Читать книгу El Malo (edición especial) - Kris Buendía - Страница 8

Оглавление

Capítulo

2

Tate

Los gritos de mi padre discutiendo era la alarma perfecta todo el tiempo. Ni siquiera me inmutaba o sobresaltaba como lo hacía cuando era pequeña que me refugiaba en el baño de mi habitación, de hecho, a veces pasaba las noches en mi bañera sin darme cuenta.

Había algo malo en mí. Lo podía sentir. La tristeza me inundaba el alma, y me hacía cometer estupideces. La voz que acompañaba mi cabeza era la prueba real de que estaba muriendo lentamente.

Como la que estaba a punto de cometer ese mismo día. Tenía el dinero suficiente y una pequeña mochila con alguna ropa.

Me iría de esa maldita casa. La que había crecido con todos los sirvientes y padres ausentes.

Pero sus gritos no. Sus gritos siempre estaban ahí.

Odiaba los gritos.

Me hacían temblar.

Me hacían llorar y me llenaban de rabia al mismo tiempo.

Me habían jodido lo suficiente. No quería estar ahí.

Esperaría que se durmiera me había dicho, todo estaba planeado como él quería. Cuando ya los gritos se iban entonces eso era que estaba ya dormido.

Suspiré.

Faltaba un par de horas más.

Cuatro horas después me ponía mis converse y mi chamarra de cuero. Me coloqué la mochila y salí de la habitación.

Ni siquiera me molesté en tomar las llaves de mi coche. No lo necesitaba. Tampoco la casa. Mucho menos a él y ellos.

Me coloqué la mochila sobre mi hombro y abrí la puerta principal. Ni siquiera el chofer y los guardias estaban ahí para detenerme. Tenía luz verde. En cuanto salí a la calle oscura ya nada podía detenerme.

Ni siquiera me había traído conmigo algo personal que me recordara la vida que tenía, todo lo estaba dejando, todo era parte de su malévolo plan. Y la única persona que yo amaba en el planeta era mi hermano.

Él se había ido para siempre.

Con lágrimas en los ojos llegué a la estación de trenes y compré un boleto.

Seattle sería mi destino.

Ahí haría mis sueños realidad, lo que Josh hubiese querido.

Cuando llegué al lugar, el olor a tabaco, alcohol y sabrá dios qué más, no me importó. Había estado una vez en estos lugares con Josh, no porque quisiera, era porque había ido a buscarlo y sabía dónde podía encontrarlo.

En un club de esos, llenos de putas, bailando y dejándose tocar por unos dólares más. Ellas eran hermosas, llenas de curvas, olían a perfume caro y tenían muchos billetes en el elástico de su bikini al cabo de unos minutos.

Yo estaba a punto de convertirme en una de ellas.

Tenía miedo que fuese un lugar peligroso, de niñas atrapadas o lleno de trata de blancas. Pero nada iba a perder con ir una noche y asegurarme de que este era el lugar correcto.

Nadie se me quedó mirando, todos estaban en lo suyo. Yo tenía una mochila solamente conmigo. En cuanto di el primer paso, un hombre se acercó a mí.

—¿Estás perdida? —era el doble el altura y tamaño, tuve que levantar la cabeza para verle a la cara, llevaba gafas oscuras y vestía de negro de pies a cabeza.

Era un guardaespaldas o una mierda así.

—Hola, busco al gerente.

Él se rió en mi cara.

—Ve a casa—volvió a decir.

—Quiero trabajar aquí, necesito hablar con el gerente.

Negó con la cabeza, puso sus manos pesadas en mis hombros y me instó a que saliera de ahí. Me negué de nuevo, pero el tipo estaba sacándome casi a rastras del lugar.

Me rehusaba a ser echada sin motivo alguno. Necesitaba quedarme en este lugar o moriría.

—¡Oye! —le di un golpe en las manos—Dije que quiero hablar con el gerente.

—¿Qué mierda sucede aquí?

La voz del hombre detrás de mí hizo que el grandote me soltara. Me giré para encontrarme con un hombre tatuado de cuello y manos que usaba un traje sin corbata. Llevaba una coleta desordenada y era bastante grande y guapo como aterrador.

—Esta muñeca aquí dice que quiere hablar con el maldito gerente.

El hombre me miró de pies a cabeza. Algo me decía que él era el gerente o algún amigo de él o ella por la forma sobreprotectora de verme.

Se cruzó de brazos y miró hacia arriba como si alguien estuviese detrás de esos paneles oscuros.

Mierda.

¿Había alguien viéndome desde ahí? Me dieron escalofríos, como si en verdad pudiese sentir esa presencia desde ahí, observándome tal cual acecho.

—¿Qué quieres con el…gerente? —algo me decía que no se llamaba gerente el dueño de ese lugar.

Me recompuse la mochila y repetí.

—Le decía al grandote aquí, que quiero trabajar en este lugar.

Quise mostrarme como si sabía lo que estaba haciendo, sino esos dos sujetos no iban a respetarme en lo más mínimo. Además, tenía que verme valiente. ¿Se suponía que tenía que verme fuerte? Mostrarme tal y como era solo iba a traerme problemas.

El hombre furioso no se mostró interesado. Alzó una ceja y le dijo al grandote:

—Haz que se vaya.

—Sí, señor.

—¡Espera! —le dije cuando iba de nuevo el grandote a tocarme.

Se detuvo.

—¿Eres el dueño? Por favor, necesito trabajar, estoy dispuesta a ser bailarina, lo que sea, soy muy buena, de verdad.

—Eres una niña—dijo en lugar.

—No lo soy, tengo veinticinco. Sé cómo me veo, pero créeme este lugar me necesita.

La madre que me había parido. Estaba hablando demás. No tenía veinticinco, tenía veinticuatro. Y no tenía grandes pechos, era una chica regular, delgada, con buen trasero y, además, rubia. Mis ojos eran azules casi como una maldita pesadilla que brillaba con el gran iris oscuro en el medio.

Todo el mundo me lo decía. Mis ojos eran mis enemigos, solamente atraían el mal.

Tenía un rostro angelical, pero no me sentía nada angelical desde que Josh se había quitado la vida.

—Será mejor que te largues, este no es un lugar para ti.

—¿Quién lo dice? —lo enfrenté—¿Acaso eres el propietario? Si eres el propietario me iré, pero sino lo eres, apártate y déjame hablar con tu jefe.

Él se quedó mirando con el grandote.

—Ella tiene cojones—dijo.

—Mierda sí, Bones.

¿Bones? ¿Qué clase de nombre es ese?

Así le decía al chico tatuado, le calculaba que estaba en sus treinta, no podía ser mayor. Pero algo que sí tenía era que no juzgaba por cómo se miraban las personas por fuera.

Bones se acercó a mí y señaló hacía arriba.

—¿Ves ese panel oscuro de ahí? —dije que sí con la cabeza—Si logras ir ahí, el trabajo es tuyo.

Se quedó de brazos de nuevo y me riñó con la mirada. Si estaba hablando en serio, no iba a perder el tiempo con ellos dos, así que me abrí paso y caminé lejos de su presencia. Las escaleras me iban a tocar encontrarlas, frente a mí estaba el camino al bar, a un pasillo de sanitarios, y otro pasillo que daba a lo que era la tarima.

En cuanto a mis pies seguían moviéndose para encontrar las escaleras, pisaba la alfombra roja terciopelo debajo de mis pies.

Una fuerte oleada me sacudió y fui levantada del suelo, sacada en el aire sobre la espalda de alguien. Visualicé antes de gritar, y me di cuenta que Bones, estaba cargándome.

—¡Suéltame! —le grité, golpeándole fuerte la espalda. Esto no estaba pasándome a mí.

—Te dije si lograbas, cosa que no ha pasado ¿O sí, vampira?

—¿Vampira?

—Te ves como una con esos ojos que tienes, muy hermosa, pero torpe, mejor ve a casa.

Este tipo estaba loco.

Me bajó una vez el aire fresco de la calle tocó mi rostro. Me bajó con mucho cuidado y me dijo:

—No regreses, por tu bien. Estudia, haz una mierda de esas, pero no vuelvas. Esto no es para ti.

Tenía lágrimas de enfado en los ojos.

—¿Y qué mierda sabes lo que necesito?

Tomé mi mochila del suelo. Y caminé lejos de ahí. Podía sentir todavía su mirada sobre mí. El tipo estaba loco. Tenía que regresar con un mejor plan, pero ese lugar era mi destino.

O moriría.

Llegué a una especie de bar, ponía en la puerta que los tragos después de media noche eran gratis.

Mi oportunidad.

Necesitaba un trago.

Dejé mi mochila en el suelo y un chico de ojos grises y cabello azul puso un vaso con agua.

—¿Necesitas identificación para llenar ese vaso de alcohol?

Él ladeó su cabeza. Resoplé y saqué mi maldita identificación y se la lancé de mala gana.

Aprobó con una seña y llenó mi vaso de un contenido amarillo y transparente. Puso dos cubitos de hielo y lo llevé a mi garganta.

¿Qué mierda sucedía en esa ciudad? Todos pensabas que era una maldita niña.

—No eres de aquí ¿Cierto?

No iba a darle ningún dato mío a ningún extraño, así que me encogí de hombros.

Cuando terminé mi trago, el tipo me sirvió otro. Sonriéndome con una mirada lasciva. Me lo bebí y tomé mi mochila del suelo. Saqué un billete de veinte y se lo entregué.

—Va por la casa—volvió a decir.

—Gracias.

En cuanto me levanté, me sentí mareada. Me agarré de la orilla de la barra e hice lo posible por mantenerme así y salir.

Vi al chico de la barra, estaba sirviendo una cerveza en el otro extremo. En cuanto a mí, caminaba hacia la salida y me di de bruces con un pecho duro. De inmediato su aroma inundó mis fosas nasales, aspiré hondo y levanté la mirada.

Un gran hombre esbelto con traje de tres piezas y tatuajes.

Esperé un instante a que aquel hombre se apartara de mi camino, pero, como no lo hacía, me quedé rígida lejos de él para ampliar mi camino visual.

Era alto. Delgadez atlética, pero lo que más me intrigaba no era su barba crecida, sino la forma en cómo me miraba. Su rostro era hermoso, cada centímetro de su cara había sido esculpida a la perfección.

Cabello perfectamente peinado hacia atrás.

Mirada oscura, ojos grises intenso. Y barba perfecta y crecida.

Tenía la boca en línea recta y respiraba casi gruñendo.

¿Qué esperaba que dijera?

—Perdón.

Levantó una ceja y me tambaleé. No sabía que dos tragos podían ponerme así. Hacía tiempo que no probaba el alcohol. Me aferré a mi mochila y me aparté para que el hombre guapo pasara de mí.

Me sujetó del brazo fuerte y sentí un escalofrío apoderarse de todo mi cuerpo.

¿Qué fue eso?

—Ven conmigo—me dijo con voz ronca.

Oh, por Dios. Este hombre iba a lastimarme.

Me zafé de su agarre y corrí hacia la salida.

—¡Joder! —escuché que gritó detrás de mí.

Un auto frenó y sentí rechinar las llantas y ese sonido contrajo mi nuca y el olor a neumático quemado llegó a mi nariz. Seguido del impacto en mi cuerpo siendo lanzada fuera de ahí. Estaba tirada en el pavimento mojado. Había comenzado a llover. Y yo iba a ser atropellada.

—Mierda—dijo alguien tirado al lado mío.

¿Él me había salvado?

—Joder, William—el hombre de traje del club estaba ayudando a levantarse—te dije que no vinieras detrás de esta perra.

¿William? ¿Había escuchado bien?

Me levanté como pude aun sintiéndome mareada, no iba a quedarme ahí, esos tipos eran raros. Caminé como pude a la acera y me abrí camino.

—¡Oye! Joder, ven aquí.

—Vete a la mierda, no te conozco—le dije.

Llegó hasta a mí, dejando a su amigo atrás.

—He salvado tu puta vida ¿Y así es como me pagas?

Tragué en seco.

—Gracias, pero esta soy yo yéndome.

Me giré y de nuevo estaba frente a mí.

—Y este es el maldito gerente que buscabas. Ahora dime, ¿Quién coño eres?

Oh, mierda. El dueño de ese bar.

El Cielo ese era el nombre del club, ahora lo recuerdo.

—Soy Tate, y —me removí incómoda—Y quiero trabajar en el El cielo.

Me estudió con la mirada. Escuchaba los autos volver a su curso normal. Su amigo detrás de él esperándolo. El tal Lucifer o como sea que se llamase, estaba viéndome ahora de pies a cabeza.

—¿Dónde están tus malditos padres?

Eso me hizo enfadar. No tenía derechos a hacer preguntas.

—Vete a la mierda, no necesito darte explicaciones, si vas a darme el trabajo dímelo ahora, sino me marcharé, otros clubs me querrán.

William miró a su amigo sobre su hombro.

—Te dije que la perra tenía agallas.

—Deja de decirme perra—le pedí echa una fiera—Me llamo Tate.

—La maldita perra Tate tiene agallas—dijo en vez.

Maldito psicópata.

De nuevo estaba mareada, sentí mis ojos moverse hacia atrás y las manos frías de Lucifer sostenerme en el aire.

—Mierda.

Bones se acercó rápidamente y tocó mi cara.

—Mierda, la han drogado.

¿Drogado?

El Malo (edición especial)

Подняться наверх