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Introducción

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El 80 % de la cuidad construida corresponde al uso residencial, millones de objetos habitacionales impactan la lógica urbana y describen en todas las escalas una realidad insostenible, injusta, segregada. La invención moderna de la ciudad tuvo su origen y se consolidó en el tiempo a partir de la satisfacción de las necesidades y expectativas humanas, y la vivienda no solo protagoniza un papel importante en la calidad de vida de sus usuarios, sino también en la calidad de su entorno.

El esbozo de las preocupaciones e inquietudes actuales no son inéditas, el tema de la vivienda como eje estructural para la transformación de la ciudad nació a principios del siglo XX conjuntamente con el movimiento moderno,1 y tuvo como base la investigación y la práctica en el campo del diseño arquitectónico y urbano. Ejemplos relevantes en la producción de ciudades modernistas que incorporaran los avances en la organización espacial del territorio, fueron en su mayoría producidos por el ejercicio del Estado en el Instituto de Crédito Territorial (ICT), pero las cifras no lograban mitigar las necesidades habitacionales de una ciudad que crecía exponencialmente, lo que permitía desviar las discusiones resaltando los errores y falencias operativas.

En contraposición, en el contexto nacional y latinoamericano la insatisfacción del problema habitacional para las comunidades más necesitadas se convirtió en el sustento intelectual de corrientes de pensamiento que estudiaron la vivienda desde enfoques muy diversos (Turner y Robert, 1972; Turner, 1977; Lefebvre, 1978; Coraggio, 1992; De Suremain et al., 1994) como democracia, política urbana, acción social, género, economía, técnicas de autoconstrucción, entre otros. Sin embargo, este tipo de trabajos se limitan al estudio de las familias de bajos recursos que practican la autoconstrucción, y deja de lado a la población que adquiere un crédito para una vivienda formal dentro de las leyes inmobiliarias.

La fuerza de las corrientes de pensamiento social lideradas por John F. Turner en los años setenta, finalmente fue aprovechada por los seguidores del mercado como la semilla para justificar la inoperancia del Estado como promotor de soluciones para el hábitat, que debería delegar sus funciones a otros actores como planificadores de la ciudad. Este espacio es aprovechado por los músculos financieros de la industria de la construcción sesgando la calidad a una visión puramente económica, favoreciendo intereses privados y exigiendo a la ciudad la responsabilidad de su sostenibilidad financiera en modelos de expansión insostenibles y dejándole al resto de la sociedad solo el derecho a la resignación o a la rebeldía. Luego de décadas sumergidas en luchas populares por el derecho a la vivienda digna, el problema dista mucho de resolverse en la actualidad, como consecuencia del impacto ocasionado en el hábitat por los modelos neoliberales.

Todas las reflexiones sobre el problema de la vivienda conducen a resaltar como factor de transformación social la responsabilidad que tiene la ciudad en la solución del problema habitacional de los sectores de bajos recursos (cuyas necesidades y expectativas son tan diversas) que se han visto obligados a ceñirse a las reglas de un mercado de vivienda impuesto por las estructuras políticas y económicas ajenas a la lógica humana.

Al analizar los estudios realizados sobre los sectores más vulnerables y su producción habitacional en la segunda mitad del siglo XX, y aún en la actualidad, las comunidades y sus luchas urbanas ocupaban un lugar protagonista, pero poco se interiorizó en la satisfacción de las necesidades y expectativas de los usuarios urbanos y sus prácticas en la ciudad como base fundamental para el desarrollo.

Los compromisos son aún más exigentes, una vivienda adecuadamente diseñada en función de sus relaciones con el medio, que contribuya a elevar el bienestar de las personas con un menor costo y a reducir a la vez el impacto ambiental son ausentes y requieren el interés investigativo, profesional y administrativo de la ciudad para su conceptualización y desarrollo.

En la actualidad la construcción de un hábitat educativo2 para la sociedad y en especial para los más vulnerables se encuentra plasmado en documentos ampliamente difundidos3 que abogan por el logro de ciudades sustentables donde la solución habitacional se inserta y articula estratégicamente. La evolución en los principios para reconocer la pobreza y edificar el derecho a un hábitat justo y democrático ha permitido identificar como estrategia la vinculación directa y concreta del ser humano en su contexto para lograr un desarrollo integral y sustentable. El enfoque del desarrollo humano impulsado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) desde 1990, representa una visión más comprensiva de esta realidad. Esto significa trasladar la “medida del éxito” de una sociedad desde la mera evaluación del desempeño económico hacia la forma en que ese desempeño se traduce en mayores oportunidades, mostrando la acumulación de capacidades humanas (PNUD, 2000-2012).

Se entiende el tema de la vivienda y su papel en la conformación urbana como una interacción compleja entre diversas dimensiones, especialmente para la solución de las demandas habitacionales de los sectores con bajos ingresos económicos, que debe favorecer espacios para la transformación del medio con justicia, equidad y democracia, y por último, que debe direccionar la discusión a partir de su “calidad”, entendida como la aptitud que permite satisfacer las necesidades y expectativas humanas, donde el usuario es el protagonista y el territorio urbano el lugar que debe favorecer su desarrollo.

Así, la vivienda y la satisfacción de las necesidades y expectativas de los habitantes urbanos no solo tienen el poder de representar la ciudad, su apropiada conceptualización permitirá transformar la estructura física urbana y, a su vez, a la sociedad en su conjunto, aportando soluciones integrales a las demandas de sus habitantes.

De los Andes al litoral

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