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El almacén que fue escuela y cine en General Belgrano

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General Belgrano

General Belgrano es un pueblo histórico, bello y tranquilo. De casas bajas, veredas acomodadas, ritmo descontracturado y dominado por un personaje ilustre de nuestra geografía: el río Salado. En tiempos de conquista por el territorio era la frontera natural entre tierras seguras y aquellas baldías. Hoy es una gran atracción turística y en su balneario y costanera se reúnen los vecinos para disfrutar de la frescura del agua. Dentro del pueblo y en uno de los barrios con más historias, una vieja esquina ofrece comida criolla y la posibilidad de hacer un viaje en el tiempo. Con los años ganó fama merecida y un lugar en el Partenón de los grandes comedores bonaerenses.

El Almacén, nunca mejor nombrado, es un restaurante que rinde tributo a los viejos boliches de ramos generales en donde los habitantes de los pueblos iban a buscar los elementos necesarios para vivir. Los hubo en General Belgrano, la elegante esquina es fiel reflejo de aquellos. Está ambientado como uno de ellos, impecable, esplendoroso. Ricardo Buiraz es su mentor y quien reunió esta colección de recuerdos de un tiempo que se resiste a irse.

“El restaurante está ubicado en uno de los barrios más viejos, Villa Iriarte. Desde el año 1907 funcionaba allí el café y bar El Buen Gusto, de don Luis Bernaschina. Además de su tradicional servicio, ofrecía la proyección de ‘vistas’; fue el primer cine del pueblo. Aclaraba que tenía ‘comodidad’ para caballos y hasta una calesita. En esta zona en las orillas del pueblo, que se había creado en 1891, también estaban instalados los prostíbulos o ‘casas de alegrías públicas’, como se los conocía”, describe Ricardo el entorno y el folclore del pueblo.

Además de cine y bar, en la esquina se forjó la educación del pueblo. “Paradójicamente, en los años 1928, 29 y 30 funcionó en esa esquina la escuela N.º 9. Más adelante abrió en ese lugar el Almacén de Ramos Generales La Porteña, de don Manuel González, que cerró definitivamente en el año 1958”, cuenta. A partir de este periodo, el lugar quedó cinco décadas cerrado. Parecía que la historia había acabado. Pero apareció Ricardo con su sueño de reabrir y devolverle a General Belgrano una de sus dilectas esquinas.

“En el año 2006, después de casi 50 años cerrado, abrimos el restaurante, homenajeando a los viejos almacenes, primeros comercios que hicieron grandes a estos pueblos. Boliches donde se vendía de todo, desde comestibles hasta herramientas. Cosechadoras y alpargatas, autos, botones, azúcar y fideos y, en muchos casos, también hacían de banco. Allí se compraba con libreta y se pagaba una vez al año, luego de las cosechas o la venta de animales. En la ciudad había varias parrillas en las rutas, por eso apostamos a un restaurante en el centro, que además de las comidas tradicionales ofreciera otros platos y la presencia de un chef”, describe el origen de este restaurante donde se respeta el recetario de la comida criolla.

La primera sorpresa es la decoración. Impactante. Cariñosa y apasionada. Se pierde la cuenta de la cantidad de elementos que evocan los tiempos pasados. Aquella felicidad de las marcas nobles regresa desde las paredes y provoca buenos recuerdos. Gran alegría de volver a ver botellas queridas, antiguos carteles publicitarios, sifones de soda, cajas de latas de galletitas y juguetes que nos acompañaron en nuestra infancia. Una larga lista de afectos que provocan nostalgia y seguridad. Las vitrinas y estanterías ayudan a sentarse para leer el menú con serenidad y ganas de comenzar la aventura de los sabores que nos harán crecer los mejores sentimientos.

“La propuesta gastronómica es la tradicional parrilla de carnes y achuras a las brasas, más una carta de platos elaborados con productos de la zona, como cazuela de cordero al disco, pescados, cerdo y muy buenas pastas. Además, hay tablas de fiambres y encurtidos caseros con galleta de campo y una buena variedad de postres, también elaborados en el lugar”, cuenta Ricardo.

Las críticas son muy buenas. Es indudable el amor que sienten al elaborar los platos y elegir los productos. Los puntos de cocción se respetan, aquello que fuimos a buscar se encuentra y esto alivia. No hay distracciones, solo buenos momentos. Se puede comer adentro o en el amplio patio. Ricardo es un enamorado de los autos y se pueden ver tres: dos Ford A 1929 y un Ford T 1925. General Belgrano es un destino seguro. No falla. Es de los lugares que se agendan. + info: Instagram: elalmacenresto / Facebook: elalmacenresto / Teléfono: 11-4194-4131

Museo Histórico Municipal Alfredo Enrique Múlgura. Es uno de los custodios del pasado belgranense. Esta vieja casona de gruesos muros revocados en barro es un fiel exponente de la arquitectura del siglo XIX. Fue inaugurado como Museo Municipal el 1 de agosto de 1997. Se restauró gran parte del frente, pisos y aberturas, para albergar en aquella vieja vivienda de la familia Bruzzo la colección de un vecino, belgranense por adopción, el Sr. Alfredo E. Múlgura. Él fue fundador de un museo de carácter privado, que se llamó La Casa de los Recuerdos, y que funcionaba en un local de la avenida San Martín. Con el correr del tiempo, junto a su esposa María Amelia Rodríguez, deciden donar a la Municipalidad de General Belgrano el acervo de aquel museo. La colección pasa a ser de carácter público y en la vieja panadería El Cañón se le da forma a una institución que ya lleva más de 20 años en el trabajo de rescate y revalorización de nuestras historias pueblerinas”, describe Clara María Rodríguez, directora del museo. + info: horarios de atención al público: viernes, sábados, domingos y feriados de 10 a 13 y de 17 a 20 h / E-mail: museohistoricomulgura@yahoo.com.ar / Teléfono: 02243455219

“Sobre la ruta provincial N.º 41 y a tan solo 13 kilómetros del casco urbano, se encuentra el paraje Colonia el Salado, un predio de 111 hectáreas que fue recuperado por el pueblo de General Belgrano luego de la gesta del 2 de septiembre de 1983, conocida como ‘El pueblazo’. Quien llega a este majestuoso lugar conocerá el viejo parque de la exestancia Santa Narcisa, que fue diseñado por Carlos Thays, denominado ‘Bosque Encantado’, compuesto de 24 hectáreas forestadas por pinos, cedros, magnolias, ginkgos bilobas y eucaliptos, entre otros, que le brindan a cada visitante un momento de encuentro con la naturaleza”.

Desde el año 2012 se emplaza un parque hidrotermal denominado Termas del Salado, que cuenta con aguas hidrotermales de alta mineralización salina, con alto porcentaje de sodio, calcio y sulfatos. Tiene una temperatura en boca de pozo de 41 ºC. Las termas están en un lugar de barrancas, donde además se pueden apreciar inolvidables atardeceres.

A un kilómetro de la ciudad se encuentra la zona costanera y balnearia sobre el río que ostenta ser el de mayor superficie sobre la provincia de Buenos Aires, el río Salado. Su margen brinda amplias posibilidades como la práctica de pesca deportiva, paseos en canoas o kayak. Debajo de una frondosa arboleda esperan bancos y mesas para aquellos turistas que deseen descanso y tranquilidad a orillas del río. Aquí se localizan dos balnearios: Viejo y Nuevo. El Viejo se extiende desde la pasarela hasta el arroyito. El Nuevo, de 5 hectáreas, tiene un natatorio olímpico y otro destinado a los niños, canchas de básquet, futbol, vóley, confiterías, consultorio médico y área de asadores. A mitad de ambos sectores está el Camping Municipal con forestación (sauce, palmera, eucalipto, álamo, pino), con áreas de estacionamiento, asadores, proveeduría, restaurante, dos baterías de vestuarios, administración, energía eléctrica, servicio de vigilancia, cuadrilla de limpieza. En tanto, el sector de pescadores, de características naturales y de singular belleza, es comunicado por el camino compactado que une la compuerta N.º 2 y el puente sobre la RP 29, llamado “Paso de la Baguala”. Cabe señalar las posibilidades de navegación del río, con pequeños botes y canoas.

“La principal casona de la vieja estancia Santa Narcisa, que data de fines de siglo XIX, fue restaurada y remodelada para ser convertida en el Museo de las Estancias, a partir de 1999. Esto permitió revalorizar la actividad productiva de los antiguos pobladores de la zona y exponer en sus salas las primeras herramientas que se utilizaron en la Granja Santa Narcisa para la elaboración de dulces, quesos y producción de frutas y verduras envasadas para su exportación”, describe Rodríguez. En General Belgrano el pasado se preserva con orgullo.

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