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Supongo que me había hecho una idea bastante acertada del contenido del sobre antes de abrirlo. Cuando un hombre que siempre ha pasado por la vida escurriendo el bulto y con los oídos bien abiertos aparece de repente con un traje de trescientos dólares, no resulta demasiado difícil imaginarse cómo lo ha conseguido. Después de haberse pasado la vida vendiendo información, el Volteador había encontrado algo demasiado bueno para venderlo. En vez de trapichear información, se había dedicado a vender silencio. Los chantajistas son más ricos que los soplones, porque su mercancía no se vende una sola vez: pueden alquilársela a la misma persona una y otra vez durante toda una vida.

El único inconveniente es que su esperanza de vida tiende a encoger. El Volteador se convirtió en un mal riesgo actuarial en cuanto tuvo éxito. Primero, exasperación y úlceras, después el cráneo hundido y un baño prolongado.

El chantajista necesita un seguro. Debe tener un apalancamiento que convenza a su víctima de la conveniencia de no terminar con el chantaje liquidando al chantajista. Alguien —un abogado, una novia, cualquiera— se queda entre bambalinas guardando las pruebas que han permitido apretarle las tuercas a la víctima desde el primer momento. Si el chantajista muere, las pruebas llegan a manos de la policía y la mierda salpica a todo el mundo. Todos los chantajistas se aseguran de dejarle este punto bien claro a sus víctimas. A veces no hay cómplice, ni sobre que remitir, porque las pruebas sueltas por ahí resultan peligrosas para todos los implicados, pero el chantajista dice que sí existen, y confía en que el primo no descubra que va de farol. Unas veces, el primo se lo traga; otras, no.

Volteador Jablon probablemente le contó a su víctima lo del sobre mágico desde el principio. Pero en febrero, le entraron los sudores fríos. Había llegado a la conclusión de que alguien estaba intentando matarlo, o probablemente fuera a intentarlo, así que preparó su sobre. Un sobre de verdad no lo mantendría con vida cuando la idea misma del sobre había fallado. Acabaría igual de muerto, y él lo sabía.

Pero, a fin de cuentas, había resultado ser un profesional. De poca monta casi toda su vida, sí, pero profesional al fin y al cabo. Y un profesional no se enfada. Se desquita.

Sin embargo, le había surgido un problema, que se convirtió en el mío en cuanto abrí su sobre y examiné el contenido. Y es que el Volteador sabía que iba a tener que vengarse de alguien.

Pero no sabía de quién.


La primera cosa que miré fue la carta. Estaba escrita a máquina, lo que sugería que, en algún momento, el Volteador había robado una máquina de escribir que no había conseguido vender y, por tanto, se la había quedado. No es que la hubiese usado una barbaridad. Su carta estaba llena de xxxxx, tachando palabras y frases enteras, espacios en blanco entre letras y suficientes faltas de ortografía para hacerla interesante. Venía a contar lo siguiente:


Matt:

Si estás leyendo esto, es que soy hombre muerto. Tengo la esperanza de que todo quede en nada, pero mejor no apostar por ello. Creo que alguien intentó liquidarme ayer. Un coche casi se sube a la acera para intentar darme alcance.

El negocio que tengo en marcha es un chantaje. Di con información que vale un buen dinero. Después de años de pasarlas putas, al final me ha sonreído la suerte.

Son tres. Cuando abras los demás sobres verás cómo está la cosa. Ese es el problema, que sean tres, porque si aparezco muerto, es que uno de los tres lo hizo, pero no sé cuál. Tengo a los tres con la soga al cuello, pero no sé a cuál de ellos estoy ahogando.

Por lo que se refiere a Prager, en diciembre hizo dos años que su hija atropelló a un niño que iba en triciclo, y no se detuvo porque le habían retirado el carné de conducir e iba colocada de anfetas, hierba y no sé qué más. Prager tiene más dinero que el mismo Dios, y untó a todo el mundo para que su hija no fuese detenida. Toda la información está en el sobre. Él fue el primero: entreoí algo en un bar y le pagué copas a un tipo hasta que acabó por contarme toda la historia. No estoy sacándole a Prager nada que no pueda permitirse, y me paga solo como quien paga el alquiler a primeros de mes, pero vete tú a saber cuándo se le van a cruzar los cables a un tipo, igual es eso lo que ha pasado. Si quisiera verme muerto, joder, podría contratar sin problemas a alguien para que hiciera el trabajo.

Lo de Ethridge fue solo un golpe de suerte. Vi su foto en un periódico, en la página de chismes de sociedad, y la reconocí de una peli porno que había visto unos años atrás. Hablando de recordar una cara, ¿quién se fija en la cara en esas pelis? Pero igual estaba haciéndole una mamada a algún pollo y el caso es que me quedé con su cara. Leí que había estudiado en un montón de colegios y las fechas no me cuadraban, así que hice algunas comprobaciones y resulta que durante un par de años se salió del mapa y se dedicó a cosas un poquito más fuertes; conseguí fotos suyas y alguna otra cosa que ya verás. He andado en tratos con ella y lo que no sé es si su marido está al tanto de lo que está pasando o de todo lo demás. Es una tía de una pieza que podría matar a una persona sin pestañear. Si la miras a los ojos, entenderás exactamente a qué me refiero.

El tercero al que le eché el lazo fue a Huysendahl, y para entonces me dedicaba a esto de forma habitual ya que me estaban saliendo tan bien las cosas. Me enteré de que su mujer era lesbi. Bueno esto no es nada espectacular, Matt, como sabes. Pero a él le sale el dinero por las orejas y piensa presentarse a gobernador, así que me dije que iba a escarbar un poquito. Lo de que sea tortillera no daba juego, es algo que ya sabe mucha gente, y si se corriera más la voz lo único que pasaría es que él se llevaría el voto de las lesbis e igual hasta se ponía en cabeza, y a mí eso ni me va ni me viene, en cambio lo que me pregunté es por qué sigue casado con esta bollera. ¿Y si le van los rollitos raros? Así que me deslomé buscando y resulta que sí había algo raro, aunque conseguir algo sólido me costó un huevo. No es un marica normal, le van los jovencitos, cuanto más críos mejor. Es una enfermedad, algo que da asco. Conseguí algunas cositas, como este chico que estuvo hospitalizado por heridas internas al que Huysendahl pagó las facturas del hospital, pero quería tenerlo bien enganchado así que le tendí una trampa para hacerme con las fotos. No te importa cómo lo monté pero había más gente en el ajo. Debió de cagarse pata abajo cuando vio las fotos. El montaje me costó un pastón, pero nunca he visto dinero mejor invertido.

Matt, la cosa es que, si me pasara algo, habrá sido uno de ellos, o alguien contratado por alguno de los tres, que viene a ser lo mismo, y lo que quiero es que los jodas pero a conciencia. Bueno, al que lo hizo, no a los otros dos que fueron legales conmigo. Y por eso no puedo dejarle esto a un abogado y mandarlo a la policía, porque los que fueron legales conmigo merecen quedar a salvo, por no mencionar que si esto cayese en manos del poli equivocado lo único que haría es buscarse un dinero y quien me haya matado se irá de rositas, y encima seguirá teniendo que pagar.

El cuarto sobre lleva tu nombre porque es para ti. Hay tres mil pavos dentro y son todos tuyos. No sé si tendrían que ser más, ni cuánto, pero siempre existe la posibilidad de que te los metas en el bolsillo y tires a la basura todas las demás cosas, y si pasa eso, yo estaré muerto y no me enteraré. Sin embargo, hay un motivo por el que sé que te portarás, una cosa que noté en ti hace mucho tiempo, y es que tú piensas que hay una diferencia entre el asesinato y los demás crímenes. Yo también lo creo. Toda mi vida he hecho cosas malas pero nunca he matado a nadie, y nunca lo haría. Cuando he conocido a gente de la que he sabido a ciencia cierta o por rumores que habían matado, nunca he querido nada con ellos. Es mi forma de ser y creo que tú también eres así, y por eso es por lo que pienso que harás algo; aunque si no haces nada, la verdad es que tampoco me podré enterar.

Tu amigo,

Jake «Volteador» Jablon


El miércoles por la mañana saqué el sobre de debajo de la alfombra y le eché otro buen vistazo a las pruebas. Cogí mi libreta y apunté algunos detalles. No iba a poder dejar las cosas a mano, porque en cuanto diera el menor paso, quedaría a la vista y mi cuarto dejaría de ser un buen escondite.

El Volteador los tenía bien cogidos. Había muy pocas pruebas físicas que demostrasen que Stacy, la hija de Henry Prager, se había dado a la fuga de la escena tras el accidente en el que el pequeño Michael Litvak, de tres años, había sido arrollado y muerto, pero en este caso no hacían falta. El Volteador tenía el nombre del garaje donde habían reparado el coche de Prager, los nombres de los miembros del departamento de policía y de la oficina del fiscal del distrito de Westchester que habían tapado la historia, y unos cuantos retales de información más que bastaban para cerrar el caso. Si se le entregara el paquete a un buen periodista de investigación, no pararía hasta sacarlo todo a la luz.

El material sobre Beverly Ethridge era más gráfico. Las fotos por sí solas puede que no hubieran bastado. Había un par de fotos a color de 10 x 12,5 y media docena de recortes de película con unos pocos fotogramas cada uno. Se la reconocía con claridad en todas las imágenes y no cabía duda de lo que estaba haciendo. Esto pudiera no haber resultado demasiado perjudicial en sí. Muchas de las cosas que la gente hace por diversión o travesura en su juventud pueden desestimarse sin más en cuanto pasan unos años, sobre todo en aquellos círculos sociales en los que uno de cada dos armarios contiene un esqueleto.

Pero el Volteador había hecho bien las cosas, como me había asegurado en su carta. Había seguido el rastro a la señora Ethridge, de soltera Beverly Guildhurst, desde que abandonó Vassar College en tercero. Dio con un arresto en Santa Bárbara por prostitución, con suspensión de condena. Había otra detención en Las Vegas por tenencia de narcóticos, desestimada por falta de pruebas, con fuertes implicaciones de que el dinero de la familia le había salvado el culo. En San Diego se dedicó a la extorsión sexual con un socio que era un conocido proxeneta. En cierta ocasión les salió mal la jugada y ella aceptó ser testigo de la acusación a cambio de otra suspensión de condena, mientras que a su compañero le cayeron cinco años en Folsom. Por lo que el Volteador había podido descubrir, la única vez que había estado en la cárcel había sido quince días en Oceanside, por embriaguez y alteración del orden público.

Luego volvió y se casó con Kermit Ethridge, y si no hubiese aparecido su foto en el periódico en el momento equivocado, habría seguido con su vida sin más.

El material sobre Huysendahl era duro de tragar. Las pruebas documentales no eran nada especial: los nombres de algunos prepúberes y las fechas en las que Ted Huysendahl supuestamente había mantenido relaciones sexuales con ellos, y las fotocopias de unos recibos de hospital que mostraban que Huysendahl había apoquinado por el tratamiento por heridas internas y laceraciones de un tal Jeffrey Kramer, de once años. Pero las fotos desde luego no te dejaban la sensación de estar viendo al favorito del pueblo para gobernador del estado de Nueva York.

Había exactamente doce fotos y cubrían un repertorio bastante completo. La peor mostraba al compañero de Huysendahl, un joven negro y esbelto, con el rostro retorciéndose de dolor mientras Huysendahl lo penetraba analmente. El chico miraba de frente a la cámara en esa foto, como en varias más, y desde luego cabía la posibilidad de que la expresión agónica fuese puro teatro, pero eso no impediría a nueve de cada diez ciudadanos medios pasarle gustosos una soga por el cuello a Huysendahl y colgarlo de la farola más cercana.

Tiempo para crear, tiempo para matar

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