Читать книгу Narrativa Breve de León Tolstoi - León Tolstoi - Страница 13
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ОглавлениеAl volver al día siguiente a la casa, el ganado se encontró al dueño con un extraño.
La vieja Juldiba se les acercó y les dirigió una mirada investigadora. Uno de ellos era joven todavía, el propietario. El otro era un antiguo militar, de rostro congestionado.
La yegua pasó por delante de ellos tranquilamente, pero las yeguas jóvenes se conmovieron y admiraron cuando su dueño se colocó entre ellas y le indicó algo a su amigo.
–Esa yegua tordilla se la compré a Vageikof –le dijo.
–Y aquella cuatralba, ¿de dónde procede? Es muy bonita.
–Aquella es la de la raza de Krienovo –repuso el dueño.
Pero no se podía examinar bien a los caballos de aquel modo, así que llamaron a Néstor y el viejo, montado sobre el pío, se acercó apresuradamente con el sombrero en la mano. El pobre animal, a pesar de su cojera, hizo lo posible para marchar tan de prisa como se lo permitían sus patas llenas de heridas y hasta intentó tomar el galope para testimoniar su buena juventud.
–No hay yegua mejor que ésa en toda Rusia –dijo el dueño, mostrando una de las yeguas jóvenes.
El desconocido la admiró, por cortesía. Parecía estar profundamente aburrido, pero fingió que le interesaba la yegua.
Si, efectivamente –contestó con voz distraída. Al cabo de cierto tiempo, y después de haber visto una porción de caballos, no pudo resistir más y dijo:
–¿Vámonos?
–Como quieras –replicó el dueño, y ambos se alejaron en dirección a la puerta.
El desconocido, contento de verse libre y ante la idea de sentarse pronto a la mesa para comer, beber y fumar, se animó visiblemente.
Al pasar por delante de Néstor, que permanecía en pie y en actitud de esperar órdenes, apoyó su gruesa mano en las ancas del caballo pío, y dijo:
–¡Qué casualidad! He tenido un caballo parecido a éste. Te he hablado de él en otra ocasión, ¿te acuerdas?
El dueño, viendo que su amigo no ponía atención en sus caballos, no se cuidó de lo que éste le decía y consintió andando y siguiendo con la vista a sus yeguas.
De pronto oyó un relincho débil y trémulo. Era el viejo pío, que había empezado a relinchar, pero se contuvo en seguida, asustado de su temeridad.
El viejo Kolstomier había reconocido en el viejo militar a su querido amo, el húsar.