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El regreso de un viejo enemigo

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A la mañana siguiente desayunamos té cargado, panecillos y lonchas de tocino. Kharu arrancó una de las piedras preciosas más pequeñas de la corona que Tobble seguía llevando en su mochila, y descubrió que era suficiente para pagar la comida, el alojamiento y unas cuantas sábanas limpias.

Nos encaminamos con rumbo al noroeste. La nieve no se había endurecido demasiado, el aire era frío pero refrescante. Cada tanto, consultábamos el panorama con el cerca-lejos para averiguar si ya habíamos pasado el último campamento del ejército.

—Hay una gran muchedumbre más adelante, moviéndose despacio —nos informó Kharu tras revisar el camino que nos esperaba—. Lo siento, Byx.

Comencé a caminar sobre mis cuatro patas para hacerme pasar por perro. Al acercarnos a la multitud percibí algo desagradable: suciedad humana. El olor de un humano limpio es tolerable, aunque no sea especialmente agradable. Pero un humano sucio es difícil de ignorar.

Al avanzar descubrí la razón. Las personas que había más adelante no eran granjeros camino del mercado, ni siquiera soldados trasladándose a un nuevo destacamento. Nos acercábamos a hombres encadenados, encabezados por un humano de gran tamaño montado a caballo. Un corpulento felivet gris cerraba el desfile.

Era una imagen horrible, que revolvía el estómago. Y luego vi algo aún más terrible.

Reconocí a uno de esos humanos sucios y encadenados.

Luca.

Luca, quien había salvado mi vida.

Luca, quien había tratado de acabar con mi vida.

Durante un tiempo, Luca había formado parte de nuestro grupo. Habíamos confiado en él. Era un estudioso y, de hecho, se había dedicado a aprender ampliamente sobre los dairnes.

Sin embargo, Luca era más que un simple erudito.

También era un vástago de la traidora familia Corpli, vieja enemiga del clan de Kharu. Eventualmente, Luca terminó traicionándonos para entregarnos al Murdano, a la espera de obtener sus favores y aprovecharlos para recuperar la fortuna de su familia.

Pero nosotros habíamos burlado a Luca, y también al Murdano.

Miré a Kharu para ver si ella habría reconocido a nuestro antiguo enemigo, cosa que había sucedido.

El pelo de Luca estaba sucio y apelmazado. Sus ropas a la moda habían sido reemplazadas por una especie de camisón de lona. A través de sus destrozadas botas podían verse sus pies.

Alcanzamos el extremo de la fila de diez o doce hombres encadenados. El felivet gris se volvió y nos gritó una advertencia, pero no hizo nada para detenernos cuando pasamos, y cuando vio a Gambler se hizo a un lado tratando de pasar inadvertido.

Cuando avanzamos, Luca ni siquiera nos percibió sino que permaneció con la cabeza baja, la vista fija en el siguiente paso vacilante y agotador.

Proseguimos. En el rostro de Kharu se pintó una expresión de descontento e incertidumbre. Tras unos cien pasos, se detuvo.

—Byx —dijo—, yo...

Asentí.

—Si estás preguntando lo que creo —dije, con cuidado de que no me vieran hablando—, la respuesta es afirmativa.

—¿Renzo?

Renzo entrecerró los ojos.

—El que traiciona una vez, puede traicionar mil veces.

—¿Gambler? —dijo ella—. ¿Tobble?

—No me gusta que haya criaturas encadenadas, ninguna criatura —respondió Gambler.

—A mí tampoco —dijo Tobble—. Pero estoy de acuerdo con Renzo en que Luca no es un humano en el que se pueda confiar, ni ahora ni nunca.

—¿Y por qué creéis que están encadenados? —pregunté—. ¿Habrán cometido delitos?

—Posiblemente —dijo Kharu.

—Es de esperarse —agregó Renzo—, sobre todo tratándose de Luca.

—Puede ser que sean esclavos —dijo Gambler—, y en ese caso deberíamos liberarlos a todos.

—No estoy segura de que podamos correr ese riesgo —replicó Kharu negando con la cabeza—. Toda la región estaría en alerta.

—Es un riesgo que vale la pena correr —se justificó Gambler.

Kharu frunció los labios.

—Muy bien.

—Tobble —pidió Renzo—, la corona, por favor.

Arrancó tres piedras preciosas grandes de la corona y se las dio a Kharu sin mediar palabra, sólo con un leve movimiento de la cabeza.

La vimos negociar durante unos diez minutos, regateando con el hombre que estaba al mando.

Éste abrió los grilletes de todos los esclavos, que se dispersaron rápidamente, sorprendidos por su buena fortuna.

Kharu regresó con nosotros. Luca la seguía, aún tambaleante.

—Amiga dairne, me consuela ver que estás bien —dijo cuando llegó hasta mí, con voz ronca y débil.

—¿Amiga? —protesté.

Luca dio un respingo y bajó la vista. Tobble rebuscó en su mochila y le ofreció a Luca algo de pan, que éste devoró con la gracia propia de un cerdo hambriento. Bebió también un poco de la sidra que habíamos comprado en la taberna.

—No tenemos ropa para ofrecerte —dijo Kharu, y no detecté ni el menor vestigio de lamento en su voz.

—Llevo días usando esta misma ropa —respondió Luca—. Sobreviviré.

—La gente como tú siempre sobrevive —dijo Gambler con un dejo de ironía. Una cosa es que no resistiera ver una criatura encadenada, pero eso no quería decir que le hubiera cobrado afecto a Luca—. Al mínimo desliz de tu parte, me las arreglaré para probar el sabor de tu sangre.

La primera

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