Читать книгу Feminismos para la revolución - Laura Fernández Cordero - Страница 16

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Monsieur Fourier, escribe Flora Tristán en 1836, necesito leer su libro, le ruego me lo envíe. Tiene 33 años y carga con una herencia negada, descendencia en disputa y un marido violento. Él la perseguirá casi toda la vida, ella escapará viajando: al Perú del padre muerto, para exigir reconocimiento de su encumbrada familia criolla; a Londres, para trabajar como dama de compañía y recorrer la miseria del corazón capitalista; a cada rincón de Francia, para arengar a los trabajadores: ¡uníos!

A pesar de su ascendencia ilustre (en la que se rumorea la posible paternidad de Simón Bolívar) y de todos sus nombres –Flora-Célestine-Thérèse-Henriette Tristán y Moscoso Laisney–, recibió apenas una compensación económica con la que costeará escrituras y conferencias. A sus viajes los llamó peregrinaciones y, a fuerza de rechazos, se proclamó paria, expulsada por su condición de mujer separada, desheredada y migrante. De sus dramas personales hizo textos políticos. Escribió sobre las mujeres extranjeras, en favor del divorcio y en contra de la pena de muerte. Fue notable por su agudeza y, de repente, célebre por sobrevivir al atentado de su ex marido, quien la emboscó y le disparó en 1838. Recién entonces logró la separación legal y recuperó a su hijo y a su hija.

Si el primer viaje le dictó Peregrinaciones de una paria (1837), las cuatro estadías en Inglaterra aparecieron como Paseos por Londres (1840), reveladoras visitas al Parlamento, asilos, barriadas pobres y cárceles. Allí descubrió la Vindicación de los derechos de la mujer (1792) de Mary Wollstonecraft y visitó a Anne Wheeler, traductora de Charles Fourier y coautora de otro libro que lo decía todo: La demanda de la mitad de la raza humana, las mujeres, contra la pretensión de la otra mitad, los hombres, de mantenerlas en la esclavitud política y, en consecuencia, civil y doméstica (1825).

Inspirada por varias geografías y muchas voces, creyente en cierta superioridad femenina y un cristianismo liberador, Tristán llegó a ser una paria que habitaba el centro parisino y se codeaba con la escuela saintsimoniana, los círculos socialistas europeos y los salones más efervescentes. Con temple epistolar, tejió densas redes intelectuales, políticas, sensuales. Algunas biografías la pintan apóstol que sublimó el deseo sexual. Otras, estratega de la independencia femenina. No faltan sugerencias de un amor lésbico con Olympe Chodzko, intrigante política y destinataria de los párrafos más voluptuosos.

Ardorosa en su cruzada, Tristán predicó en dieciocho ciudades cuando la ya desgastada monarquía de Julio prohibía reunir más de veinte personas. Perseguida por la policía y por la fiebre, agitaba Unión Obrera (1843), libro por el cual es considerada precursora tan indiscutible como poco reconocida del Manifiesto Comunista (1848). Moriría en ese mismo viaje, dejando en 1844 los manuscritos de El tour de Francia (1833-1844). Estado actual de la clase obrera en los aspectos moral, intelectual y material, que sería publicado de manera completa en 1973. Mientras ella gastaba en esa gira su último aliento, Marx comenzaba a mirar asombrado el levantamiento obrero en Silesia y Engels tomaba notas en las barriadas por las que ella ya había paseado. Pero no es la falta de cita lo que deberíamos lamentar, sino la entronización del “proletariado” por sobre aquella lúcida invocación a “obreros y obreras” con la que, tan temprano, se anudaban la clase y el género.

Feminismos para la revolución

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