Читать книгу En el jardín del ogro - Leila Slimani, Leila Slimani - Страница 11

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Llega a la redacción del periódico con la cara cansada, la boca pastosa. No ha comido nada desde la víspera. Debe tomar algo para mitigar su pena y sus náuseas. En la peor panadería del barrio se ha comprado un bollo relleno de chocolate, reseco y del día anterior. Le da un mordisco pero le cuesta masticarlo. Le gustaría tumbarse en el suelo de los lavabos, encogida como un ovillo y quedarse dormida. Tiene sueño y se avergüenza de ello.

—¿Qué tal, Adèle? ¿Has descansado?

Bertrand se asoma desde su puesto de trabajo y le lanza una mirada cómplice a la que ella no reacciona. Tira el bollo a la papelera. Tiene sed.

—¡Menuda marcha llevabas ayer! ¿Mucha resaca?

—Estoy bien, gracias. Solo necesito un café.

—Cuesta reconocerte con unas copitas de más. Uno te ve con tus aires de princesa altiva, de mujer casada que lleva una vida bien ordenada. ¡Y en realidad, menuda juerguista estás hecha!

—Deja de decir tonterías.

—¡Qué divertida estabas ayer! ¡Nos hiciste reír, y lo bien que bailas!

—Basta ya, Bertrand. Me tengo que poner a trabajar.

—Yo, también. Me espera un montón de asuntos pendientes. He dormido poquísimo. Estoy molido.

—¡Pues que te cunda!

—¿Cuándo te marchaste anoche? No te vi. ¿Te largaste con el jovencito? ¿Le has pedido el teléfono o era solo de una noche?

—¿Y tú, te quedas con los nombres de las putas que te subes a la habitación del hotel cuando estás en Kinshasa?

—¡No te pongas así, mujer, solo bromeaba! Reírse es sano. ¿Tu marido no te dice nada si llegas a casa a las cuatro de la madrugada borracha como una cuba? ¿No te hace preguntas? Si mi mujer se comportara así…

—¡Calla ya! —le corta Adèle. Sin aliento, con las mejillas encendidas, se acerca al rostro de Bertrand—: Que sea la última vez que hablas de mi marido, ¿me entiendes?

Bertrand se aparta, con los brazos en alto.

Se arrepiente de su imprudencia. No tendría que haber bailado, haberse mostrado tan asequible. No tendría que haberse sentado en las rodillas de Laurent y ponerse a contar, con la voz temblorosa y completamente borracha, un recuerdo amargo de su infancia. La vieron ligar en la barra con el jovencito. La vieron y no la juzgan. Es algo mucho peor. Se creerán que ahora se pueden permitir cierta complicidad, familiaridad, con ella. Van a querer bromear sobre ese asunto. Los compañeros de trabajo supondrán que es una mujer fácil, atrevida y ligera. Las compañeras la tratarán de depredadora, y las más indulgentes dirán que es algo frágil. Todos se equivocan.

En el jardín del ogro

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