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El miedo se siente, pero bien puedes ser valiente

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No soy valiente, ni osada. No soy una líder.

A decir verdad, no destaco en nada.

A menos que cuente el hecho de que bien podría ser la última de mi especie, una dairne.

La última superviviente.

Pero sí conozco la valentía.

Ser valiente es enfrentarse, sin ayuda, a una horda de serpientes venenosas para salvar a una cachorra de dairne y al pequeño wobbyk que la acompaña.

Yo era esa cachorra. Y mi salvadora fue Kharussande Donati, mi líder humana y amiga querida.

Me gustaría ser tan arriesgada como Kharu, igual de certera, de justa. Pero los líderes como ella lo llevan en la sangre. No es algo que se pueda aprender.

Mi padre, que a su vez era un líder brillante y valiente, tenía todo un inventario de proverbios y dichos sabios. Solía decirnos a mis siete hermanos y a mí: “El miedo se siente, pero bien podéis ser valientes. Eso es lo que hace a un líder, cachorros”.

Al menos, yo ya he perfeccionado la parte de sentir miedo. Estoy profundamente familiarizada con los diversos síntomas del pánico: la piel que se eriza, la sangre que se hiela, el corazón que late desbocado, las garras a la vista.

Mis compañeros de viaje, Kharu, Tobble, Renzo y Gambler, me dicen que soy más valiente de lo que creo. Y supongo que en los últimos meses incluso he llegado a sorprenderme.

Pero mis breves momentos de valentía no son prueba de que esta sea genuina, sino solo una buena actuación. Si me lo preguntan, fingir que no se siente miedo no es lo mismo que no sentirlo en realidad. No importa lo que digan mis amigos.

Mis amigos... fuertes, leales, fieros. ¡Cuánto los quiero a todos! He perdido la cuenta de las veces que me han levantado el ánimo para seguir adelante en nuestra búsqueda de otros dairnes.

Sabemos que no hay muchas probabilidades. Hace apenas unos meses, toda mi manada fue borrada del mapa por soldados bajo las órdenes del Murdano, el déspota gobernante de Nedarra, mi patria. Y mi manada no debió ser la primera. En toda Nedarra, hemos ido reduciéndonos poco a poco.

Fui la única que sobrevivió a esa masacre. Yo, el miembro más insignificante de entre todos los que formaban mi manada. La renacuajo. La menos útil. La que no sabía nada de nada.

La menos valiente.

Aunque me aferro a la esperanza, me temo que nunca más veré a otro dairne. Es un miedo que de golpe me aturde con su ferocidad, y que luego se convierte en un dolor constante y punzante, como un hueso roto que no llegó a soldarse adecuadamente. Un miedo al que me he acostumbrado, que viaja conmigo noche y día: mi horrible e inevitable compañero.

Pero son los otros miedos, los nuevos e inesperados, los que más me atormentan.

A veces me visitan en medio de la noche, silenciosos y sedientos de sangre.

Y otras veces, como ayer, revolotean por el cielo, hermosos, gráciles y mortales.

La primera

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