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VII Tercera noche
ОглавлениеLa luna alumbraba otra vez los ámbitos del viejo corral, cuando Kolstomier reanudó su narración en estos términos:
«La consecuencia más extraordinaria que resultó del hecho de que yo no perteneciera a Dios ni al conde, sino a un simple caballerizo, fue que la cualidad que avalora a todo caballo fue vista en mí como un delito que motivó mi destierro.
«Dicha cualidad fue la rapidez de mi trote.
«Paseaban a Liebed por la pista cuando el caballerizo y yo, al regresar de una de nuestras correrías, nos acercamos al grupo. Liebed paso ante nosotros; marchaba bien, mas, por muy arrogante que fuera, mi trote era mejor que el suyo, Liebed paso delante y yo avancé para seguirlo, sin que me lo impidiera el caballerizo.
«–Estoy por probar lo que trota mi pío –se dijo, y cuando Liebed los alcanzó y se puso a mi altura, seguimos juntos. Como él estaba bien ejercitado, se me adelantó en la primera vuelta, pero en la segunda, cuando yo había tomado ya contacto con el terreno, le alcancé primero y le pasé después.
«Volvimos a empezar y obtuve el mismo resultado.
«Decididamente, mi trote era mejor que el suyo.
«Todo el mundo se quedó admirado. El general dispuso que el caballerizo me vendiese lo más pronto y lo más lejos posible, para no volver a saber de mí en la vida, orden que se apresuro a cumplir, vendiéndome a un chalán.
«No permanecí con éste mucho tiempo. La suerte era injusta y cruel conmigo. Me indigné profundamente y no tuve más que un pensamiento: dejar mi pueblo natal lo antes posible. Mi posición era en ella demasiado penosa; el porvenir pertenecía a los otros caballos. El amor, la gloria y la libertad les esperaban. En cuanto a mí, debía trabajar y humillarme toda mi vida…
Y ¿porqué tan gran injusticia? ¡Porque era pío, y porque pertenecía a un caballerizo!»
Kolstomier no pudo continuar su relato aquella noche, porque acaeció en el corral un suceso que atrajo la atención de todo el ganado.
Koupchika, hermosa yegua que venía siguiendo con interés la narración, se mostró muy inquieta y se alejó pausadamente al cobertizo. De pronto se la oyó quejarse con todas sus fuerzas. Se acostó, se levantó, se volvió a acostar…
Se le acercaron las yeguas viejas, quienes en seguida comprendieron lo que aquello significaba. En cuanto a las yeguas jóvenes, fue tan grande su emoción, que ya no les fue posible atender al viejo Kolstomier.
A la mañana siguiente se vio que la yegua tenía a su lado un retoño.
Néstor llamo al palafrenero, quien condujo a la madre y al hijo a una cuadra. Las demás salieron a pasear como de costumbre.