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Los Ombúes, donde atiende la última pulpera de la provincia de Buenos Aires
ОглавлениеParaje Los Ombúes. Exaltación de la Cruz
“Yo nací acá, me crie en el mostrador”, se presenta Elsa Insaugarat de 64 años, eterna y legendaria. Es la única pulpera de la provincia a cargo de la que, según los cronistas de época, es la más antigua pulpería bonaerense. Existen documentos que la datan de finales del siglo XVIII, cuando por aquí pasaba el camino real. “La gente se sorprende porque en medio de la nada existe un lugar así”, asegura.
Dos grandes ombúes le dan nombre. Están ahí desde el principio de los tiempos. La pulpería aún conserva la reja original por donde se despachaban las bebidas. Quedan pocas así. Aún conserva, también, la mística y el espíritu de frontera. Finales del 1700 o primeras décadas del siglo XXI, el tiempo no puede contra estas paredes asentadas en barro e historias. Adentro, realmente, el tiempo no existe. En cambio se respira la camaradería, las gauchadas y ese sentir campero de saber que aquí siempre hay un amigo. No es poco en estas soledades.
“Nosotros acá escuchamos. Eso es lo que hacemos”, afirma Elsa. Sus tres hijos, Jorge Luis, Fernando y Carlos, la ayudan. También Carolina. Nombres que forman parte de la historia de un rincón querido por los caminantes solitarios, que se acercan a caballo, en moto, camioneta o catango. “Eso es lo que más gusta: el gaucho necesita que lo escuchen, siempre con sus problemas. Que las vacas, que los caminos, que la lluvia, los problemas con los encargados de las estancias... saben que cuentan con nosotros”, resume Elsa.
La pulpería está entre dos parajes, Puerto Chenaut y Andonaegui, en medio, un mar de pasto y silencios, el campo argentino, la pampa gringa, territorio aún del gaucho. Una curva hace que sea fácil entrar. El camino es parte de asfalto y parte de tierra. Conoció mejores épocas. Parece que nada pasa, pero siempre hay movimiento, intenso movimiento. Elsa jamás está sola. Tiene su familia y un séquito de guardianes que sostienen las mesas y las sillas, apurando una botella de cerveza que no se termina nunca.
La entrada a Los Ombúes presenta una antigua arcada, una pequeña puerta que lleva a un pequeño ambiente, frente al mostrador con las rejas. Cuando Elsa era pequeña no estaba esta puerta. “Era la ramada, donde se quedaban a dormir los caminantes que venían a trabajar el maíz”, afirma. La pulpería es un libro abierto de historia. “El mostrador se levantaba detrás de la reja y quedaba cerrada la pulpería. Pero esta gente pasaba la noche, eran muy tranquilos”, recuerda. No solo era despacho de bebida, sino que brindaba un servicio irremplazable y acaso lo que el gaucho más necesitaba: un techo. “También se quedaban a dormir bajo los ombúes”, rememora, llevando su mirada a los monumentales árboles.
El interior de la pulpería es un impacto al corazón. En las paredes se ven cuadros de tiempos felices. Caballos que hicieron historia, recortes de diarios, uno de La Nación muy cuidado. Fotos familiares, sonrisas detenidas en el tiempo por la cámara. A un costado de la antigua ramada, un salón iluminado por ventanales que muestra la infinita extensión de tierra. El pool y un racimo de mesas. Una diminuta puerta lleva al salón de ventas. “Acá tenemos desde carne hasta zapatillas, pilas y gaseosas, por supuesto, pan”, describe Elsa. En las estanterías se ven cientos de artículos. “Nos manejamos con libretas, que es el crédito del campo”, señala los pequeños cuadernos. Cada uno es una historia, una familia, el desvelo del trabajador rural. “A fin de mes pagan, porque saben que tienen todo el mes de crédito”, asegura Elsa. Aquí el movimiento es intenso. Se atiende a los que vienen a buscar provisiones, a los que toman sus tragos en el salón y a los que vienen por un clásico a disfrutarlo en las mesas al aire libre: el sándwich de jamón y queso.
“Si me avisan con tiempo, preparo comidas. Pero lo clásico son las empanadas, milanesas y la picada”, resume Elsa. “Me siento muy útil. Mi abuelo y mi padre fallecieron acá, para mí, la pulpería es todo”, sintetiza el sentimiento, puro amor por estas paredes. Llora Elsa, la pulpera, la madre de todos los “caminantes”, como a ella le gusta llamar a los que se acercan a esta querencia. Detrás, sus hijos son un escudo. “Seguimos el mismo ritmo que antes, atendemos a la gente”, es lo último que dirá.
Los hombres entran apurados, le entregan un pedazo de papel con una lista. Se alcanza a ver puré de tomates, papel higiénico, pan, detergente. Elsa entra en acción y les abre una cerveza. El gaucho la mira de reojo, el pecado está cerca y no hará nada para desviarse del camino hacia el vaso. Aquí se halla el sentido de venir a hacer las compras para la casa. La ceremonia comienza. + info: para llegar, tomar ruta 8 camino a San Antonio de Areco. En la unión con la ruta 193 tomar sentido a Puerto Chenaut. Seguir por el camino no más 10 minutos.