Читать книгу El Malo (edición especial) - Kris Buendía - Страница 10

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Capítulo

4

Tate

El tal Vill no dijo ni una sola palabra mientras me llevaba a un hotel cercano. No era cinco estrellas, pero era decente. No hubiera podido encontrar algo mejor por mi cuenta y menos en una ciudad que no conocía bien.

Ya habían intentado violarme poniéndome algo en la bebida.

Nota mental. No ir a bares ni aceptar tragos de la casa.

—Gracias—le dije a Vill.

Él me ignoró y se bajó. Fuimos juntos a recepción. Pidió una habitación vista a la calle, y se sacó una tarjeta del bolsillo de atrás de su pantalón.

—No es necesario, yo traigo dinero.

Me miró por un segundo y deslizó la tarjeta hacia la recepcionista que se quedaba mirándolo embobada. Vill era guapo, parecía niño, pero sus tatuajes eran la versión rebelde de sí mismo.

Tenía músculos, pero no más marcados que William y su hermano Bones. Podía descifrarlos a los tres amigos muy bien.

Bones se miraba despiadado, guapo para atraer a sus víctimas y dudada que tuviese una puta debilidad.

Y William, de él no podía decir mucho. No era posible leerlo. Era frío y calculador, como caballero y sensible.

Pero no me fiaba de él.

Por otro lado, era atractivo, y tenía clavada en su frente la palabra aléjate.

Había sido una mala idea entrar a El Cielo, no iba a regresar. Iba a conseguir esconderme en otro lugar y trabajar de otra cosa. Pero no podía ser encontrada por mis padres.

No le dije las razones a William. No era necesario.

No era trabajo de él protegerme.

Vill me dio la llave y cuando iba a tomarla me dijo:

—Aléjate de Lucifer. No sé quién te crees que eres, pero no quiero que traigas problemas por acá. ¿Queda claro?

—¿Lucifer? ¿Así le dicen?

—Sí, nosotros tú nunca lo llames así o te comerá viva.

—No me conoces ni un poco. Así que guarda tu puta amenaza. Maldito raro.

La comisura de su labio se levantó un poco. Mientras mis piernas temblaban. Yo había aprendido eso de mi hermano. Me decía que debía ser una chica ruda, a pesar de que no lo era del todo.

Llevaba su chaqueta siempre. Era su favorita y con ella se había suicidado. Ni siquiera le había intentado lavar la sangre que corría de sus venas. Solamente la tomé y me acosté a su lado hasta que los paramédicos llegaron.

Ya era demasiado tarde.

Me quisieron apartar de él. Pero no quería.

Me tuvieron que sedar.

Y no pude siquiera, despedirme de él, ir a su funeral o entierro.

Odiaba a mi maldito padre y a mi madre por permitirlo. El dolor me invadió y podía sentir la presencia de mi caos apoderarse de mí. Antes que eso sucediera, iba a encargarme de ello.

Fui a la habitación y me fui directo al baño con mi mochila. Busqué por todos lados y no encontré lo que buscaba.

Mierda.

Él tuvo que haberlo tomado.

Tomé las llaves y caminé hasta el club, echa un rayo. El maldito William, Lucifer iba a escucharme.

Cuando llegué a la puerta el grandote estaba fuera.

—Busco a William, y si no me dejas pasar, le diré.

Puso cara de pocos amigos y se hizo a un lado.

Caminé al interior del gran club ignorando todo a mi alrededor hasta los gemidos viniendo de algunos pasillos, la música era sensacional, la vibra, lo que emanaba en el aire, sexo, dolor y algo más.

El lugar estaba rodeado de obras de arte, tarimas perfectas con bailarinas haciendo su trabajo, privados y áreas VIP por doquier, y la decoración era eso.

Un jodido Cielo cubierto por las llamas del infierno conforme bajabas la mirada al suelo.

También habían estatuas en la pared, sexuales, riendo viendo todo a su alrededor. ¿Qué sabían ellas que yo no?

Subí las escaleras de cristal hasta llegar a la puerta del panel negro. Debía ser esa su oficina.

Ni siquiera toqué, tomé valor y abrí la jodida puerta. Para encontrármelo en su trono, bajo la oscuridad y humo por todo el lugar. Miré su escritorio de cristal negro. Tenía un cigarrillo a medio acabar y en el otro lado, un vaso con un contenido extraño en él.

¿Whisky?

Era lo que todos los malditos como él bebían.

—Sabía que vendrías—dijo con voz ronca. Mis piernas fallaron. Iba a caerme al escuchar su voz.

Ese hombre desprendía lujuria y peligro.

Otra mujer estaría a salvo con él. Otra que lo quisiera.

él jamás se fijaría en ti, pensé.

¿Acaso eso me importaba?

—Dámelo—le dije, suponiendo que él sabía a lo que me refería. Él o cualquiera de sus locos amigos tuvo que haberlo sacado de mi mochila.

—Mis sospechas eran ciertas. Si no, no hubieses venido hasta acá por tu cuenta.

—¿De qué mierda hablas?

No podía verlo, estaba oscuro, solamente miraba su silueta, su gran y fuerte silueta, y en el aire. Su aroma. Su maldito aroma, humo y menta.

—Ven aquí—pidió—si quieres que te lo regrese.

Maldito hijo de perra.

Me acerqué enfurecida, hasta que una luz sobre él se encendió. Tenía sobre sus manos ahora lo que era mío.

El maldito cuchillo.

El cuchillo con el que se suicidó mi hermano.

El objeto con el cual me desahogaba.

—Entonces tus marcas se deben a esto—lo sostuvo en el aire.

Él no tenía derecho a cuestionar o hacerse ideas. Él no me conocía.

—Dámelo, no tengo que darte explicaciones.

Me miró serio. Más de lo normal.

—¿Crees que sufres?

¿Cómo se atrevía? Mi sangre hervía. Quería matarlo, con ese mismo cuchillo.

Él no tenía idea. Si no lo hacía, no podía controlarme. No podía ser yo. No podía ser Tate, era otra cosa. Gracias a la sombra que me acompañaba.

—No me conoces.

—Claro que no, pero adivino. —expresó con frialdad—eres una chica rica, que se enojó con sus padres por el suicidio de su hermano. Que seguramente era un pendejo rico también, que usaba el dinero de papá y mamá para salir de fiesta. Alguna chica no le hizo caso y se cortó las muñecas. ¿Adivino? —volvió a decir—con este cuchillo.

Él no tenía idea de lo que decía. Más sin embargo continuó.

—Luego está su querida hermana, que como no obtiene lo que quiere, huye de casa, con miles de dólares que cuando se acaben, papi y mami le enviarán más.

—Cállate. —dije cerrando los ojos.

—La chica de mami y papi se corta a sí misma para llamar la atención. No tiene los cojones para suicidarse, porque lo único que quiere es eso, atención.

—¡Cállate! ¡Cállate! —me llevé las manos a la cabeza. —¡Dame el maldito cuchillo! Me largaré de aquí cuando lo hagas y puedes continuar con tu maldita vida. ¿Te crees muy listo? Puedo adivinar tu maldita vida también. Pero déjame decirte que no has atinado nada, más que sí, con ese cuchillo que sostienes en las manos, mi hermano se cortó las muñecas. Y yo alivio mi dolor intentando cortar las mías a diario, sé que algún día lo haré. Y si quieres puedes verlo.

La expresión de William cambió.

¿Creía que me iba a derrotar? Yo podía jugar ese juego. Como lo dije antes. El no cortarme me convertía en una maldita pesadilla.

—Eres Lucifer, pero no te gusta que te llamen así. Te escondes bajo ese traje, una maldita fachada. Puedo adivinar que eras un maldito profesor. ¿Sabes por qué? —no dijo nada—Porque te pareces a uno que conocí en el pasado en otra ciudad. Doy mi maldita vida por ello. ¿Chicago? Te pareces mucho a él o es tu doble, una mierda así. Pero no eres lo que finges ser acá. Y el tema del suicidio vi que te afectó. ¿Qué? —William estaba ya de pie—¿Acaso tu maldita esposa te dejó y se suicidó como mi hermano? ¿O tu hermana? Sé que te afectó. Ahora dame mi maldito cuchillo y acabemos con esto de una buena vez, maldito hijo de puta.

Caminó a grandes zancadas hasta dónde yo estaba.

—¿Quién mierda eres? —preguntó. Parecía asustado.

—Seré tu maldita pesadilla, si no me entregas el cuchillo.

Tomó mi mano con fuerza y puso el cuchillo en ella.

Regresó a su asiento, y se tomó todo el trago de un solo sorbo.

—Eres muy buena. Vas a conseguir que te maten si no logras controlar esa boca, Tate. ¿Chicago? Sí. Seguramente fuiste una de mis alumnas, una a la cual no quise follar.

Parpadeé un par de veces. Tenía el cuchillo en las manos y lágrimas en los ojos. ¿Qué mierda había pasado? William me observaba.

—¿De qué hablas?

Me miró extraño. Estaba sudando, se quitó la chaqueta que llevaba y se quedó solamente con la camiseta blanca manga larga. Las enrolló y dejó al descubierto todos sus tatuajes. Llevaba tatuajes en los nudillos, las muñecas y antebrazos, y sabía que debajo de esa camisa también.

A excepción de Bones que también tenía en el cuello como su hermano.

William era más maduro y más interesante de ver y conocer.

—¿Por qué dices que era un profesor?

Miré a mi alrededor.

—Tienes libros por todos lados. Dudo mucho que te guste leer a estas alturas. Creo que quieres conservar algo, siempre conservamos algo de nuestro pasado. Yo conservo este cuchillo y tú tus libros. Simplemente lo deduje. No estoy segura. Y Chicago, ciudad cara, eres rico.

William no decía nada.

—¿En verdad quieres trabajar aquí? —preguntó.

—Creo que es tarde para eso. Nunca seré bailarina en este lugar, empezamos con el pie izquierdo.

—Yo creo que estamos a mano. Ahora lo de ser bailarina, no lo creo. ¿Eres puta?

La pregunta me ofendió.

—¿Ellas son…

—Sí, son putas. Quieren serlo, no las obligo. Tienen su propia vida, pero deciden trabajar acá. Eso me da mucho dinero y a ellas también.

Jamás lo pensé así.

—Te veo sorprendida. ¿Acaso pensabas que era un jodido secuestrador de mujeres o una mierda así?

—La verdad es que sí. Y me disculpo por eso.

William sonrió. Mostró sus dientes blancos y perfectamente alineados. Se pasó las manos por el cabello ahora desordenado y me contuve de dejar salir un gemido. El tipo estaba caliente.

Era jodidamente guapo.

—Te disculpas por eso y no te disculpas por toda la mierda que acabas de decir hace unos minutos. ¿Quién jodidamente eres, Tate?

—Tú tampoco te disculpaste. Seguramente hiciste clic en algo en mí que no me pude contener. No vuelvas a hacerlo, por favor.

Me miró de soslayo. Si le parecía rara, no era la primera persona. Sé que no estaba bien de la cabeza gracias a mis padres.

Lo sabía con perfección. Pero tenía mi cuchillo, podía sacar todo lo malo en mí abriéndome la piel.

—Podría follarte ahora mismo, si no estuviera enfadado contigo ahora y borrarte lo que sea que te atormente.

¿Y ese cambio a qué se debía? Necesitaba sentarme. La forma de hablarme no me estaba ayudando en nada. Era una buena oferta, pero yo también estaba enfada con él.

—Siéntate—me dijo.

Hice lo que me pidió y guardé el cuchillo dentro de mis pantalones. William observaba cada uno de mis movimientos.

—Si realmente quieres trabajar, lo harás. Como mesera.

Eso no iba a funcionar. Pero ya estaba dentro.

—¿Por qué no como bailarina?

Sabía que ser bailarina era acostarme también con los clientes. Algo que me daba igual, aunque había un problema.

Pero podía también elegir, no acostarme. Él lo había dicho, no las obligaba. Las mujeres lo hacían por dinero. Yo solo necesitaba hacer mi trabajo.

William me miró serio, como si la pregunta lo hubiese simplemente ofendido. No entendía por qué y tampoco iba a preguntárselo. Lo de nosotros dos estaba totalmente fuera de lugar, las cosas horribles que nos habíamos dicho el uno al otro, era algo que estaba marcado entre los dos.

—Serás una bailarina cuando enamores de mí.

Me reí.

—Eso no pasará jamás.

Nos dedicamos una mirada de odio ambos.

—Cuando ese día pase, tienes pase libre para ser bailarina y puta de este lugar, te prometo que no me meteré en tus asuntos y tendrás mi maldito respeto.

Había firmado mi lecho de muerte. No podría enamorarme de alguien como él jamás. Emanaba dolor.

Era un jodido idiota.

Pero. Al menos tenía el trabajo.

—¿Cuándo empiezo?

—Puedes empezar esta noche. Cualquier cosa que saque tu culo de mi oficina ahora mismo.

Me reí.

Él no entendió por qué.

—¿Siempre eres así de idiota?

—No querrás haberme conocido en el pasado. Te habría hecho la chica más feliz de este maldito mundo. Tenías razón, fui profesor, uno muy bueno. Y tú habrías sido mi alumna. Te habría doblado en mi escritorio y hacerte gritar, sacar siempre As. Cualquier cosa, para que no te hagas esa mierda a ti misma. Habría borrado cada dolor que sintieras con mis caricias.

Me había dejado sin palabras.

Porque tenía razón, él podía hacer lo que quisiera conmigo si seguía hablándome de esa forma.

William tenía un ser atormentado viviendo en su interior. Y mi parte cruda y sin sensibilidad alguna, lo quería conocer.

¿Quién lo habrá hecho así?

Nadie se hace… malo.

Te hacen malo.

—Ahora, lo que hagas con tu vida, no me importa en absoluto. Mantente fuera de raya, no te metas con Vill o con Bones, son unos malditos dementes. Tienes suerte de que ahora tendrás su protección. Ahora, saca tu culo de mi oficina y vete a trabajar. Taylor te mostrará el lugar.

—¿Quién es Taylor? —pregunté.

Tocaron a la puerta y el grandote entró.

—¿Él? —hice la pregunta de mala gana.

—¿Tienes algún problema?

—No, pero no me cae bien—me giré para ver a Taylor—No me caes bien, me echaste la primera vez que me viste.

—Solo estaba haciendo mi trabajo, pequeña.

—¿Pequeña? —la voz ronca de William me sobresaltó—¿Acaso quieres follártela, Taylor?

Taylor cambió su expresión y negó.

—No, señor.

—Entonces llámala por su nombre. Se llama Tate, Tate Cole. ¿Quedó claro?

—Muy claro, señor.

Yo no dije nada. Solamente vi por un segundo a William. Era sobreprotector y además celoso. No me conocía, no tenía por qué cuidar de mí.

Mi cuchillo de nuevo, no lo tenía. Lo necesitaba.

Me giré de nuevo y me acerqué donde él.

—Dame lo que es mío—le exigí.

Él levantó la mirada y no atisbé nada.

Su mirada estaba en blanco.

—No te daré nada. No vas a ir por ahí con esto, es peligroso. Alguien lo puede usar contra ti.

Me dio risa.

—¿Acaso crees que soy una maldita niña?

Me miró de forma lasciva.

—Me lo puedes demostrar.

Entendí bien a qué se refería, sexo.

—Dámelo, me pongo de mal humor cuando no lo traigo.

Podía rogarle si quisiera, de todas maneras, iba a recuperar lo que era mío. Significaba mucho para mí.

Ese maldito cuchillo llevaba la sangre de mi hermano y mía.

—No puedo, Tate.

Tate, era sexy y caliente cuando lo decía.

—Por favor, William. Lo necesito.

—Vamos a comenzar por que te refieras a mí con más respeto, ¿Te parece? Ahora soy tu jodido jefe.

Bajé la mirada.

—Por favor, señor. Lo necesito.

Miró mis ojos. Hervían. Tenía fuego en ellos, estoy segura que sí. Necesitaba sentir mi propia sangre cada noche. Lo necesitaba o él no se iría.

Me quería suya.

Ese hombre por el cual hui me quería suya y solo ese cuchillo me mantenía a salvo.

—¿Tate? —la voz de William hizo que lo viera.

Arrugó su frente. Como si intentara leerme.

Tragué una gran bola de aire en mi garganta y se lo pedí una última vez, no me importaba lastimarlo para conseguirlo, tampoco perder el trabajo que me acababa de dar. Iba a salir de ahí con lo que era mío.

—Démelo, por favor.

—No. Ve a trabajar.

—No lastimaré a nadie.

—Me queda claro a quien lastimas—dijo sin sentido de culpa. No me importaba.

—Se lo pido una última vez, señor.

Mi mirada estaba encrucijada en la suya. De pronto me pareció una pintura, una obra de arte. Como las que tenía colgadas en su pared. En todas era una parte del infierno.

Me preguntaba si él sabía el significado de cada una de ellas.

Suponía que sí, era un hombre listo. Muy inteligente, como peligroso.

Fue cuando sentí su mano.

—Espera afuera, Taylor—le dijo y escuché cuando el grandote salía.

Mi respiración estaba agitada.

Tenía el pulso a mil. No podía detenerme. Estaba pasando de nuevo.

La sombra a mi lado, se estaba acercando.

Era él.

Necesitaba el cuchillo o no se iría.

—Tate.

—Démelo—le imploré con un hilo de voz. Él al darse cuenta de lo mal que me encontraba. Continuó tocando mi mano. Y me entregó el cuchillo.

—No lo hagas—me pidió—Lo que sea que te haga hacerlo, no lo hagas.

Parpadeé un par de veces. La sombra se fue.

Miré el cuchillo en mi mano y luego a William. Me miraba, me miraba como una puta loca en trance.

—Gracias—le dije y me fui de su oficina. Encontrándome con el grandote.

¿Qué había sido eso? Mi corazón estaba a mil, su voz, su caricia, todo de él. Me estaba volviendo loca. Y me gustaba esa sensación, me gustaba, aunque me odiaba que provocara cosas en mí. Apenas lo conocía, pero la sombra se había ido, solo podría significar una cosa.

La sombra le temía a él.

—Estoy lista para trabajar, Taylor.

Taylor estaba cruzado de brazos. Puso los ojos en blanco y caminé junto a él.

—Esto será divertido. Me apuesto lo que sea que no aguantaras ni dos días.

—Yo me apuesto a que sí, no me conoces.

—No hace falta—dijo con sorna.

La música era buena. No era como las típicas de un club. Era como una droga. Ritmo, tambores, zumbidos.

Música celtica.

—Este es el bar—dijo, el bar era grande, lleno de botellas de todos tamaños y colores y mejores marcas de alcohol. Había dos chicos usando traje negro y una chica tatuada desde el cuello hasta el abdomen que llevaba descubierto, usando un top negro. Su cabello en un moño desordenado y tenía los labios pintados de color rosa fuerte.

Me saludó.

—Nueva—dijo Taylor.

—Hola, soy Anneke—Me tendió la mano—Hola, soy Tate.

—Tate te ayudará a servir las bebidas a los clientes —le dijo Taylor y luego se dirigió a mí—Como verás solo hay dos chicos que sirven en las mesas, los jefes lo prefieren así. Serás la única mesera mujer por aquí, buena suerte con eso.

Hice mala cara.

—Puedo cuidarme sola, gracias.

Una de las chicas que hacía un momento estaba bailando casi desnuda sobre la tarima, estaba sedienta y se dirigía hacia mí.

Anneke le sirvió un mojito y ella se lo llevó a la boca de inmediato.

Era cabello negro. Esbelta y de piel bronceada. Tenía un pequeño tatuaje en uno de sus muslos, eran unos labios rojos. El color resaltaba mucho en su piel. Me miró y me sonrió.

—Hola, soy Blair. ¿Buscas a alguien?

Ella era muy dulce. A pesar de que era una… ¿Bailarina?

—Soy Tate.

—Pequeña, ella trabajará ahora aquí. —se dirigió Taylor a ella.

Blair, sonrió emocionada.

—¿Vas a bailar? Eres muy guapa. —me hizo un escaneo con maestría de arriba abajo.

—No—dije regresándole la sonrisa—Seré mesera, o una mierda así.

—Oh, ¿Eres familia de alguno de los chicos?

No sabía por qué lo preguntaba.

—No, ¿Por qué?

—Porque no eres la primera que busca trabajo. Todos mueren por trabajar aquí, pero los chicos con muy selectivos. Las chicas que trabajamos acá hemos sido reclutadas de diferentes países. No secuestradas ni nada de eso por si te lo imaginaste. Yo soy de escocia. Mi chico, Alexander me trajo aquí.

No sabía de qué estaba hablando. Hasta que Blair se sonrojó cuando Bones se acercaba.

—Hola, extraño. Justamente le platicaba de ti a mi nueva amiga, Tate.

Bones le pidió algo a Anneke y ella asintió sirviéndole una botella y un vaso vacío.

—Nena, ella no durará mucho tiempo, no te ilusiones con ella.

Así que Alexander era Bones.

Lo curioso era ver a ese gran hombre siendo intimidado por una chica como Blair. Parecían enamorados, pero era un amor tóxico, lleno de dolor. Lo podía ver en sus rostros. Aunque ese no era mi problema.

Blair bailarina.

Bones un sádico.

Además de que era también su jefe.

¿Acaso ella se follaba a los tres amigos del Cielo?

—No seas grosero, la cuidaremos. ¿Cuántos años tienes, Tate?

—Tengo veinti… cuatro—no iba a mentir.

Bones me miraba con sospecha. Él no confiaba en mí.

—¿No tienes que trabajar? —me dijo con mala cara. Blair le dio un codazo.

—No seas grosero.

Bones le dio una palmada en el culo a Blair que la ruborizó. Sí, lo de ellos era raro.

Bones sin dejar de mirarme, tomó a Blair del cuello y la hizo que se girara hacia él.

—Vamos al privado—le pidió.

—Tengo un descanso de diez minutos. Debo regresar a bailar.

Bones hizo mala cara.

—De acuerdo.

El nudo que se había formado en su garganta. Era extraño, la forma en como no miraba a la chica que estaba cubriendo el descanso de Blair era increíble, como si le diera el suficiente respeto que se merecía.

A Bones no le gustaba el trabajo de Blair.

¿Se había enamorado y no soportaba la idea de ver a su chica bailar para otros?

—Oye tú, ¿Acaso no tienes trabajo? —me dijo.

No lo sé.

—Ha sido un placer conocerte, Blair.

—Nos veremos por ahí, Tate. Suerte con tu primer día.

Taylor me llevó hacia el interior del bar. Me explicaba donde estaban las bebidas. Debía mantener todo limpio, además de ordenado y ayudar en la barra. Para eso estaba Anneke, ella me explicaría todo. Y el nuevo chico, Travis. Quien había sido contratado el mismo día.

—Servirás, y una vez te familiarices, te enseñaré a hacer bebidas. A veces no nos damos abasto y esto es un caos. Por fin los villanos se dignaron en contratar a alguien más para el bar y no solo más putas.

Asentía con cada cosa que me decía Anneke. Parecía una chica un poco mayor que yo, pero muy madura.

Me había dicho que trabajaba en el El Cielo casi cuando lo abrieron.

—Lo manejaban Vill y Bones. William estaba pasando por un mal momento. Hasta que se instaló del todo.

—¿Mal momento? —le ayudaba a mover unas cajas de vasos de cristal nuevas.

—Sí, Viajaba de vez en cuando, cuando recién habían abierto el club. Pero él vivía en otra ciudad. ¿De dónde se conocen?

—Era profesor ¿No? —le dije.

Annake se detuvo.

—¿Cómo sabes eso?

—Él mismo me lo contó—era cierto—Cuando nos conocimos, además no es difícil de adivinar, tiene muchos libros en su oficina.

—Sí, Will es un gran tipo. Pero es un alma perdida. Somos mejores amigos. Para que lo sepas.

Eso me sorprendió.

—¿De verdad?

—Sí, todos lo somos. Cuido de esos bastardos como ellos de mí. ¿Cómo crees que acabé aquí con ellos? Además, no bailo, sirvo tragos. Las tangas no son lo mío.

Estaba confundida.

—Soy lesbiana.

—Ah, eso está bien.

—¿Lo eres tú? Solo para dejarlo claro y que esto no sea raro. Me pareces atractiva.

Me ruboricé.

Anneke se echó a reír.

—Estoy jodiendo contigo.

—No lo soy, lo siento.

—Has roto mi corazón—bromeó de nuevo. —Pero volviendo a lo otro ¿Por qué buscaste trabajo aquí? Todo el mundo vio el número que hiciste, incluso Will salió detrás de ti. ¿Se conocen de algún lugar?

¿William había ido detrás de mí? Eso no lo sabía.

Él me había seguido.

—Es una historia no tan larga. Dejé mi casa, Chicago, y vine a buscarme por decirlo así.

—Es un gran camino. ¿No será que hay algo más?

—Después de la muerte de mi hermano, no quise seguir en ese lugar.

—Oh, mierda. Lo siento mucho. ¿Puedo saber cómo murió?

Tragué duro, hablar de eso no era fácil para mí.

—Se suicidó.

—Doble mierda, lo siento, no es mi asunto.

—Está bien. Fue hace cuatro años. Cada día es peor o mejor como lo decida ver.

Anneke tomó mi mano y la apretó.

—Pues hiciste bien en venir. Aquí todos estamos jodidos, pero somos unidos.

Era raro ver eso en William. Parecía el jefe y todos le tenían mucho respeto.

—William es raro, ¿Sabes?

Anneke movió otras cajas, haciendo un ruido en el piso polvoso.

—Define raro. William Faulkner ha sufrido, todos lo hemos hecho, hasta tú sufres, huiste de casa, ese es tu duelo. Todos tenemos diferentes formas de cómo lidiar con nuestra mierda.

¿William Faulkner?

Ese era su nombre completo.

—Si le dices que yo te dije su nombre me mata.

—Es un buen nombre, incluso para alguien para él.

Anneke se detuvo y ladeó la cabeza.

—Con que eso es—dijo nada sorprendida—William dio la orden que te vigilaran, pero más bien siento que fue para cuidarte.

—¿Cómo podría? Ni siquiera me conoce tampoco me dijo que me daría el trabajo enseguida.

—Es así como es William. Nunca sabes una mierda. Él solamente actúa cuando tiene que hacerlo. Sabía que estarías aquí y regó la voz de que nadie te tocara o los mataría. En los años que llevo conociéndolo, nunca se ha molestado por cuidar de alguien, ni de sí mismo. ¿Por qué lo hace contigo?

Mierda.

Ni yo lo sabía.

—No lo sé, Anneke. —me imaginé esa mirada suya—La verdad no lo sé, pero estoy agradecida.

—Sí, sé lo que te pasó en ese bar de mierda. Para Will ver la vulnerabilidad de una mujer es la suya. Se vuelve un maldito loco.

—No lo sabía.

—Te daré un consejo, aunque no me lo pidas, una mierda, te lo daré.

Esperé lo que ya sabía.

—No pongas tus ojos en él. Está jodidamente dañado. Y saldrás lastimada. Lucifer no es un hombre al que tengas que salvar, nadie, ni Bones ni Vill que salvaron su vida, ni yo. Nadie ha podido descifrarlo. Pero solo te diré eso, cuídate. O saldrás lastimada.

Sonreí por lo bajo. En verdad se cuidaban entre sí.

Aquí había más amor que la que una vez vi en mi propia casa, y mucha lealtad. Pero se equivocaba en algo, no me interesaba William y mucho menos Lucifer, estaba por conocer a ambas caras de él, y ninguna me suponía interés. Si él estaba jodido, yo lo estaba más.

—Quizás sea él el que tenga que cuidarse ¿No crees?

Anneke me miró como si le sorprendiera mi franqueza.

—Joder sí, pero entonces nos tendrá. Siempre nos tiene.

—Me alegra saberlo.

Continuamos llevando los cristales a la barra, comenzaba a llenarse. Me prestó un delantal y fui a limpiar algunas mesas. Por momentos me daba cuenta que, William estaba observándome desde allá arriba.

Miré.

Como si atravesara los cristales me lo imaginé ahí. De pie, fumando o tomando su trago, con su mirada gris y llena de dolor como lo había descifrado Anneke.

Annake tenía razón.

Ambos teníamos que cuidarnos.

El Malo (edición especial)

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