Читать книгу Feminismos para la revolución - Laura Fernández Cordero - Страница 13

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Después de la gran revolución, Francia fue pródiga en planes radicales, utópicos, socialistas y desafiantes de los límites de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. Charles Fourier sumó a esa tríada el Placer. Su programa era grandilocuente: consideraba que los 400 000 libros que constituían el patrimonio cultural de la humanidad estaban errados y que él, como Newton o Colón, sería un hito en la nueva concepción del Cosmos.

Había nacido en 1772 en Besanzón, ciudad de antigua universidad y relojería exquisita. Comerciante por mandato familiar, se prefería filósofo y arquitecto social del nuevo orden basado en el goce de la comida y del amor. Fue enlistado, preso, liberado, y corrió hacia París para dar a conocer sus ideas. Eran tremendas. Desde 1809, editó largos tratados que el gran público recibió con indiferencia y los grupúsculos admirados, con devoción. Solitario y sin hogar estable, pergeñó viviendas colectivas a las que llamaba Falansterios y un orden general que llamaba Armonía. Gris en su apariencia, soñó un erotismo de la abundancia y estableció que el lazo social era pasional y sexual. Y que organizarlo suponía una cuestión de Estado. Lo escribió cuando aún no se había inventado el Psicoanálisis y apenas nacía la Sociología. Lejos de la irracionalidad o la celebración de los instintos, lo suyo era el cálculo matemático: ¿cuántas almas deseantes deben combinarse con otras apaciguadas?, ¿cómo expandir las manías lúbricas y los gustos personales?, ¿cuál es la composición ideal entre industria y ocio?, ¿cuántos mayores gozarán de las caricias de la juventud?, ¿cada cuánto es preciso variar el trabajo y la compañía para intensificar el disfrute?

El escandalizado teórico del anarquismo, Pierre-Joseph Proudhon, lo llamó “pornócrata”, y Fourier lo merecía porque solía describir orgías edificantes, amor público entre mujeres y caricias reparadoras del daño moral, además de elogiar la poligamia, denostar el matrimonio y burlarse del adulterio. Planificada como una coreografía, la fiesta amatoria invitaba a todas las edades y a todos los cuerpos desechados por la Civilización. A pesar de sus loas a la variación y a la inconstancia –que Claire Démar aplaudiría–, todas las mañanas bebía vino blanco en el mismo bar y, cada mediodía, esperaba un inversor para hacer realidad sus proyecciones.

Su escritura, dada al neologismo y a las mayúsculas, revivió en los imaginarios del surrealismo, del situacionismo y de los años sesenta. Hasta entonces, parte de su obra era desconocida porque Victor Considérant y otros discípulos retacearon los borradores más osados, por temor a las malas interpretaciones. Los manuscritos de El nuevo mundo amoroso se editaron por primera vez en París, pocos meses antes del revuelto Mayo de 1968. Esos fragmentos confusos y habitados por personajes novelescos revelan un lúcido delirio. Karl Marx, Friedrich Engels, Flora Tristán, Rosa Luxemburgo y León Trotski citaron esa vieja idea que Fourier hizo axioma: el progreso de una sociedad se mide por el grado de emancipación de las mujeres. Mucho más pacatas, las revoluciones posteriores no llegarán a celebrar ni la camaradería carnal ni la diversidad del deseo de una sola noche en Armonía.

Feminismos para la revolución

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