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La exposición del movimiento de lo real construido

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Con los resultados en la mano, la tarea consiste entonces en presentar un argumento persuasivo del efecto reductor sobre la pobreza de la política social. Con este propósito in mente, se optó por mostrar la evidencia de que, en efecto, el país ha hecho un esfuerzo financiero sostenido para reducir la pobreza al dedicar cantidades crecientes de dinero al gasto social; sin embargo, a esto no sigue una reducción de pobreza. No obstante y sobre la base de esta regularidad, resulta incorrecto concluir que los programas sociales son ineficaces.

Los datos confirman que el gasto en desarrollo social ha aumentado en la últimas dos décadas y así se ha mantenido en esta tercera, aunque al depender de los avatares económicos, el crecimiento no haya sido sostenido (gráfica 2).

Esta misma tendencia se observa en el gasto ejercido por Oportunidades (gráfica 3), programa insignia en la lucha contra la pobreza de los últimos tres gobiernos. Esta tendencia, impulsada en gran medida por el crecimiento en su cobertura, incorporó en 1997 a trescientas mil familias, al año siguiente a 1.6 millones, en 2004 a cinco millones y, en 2012, benefició a 6.5 millones de familias (Gobierno Federal, 2012: 24).

A pesar de que las cantidades de recursos invertidos en programas sociales destinados a abatir los niveles de pobreza y de su cobertura tienden a crecer, el comportamiento de las pobrezas alimentaria, de capacidades y de patrimonio no muestran el declive esperado. Los datos de la gráfica 4 son elocuentes. A tres años del inicio de la Crisis del Tequila en 1998, las tres medidas de pobreza monetaria iniciaron una caída tendencial que se detuvo y cambió de sentido en 2008. Este fenómeno fue tanto consecuencia del aumento en el precio internacional de los alimentos —que elevó el costo de la canasta alimentaria y el valor de las líneas de pobreza—, como de la crisis financiera de 2008/2009.[21]

Que el mayor gasto social no tenga su correlato en el abatimiento de la pobreza goza de una sólida base empírica. Sin embargo, este argumento supone que la pobreza sólo depende de la voluntad del gobierno. No obstante, en la medida en que el esfuerzo económico por parte de los gobiernos no es la única fuente que incide sobre el fenómeno, concluir que el efecto de los programas sociales ha sido nulo, puede ser erróneo.

En este punto de la exposición, era necesario introducir la idea de que la pobreza depende de otros factores; buscar la manera de hacer ver al lector que, en primer lugar, la pobreza y su cambio dependen del nivel de ingreso y de la desigualdad en su distribución, y posteriormente incluir las complicaciones de los precios de los bienes de la canasta alimentaria y de los programas sociales.


Con tal punto de partida, se argumentó que para afinar el análisis se requería distinguir entre el monto total de ingreso neto de las personas[22] y la forma en la que se distribuye; una cosa es el tamaño del pastel y otra muy distinta es qué pedazo corresponde a cada quién.

Para mostrar que la pobreza varía en función del volumen de ingresos y de la repartición de éste, se decidió emplear el recurso gráfico. Con tal propósito se prepararon dos gráficas. La 5 muestra tres distribuciones de ingreso con el mismo promedio (cinco mil pesos mensuales), así como desviaciones estándar de 1400, 1500 y 1600 pesos mensuales. Ahora bien, se sabe que hay una relación directa entre desigualdad y variabilidad o dispersión: a mayor dispersión mayor desigualdad (Cortés y Rubalcava, 1982: 42-47).


El área a la izquierda de la línea de pobreza que se representa por la vertical en dos mil pesos mensuales, crece cuanto lo hace la variabilidad de las curvas. En consecuencia y bajo el supuesto de que el ingreso promedio es el mismo, mientras más pronunciada sea la desigualdad mayor será la pobreza.[23] El área a la izquierda de la línea de pobreza y bajo la curva i —cuya desviación estándar es 1600 pesos mensuales— es mayor que el área correspondiente de las curvas ii y iii, que tienen desviaciones más pequeñas. Por lo tanto, la proporción de pobres es mayor en la distribución i que en las ii y iii, y en la ii que en la iii, a pesar de que los promedios de ingreso son iguales en los tres casos.

La gráfica 6, al mantener constante la desigualdad, permite examinar la relación entre el ingreso promedio y la pobreza. Presenta el caso particular de tres distribuciones de ingreso que presentan diferentes promedios, la misma desviación estándar y una línea de pobreza representada por la vertical levantada en el punto correspondiente a dos mil pesos mensuales.


La curva i tiene un ingreso medio de 5500 pesos por mes; la menor proporción de pobres, seguida por la ii tiene un promedio es de 5000 pesos mensuales y, por último, la curva iii, con un promedio de ingreso de 4500 pesos registra la mayor proporción de pobres. Por lo tanto y dado un nivel de desigualdad, a mayor ingreso menor incidencia de la pobreza.

Las dos gráficas permiten apreciar el efecto de los cambios en el ingreso medio sobre la proporción de pobres al mantener constante la dispersión y de las variaciones en la dispersión, al mantener constante los ingresos medios.

A modo de ejemplo, podemos señalar que en los últimos años, Chile experimentó una caída importante en los niveles de pobreza, ya que hubo un crecimiento dinámico y sostenido de la economía que acrecentó los recursos económicos de los hogares. Ahora bien, la desigualdad en la distribución no ha variado en realidad (González y Perticara, 2012: 48-50).[24] En México, a diferencia de Chile, entre 2000 y 2002, disminuyó la pobreza por una caída en la desigualdad, a pesar de que el ingreso de los hogares se redujo.[25] En Brasil, la reducción de la pobreza ha resultado de la combinación del aumento de los recursos económicos y la caída en los niveles de desigualdad en la distribución del ingreso ((Neri, Melo, Sacramento y Lipkin, 2012: 35-36).

En suma, el comportamiento de la pobreza a lo largo del tiempo no sólo depende del gasto social, sino también del nivel de ingreso y de la desigualdad en su distribución. Dichas variables se relacionan con el comportamiento de la macroeconomía; es decir, del crecimiento económico, de los niveles de empleo y su calidad, entre otras, que según autores como Levy y Walton (2009), Guerrero, López Calva y Walton (2009), y Acemoglou y Robinson (2012), depende de la capacidad de los sectores sociales de capturar rentas. Esta capacidad se vincula directamente con la distribución del poder; desde otra perspectiva, depende de la forma en que se concentra la acumulación de la riqueza y de su dinámica (Piketty, 2014).

Se sabe que en México y a partir de la década de los noventa, la desigualdad en la distribución de los ingresos ha tenido fluctuaciones menores (Cortés, 2013). Por lo tanto, su efecto sobre la pobreza no debe ser significativo y se determina por la evolución de los ingresos de los hogares que a su vez se relaciona con la marcha de la actividad económica.[26] Esta asociación se puede observar en el despliegue de ambas variables en el tiempo, lo que se representa en la gráfica 7. Una mirada panorámica muestra que el pib per cápita y los ingresos de los hogares tienden a moverse al unísono, tanto en tiempos de contracción económica como en los periodos en los que la economía mexicana ha tenido fase de expansión relativa.


La estrecha correlación entre el pib y la evolución del ingreso por miembro de los hogares (0.82) permite leer la evolución de la pobreza con base en el nivel de actividad económica. La gráfica 2 muestra que entre 1992 y 1994 no hubo cambios significativos en los niveles de pobreza. Lo anterior concuerda con el discreto crecimiento del pib per cápita de esa época. En los tres tipos de pobreza se observa un alza muy marcada entre 1994 y 1996, consecuencia de la crisis provocada por el error de diciembre de 1994. El nivel se mantuvo elevado en 1996, año en que había empezado la recuperación que haría descender persistentemente la población en pobreza hasta el año 2000. A lo largo de las dos décadas que median entre 1992 y 2012, se desacoplaron los cambios en el pib y en la pobreza, sólo en los dos años posteriores a 2000. El análisis de la información muestra que a pesar de la reducción del pib, la pobreza, impulsada por una reducción significativa en los niveles de desigualdad, disminuyó (Cortés, 2005: 271-307) y siguió reduciéndose a partir de 1996 inducida por el crecimiento de la economía. Este ciclo finalizó en 2006; después de este año, la tendencia a la caída se revirtió y se inició una fase de crecimiento de la pobreza, sensiblemente visible en la medición de 2008. Así es como se ponen de manifiesto los efectos de la crisis originada en las hipotecas en Estados unidos y de los precios internacionales de los alimentos.

Una vez que se ha desarrollado la idea de que la incidencia y los cambios en los niveles de pobreza no sólo dependen del gasto social, sino también de la dinámica del ingreso y de la forma como se distribuye,[27] ya estamos en condiciones de incluir en el análisis el papel de las variaciones en los precios de los alimentos y de las transferencias provenientes del gobierno. Así se avanza un paso para hacer inteligibles los resultados de la investigación.

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