Читать книгу Desconocida Buenos Aires. Escapadas soñadas - Leandro Vesco - Страница 12
Bar de Bessonart, el boliche de don Segundo Sombra
ОглавлениеSan Antonio de Areco
“Para mí el bar significa todo. Mi padre trabajó aquí hasta el último día, él quería que esto siguiera”, con esta afirmación, Augusto Bessonart, argumenta su presencia en este bar tradicional donde los clientes son parte de una familia que se encuentra en el bicentenario mostrador que huele a amistad e historia. “Este bar es pueblo”, dirá un parroquiano. Hace doscientos años que esta esquina inclinada es sinónimo de tradición. Si Areco es un pueblo gaucho, el boliche de Bessonart es la postal ideal y única de ese sentir.
Asombra y conmueve entrar. Las estanterías están atiborradas de botellas sin abrir de aperitivos, licores y cañas de hace más de un siglo. A esto se le suman alpargatas, una colección de sifones, vasos y elementos propios de la vida del siglo pasado cuando todos vivíamos más felices. Todo está intacto. Las mesas y sillas de metal, con más de seis décadas. Una heladera Siam original que aún enfría con temperaturas polares. El salón es amplio. Enseguida se siente la comodidad. Augusto y su hijo Evaristo atienden. El segundo tiene 16 años, pero desde que tiene memoria ayuda a su padre, igual que el primero lo hacía con el suyo.
“Siento un gran orgullo al trabajar junto a él, el bar no tiene que morir nunca”, dirá Evaristo preparando tragos y hablando como si tuviera mil años. El muchacho tiene futuro.
Las mesas cercanas a la puerta de la ochava son ocupadas por los clientes más longevos o por aquellos que tienen muchas noches. Aquí la fama se mide así. Allí está la famosa “Mesa bomba”, porque nadie sabe cuál será el primero en reventar. Elementos nobles en un mundo donde la lealtad y la amistad son los pilares que lo sostienen todo. Al fondo del boliche suelen ir los turistas, todos son muy bien recibidos. Sorprende cómo los jóvenes y adultos, varones y mujeres, conviven en una emotiva concordia. “El mostrador es el que atrae, junto con el fernet. Acá lo servimos de una manera especial”, advierte Augusto.
San Antonio de Areco es conocido por sus boliches criollos. Alrededor de la plaza y en las calles cercanas (Bessonart está a una cuadra) están los más tradicionales. Es posible hacer un circuito para sacar la conclusión que adelantan los locales: ninguno es como Bessonart. “Acá la gente viene a encontrarse. Llegás solo y siempre hay un amigo, y si no, te lo hacés”, afirma Augusto. Este es el espíritu del bar. Afuera, queda el mundo y sus tiempos. Aquí adentro, las anchas paredes de 60 centímetros asentadas con barro son la armadura inquebrantable que solo deja pasar las sonrisas y el buen humor.
El boliche tiene 200 años y hace más de 100 que fue almacén de ramos generales. Desde aquí salían las carretas cargadas de mercadería para abastecer a las estancias. Los mayordomos venían a hacer el pedido y aprovechaban su armado para tomarse alguna copa. También venían para buscar gauchos para trabajar. “Mi abuelo Ricardo Bessonart y su familia vivían en el campo y vendían verduras, huevo, leche, de todo en un carro tirado por caballos, por las calles del pueblo. En 1951 alquilaron este viejo almacén y se vinieron a vivir al mismo lugar. Desde ese año, estamos acá”, reafirma Augusto, tercera generación.
En 1994 muere su padre, Coco Bessonart, personaje muy querido por el pueblo. Tenía una bicicleta con una canasta y ahí repartía los pedidos. “La gente le tenía tanta confianza que le daba las llaves de las casas. Él entraba y les dejaba la mercadería ordenada en las alacenas”, afirma Augusto. Otros tiempos, pero la misma sangre corre por sus venas. A los 18 años se hizo cargo del mostrador.
La mitad del salón era almacén y, una pequeña parte, boliche. En 2004 el paso del tiempo acusó recibo. La esquina, que se construyó inclinada, tenía daños estructurales. Desde la Municipalidad tenían una brillante idea: demolerla. Augusto tenía una mejor. Contrató a un estudio de arquitectos y ellos hicieron un proyecto de recuperación integral de todo el edificio de dos plantas. Cuatro años estuvo cerrado. En 2008, reabrió como bar o boliche, como le dicen en Areco. Una lenta y alegre procesión de amigos entra todos los días.
“Somos una parte esencial del pueblo”, confiesa. Tiene razón. La charla que comienza en el mostrador sigue en el salón y continúa en la vereda. Nadie detiene la felicidad. Le queda mucha vida a Augusto, pero su hijo Evaristo, desde temprano, agarró la posta. Hay Bessonart para rato. Mientras las puertas de este boliche inclinado estén abiertas, habrá esperanza en el mundo. + info: Zapiola y Segundo Sombra / Instagram: Boliche de Bessonart
Imposible no probar el fernet con Coca que sirven aquí con un método original de Coco Bessonart. Se abre una botella de vidrio de gaseosa, se vierte un poco en un vaso y se agrega la medida de fernet en la botella, que es batida muy suavemente para que el fernet se distribuya homogéneamente. Luego se vierte el contenido de la botella en el vaso. La oferta gastronómica es simple pero contundente: picada completa que incluye salame quintero, aceitunas, queso, bondiola y las empanadas de Augusto, patrimonio culinario de Areco. ¿Cuál es el secreto? “Las hago como para mi familia”. La clave: no bien se entra al boliche hay que pedirlas, porque enseguida se acaban. Son inigualables.
En el casco histórico, alrededor de la plaza, hay construcciones tradicionales. La municipalidad, la iglesia y claro: los “boliches”. Podemos comenzar en el Bar Mitre, clásico y señorial. Unos metros más, hacia la esquina opuesta, el Bar Tokio, aquí estuvo la primera fábrica de helados del pueblo. Todos los sábados se hacen peñas folclóricas. También es posible ver muestras de arte en el subsuelo y conocer la cava. A la luz de las velas se pueden degustar vinos. Por sobre todas las cosas, el lugar es elegido por aquellos que quieren tomar un helado clásico y muy bien hecho. Enfrente y en diagonal, ocupando toda la esquina está la Esquina de Balthazar (ex Esquina de Merti), uno de los grandes bares de Areco, que data de 1860. Fue pulpería, almacén de ramos generales y en los años 2000, un gran kiosko. Hay que sentarse en sus mesas en la vereda para ver el lento movimiento del pueblo, los árboles de la plaza y disfrutar de la brisa y la charla. Es muy pintoresco. A cien metros por Zapiola está el restaurante Almacén de Ramos Generales, reconocido como el mejor del pueblo. Se recomienda reservar. Aquí las carnes y las pastas son muy buenas. Hay empanadas de conejo, tabla de quesos y gran variedad de los mejores vinos del país. El bife de chorizo es acaso uno de los mejores de este lado del mundo. La Vieja Sodería está en Bolívar y General Paz, el bar está en la que fue una vieja sodería y en su interior se puede ver una completa colección de los mejores sifones. Tiene un patio muy bello.
El Parque Criollo y Museo Gauchesco Ricardo Güiraldes es un complejo museológico que tiene diez salas dedicadas a la historia bonaerense y del país. El parque criollo tiene 100 hectáreas. Se pueden ver expresiones de nuestro pasado y elementos de la vida de Ricardo Güiraldes, el máximo escritor gauchesco y monumento literario de San Antonio de Areco. Dentro del complejo está la pulpería La Blanqueada. El museo y esta última fueron declarados monumentos históricos nacionales.
La orfebrería tiene grandes exponentes en San Antonio de Areco. Es un oficio que se desarrolla con maestría. Con reserva previa se puede ver el Museo Taller Draghi. Este apellido es uno de los más reconocidos en cuanto a la platería criolla. Juan José Draghi, en la década del 60, comenzó a trabajar la plata y fue autodidacta. Sus obras llegaron a todas partes del mundo. Su hijo Mariano, desde pequeña edad, siguió sus pasos. “Él no solo desarrolló habilidad en el oficio: creó su propio estilo, hizo de su taller una escuela donde trató de formar no solo artesanos, sino lo más importante: hombres de bien”, comenta Mariano. “Comencé a trabajar con él cuando tenía 9 años; no por amor al oficio sino porque disfrutaba estando a su lado. Él me legó sus saberes pero, por sobre todo, fue ejemplo de sacrificio y dignidad. Estudié en Florencia (Italia) y regresé en el año 2001 para seguir la tradición familiar con mucha responsabilidad, compromiso y dedicación tratando cada día de dar lo mejor y de generar un vínculo afectivo con el cliente, que trascienda la obra”, afirma. El museo taller guarda una colección increíble. Exhibe piezas únicas que muestran la evolución de la platería desde el siglo XIX hasta la actualidad. En el taller se puede ver el proceso de creación de obras siguiendo el método de don Draghi. + info: Lavalle 387 / www.marianodraghi.com