cruzar los Estados Unidos, ¿podían fundarse sobre su exactitud los elementos de semejante problema? ¿Y los contratiempos de máquinas, los descarrilamientos, los choques, los temporales, la acumulación de nieves? ¿No parecía presentarse todo contra Phileas Fogg? ¿Acaso en los vapores no podría encontrarse durante el invierno expuesto a los vientos o a las brumas? ¿Es quizá cosa extraña que los más rápidos andadores de las líneas transoceánicas experimenten retrasos de dos y tres días? Y bastaba con un solo retraso, con uno sólo, para que la cadena de las comunicaciones sufriese una ruptura irreparable. Si Phileas Fogg faltaba, aunque tan sólo fuese por algunas horas a la salida de algún vapor, se vería obligado a esperar el siguiente, y por este solo motivo su viaje se vería irrevocablemente comprometido.
Este artículo tuvo mucha boga. Casi todos los periódicos lo reprodujeron, y las acciones de Phileas Fogg bajaron considerablemente.
Durante los primeros días que siguieron a la partida del gentleman, se habían empeñado importantes sumas sobre lo aleatorio de su empresa. Sabido es que el mundo de los apostadores de Inglaterra es mundo más inteligente y más elevado que el de los jugadores. Apostar es el temperamento inglés. Por eso, no tan sólo fueron los individuos del Reform-Club quienes establecieron apuestas considerables en pro o en contra de Phileas Fogg, sino que también entró en ellas la masa del público. Phileas Fogg fue inscrito, como los caballos de carrera, en una especie de studbook. Quedó convertido en valor de Bolsa, y se cotizó en la plaza de Londres. Se pedía y se ofrecía el Phileas Fogg en firme o a plazo, y se hacían enormes negocios. Pero cinco días después de su salida, el artículo del boletín de la Sociedad de Geografía hizo crecer las ofertas. El Phileas Fogg bajó y llegó a ser ofrecido por paquetes. Tomado primero a cinco, luego a diez, ya no se tomó luego sino a uno por veinte, por cincuenta y aun por ciento.
Sólo conservó un partidario, el viejo paralítico lord Albermale. El honorable gentleman, clavado en su butaca, hubiera dado su fortuna por poder hacer el mismo viaje aunque fuera en diez años, y apostó cuatro mil libras en favor de Phileas Fogg. Y cuando al propio tiempo le demostraban lo necio y lo inútil del proyecto, se limitaba a responder: «Si la cosa es factible, bueno será que sea inglés quien primero la haga».
Entre tanto, los partidarios de Phileas Fogg se iban reduciendo en número; todo el mundo, y no sin razón, se volvía contra él; ya no lo tomaban sino a uno por ciento cincuenta, y aun por doscientos, cuando siete días después de su marcha un incidente completamente inesperado hizo que ya no se quisiera a ningún precio.
En efecto, durante aquel día, a las nueve de la noche, el director de la policía metropolitana había recibido un despacho telegráfico así concebido:
»Suez a Londres.
Rowan, director policía, administración central, Scotland Yard.
Sigo al ladrón del Banco, Phileas Fogg. Enviad sin tardanza mandato de prisión a Bombay (India inglesa).
Fix, detective.»
El efecto de este despacho fue inmediato. El honorable gentleman desapareció para dejar sitio al ladrón de billetes de banco. Su fotografía, depositada en el Reform-Club con las de sus colegas, fue examinada. Reproducía rasgo por rasgo al hombre cuyas señas habían sido determinadas en el expediente de investigación. Todos recordaron lo que tenía de misteriosa la existencia de Phileas Fogg, su aislamiento, su partida repentina, y pareció evidente que este personaje, pretextando un viaje alrededor del mundo y apoyándolo en una apuesta insensata, no tenía otro objeto que hacer perder la pista a los agentes de la policía inglesa.