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Durante los siguientes tres días, leí los periódicos dos veces al día mientras seguía esperando una llamada telefónica. El lunes por la noche, compré la edición temprana del Times de camino a mi hotel. En la sección «Noticias breves metropolitanas» siempre aparecen sueltos sobre crímenes bajo el encabezamiento «Del registro de incidencias de la policía». El último era el que yo estaba buscando. Un hombre sin identificar, blanco, de una estatura aproximada de metro setenta, de unos sesenta kilos de peso y unos cuarenta y cinco años de edad, había sido sacado del East River con el cráneo hundido.

Podía ser. Yo habría dicho que era unos años mayor y que pesaba unos kilos menos, pero por lo demás me resultó muy familiar. No podía estar seguro de que fuese el Volteador. Ni siquiera podía estar seguro de que a ese hombre, quienquiera que fuese, lo habían asesinado. Los daños en el cráneo podían haberse producido cuando ya estaba en el agua. En la noticia no había nada que indicase cuánto tiempo había pasado el cuerpo en el agua. Si llevaba más de diez días, no se trataba del Volteador; había sabido de él el viernes anterior.

Miré mi reloj. No era demasiado tarde para llamar a alguien, pero sí lo era, y mucho, para llamar como si no tuviese importancia. Y era demasiado pronto para abrir el sobre. No quería hacerlo hasta estar muy seguro de que el Volteador había muerto.

Me tomé un par de copas más de lo acostumbrado, porque el sueño tardaba en llegar. Por la mañana desperté con dolor de cabeza y mal sabor de boca. Recurrí a la aspirina y el enjuague y me bajé a desayunar al Red Flame. Compré una edición tardía del Times, pero no incluía nada nuevo sobre el cuerpo hallado en el río: era el mismo artículo de la edición anterior.

Eddie Koehler ya es teniente ahora, destinado en la comisaría del Distrito Sexto, al oeste del Village. Llamé desde mi cuarto y conseguí que me pasaran con él.

—Hombre, Matt —dijo—, ¡cuánto tiempo!

No hacía tanto, ni mucho menos. Me interesé por su familia y él por la mía.

—Están bien —dije.

—Siempre podrías volver con ellos —dijo.

No podía, por muchas más razones de las que estaba dispuesto a discutir. Tampoco podía volver a llevar placa, pero eso no le impidió preguntármelo:

—Supongo que no estarás listo para volver a unirte a la raza humana, ¿no?

—Eso no va a pasar, Eddie.

—Ya, es mejor vivir en un tugurio y pasarlas putas para ganar cada dólar. Mira, si quieres empinar el codo hasta matarte, es asunto tuyo.

—Así es.

—¿Pero qué sentido tiene pagar tus copas cuando podrías beberlas gratis? Has nacido para ser poli, Matt.

—El motivo de mi llamada...

—Claro, tiene que haber un motivo, cómo no.

Esperé un minuto. Luego dije:

—Me ha llamado la atención una noticia del periódico, y a lo mejor me puedes ahorrar un viaje a la morgue. Ayer sacaron un fiambre del East River, un tipo pequeño, de mediana edad.

—Ya, ¿y?

—¿Podrías averiguar si lo han identificado ya?

—Probablemente. ¿Por qué te interesa?

—Hay un marido desaparecido al que ando más o menos buscando. La descripción coincide. Podría acercarme al depósito y echarle un vistazo, pero solo lo conozco de fotografías, y al cabo de un tiempo en el agua...

—Ya, vale. Dime cómo se llama tu tipo y lo comprobaré.

—Vamos a hacerlo al revés —dije yo—. Se supone que esto es confidencial, no quisiera difundir el nombre de no ser estrictamente necesario.

—Supongo que podría hacer un par de llamadas.

—Si se trata de mi tipo, conseguirás un sombrero nuevo.

—Ya me lo figuraba. ¿Y si no?

—Mi gratitud sincera.

—Que te den a ti también —dijo—, espero que se trate de tu tipo. Necesito un sombrero. Oye, tiene gracia, ahora que lo pienso.

—¿Cómo?

—Tú estás buscando a un tipo y yo estoy esperando que esté muerto. Si lo piensas bien, tiene bastante gracia.

El teléfono sonó cuarenta minutos después. Eddy dijo:

—Es una lástima, me habría venido bien un sombrero.

—¿No lo han identificado?

—Oh, sí que lo han hecho, gracias a las huellas digitales, pero no es nadie que te vayan a contratar para encontrar. Es todo un personaje, tiene unos antecedentes kilométricos. Tú mismo has debido de cruzarte con él un par de veces.

—¿Cómo se llama?

—Jacob Jablon. Hizo unos cuantos robos, daba soplos de vez en cuando, cosas de poca monta.

—El nombre me resulta familiar.

—Lo llamaban Volteador.

—Sí que lo conocía —dije—. Hace años que no sé de él. Solía darle vueltas sin parar a un dólar de plata.

—Bueno, pues las únicas vueltas que va a dar en lo sucesivo van a ser en la fosa.

Contuve el aliento y luego dije:

—Pues no, no es mi hombre.

—Ya me lo imaginaba. No creo que fuese el marido de nadie, y si lo hubiese sido, su mujer no querría encontrarlo.

—No es la esposa la que está buscando a mi tipo.

—¿Cómo que no?

—No, es su novia.

—¡Que me aspen!

—Y ni siquiera creo que siga en la ciudad, para empezar, pero más vale que le saque a la tía unos cuantos pavos. Cuando un tipo quiere esfumarse, lo hace sin más.

—Así es como suele ser, pero si ella quiere aflojar la mosca...

—Eso mismo pienso yo —dije—. ¿Cuánto tiempo estuvo en el río el Volteador? ¿Ya lo saben?

—Creo que han dicho que cuatro o cinco días. ¿Por qué te interesa?

—Al decirme que lo han identificado por las huellas, imaginé que había sido poco tiempo.

—Oh, las huellas dactilares aguantan una semana fácilmente. Más tiempo a veces, depende de los peces. Imagina lo que tiene que ser tomarle las huellas a un ahogado... ¡Joder! Si yo tuviese que hacer eso, pasaría mucho tiempo antes de que quisiera comer algo. Y no te digo lo que tendrá que ser hacerle la autopsia.

—Bueno, eso no debería darles demasiado trabajo. Alguien debió de atizarle en la cabeza.

—Considerando quién era, yo diría que no cabe duda. No era la clase de persona que sale a nadar y se da en la cabeza contra el embarcadero accidentalmente. ¿Qué te juegas, de todas maneras, a que al final no lo consideran homicidio de forma concluyente?

—¿Por qué?

—Porque no querrán tenerlo en el archivo de casos abiertos durante los próximos cincuenta años, ¿y quién se va a romper las pelotas intentando descubrir qué le pasó a un idiota como el Volteador? Está muerto y nadie va a llorar por él.

—Yo siempre me llevé bien con él.

—Siempre fue un criminal de poca monta. Quienquiera que se lo haya cepillado le ha hecho un favor al mundo.

—Supongo que tienes razón.


Saqué el sobre Manila de debajo de la alfombra. No había manera de despegar la cinta aislante, así que cogí mi cortaplumas del tocador y rajé el sobre a lo largo del pliegue. Luego me quedé sentado unos minutos en el borde de la cama con el sobre en la mano.

La verdad es que no quería saber qué contenía.

Al cabo de un rato, lo abrí y me pasé las tres horas siguientes en mi cuarto examinando el contenido. Me permitió darle respuesta a unas cuantas preguntas, pero no a tantas como las que me suscitó. Al final, volví a guardarlo todo en el sobre y lo volví a dejar en su sitio debajo de la alfombra.

La policía también barrería al Volteador Jablon debajo de la alfombra, y eso era lo que yo quería hacer con su sobre. Eran muchas las cosas que podría hacer, y lo que más me apetecía era no hacer nada en absoluto, así que hasta que tuviera las ideas claras en la cabeza, el sobre podía quedarse en su escondite.

Me tumbé en la cama con un libro, pero después de haber hojeado unas cuantas páginas, me di cuenta de que estaba leyendo sin prestar atención, y mi habitación estaba empezando a parecerme aun más pequeña que de costumbre. Salí a la calle y caminé durante un tiempo. Luego fui a unos cuantos bares y me tomé unas cuantas copas. Empecé en Polly’s Cage, enfrente de mi hotel, y luego fui a Killcullen’s, a Spiro y a Antares. En algún momento de mi ronda, entré en un delicatessen y me tomé un par de sándwiches. Terminé en Armstrong’s, y ahí seguía cuando Trina terminó su turno. Le dije que se sentase conmigo, que la invitaba a una copa.

—Pero solo una, Matt. Tengo que ir a algunos sitios y ver algunas personas.

—Yo también, pero no quiero ir, y no quiero ver a nadie.

—¿No estarás un poquitín borracho?

—No descarto esa posibilidad.

Fui a la barra a por nuestras copas. Bourbon solo para mí, y vodka con tónica para ella. Volví a la mesa y ella alzó su vaso.

—¿Por qué brindamos, por el crimen? —dijo.

—¿De verdad solo tienes tiempo de tomarte una copa?

—Ni siquiera tengo tiempo para eso, pero una ha de ser el límite.

—Entonces no brindaremos por el crimen, sino por los amigos ausentes.

Tiempo para crear, tiempo para matar

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